Enlace Judío México – Fuera de los días sagrados (Yom Tov y Shabat) de todas las mitzvot temporales la mujer sólo está obligada a seguir dos: la lectura de la meguilat de Esther y las velas de Janucá. ¿Por qué? ¿Qué tienen de especial estos dos mandatos? La respuesta nos la da el Shuljan Aruj: ambos conmemoran un milagro ocurrido por la virtud de una mujer.
La relación de la mujer con la meguilat de Esther es bastante directa: en ella se narra el milagro de Purim en el que la reina nos salvó del aniquilamiento persa. Sin embargo, la relación de las velas de Janucá con las mujeres no es tan evidente; éstas nos recuerdan el milagro del aceite en el Gran Templo y las batallas militares ganadas por los macabeos. Ambos eventos fueron liderados por hombres. Aún así, en los rezos decimos que el milagro de Janucá fue hecho a través de una mujer ¿por qué? ¿de qué mujer estamos hablando y qué fue lo que hizo?
Rashi y Rambam nos recuerdan que esta mujer era Yehudit la hija de Yojanan el Sumo Sacerdote. El midrash y el Talmud nos cuentan que durante las épocas de la ocupación griega hubo un militar especialmente sádico, Holofernes, que gustaba de masacrar pueblos enteros. Este oficial, había invadido Betulia y en su enfermedad, había ordenado que toda mujer en vísperas de matrimonio debía primero pasar una velada íntima con él. Aquella que se rehusará a obedecer sufriría la pena de muerte.
Muchas mujeres decidieron no casarse y aquellas que lo hacían en la clandestinidad temían gravemente los castigos del general. Así era la vida en Betulia, hasta que Yehudit decidió tomar cartas en el asunto.
Estaba por casarse y noches antes de su boda se dirigió a la tienda del general y le informó que venía a cumplir con “su responsabilidad cívica”. El general impresionado por la belleza de Yehudit la invitó a pasar alegremente. Ella pidió tener una cena romántica antes de pasar a las actividades que él esperaba. Holofernes encantado permitió que Yehudit le sirviera quesos salados y platillos de todo tipo. La sed obligó al hombre a tomar las bebidas embriagantes que Yehudit servía una tras otra.
Así, cuando ya estaba embriagado, cansado por la cena y el alcohol, el general se acostó y quedo profundamente dormido. En este punto Yehudit tomó la espada del militar y con su propia arma lo decapitó. Envolvió su cabeza en un manto grueso y a oscuras regresó a su casa. Al día siguiente, los judíos de la aldea exhibieron la cabeza en la plaza pública y los griegos al verlo dejaron el sitio. En las Escrituras se dice que gracias a la valentía de Yehudit los consecuentes milagros ocurrieron.
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