Qué está pasando en Irán y cuál es la posibilidad real de cambio en la teocracia persa

Enlace Judío México.- La situación a seis días del comienzo de la protesta de Año Nuevo contra el régimen persa marca diferencias con respecto a la “revolución verde” de 2009 y da una perspectiva sobre las posibilidades de éxito.

GEORGE CHAYA

Los movimientos de protesta en Medio Oriente se enfrentan a enormes obstáculos represivos, y rara vez tienen finales felices. Incluso cuando los manifestantes “tienen éxito” en derrocar a un autócrata, difícilmente han logrado acabar con la autocracia.

En Irán, los obstáculos para el éxito son mucho más desalentadores. Mientras que la mayoría de los países de Oriente Medio están gobernados por autócratas seculares focalizados en la represión de la oposición principalmente islámica, Irán es una autocracia islamista focalizada en la represión de la oposición secular.

El dinámico movimiento ciudadano que lleva seis días de protestas, de momento está desarmado, desorganizado y sin liderazgo, pero busca vivir en libertad, dignidad económica y pluralismo frente a una teocracia gobernante rapaz, fuertemente armada y organizada que glorifica el martirio como método de lucha. Tal escenario no parece ser una receta para el éxito inmediato de los movilizados.

Sin embargo, frente a este escenario desfavorable, las crecientes protestas antigubernamentales —aunque de momento mucho más pequeñas que el levantamiento de la Revolución Verde de 2009— impactan por su alcance e intensidad geográfica. Comenzaron el 28 de diciembre en Mashad (histórica ciudad de peregrinación chiita), considerada un bastión del régimen, con manifestantes que gritaban consignas como “dejen a Siria sola, no nos interesan el Líbano ni Gaza, nos importa Irán, piensen en nosotros”.

Las movilizaciones se extendieron rápidamente a Qom, la ciudad más sagrada de Irán, donde los manifestantes expresaron nostalgia por Reza Pahlevi (el autócrata modernizador del siglo XX que reprimió implacablemente al clero) y continuaron en ciudades de provincias, con miles de personas cantando “no queremos una República Islámica” en Najafabad, “muerte a los guardias revolucionarios” en Rasht y “muerte al dictador” en Khorramabad. Desde entonces, se han extendido a Teherán. Aunque la censura va ganando a los movilizados, se confirmo la muerte de unas 20 personas y otros cientos han sido heridos y arrestados.

Lo que desencadenó estas protestas es un tema de debate —algunos trascendidos sugieren que inicialmente fueron alentadas por fuerzas de línea dura del propio régimen para ridiculizar y esmerilar la figura del presidente Hasan Rohani— pero lo que las alimentó fueron las mismas quejas y protestas contra los Gobiernos en todo el mundo, es decir: aumento del costo de vida, corrupción endémica, fraude y mala administración.

El lector debe agregar a ese cóctel amargo el hecho de que en Irán tanto la represión política como la social es conducida desde el pedestal moral de la teocracia gobernante. Si bien estos problemas se han ido profundizando durante años y décadas, entre los muchos factores que distinguen a las protestas de hoy de las de 2009 es el “teléfono móvil” usado masivamente.

En 2009, cuando un estimado de 2 a 3 millones de iraníes protestaron masivamente en Teherán, menos de un millón poseía tal dispositivo móvil. Hoy se estima que unos 48 millones de iraníes tienen teléfonos inteligentes, todos ellos equipados con redes sociales y aplicaciones de comunicación. Solo la aplicación Telegram tiene 40 millones de usuarios escurridizos al control del gobierno, pero que no son inmunes a un cierre de comunicaciones si Teherán profundiza la restricción del acceso a Internet, que en muchos casos ya comenzó a bloquear.

Pero mientras que los iraníes tienen una mejor comprensión de cómo viven los demás, el resto del mundo tiene una idea menos clara de cómo viven los iraníes. Ello dada la distorsión efectiva de Teherán en la cobertura de los medios occidentales desde 2009, e incluso antes.

Los periodistas profesionales que cubren Irán, incluidos Farnaz Fassihi de The Wall Street Journal, Nazila Fathi, de The New York Times, Maziar Bahar de Newsweek, Parisa Hafezi de Reuters y Babak Dehghanpisheh entre los más conocidos, muchos han sido intimidados, expulsados y, en algunos casos, encarcelados. Los pocos periodistas que permanecen en Irán se preocupan por su seguridad personal. Muchos de los mejores escritores, pensadores y artistas iraníes han sido desterrados de Irán o tuvieron que escapar al exilio.

Al mismo tiempo, el régimen ha otorgado visas y acceso a quienes saben que brindarán una cobertura amistosa. El ministro de Asuntos Exteriores, Javad Zarif, ha sido muy efectivo en la manipulación de periodistas, analistas y funcionarios occidentales. Esto ha creado una oportunidad para que una nueva generación de periodistas y analistas de opinión, algunos de los cuales simultáneamente buscan y promueven oportunidades de negocios en Irán, callen para preservar su acceso a la información que el gobierno les brinda en su propia versión.

