En las cárceles antisemitas – Carta abierta

Enlace Judío México.- Cada vez que los periódicos despliegan una noticia que tiene que ver con Israel, israelíes, o con judíos (como la vandalización al Memorial del Holocausto), se eleva desde el fondo de las cloacas ese sentimiento reprimido que existe, vive y perdura. No sólo en Uruguay, sino en el mundo entero.

ANNA DONNER

Debido a mi actividad literaria, me es necesario estar “metida adentro de la computadora”. Es en las redes sociales donde estos sentimientos de desprecio por todo lo que tiene que ver ya no con Israel sino con “lo judío” alzan cada vez más su voz, no es como antes, que muchos lo pensaban pero callaban, ahora el jubileo antisemita canta gozoso y gozado ante cada nueva oportunidad.

Y caigo en la cuenta de cuán coartada está mi libertad para expresarme sin caer en lo “políticamente incorrecto”. Cuando publiqué mi novela titulada “La Judía de Montevideo”, yo estaba sentada en el stand de la Feria del Libro que la ofrecía. Los ávidos consumidores literatos leían la palabra “Judía” y giraban la cabeza con desprecio, ni se detenían para ver la contracara. Aquel gesto fue un indicador muy representativo, ¿si no le hubiera puesto “judía” en el título, el público aquel día habría visto mi libro con otros ojos?

Soy poeta y narradora, y en el círculo el asunto es muy contundente: Mucha poesía acerca de la guerra, de la única guerra que parece existir para los poetas del Mundo: El conflicto del medio Oriente. He leído a muy pocos hablar de otras guerras, menos aún escribir poesía para aquellas mujeres que se mueren bajo una burka, cero letras para el hambre del África, pero millones de poemas caratulados “Gaza” y “Palestina”.

Lo confieso: por momentos cada vez que escribo siento que estoy en una cárcel. No está bien visto hacer un poema que refiera a una cuestión judía o a judíos. Menos aún, un poema que refiera a hitos de la historia de Israel.

Hace diez años que hago columna con respecto a temas de antisemitismo y de la miope visión local. Y he constatado que cada vez que escribo la palabra “Israel”, una helada indiferencia se transforma en el fuego de un dragón que me respira en la espalda. Todos mis colegas hacen silencio, algún “me gusta” como diciendo “como sos vos, sólo porque sos vos, te regalo un me gusta”.

Soy judía, y muy orgullosa de mis raíces. Escribiría mil poemas acerca de mi historia, pero es ahí donde el filo de un estilete de cuatro puntas me desafía. Ecos resuenan: “Si escribís poesía judía, sos una asesina sionista”.

No desvarío, la semana pasada el hecho de que dos jóvenes israelíes fuesen rechazados en un hospedaje en Valizas dio lugar a los más nauseabundos comentarios antisemitas en las redes: Que se habla de ellos porque son israelíes, pero que nadie habla de la discriminación que sufren quienes viven en el barrio cuarenta semanas. Que como los jóvenes habían hecho el ejército, entonces eran agresivos. Que nos dejemos de “llorar” y nos “fijemos en cómo están los palestinos siendo masacrados todos los días por el Estado sionista asesino”. Que no nos diferenciemos por ser judíos, que somos iguales a todos, que qué nos creemos que somos. Y yo… con mis letras censuradas, con mis poemas amputados de todo rastro de judeidad…

Estoy agotada, me lastima que la gente nos juzgue sólo por el simple hecho de ser judíos, me indigna que utilicen la palabra “sionista” como un insulto cuando las mayorías no tienen la menor idea del verdadero significado de la palabra, estoy harta de esos mapas incisivos que publican en las redes marcando “cuánto espacio hemos robado” al “pueblo palestino”.

Yo soy una persona siempre abierta al debate y al análisis, pero las sociedades están perdiendo exponencialmente esa capacidad; les es imposible salir de una estructura de pensamiento binario: O es blanco, o es negro, o es bueno, o es malo.

En medio de tanta incomunicación se hace aún más complicado decir o escribir cualquier cosa que refiera a la Shoá, a los abuelos, a los familiares masacrados en los campos de exterminio: “Por algo les pasó” tuve que soportar leer hace un par de años.

No soy libre para llorar a mis muertos, no soy libre para cantar el Hatikva, estoy, irremediablemente, presa.

Shalom.

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