Enlace Judío México – Durante más de 50 años, Lale Sokolov vivió con un secreto, nacido en los horrores de la Europa en tiempos de guerra, en un lugar que fue testigo de lo peor de la inhumanidad del hombre hacia el hombre.
RITU PRASAD
Sólo a los 80 años, a miles de kilómetros de ese lugar, Lale reveló que había sido el tatuador de Auschwitz.
Ludwig “Lale” Eisenberg, nacido en Eslovaquia de padres judíos, decidió compartir su historia tres años antes de su muerte en 2006.
“Este hombre, el tatuador del campo de concentración más infame, guardó su secreto creyendo erróneamente que tenía algo que ocultar”, dice la escritora Heather Morris, quien escribió un libro titulado “El Tatuador de Auschwitz”, basado en cómo Lale grabó un número de serie en los brazos de los prisioneros que no fueron enviados a las cámaras de gas.
Lale temía ser visto como un colaborador nazi. Atormentado por un gran sentimiento de culpabilidad, decidió guardar el secreto para proteger a su familia. Sólo después de la muerte de su esposa Gita en 2003,comenzó a narrar su historia de supervivencia y amor.
En abril de 1942, a los 26 años, fue enviado a Auschwitz. Cuando los nazis llegaron a su ciudad natal, Lale se había ofrecido como un joven fuerte y físicamente capacitado con la esperanza de salvar a su familia. En ese momento, él no sabía de los horrores en el mayor campo de concentración nazi.
Al llegar, su nombre fue intercambiado por un número: 32407.
El prisionero número 32407 comenzó a trabajar como muchos otros, construyendo nuevos bloques de viviendas. Pero poco después, Lale contrajo la fiebre tifoidea.
Pepan, un académico francés que le grabó el número en el brazo, lo cuidó y lo adoptó como asistente. Le enseñó el oficio, así como a inclinar la cabeza y mantenerse en silencio.
Entonces, un día Pepan desapareció. Lale nunca sabría lo que le habría sucedido.
Gracias a su conocimiento del eslovaco, alemán, ruso, francés, húngaro y un poco de polaco, se convirtió en el principal tatuador de Auschwitz. Ahora trabajaba para el ala política de las SS.
Como tatuador, era privilegiado y vivía más alejado de la muerte que los otros prisioneros.
“Nunca, nunca se consideró un colaborador”, dice Morris. “Hizo lo que hizo para sobrevivir. Él decía que había tomado lo que se le ofrecía y lo agradecía porque significaba que podía despertar al siguiente día”.
A pesar de sus privilegios, la amenaza de no despertar al día siguiente siempre estaba presente.
Durante los próximos dos años, Lale tatuó a cientos de miles de prisioneros en Auschwitz, Birkenau y Monowitz con la ayuda de asistentes.
En julio de 1942, recibió una hoja con cinco dígitos: 3 4 9 0 2.
Lale se sentía horrorizado al sostener el brazo delgado de la chica que tenía al frente para tatuarla, pero sabía que de no hacerlo, sería condenado a muerte. Años más tarde, Lale le contaría a Morris cómo en ese momento, mientras marcaba el número en el brazo de la chica, lo selló en su corazón.
Se enteró que su nombre era Gita: estaba en Birkenau, el campamento de mujeres.
Con la ayuda del guardia personal de las SS, le envió cartas e incluso se reunió con ella fuera de su bloque. Intentó cuidarla. Le consiguió raciones de comida extra, y logró que la trasladaran a un mejor sitio de trabajo. Trató de darle esperanza.
“Gita no veía un futuro. Pero en el fondo, él sabía que iba a sobrevivir. Se trata de estar en el lugar correcto en el momento adecuado y ser capaz de aprovechar las oportunidades”, dice Gita.
Sabiendo que era uno de los afortunados, Lale trató de ayudar a otros prisioneros. Utilizó sus raciones privilegiadas para alimentar a sus antiguos compañeros de bloque, los amigos de Gita y las familias gitanas que llegaron más tarde.
Comenzó a intercambiar joyas y dinero de otros presos con los aldeanos que trabajaban cerca del campo a fin de obtener más alimentos para los más necesitados.
En 1945, los nazis comenzaron a desalojar el campo de exterminio antes de la llegada los rusos. Gita fue una de las mujeres seleccionadas para dejar Auschwitz.
La mujer de la que se había enamorado había desaparecido. Lale sólo sabía su nombre, Gita Fuhrmannova, pero no de dónde venía.
Más tarde, Lale dejó el campo y volvió a su ciudad natal de Krompachy en Checoslovaquia. Su hermana Goldie también había sobrevivido y su casa de la infancia todavía pertenecía a su familia.
Lo único que quedaba era descubrir qué había pasado con Gita. En un carruaje, viajó a Bratislava, el punto de entrada de muchos sobrevivientes que regresaban a sus hogares en Checoslovaquia. Lale esperó en la estación de trenes durante semanas, hasta que el jefe de estación le aconsejó que fuera a la Cruz Roja.
En el camino, una mujer salió a la calle y se paró frente a su caballo. Había encontrado a Gita.
La pareja se casó en octubre de 1945 y cambió su apellido a Sokolov para adaptarse mejor a la Checoslovaquia controlada por los soviéticos. Lale abrió una tienda de textiles. Juntos, lograron ahorrar dinero y enviarlo fuera del país para apoyar al movimiento para la creación de un Estado israelí.
Cuando el gobierno lo descubrió, Lale fue encarcelado y su negocio nacionalizado. Sin embargo, ambos lograron huir a Viena, luego a París, y finalmente, en un esfuerzo por alejarse de Europa, comenzaron una nueva vida en Melbourne donde en 1961 tuvieron a su hijo Gary.
Fuente: BBC / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico
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