La pregunta es “¿qué ocurrirá ahora?”. El gobierno de los khomeinistas tiene la oscura estadística de la tasa más alta de ejecuciones per cápita del mundo, trata a las mujeres como ciudadanos de segunda clase, persigue a homosexuales, a minorías religiosas y estrangula la libertad de expresión. En consecuencia, si bien existe una inclinación natural entre las personas decentes en todas partes para querer que un movimiento pacífico de derechos civiles tenga éxito en Irán, hay muchas razones para creer que no será así. Las características coercitivas y brutalmente represivas del régimen islamico hacen prever eso.

El Cuerpo de la Guardia Revolucionaria de Irán (CGRI) y la milicia Basij son numerosos, están organizados, armados y son los mejores entrenados en la actividad represiva. Los opositores del Gobierno, en cambio, no tienen armas ni una conducción unificada. En tanto, el Gobierno tiene a su disposición a decenas de miles de milicianos chiitas, incluido el Hezbollah libanés, armando, financiando y entrenando durante décadas por los khomeinistas. Para estas fuerzas endurecidas por la batalla, aplastar a los manifestantes iraníes desarmados es una tarea mucho más fácil que luchar contra los rebeldes sirios o los yihadistas sunitas.

Aunque algunos han expresado su esperanza de que estas protestas puedan obligar al Gobierno iraní a tratar y abordar los problemas que el reclamo popular exige, la historia muestra todo lo contrario. El régimen basa su posición de poder en función de la fuerza y la represión popular, así ha sido desde 2009 y será hoy.

En consecuencia, es muy probable que en las próximas semanas y meses, el régimen se vuelva cada vez más ferozmente represivo. Algunos iraníes incluso temen que el CGRI haya permitido que las protestas trepen hasta el descontrol como un pretexto para ampliar su autoridad en nombre de la seguridad nacional.

¿Qué pueden hacer los Estados Unidos? Es natural que las agitaciones populares contra un régimen cuyo lema oficial es “Muerte a los Estados Unidos” provoquen un fuerte apoyo de los políticos norteamericanos. ¿Hay alguna forma constructiva para Washington de “apoyar” tales protestas? Lo concreto es que a raíz de la guerra del Golfo de 1991, el presidente George Bush alentó —en un movimiento politico erróneo— a los chiitas iraquíes a levantarse contra Saddam Hussein. Cuando lo hicieron y fueron masacrados, la indignación internacional se dirigió a Bush más que a Saddam. Y en 2009, el gobierno de Barack Obama ofreció solo un tibio apoyo a los levantamientos del Movimiento Verde en Irán, algo que Hillary Clinton describió más tarde como su mayor arrepentimiento como secretaria de Estado.

Aunque las expresiones de solidaridad cuidadosamente elaboradas para con el pueblo iraní son buenas para la posteridad, dado el apaciguamiento sobre Teherán durante la administración Obama, tales declaraciones probablemente tengan un impacto escaso y limitado. Más importante que las declaraciones públicas son las políticas estadounidenses que pueden inhibir la capacidad coercitiva del régimen y su capacidad para bloquear las comunicaciones. Una acción concreta sería dejar en claro que las empresas y los países de todo el mundo que operen con Irán son cómplices del aparato represivo khomeinista.

Los Estados Unidos también deberían movilizar a sus socios globales que sí tienen relaciones con Irán, incluidos Europa, Japón, Corea del Sur e India, para que sumen sus voces de preocupación y condena a la represión del régimen. La jefa de política exterior de la UE, Federica Mogherini, se ha mostrado notablemente silenciosa, y dada la opacidad del sistema iraní y su inaccesibilidad a investigaciones independientes, los días y las semanas venideras son impredecibles.

Khamenei y sus partidarios del CGRI parecen firmemente atrincherados, pero también sabemos por la historia que la estabilidad autoritaria puede ser una quimera. En agosto de 1978, la CIA evaluó con confianza que el Sha Pahlevi “no estaba ante una situación revolucionaria o incluso prerrevolucionaria”. Cinco meses más tarde, el Sha enfermo de un cáncer, fue derrocado y tuvo que marcharse junto con su familia para nunca regresar.

Soy pesimista por experiencia cuando se trata de represión en los países islámicos, pero un optimista por voluntad que conoce los 2.500 años de civilización persa y su búsqueda de democracia de más de un siglo que ofrece esperanzas sobre la incontenible voluntad iraní de cambio. Sin embargo, el historial de puño de acero y brutalidad represiva de cuatro décadas de la República Islámica sugiere que el cambio no llegará fácil, ni pacíficamente, ni pronto.

En cualquier caso, la dignidad nacional de Irán parece haber despertado después de décadas de abusos de los khomeinistas. Y podría ser esta generación, que se presenta como heredera de la Revolución Verde de 2009, la que construya el camino hacia la libertad.

 

 

 

Fuente:infobae.com

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