Enlace Judío México.- En esta época, Moscú había bombardeado Chechenia hasta someterla. Pero aun no había invadido Georgia y Ucrania. La periodista Anna Politkovskaya y el oficial de seguridad disidente Alexander Litvinenko habían sido asesinados bajo circunstancias sospechosas. Pero el soplón Sergei Magnitsky estaba todavía vivo. El Kremlin estaba usando su red de contactos crudamente para intimidar a vecinos vulnerables. Pero no había dominado aun el arte de usar astutamente las redes de información para subvertir a los adversarios democráticos.
BRET STEPHENS
Así que llegó como una decepción, pero no una sorpresa, cuando aproximadamente un año después terminé del lado perdedor de un debate de Inteligencia al Cuadrado sobre la moción, “Rusia se está volviendo nuestro enemigo nuevamente.” La gente razonable podía todavía creer — como hicieron Barack Obama y Hillary Clinton — que los norteamericanos podíamos reiniciar nuestras relaciones con Vladimir Putin después que ellas se habían deteriorado bajo George W. Bush.
Resultó que esas personas razonables estaban equivocadas, aunque al menos no eran deshonestas. Pero ese juicio caritativo no puede ser extendido a los apologistas de Putin hoy.
Consideren a Mike Flynn. En el 2016, el general retirado publicó un libro que dejó en claro dónde estaba parado en lo que respecta a Rusia.
“Aunque creo que Estados Unidos y Rusia podrían encontrar terreno mutuo combatiendo a los islámicos radicales,” escribieron él y el co-autor Michael Ledeen, “no hay razón para creer que Putin daría la bienvenida a la cooperación con nosotros; muy al contrario, de hecho.”
Para que no haya ninguna duda en cuanto a dónde se encontraba el futuro asesor de seguridad nacional, Flynn pasó a explicar que Vladimir Putin “ha hecho bastante por el régimen del Ayatolá Jameney”; que Rusia e Irán fueron “los dos miembros más activos y poderosos de la alianza enemiga”; y que la intención profunda del presidente ruso era “buscar la guerra con nosotros.”
Todo esto era cierto. Pero para el fin del año, Flynn estaría cortejando al embajador de Rusia en Washington y dando a entender que habría un rápido alivio de las sanciones. ¿Qué sucedió ?
Lo que sucedió, parece, fue una combinación de motivos financieros — al menos pagos por parte de empresas vinculadas a Rusia — y políticos — un nuevo amo en la persona de Donald Trump, quien asumió precisamente la misma visión transparente de Rusia que Flynn había rechazado en su libro.
¿Qué hay de los motivos de Trump? En el Washington Post el jueves, los periodistas Greg Miller, Greg Jaffe y Philip Rucker ofrecieron una descripción asombrosa de la curiosa falta de curiosidad del presidente acerca de la cuestión de la interferencia rusa en nuestras elecciones. Seguido de un catálogo de todas las muchas formas en que el presidente estadounidense buscó apaciguar al dictador ruso.
Casos puntuales: El presidente todavía no acepta totalmente el veredicto de sus agencias de inteligencia que expresa que Rusia interfirió en la elección. Dijo a Bill O’Reilly que el comportamiento de Estados Unidos no fue mejor que el de Putin. Su fiscal general admitió al Congreso que la administración “probablemente no” había tomado medidas suficientes para prevenir la intromisión rusa futura en las elecciones. Exploró formas de retornar dos complejos diplomáticos rusos en Estados Unidos usados durante mucho tiempo para espiar hasta que fueron capturados por la administración Obama.
Además: El pasó los primeros cinco meses en el cargo resistiendo intentos por hacerlo confesar públicamente los compromisos de defensa mutua de la OTAN. Buscó una “unidad en seguridad informática impenetrable” con Moscú hasta que Lindsey Graham la descartó como “bastante cercana” a “la idea más tonta que yo haya escuchado jamás.” Resistió ferozmente los intentos del Congreso por imponer sanciones adicionales sobre Rusia; fue “apoplético” cuando se aprobaron; y habría vetado la legislación de no estar seguro que sería superada. Terminó el apoyo estadounidense a los moderados anti-régimen en Siria, allanando el camino para que el régimen de Assad — y sus asistentes rusos — consolide su control.
Cuando se les presenta esta lista, los apologistas cobardes del presidente insisten en que él tiene razón en tratar de encontrar terreno común con Rusia. Estas son las mismas personas que hasta hace poco criticaba de viva voz contra Barack Obama por sus aperturas a Putin. Apologistas más mesurados dicen que Trump es meramente ingenuo, así como lo fueron Obama y Bush al inicio de sus mandatos. Pero la presunta ingenuidad nunca se rinde: justo esta semana, él solicitó la ayuda de Putin en Corea del Norte.
Las mejores explicaciones son: (a) el presidente está infatuado con los autoritarios, al menos con los que lo halagan; (b) es neuróticamente neurálgico en lo que respecta al tema de su elección; (c) es ideológicamente simpático hacia el putinismo, con su combinación de corporativismo económico, cinismo en política exterior, y hostilidad violenta hacia los críticos; (d) es estúpido; o (e) es vulnerable al chantaje ruso.
Cada explicación es compatible con todas las otras. Por mi parte, yo elijo todas las anteriores — siendo los primeros cuatro puntos demostrables mientras que el último es lógico. Pero tengamos esa conversación en otro momento. No hay necesidad de obsesionarse por la colusión electoral cuando la cuestión verdadera es la capitulación moral.
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