Juntos venceremos
domingo 22 de diciembre de 2024

Texto completo del discurso del vicepresidente estadounidense Mike Pence en el pleno de la Knesset

Enlace Judío México – Comparezco humildemente ante esta vibrante democracia, expresó el vicepresidente de EE.UU., Mike Pence en el Pleno de la Knesset tras la protesta de legisladores árabes israelíes, que irrumpieron su discurso portando carteles en árabe y en inglés que decían: “Jerusalén es la capital de Palestina”.

Presidente Rivlin, primer ministro Netanyahu, presidente Edelstein, líder de la oposición, Yitzhak Herzog, miembros de la Knesset, jueces de la Corte Suprema, ciudadanos de Israel… comparezco humildemente ante esta vibrante democracia. Tengo el gran honor de dirigirme a esta Knesset, el primer vicepresidente de Estados Unidos a quien se le otorga ese privilegio aquí en Jerusalén, la capital del Estado de Israel.

Y traigo saludos de un líder que ha hecho más para acercar a nuestros dos grandes países que ningún otro presidente en los últimos 70 años: el 45º presidente de los Estados Unidos de América, presidente Donald Trump.

Gracias al liderazgo del Presidente, la alianza entre nuestros dos países nunca ha sido más fuerte y la amistad entre nuestros pueblos nunca ha sido tan profunda. Y estoy aquí para transmitir un mensaje simple desde el corazón del pueblo estadounidense: Estados Unidos apoya a Israel.

Apoyamos a Israel porque su causa es nuestra causa, sus valores son nuestros valores, y su lucha es nuestra lucha.

Apoyamos a Israel porque creemos que el bien prevalece sobre el mal, y que la libertad prevalece sobre la tiranía.

Apoyamos a Israel porque eso es lo que los estadounidenses siempre han hecho, y así ha sido desde los primeros días de mi país.

Durante su histórica visita a Jerusalén, el presidente Trump declaró que el vínculo entre nosotros, en sus palabras, “está entrelazado en los corazones de nuestro pueblo”, y el pueblo de Estados Unidos siempre ha tenido un afecto especial y admiración por el pueblo del libro.

En la historia de los judíos, siempre hemos visto la historia de Estados Unidos. Es la historia de un éxodo, un viaje de la persecución a la libertad, una historia que muestra el poder de la fe y la promesa de la esperanza.

Los primeros colonos de mi país también se vieron a sí mismos como peregrinos, enviados por la Providencia, para construir una nueva Tierra Prometida. Las canciones y las historias del pueblo de Israel fueron sus himnos, y fielmente las enseñaron a sus hijos, y lo hacen hasta el día de hoy. Y nuestros fundadores, como han dicho otros, recurrieron a la sabiduría de la Biblia hebrea en busca de una orientación, una guía y una inspiración.

El primer presidente de Estados Unidos, George Washington, escribió a favor de “los hijos de la estirpe de Abraham”. Nuestro segundo presidente, John Adams, declaró que los judíos, en sus palabras, “han hecho más para civilizar al hombre que cualquier otra nación”.

Y su historia inspiró a mis antepasados a crear lo que nuestro decimosexto presidente llamó un “nuevo nacimiento de libertad”. Y a través de las generaciones, el pueblo estadounidense se convirtió en ferviente defensor de la aspiración del pueblo judío de volver a la tierra de sus antepasados para reclamar un nuevo nacimiento de la libertad en su querida patria.

El pueblo judío se aferró a una promesa a través del tiempo, escrita hace tanto tiempo, de que “incluso si han sido desterrados a la tierra más lejana bajo los cielos”, desde allí Él los reunirá y los traerá de vuelta a la tierra de sus antepasados.

A través de un exilio de 2.000 años, el más largo de cualquier pueblo, en cualquier lugar, a través de conquistas y expulsiones, inquisiciones y pogroms, el pueblo judío se aferró a esta promesa, y la mantuvo a través de las noches más largas y más oscuras. Una noche que Elie Wiesel proclamó “siete veces sellada”. Una noche que transformó los pequeños rostros de los niños en humo bajo un cielo silencioso. Una noche que consumió la fe de tantos y que desafía la fe de tantos todavía.

