Enlace Judío México.- Si algo tienen de apasionantes las raíces de la cinematografía, eso son las casualidades que terminan tejiendo la Historia. Solo hace falta bucear en el desarrollo del cine hasta finales del siglo pasado, cuando el cálculo mercantil comenzó a sustituir al olfato de productores y directores, para darse cuenta de que muchas grandes películas surgieron de ideas transgresoras, o directamente absurdas, y de la banalidad del destino. ‘El fantasma de la Ópera’, filme protegido dentro del patrimonio cultural de Estados Unidos y que ha sido objeto de una versión tras otra a ambos lados del Atlántico hasta nuestros días, surgió de este modo, de unas vacaciones que el productor y dueño de Universal Pictures, Carl Laemme, disfrutó en 1922 en Francia.
Laemme, nacido en Alemania en 1867 y emigrado a Estados Unidos en 1884, sentía predilección por Europa, donde conocía a un gran número de intelectuales, cineastas y escritores. De hecho, Universal Pictures fue una pionera en la coproducción de películas en ambos continentes y él mismo se encargó de introducir en las salas de Norteamérica muchos filmes realizados en Francia o Reino Unido. Aquel año, en París, aprovechó a visitar al escritor Gastón Leroux, un firme guionista de la industria cinematográfica gala, quien regaló a Laemme un ejemplar de ‘El fantasma de la Ópera’, serial que había publicado en una revista y que en 1910 editó en forma de novela con un éxito más que notable. El productor leyó la novela y de inmediato vio sus posibilidades para alumbrar un elegante drama a caballo entre el terror y el romance. Adquirió los derechos de la obra y contrató como protagonista a Lon Chaney, actor de la casa que necesitaba una película de este estilo para consolidarse definitivamente como una estrella talentosa.
La obra cuenta la historia de Erik, un hombre atrapado en un cuerpo deforme con una mente privilegiada que vive por y para la música. Es responsable, en secreto, de los principales éxitos de la Ópera de Garnier. Vive en los sótanos del teatro (de ahí surge entre los tramoyistas, acomodadores y empleados la leyenda de la existencia de un fantasma) y se enamora de la joven Christine, una diva que termina convertida en primera estrella de la Ópera (previo ‘accidente’ de la anterior) y a la que instruye en el bel canto. En el transcurso de este proceso, ella descubre que en realidad su maestro es un genio que oculta sus deformidades bajo una máscara y una capa, pero al mismo tiempo se siente fascinada por su capacidad para la música. La historia se complica cuando Christine comienza a descubrir el verdadero carácter de su profesor y sospecha de su vinculación con distintos crímenes en el momento en que se enamora del joven Raoul y Eric se siente atacado por los celos. Como corresponde a un auténtico melodrama, la película termina según los cánones clásicos, repartiendo castigos y felicidad en función de las acciones de los protagonistas.
‘El fantasma de la Ópera’ se estrenó en 1925 y cosechó un éxito más que notable. Era la recompensa a un rodaje que estuvo lleno de sinsabores. Laemme contrató al director Rupert Julian para dirigir esta versión de la obra de Leroux. De origen neozelandés, Julian había pasado por todos los estadios previos antes de llegar a la realización: fue actor de teatro en su país, guionista y, posteriormente, emigró a Estados Unidos, donde la Universal le proporcionó sus primeros papeles. Que fuera elegido para dirigir ‘El fantasma de la Ópera’ era una cuestión típica de quien apodaban el ‘tío Carl’. Laemme no tenía en absoluto el carácter de los magnates de la industria: humilde y con los pies en la tierra, hasta cierto punto dirigía la Universal como una gran familia y destacaba por ofrecer oportunidades a jóvenes aspirantes mientras el resto de las majors buscaban siempre a veteranos de solvencia probada.
Así que Julian pasó en una década de actuar en las películas de la Universal a dirigirlas y, todo hay que decirlo, de una manera brillante. El problema es que en este caso su opinión y la de Lon Chaney colisionaban constantemente, lo que obligó a contratar a otro realizador que hiciera de intermediario entre ambos, Edward Sedgwick, una firma habitual de MGM que había dirigido la mayoría de las películas de Buster Keaton. Entre unos y otros, incluso Chaney dirigió varias escenas, llevaron a buen puerto uno de los primeros grandes melodramas góticos de la historia, mucho antes de la saga ‘Crepúsculo’. ‘El fantasma de la Ópera’ está lleno de suspense, tragedia y romance. No sólo cuenta una historia física, sino también la de la pasión del ser humano por el arte y, sobre todo, la música.
