Enlace Judío México.- La ‘estrella’ de la película, una secretaria de Goebbels que estuvo en el búnker de Hitler al final, sigue negando su culpabilidad, todavía se pone llorosa por el suicidio del Führer
JORDAN HOFFMAN
Cualquiera con una pizca de humanidad se ha preguntado cómo un ciudadano alemán promedio pudo continuar con su vida cuando los nazis tomaron el poder. Cualquiera con un poco de juicio probablemente se diera cuenta de que no era tan difícil.
Como han demostrado científicos sociales como Stanley Milgram, la obediencia a la autoridad no es solo una vía de escape moral, sino que está integrada en la mayor parte de nuestro pensamiento. Ha habido innumerables documentales con ex nazis dando una variante de “solo seguir órdenes“. Cada uno de ellos es aterrador a su manera.
“A German Life” (Una Vida Alemana), que se estrena en Estados Unidos el 22 de diciembre, tiene la distinción de ser probablemente una de las últimas. La “estrella“, si quieren llamarla así, es Brunhilde Pomsel, una secretaria de la oficina de propaganda de Josef Goebbels que murió a principios de este año a la edad de 106 años.
No tiene sentido enojarse con Pomsel, y no se hacen grandes esfuerzos para que sintamos pena por esta anciana. Se produce un delicado equilibrio; la fotografía dura y de alto contraste en la película tiene un efecto deshumanizante distintivo. Su piel arrugada es de reptil, al igual que los sonidos que hace mientras se humedece los labios. Y sin embargo, sus historias, en su mayoría de naturaleza mundana, son muy verosímiles. Ella era, después de todo, solo una persona.
Sus primeros recuerdos implican que su padre se fue a luchar en la Primera Guerra Mundial. Ella habla de otro tiempo, casi supersticiosa con sus reglas estrictas. Más tarde consigue un trabajo como mecanógrafa para un hombre al que llama su “querido Dr. Goldberg“, un judío. Un chico la invita a una cita en el Sportpalast de Berlín, donde se emocionó ante el gran salón, la música, los “hombres malolientes“, todo excepto los discursos políticos que no le interesaban. “Yo solo era una mujer“, se encoge de hombros.
Con el tiempo, los nazis llegaron al poder y, una vez más en compañía de un hombre, animó a Hitler en la Puerta de Brandenburgo. Afirma que no se daba cuenta de los aspectos raciales de los nacionalsocialistas, pero de alguna manera sabía lo suficiente como para no mencionar su asistencia al Dr. Goldberg o su amiga judía de vida en el partido Eva.
Como el negocio de Goldberg se vio afectado, encontró trabajo en una estación de radio. Hubo rumores de que si se unía a “The Party” (El Partido) las oportunidades de trabajo aumentarían. En su historia más impactante, Pomsel detalla el día en que se convirtió oficialmente en nazi: hizo cola (era el último día para inscribirse) acompañada por su amiga judía, Eva. Cuando entró al edificio, Eva se sentó en un banco. Hasta el día de hoy, Pomsel gime sobre los 10 marcos (todo lo que había ahorrado) que tuvo que gastar para registrarse. Eva, más tarde se enteró, fue deportada en 1943 y murió en los campos.
Algunos de los recuerdos de Pomsel duran unos minutos, otros son solo fragmentos. Sus mejores recuerdos son los Juegos Olímpicos de 1936, cuando el mundo llegó a Berlín y todo parecía tan sofisticado. Conocer a alguien de la India, ¿o era Japón? – era como algo de un libro de cuentos.
Ella llama a Goebbels un hombre elegante en la oficina, pero irreconocible (un enano furioso) durante sus ardientes discursos alimentados por el odio. Explica cómo la gente de hoy nunca podría entender cómo era la vida en Alemania en ese momento. “Estábamos bajo una cúpula“. A menudo cae en maneras poéticas: “Es lo mismo para todo. Todo lo bello también está contaminado. Y cualquier cosa horrible tiene su lado positivo“.
Estuvo en el búnker de Hitler al final, y sigue teniendo lágrimas en los ojos al oír el suicidio del Führer. No es que lo amara (y creo que es sincera al respecto), sino la conmoción en su sistema sabiendo que la guerra había terminado y que estaba en el bando perdedor. “Estábamos atrapados como animales“, dice sobre el avance soviético.
Brunhilde Pomsel recordó haber gastado sus últimos 10 marcos para unirse al partido Nazi. Su amiga Eva, que la acompañó en la fila, murió en un campo de concentración. Captura de pantalla del documental ‘A German Life.’ (Cortesía)
No hay entrevistadores ni otros temas en “A German Life“, solo entretejidos noticieros, películas de propaganda y material de época, gran parte del archivo de Steven Spielberg. Incluye, justo es advertirlo, algunas de las imágenes más atroces y perturbadoras de las víctimas judías de las atrocidades nazis que he visto en mi vida, y he visto muchas de estas películas.
El impacto de estos momentos grotescos está bien servido. Pomsel afirma que no tenía conocimiento de lo que sucedió en el interior de los campos. (Lo más parecido a un acto inmoral al que ella recurrirá es manipular informes de campo: reducir las tasas de causalidad alemanas, aumentar el número de violaciones denunciadas por las tropas soviéticas).
Pero desde nuestro punto de observación en el presente supuestamente informado, sabemos la verdad. Sabemos lo que puede suceder cuando los gobiernos usan tácticas de miedo para deshumanizar a una minoría. Sabemos lo que las personas que siguen órdenes son capaces de hacer. “A German Life” no es exactamente lo que llamaría una buena velada en el cine. Es un documento educativo más que otra cosa, pero no quiero parecer superficial respecto a sus méritos. Su edición es engañosamente simple y muy efectiva. Uno no sale enojado con Pomsel; nuestra ira se dirige a las circunstancias e instituciones que llevaron a su experiencia. Si queremos Nunca olvidar, también debemos intentar, por difícil que sea, entender.
Fuente: The Times of Israel – Traducción: Silvia Schnessel – Reproducción autorizada con la mención: ©EnlaceJudíoMéxico
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