Y mañana, cuando visite junto a mi esposa en Yad Vashem para honrar a los 6 millones de mártires judíos del Holocausto, nos maravillaremos de la fe y la resistencia de su pueblo, que tres años después de caminar bajo la sombra de la muerte, se levantó de las cenizas para resurgir, para reclamar un futuro judío y para reconstruir el Estado judío.

Y este abril, recordaremos el día en que el pueblo judío respondió a la antigua pregunta: ¿puede una nación nacer en un día? ¿Puede un país nacer en un momento? – mientras el Estado de Israel celebra el 70 aniversario de su nacimiento.

Mientras se preparan para conmemorar este hito histórico, digo, junto con el buen pueblo de Israel, aquí y en todo el mundo: Shehejeianu, vekiemánu, vehiguianu lazman haze (que nos conservaste en vida, nos amparaste y nos hiciste llegar a este tiempo).

Hace setenta años, Estados Unidos se enorgulleció de ser la primera nación en reconocer al Estado de Israel. Pero como bien saben,la labor que comenzamos ese día quedó incompleta, porque aunque Estados Unidos reconoció a su nación, una administración tras otra se negó a reconocer su capital.

Pero el mes pasado, el presidente Donald Trump hizo historia. Reparó un error de 70 años; cumplió su palabra ante el pueblo estadounidense cuando anunció que Estados Unidos de América finalmente reconocerá que Jerusalén es la capital de Israel.

El vínculo inquebrantable del pueblo judío con esta ciudad sagrada se remonta a más de 3.000 años. Fue aquí, en Jerusalén, en el Monte Moriá, donde Abraham le ofreció a su hijo, Isaac, y le fue contado por justicia gracias a su fe en Dios.

Fue aquí, en Jerusalén, donde el Rey David consagró la capital del Reino de Israel. Y desde su renacimiento, el moderno Estado de Israel ha llamado a esta ciudad la sede de su gobierno.

Jerusalén es la capital de Israel. Y, como tal, el presidente Trump ha ordenado al Departamento de Estado que inicie de inmediato los preparativos para trasladar la Embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén. En las próximas semanas, nuestra administración avanzará con su plan de abrir la Embajada de EE.UU. en Jerusalén, y la Embajada de Estados Unidos abrirá sus puertas antes de finalizar el próximo año.

Nuestro presidente tomó su decisión, en sus palabras, “en el mejor interés de los Estados Unidos”. Pero también dejó en claro que creemos que su decisión es en beneficio de la paz. Al reconocer finalmente a Jerusalén como la capital de Israel, Estados Unidos ha elegido el hecho sobre la ficción. Y el hecho es la única base verdadera para una paz justa y duradera.

Con el presidente Trump, Estados Unidos de América sigue plenamente comprometido a lograr una paz duradera entre israelíes y palestinos.

Al anunciar su decisión sobre Jerusalén, el presidente también llamó, en sus palabras, “a todas las partes a mantener el status quo en los sitios sagrados de Jerusalén, incluso en el Monte del Templo, también conocido como Haram al-Sharif”. Y dejó claro que no estamos adoptando ninguna postura sobre cuestiones relacionadas con el estatuto definitivo, incluidos los límites específicos de la soberanía israelí en Jerusalén o la resolución de las fronteras en disputa.

Y el presidente Trump reafirmó que, si ambas partes están de acuerdo, Estados Unidos de América apoyará una solución de dos Estados.

Sabemos que los israelíes quieren la paz, y sabemos que los israelíes no necesitan que prediquen sobre el precio de la guerra. El pueblo de Israel lo conoce demasiado bien. Su primer ministro conoce ese precio. Él mismo casi murió en la batalla, y su querido hermano Yoni fue asesinado mientras lideraba valientemente el rescate de rehenes en Entebbe hace 41 años.