El resultado del estreno confirmó los objetivos de la productora. La gloria de la película se la llevó Lon Chaney: antiguo técnico de maquillaje, él mismo diseñó las características físicas de su personaje, que aún hoy causan más impacto que Bitelchus. Al respecto, caben un par de anécdotas: a diferencia de ‘Juego de Tronos’, la productora logró mantener en un hermético secreto la apariencia de Eric hasta el mismo día del estreno, ante el horror de un público que, en vez de Lon Chaney, se encontró con un terrible monstruo, aunque dotado eso sí de un particular sentimentalismo. Además, para garantizar el clima de terror, la productora hizo distintos pases privados que condujeron a descartar algunas escenas que distraían al espectador de su función de permanecer sujeto a la silla con cara de pavor.
Este título permite, por otra parte, descubrir una vez más la figura del productor Carl Laemme, fuente inagotable de lecciones tanto dentro como fuera del mundo del celuloide y un personaje que posiblemente fue el más normal de los magnates que pisaron el suelo de Hollywood. Buena parte de esa normalidad puede atribuirse a que, antes de ejecutivo de éxito, Laemme fue obrero, mensajero, trabajador del campo y comerciante, y que nunca olvidó sus orígenes. Por cierto, sin él Hollywood no estaría en Los Ángeles.
Antes de fundar la Universal, Laemme dirigió varias pequeñas salas de teatro dedicadas a proyectar películas (los denominados niquelodeón) e hizo sus pinitos en la producción, tendiendo puentes con la industria europea. Con él, y otros colegas, nació el cine independiente, ya que hacia 1910 se rebeló contra el monopolio que entonces ejercía la compañía de Thomas Edison, un holding que el famoso inventor echó a andar en 1889 para construir estaciones eléctricas en Nueva York y que, con el paso de los años, amplió su campo de actividad, incluso al de las primigenias producciones cinematográficas. Laemme operaba en la Gran Manzana y con él un grupo de directores, guionistas y trabajadores del cine crearon lo que se conoció como los Independientes, un movimiento en contra del monopolio profesional de Edison que devino en una auténtica batalla de registros, declaraciones cruzadas, rodajes paralizados, estrenos clandestinos y situaciones realmente rocambolescas, como aquella en que el propio Laemme tuvo que huir a Cuba en un barco con la actriz Mary Pickford después de arrebatársela a una compañía del holding Edison. Eran, claro está, otros tiempos, posiblemente más duros y también, divertidos.
En medio de esta auténtica confrontación, muchos de los Independientes decidieron abandonar físicamente el epicentro de la industria en Nueva York. Laemme adquirió un terreno en las colinas de Hollywood y fundó allí la Universal en 1914. Entonces desconocía que la industria en sí misma acabaría trasladándose a este valle de Los Ángeles. Durante una década, su compañía se erigió como la más poderosa del mercado. El productor formaba a sus profesionales, confíaba en los jóvenes, elegía bien sus películas y no olvidaba que la inmensa mayoría de las salas, y por tanto de la audiencia, se encontraban en la zona rural de Estados Unidos. Impulsó el marketing comercial, organizaba visitas de turistas a Universal City y sus rodajes, realizó películas para distintos mercados clasificándolas según su presupuesto y, consciente de que el poder adquisitivo en los pueblos era inferior al de las ciudades, ofrecía a sus salas condiciones ventajosas para proyectar.
Pero si Laemme destacaba por todo esto, mucho más lo hizo por su actividad fuera de las salas de cine. Había mucho de grandeza y de humanismo en su carácter. Un dato escasamente conocido pero que distintas investigaciones en torno a su vida ha sacado a la luz revela que salvó al menos a 300 ciudadanos judíos de los nazis y de una muerte cierta en la década de 1930. Según publicó el New York Times en 2014, consciente del auge de Hitler, Laemme se dedicó durante años a reclamar ante las autoridades estadounidenses permisos de salida de Alemania no sólo de familiares suyos sino de cientos de compatriotas amenazados que necesitaban demostrar que disponían de recursos en Norteamérica para obtener el visado y poder emigrar. El productor les hacía pasar por empleados de su compañía y les proporcionaba dinero, un empleo o recursos para encontrar su propio trabajo. En 1939, Laemme falleció. Seguía redactando peticiones de salida para sus compatriotas. Posee una estrella en Hollywood Boulevard. Destaca por su brillo, que ilumina la Historia.
Título: ‘El fantasma de la Ópera’ (‘The Phantom of the Opera’)
Director: Rupert Julian (algunas escenas fueron rodadas por Edward Sedgwick y Lon Chaney)
Producción: Carl Laemmle
Guión: Elliott J. Clawson, sobre la novella original de Gastón Leroux.
Reparto: Lon Chaney, Mary Philbin, Norman Kerry, Snitz Edwards, Arthur Edmund, Carewe Ledoux, Gibson Gowland , Carla Laemme..
Música: Gustav Hinrichs
Fotografía:Milton Bridenbecker, Virgil Miller y Charles Van Enger
Año: 1925
Nacionalidad: Estados Unidos.
Duración: 107 minutos en la versión original
Género: terror, melodrama
Fuente: Radiosefarad.com
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