Enlace Judío México.-El argumento es sencillo. Ningún escenario realista de paz permanente entre Israel y sus vecinos será posible sin reconocer a Jerusalén como lo que es: la capital del Estado judío.
AUGUSTO REYNAUD*
No se trata de un asunto ideológico, ni tendría por qué ser un debate decidido por burocracias extranjeras: es una realidad práctica, que quienes deseen paz se apresurarán a reconocer; y quienes quieran rentabilidad política, o prolongar el conflicto, se apresurarán a cuestionar.
Por 3,000 años Jerusalén ha sido el centro espiritual del pueblo hebreo. Por tres milenios, pese a la persecución, ha habido presencia de judíos en la ciudad que construyeron. Y desde 1949 es la capital del moderno Estado de Israel.
Bajo soberanía israelí, durante casi siete décadas, en Jerusalén musulmanes, cristianos y judíos han podido practicar libremente su fe; los no creyentes habitan sin temor; existe la ortodoxia religiosa y la comunidad LGBTTTI; la población árabe disfruta de derechos y libertades impensables en otras latitudes.
Aunque domicilien sus embajadas en Tel Aviv, las autoridades extranjeras son recibidas en las oficinas del Primer Ministro, del Presidente, la Knéset (parlamento) o el Ministerio de Exteriores, todos ubicados en Jerusalén.
Por eso, la crítica virulenta ante el reconocimiento de Estados Unidos a una obviedad, Jerusalén como capital, se antoja irresponsable e hipócrita.
Algunos gobiernos argumentan que reconocer a Jerusalén provocará violencia. Son los mismos que, sin ruborizarse, venden armas a regímenes dictatoriales de la región, quienes las usan para promover guerras que cuestan miles de vidas, como sucede ahora en Yemen.
Muchos países que rechazan el reconocimiento, mantienen embajadas en capitales de Oriente Medio donde la democracia está cancelada y las mujeres despojadas de derechos; donde tener una fe, opinión política o preferencia sexual diferente significa la muerte.
Los organismos multilaterales alertan que el reconocimiento provocará caos, mientras contemplan pasivamente cómo la guerra en Siria ha cobrado más de 400,000 vidas, y se muestran obsequiosos con su gobierno, que usa armas químicas y tortura a niños en las cárceles.
La comunidad internacional festejó el acuerdo que permite a Irán continuar su programa nuclear, hizo nada ante la anexión de Crimea y se achica frente a las bravuconadas de Corea del Norte, pero señala a Israel por la osadía inadmisible de querer sea reconocida su capital: una ciudad plural, democrática y próspera.
Es falso que Jerusalén sea la causa de la desestabilidad en Oriente Medio. Si la región sufre es por la corrupción y violencia de regímenes que reprimen a sus pueblos, promueven el terrorismo y compiten entre sí por dominar la zona. Israel es sólo la excusa conveniente.
Durante siglos, las comunidades judías de todo el mundo han incluido en sus rituales de Pascua y Yom Kipur (el día más sagrado), la frase “el próximo año en Jerusalén”: L’shana haba’ah b’Yerushalayim, expresión del anhelo por volver del exilio a su patria, como lo retrata Verdi en el bellísimo coro Va, pensiero, de su ópera Nabucco.
Hoy Jerusalén es la capital de Israel, y admitir esta realidad es un paso imprescindible para alcanzar la paz duradera. Ello exige valor político, congruencia ética y conocimiento de la historia.
* Augusto Reynaud es maestro por la Universidad de Tel Aviv en ciencia política e internacionalista por El Colegio de México.
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