Y ustedes, que conocen el precio de la guerra, saben bien lo que las bendiciones de la paz pueden brindarles: a ustedes, a sus hijos y a las generaciones futuras.

Estados Unidos aprecia la voluntad declarada de su gobierno de reanudar las negociaciones de paz con la Autoridad Palestina. Y hoy, exhortamos firmemente a los líderes palestinos a que vuelvan a la mesa de negociaciones. La paz sólo puede surgir a través del diálogo.

Reconocemos que la paz requerirá un compromiso, pero pueden confiar en esto: Estados Unidos de América nunca pondrá en peligro la seguridad del Estado de Israel. Cualquier acuerdo de paz debe garantizar la capacidad de Israel para defenderse por sí mismo.

Hay quienes creen que el mundo no puede cambiar; que estamos destinados a una violencia sin fin; que los conflictos seculares no se pueden resolver; y esa esperanza en sí es una ilusión. Pero, amigos míos, el presidente Trump no lo cree. Yo no lo creo y ustedes tampoco.

Hoy me encuentro en la ciudad, cuyo mismo nombre significa paz. Y al estar aquí, sé que la paz es posible porque la historia nos recuerda que en el pasado Israel ha tomado decisiones sumamente difíciles para lograr la paz con sus vecinos.

En los últimos dos días, he viajado a Egipto y Jordania, dos naciones con quienes Israel ha disfrutado durante mucho tiempo los frutos de la paz. Conversé con los grandes amigos de Estados Unidos, el presidente Al Sissi de Egipto y el rey Abdullah de Jordania, sobre la valentía de sus predecesores que forjaron el fin del conflicto con Israel en su momento.

Y esos dos líderes comprueban cada día que la confianza puede ser una realidad entre las grandes naciones que llaman a estas antiguas tierras su hogar.

En reuniones con esos líderes y con su Primer Ministro, hemos discutido las grandes transformaciones que están teniendo lugar en todo el Medio Oriente, y la necesidad de forjar una nueva era de cooperación en nuestros días.

Los vientos del cambio ya son visibles en todo el Medio Oriente. Los antiguos enemigos se están convirtiendo en socios. Los antiguos enemigos están encontrando nuevas formas de colaboración. Y los descendientes de Isaac e Ismael se unen por una causa común como nunca antes.

El año pasado, en Arabia Saudita, el presidente Trump se dirigió a los líderes de más de 50 naciones en la cumbre árabe-islámico-estadounidense. Alentó a los pueblos de esta región a trabajar juntos, a reconocer las oportunidades compartidas y a enfrentar los retos compartidos. Y el presidente pidió a todos los que llaman a Oriente Medio su hogar, en sus palabras, “cumplir con la gran prueba de la historia – y juntos conquistar el extremismo y vencer a las fuerzas del terrorismo”.

El terrorismo islámico radical no conoce fronteras, apunta a Estados Unidos, a Israel, a las naciones del Medio Oriente y al resto del mundo. No respeta ningún credo: roba las vidas de judíos, cristianos y especialmente musulmanes. Y el terrorismo islámico radical no conoce otra realidad que la fuerza bruta.

Junto con nuestros aliados, continuaremos ejerciendo toda nuestra fuerza para erradicar el terrorismo radical islámico de la faz de la Tierra.

Me complace informar que, gracias al coraje de nuestras fuerzas armadas y nuestros aliados, en este momento ISIS está huyendo, su capital ha caído, su llamado califato se ha derrumbado. Y pueden estar seguros de que no descansaremos, no cederemos, hasta cazar y destruir a ISIS de raíz, para que ya no pueda amenazar a nuestro pueblo, nuestros aliados o nuestra forma de vida.

Estados Unidos e Israel se han unido para enfrentar el terrible mal del terrorismo, y así continuaremos. Y los líderes árabes en Medio Oriente, también han respondido al llamado del Presidente con acciones sin precedentes para erradicar el radicalismo y demostrar el vacío de sus promesas apocalípticas.

