Cómo quitar fondos a la O.N.U.

Enlace Judío México.- Pocas de sus agencias hacen trabajo útil. Los contribuyentes de impuestos estadounidenses no deben pagar por las muchas que no lo hacen.

JOHN BOLTON

Como Secretario de Estado adjunto en la administración de George H.W. Bush, trabajé vigorosamente para repeler una resolución odiosa de la Asamblea General de Naciones Unidas que igualaba Sionismo con racismo. Los diplomáticos extranjeros me decían con frecuencia que el esfuerzo era innecesario. Mi homólogo soviético, por ejemplo, dijo que la Resolución 3379 era sólo un pedazo de papel juntando polvo en un cajón. ¿Por qué agitar viejas controversias años después de su adopción en 1975?

Nosotros ignoramos las objeciones extranjeras y persistimos porque esa resolución abominable proyecta una mancha de ilegitimidad y antisemitismo sobre la O.N.U., lo cual rindió frutos. El 16 de diciembre de 1991, la Asamblea General rescindió del léxico ofensivo.

Ahora, un cuarto de siglo más tarde, la O.N.U. ha estado cerca de repetir el pecado original de la Resolución 3379. La semana pasada la O.N.U. mostró su verdadera cara con una votación de 128 contra 9 condenando el reconocimiento del Presidente Trump de Jerusalén como capital de Israel.

Este resultado, aparentemente desequilibrado, ocultó una victoria significativa y gran oportunidad para el presidente. Se abstuvieron treinta y cinco países, y 21 no votaron en lo absoluto. Días antes el Consejo de Seguridad había respaldado léxico similar, 14 contra 1, derrotado sólo por el veto de Estados Unidos. El margen se estrechó en forma significativa una vez que Trump amenazó con penalizar a los países que votaron contra Estados Unidos. Esto demostró una vez más que Estados Unidos es escuchado mucho más claramente en la O.N.U. cuando coloca su dinero donde está su boca. (En noticias relacionadas, Guatemala anunció el domingo que mudará su embajada a Jerusalén, un buen ejemplo para otros.)

Si bien imponer repercusiones financieras sobre gobiernos individuales es enteramente legítimo, la Casa Blanca debe también reconsiderar cómo Washington financia a la O.N.U. más generalmente. ¿Estados Unidos debe retirarse francamente de algunos organismos de la O.N.U. (como lo hemos hecho de UNESCO y como Israel anunció el martes su intención de hacer)? ¿Otros deben ser desfinanciados parcialmente o totalmente? ¿Qué debe hacer el gobierno con el dinero excedente si retiene fondos?

A pesar de décadas de intentos de “reforma” de la O.N.U., poco o nada en su cultura o efectividad ha cambiado. En su lugar, a pesar de proporcionar al organismo una parte desproporcionada de su financiación, Estados Unidos es sometido a autos de fe regularmente. El único consuelo, al menos a la fecha, es que esta señalización de virtud global aún no ha incluido quemar a la embajadora estadounidense en la hoguera.

Turtle Bay ha sido impermeable a la reforma en gran medida porque la mayoría de los presupuestos de la O.N.U. son financiados a través de contribuciones efectivamente obligatorias. En virtud de este sistema, calculado por medio de una fórmula de “capacidad para pagar”, a cada miembro de la O.N.U. le es asignado un porcentaje fijo del presupuesto de cada agencia para contribuir. La evaluación más alta es 22%, pagado por Estados Unidos. Esto excede en mucho a otras economías importantes, cuyos niveles de contribución están basados en tasas de cambio prevalecientes en vez de paridad del poder adquisitivo. La evaluación de China está apenas debajo del 8%.

¿Por qué Estados Unidos tolera esto? O es vencido constantemente cuando se establecen los presupuestos que determinan las contribuciones o se ha unido al “consenso” para evitar la apariencia de perder. Pero eludir votaciones bochornosas significa acceder a gastos crecientemente elevados.

Estados Unidos debe rechazar este régimen internacional de gravamen y pasar en su lugar a contribuciones voluntarias. Esto significa pagar sólo por lo que el país quiere—y esperar obtener aquello por lo que paga. Las agencias que fallan en cumplir verán recortados sus presupuestos, modestamente o sustancialmente. Tal vez Estados Unidos dejará completamente algunas organizaciones. Este es un incentivo de rendimiento que el actual sistema de evaluación de gravámenes simplemente no proporciona.

Comiencen con el Consejo de Derechos Humanos de la O.N.U. Aunque notoria por su sesgo anti-Israel, la organización nunca ha dudado en abusar de Estados Unidos. ¿Cuántos saben que a principios de este año la O.N.U. envió a un relator especial para investigar la pobreza en los Estados Unidos? Los contribuyentes de impuestos estadounidenses pagaron efectivamente a un profesor progresista para que les diera lecciones acerca de cuan malvado es su país.

Los cinco consejos económicos y sociales regionales de la O.N.U., los cuales no tienen ningún logro concreto, no merecen tampoco la financiación estadounidense. Si las naciones creen que estas organizaciones regionales valen la pena—una proposición distintivamente dudosa—son completamente libres de financiarlas. El motivo por el cual Estados Unidos es evaluado para sostenerlas es incomprensible.

Luego vienen vastas franjas de burocracia de la O.N.U. La mayoría de estos presupuestos podrían ser rebanados con poco o ningún impacto en el mundo real. Comiencen con la Oficina para Asuntos de Desarme. El Programa de Desarrollo de la O.N.U. es otro ejemplo. Podrían realizarse importantes ahorros reduciendo otras oficinas de la O.N.U. que son poco más que sistemas que se autoperpetúan sin ningún sentido, incluidas muchas lidiando con las cuestiones “palestinas.” La Agencia de la ONU de Ayuda y Obras para los Refugiados de Palestina podría ser consolidada dentro del Alto Comisionado de la O.N.U. para Refugiados.

Muchas agencias especializadas y técnicas de la O.N.U. hacen trabajo importante, adhieren a sus mandatos y abjuran de la política internacional. Algunos ejemplos: la Agencia Internacional de Energía Atómica, la Organización de Alimentos y Agricultura y la Organización Mundial de la Salud. Ellas no deben ser cerradas, pero también merecen escrutinio más de cerca.

Algunos argumentarán en forma incorrecta que pasar unilateralmente a contribuciones voluntarias viola el Estatuto de la O.N.U. En la interpretación de tratados, como en los contratos, las partes son absueltas de actuar cuando otros violan sus compromisos. Los defensores del modelo de contribución evaluada sin duda no disfrutarían estimando cuán a menudo ha sido violado el estatuto desde 1945.

Si Estados Unidos cambiara primero, Japón y algunos países de la Unión Europea podrían bien seguir el ejemplo. Las élites adoran a la O.N.U., pero tendrían dificultades explicando a los votantes por qué no están insistiendo en que sus contribuciones sean usadas efectivamente, como lo ha hecho Estados Unidos. Aparte de arriesgarse a la pérdida de una votación insignificante de la Asamblea General—estando escritos la votación del Consejo de Seguridad y veto en el mismo Estatuto—Estados Unidos no tiene nada sustancial que perder.

Así, el Sr. Trump podría revolucionar el sistema de la O.N.U. El pantano en Turtle Bay podría ser secado mucho más rápidamente que el de Washington.

 

*John Bolton es miembro principal en el American Enterprise Institute y autor de “Rendirse no es una opción: Defendiendo a Estados Unidos en las Naciones Unidas y el exterior” (Simon & Schuster, 2007). Se desempeñó como embajador de Estados Unidos ante la O.N.U., 2005-06.

 

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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