El Presidente Trump dejó claro en Arabia Saudita: seguiremos apoyando a nuestros aliados y enfrentando a nuestros enemigos. Trabajaremos con todos nuestros socios para, en sus palabras, “matar de hambre a los terroristas en su territorio, eliminar sus fondos y el falso atractivo de su ideología cobarde”.

También apoyaremos a los líderes de fe en esta región y en todo el mundo, mientras enseñan a sus discípulos a practicar el amor, no el odio. Y ayudaremos a los pueblos perseguidos, que han sufrido tanto a manos del ISIS y otros grupos terroristas.

Con este fin, Estados Unidos ha redirigido la financiación de esfuerzos de ayuda ineficaces. Y, por primera vez, brindamos apoyo directo a las minorías cristianas y otras minorías religiosas que reconstruyen sus comunidades tras años de represión y guerra.

Estados Unidos ya ha asignado más de 110 millones de dólares para ayudar a cristianos y otras minorías religiosas en todo el Medio Oriente. E instamos a nuestros aliados, aquí en Israel, en Europa y en todo el mundo, a unirse a nosotros en esta causa. Trabajemos juntos para restaurar el rico esplendor de la diversidad religiosa en todo el Medio Oriente, para que todas las religiones puedan florecer una vez más en las tierras donde nacieron.

A medida que trabajamos para derrotar el flagelo del terrorismo y brindar ayuda a quienes han sufrido en sus manos, también debemos ser resueltos y vigilantes para evitar que los antiguos adversarios tomen la ofensiva.

Con ese fin, Estados Unidos continuará trabajando con Israel y con naciones de todo el mundo para enfrentar al principal patrocinador del terrorismo: la República Islámica de Irán.

El mundo ha visto una vez más que el régimen brutal en Irán es simplemente una dictadura brutal que busca dominar a sus ciudadanos y negarles sus derechos más fundamentales. La historia ha demostrado que aquellos que dominan a su propia gente rara vez se detienen allí. Y cada vez más, vemos que Irán busca dominar el mundo árabe en general.

Ese régimen peligroso siembra el caos en toda la región. Sólo el año pasado, incluso cuando sus ciudadanos clamaban por ayuda, Irán dedicó más de 4 mil millones de dólares a actividades malignas en Siria, Líbano y otras partes de la región. Ha apoyado a grupos terroristas que incluso ahora han llegado a las puertas de Israel. Y lo peor de todo, el régimen iraní ha continuado con un programa nuclear clandestino, y en este momento está desarrollando misiles balísticos avanzados.

Hace dos años y medio, la administración anterior en los EE.UU. firmó un acuerdo con Irán que simplemente aplaza el día en el que ese régimen pueda adquirir un arma nuclear. El acuerdo nuclear con Irán es un desastre, y Estados Unidos de América ya no certificará este acuerdo mal concebido.

Bajo el liderazgo del presidente Trump, estamos trabajando para establecer restricciones efectivas y duraderas al programa nuclear y de misiles balísticos de Irán. A principios de este mes, el Presidente suspendió las sanciones contra Irán a fin de dar tiempo al Congreso y a nuestros aliados europeos para adoptar medidas más firmes. Pero según dejó claro el presidente Trump, esta es la última vez.

A menos que se arregle, el presidente Trump ha dicho que Estados Unidos se retirará del acuerdo nuclear con Irán de inmediato.

Independientemente del resultado de esas negociaciones, hoy tengo una promesa solemne a Israel, a todo el Medio Oriente y al mundo: Estados Unidos de América nunca permitirá que Irán adquiera un arma nuclear. Más allá del acuerdo nuclear, tampoco toleraremos el apoyo de Irán al terrorismo, o sus brutales intentos de reprimir a su propio pueblo.

El año pasado, nuestra administración más que triplicó el número de sanciones contra Irán y sus líderes. Y justo este mes, Estados Unidos emitió nuevas y duras sanciones contra Irán.

Pero tengo otro mensaje hoy, un mejor mensaje, del pueblo de Estados Unidos al gran pueblo orgulloso de Irán: somos sus amigos, y llegará el día en que se liberarán del malvado régimen que sofoca sus sueños. y entierra sus esperanzas. Y cuando finalmente llegue su día de liberación, les decimos a las buenas personas de Irán, que la amistad entre nuestros pueblos florecerá una vez más.

Aunque a veces puede parecer difícil de ver, lo que une a aquellos que llaman a Oriente Medio su hogar es mucho más de lo que los divide, no sólo en amenazas comunes, sino en la esperanza común de un futuro seguro, próspero y de paz, y en la ascendencia común de la fe que corre a través de estas mismas tierras.

Hace casi 4.000 años, un hombre dejó su hogar en Ur de los Caldeos para venir aquí, a Israel. No gobernaba ningún imperio, no llevaba corona, no comandaba ejércitos, no realizaba milagros, no pronunciaba profecías, sin embargo, a él se le prometió “descendientes tan numerosos como las estrellas del cielo”.

Hoy, los judíos, los cristianos y los musulmanes, más de la mitad de la población de la Tierra y casi todos los pueblos de Oriente Medio, se consideran descendientes de Abraham. A pocos pasos de aquí, en la Ciudad Vieja de Jerusalén, vemos a los seguidores de estas tres grandes religiones en contacto constante. Y vemos que cada fe cobra vida en nuevas y renovadas formas todos los días.

En la Iglesia del Santo Sepulcro, vemos a un niño cristiano recibiendo el don de la gracia, en el bautismo. En el Muro de los Lamentos, vemos a un joven judío celebrando su Bar Mitzvá. Y en el Haram al-Sharif, vemos jóvenes musulmanes inclinando sus cabezas en oración.

En Jerusalén, vemos todo esto y más. Y así hoy, en la “Tierra Prometida” de Abraham, creo que todos los que aprecian la libertad y buscan un futuro más brillante deben mirar este lugar y maravillarse con lo que contemplan.

Qué improbable fue el nacimiento de Israel; qué improbable ha sido su supervivencia. Y qué confusa, y contra todas las adversidades, ha sido su lucha. Han convertido el desierto en un jardín, la escasez en abundancia, la enfermedad en salud, y han convertido la esperanza en un futuro.

Israel es como un árbol que ha echado raíces sólidas en la tierra de sus antepasados, pero a medida que crece, se acerca cada vez más a los cielos. Hoy y todos los días, el Estado judío de Israel y todo el pueblo judío da testimonio de la fidelidad de Dios, así como de su propia fidelidad.

Fue la fe del pueblo judío la que reunió los fragmentos dispersos de un pueblo y los unió de nuevo; la que tomó el lenguaje de la Biblia y el paisaje de los Salmos y los revivió. Y fue la fe la que reconstruyó las ruinas de Jerusalén y las fortaleció nuevamente.

El milagro de Israel es una inspiración para el mundo. Y Estados Unidos de América se enorgullece de apoyar a Israel y a su pueblo, como aliados y amigos queridos.

Y entonces “oraremos por la paz de Jerusalén”, que “aquellos que los aman estén seguros”, que “haya paz en sus muros y seguridad en sus ciudadelas”.

Y trabajaremos y lucharemos por un futuro más brillante en el que todo el que llama a su antigua tierra su hogar se sentará “debajo de su vid, y debajo de su higuera y no habrá quien los amedrente”.

Con un vínculo inquebrantable entre nuestros pueblos y nuestro compromiso compartido con la libertad, digo desde mi corazón: Que Dios bendiga al pueblo judío, que Dios bendiga al Estado de Israel y a todos los que llaman a estas tierras su hogar, y que Dios siga bendiciendo a Estados Unidos de América.

Fuente: Haaretz / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico

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