El jueves 25 de enero la Comisión Permanente del Parlamento se reunió en sesión especial para honrar el Día Internacional de Recordación de las Víctimas del Holocausto, que se conmemora el 27. La fecha recordatoria fue instaurada en el 2005 por la Asamblea General de las Naciones Unidas.
ANA JEROZOLIMSKI
El concepto “Shoá” con el que se hace referencia al Holocausto perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, asesinando a 6 millones de judíos, entre ellos casi 2 millones de niños, nos suele traer a la mente las terribles imágenes de las fosas comunes, los cuerpos de muertos en vida, las cámaras de gas y muchas atrocidades más. En todo eso pensamos al hablar de las víctimas.
Pero hubo también otros que aunque tuvieron la fortuna de salir con vida de aquel infierno, fueron de otra forma, víctimas de los nazis.
La uruguaya de origen belga Charlotte Strawczynski de Grunberg, nos dice que para ella, víctimas eran las que tenían el número tatuado en el brazo, como señal de su paso por los campos de concentración. No se incluye a ella misma, aunque pasó años escondida en un ropero para no caer en las garras de los nazis.
La sociedad uruguaya la conoció durante muchos años más que nada por su desempeño como Directora General de la Universidad ORT Uruguay. Pero hace algo menos de dos años, el libro “La niña que miraba los trenes partir” del Ing. Ruperto Long-que es best seller en varios países y también en otros idiomas- reveló su historia personal y dio a conocer facetas hasta entonces ocultas de lo que había vivido durante la Segunda Guerra Mundial. La propia Charlotte había decidido no hablar, no contar. Hasta que se abrió ante quien es hoy un cercano amigo personal de la familia. Con ello comenzó un nuevo capítulo en la vida de Charlotte, al sacar a la luz aquella oscuridad.
Sobre el silencio que no fue olvido, sobre el antes y después, sobre la vida y la centralidad de la familia en ella, es esta entrevista que nos ha hecho sonreír y también llorar.
Charlotte, hace ya aproximadamente dos años que salió el libro “La niña que miraba los trenes partir” de Ruperto Long, en el que el eje central es tu historia familiar durante la Shoá, tu vida como niña escondida para sobrevivir. Y me pregunto qué ha significado para ti todo lo vivido desde la publicación del libro, con todas las reacciones de gente diversa, que seguramente te han llegado y, me imagino, tocado el corazón…
Sin duda hubo muchísimas historias emocionantes. Un día llego a mi oficina y mi secretaria me dice que llamó una señora de San José que quería hablar conmigo. Pregunté qué necesita la señora y ella me dice que la hija, que tiene 12 o 13 años, leyó el libro y quiere hablar conmigo. Al día siguiente la llamé, contestó la señora y me dice: “Mi hija quiere hablar con usted”. Cuando contesta le digo: “¿Leíste el libro? ¿Cómo lo conseguiste?”. “Me lo dio mi abuela”, respondió. “Veo que te interesó, porque estás tratando de hablar conmigo”. “Sí, sí, sí”, dice ella. Apenas hablaba…
Quería oírte a ti, supongo que no sabía mucho qué decir…
Pensé: “Evidentemente no va hablar, algo le pasa y por eso me llama, está como bloqueada”. Entonces, le dije: “Martina, quiero que sepas algo, porque capaz no te das cuenta porque eres muy joven: tú vas a tener mucha suerte en la vida”, yo hablaba y ella contestaba y escuchaba pero sentías que del otro lado de la línea había alguien muy perturbado. “Si tu mamá, que no me conoce, me llamó porque tú querías hablar conmigo, significa que tienes una familia fantástica. Una mamá que te quiere mucho y que quiere darte los gustos y estoy segura de que te va a ir muy bien. No te olvides nunca de que cuando se tiene una familia así como tú la tienes, todo te va bien en la vida. Tienes que poner voluntad para que las cosas salgan. Un beso”.
Al otro día me llama de nuevo la madre y me dice: “Señora, no sé cómo agradecerle. Usted no sabía, pero mi hija estaba internada con una enfermedad importante del riñón y desde que habló con usted está sonriendo, está feliz y tiene algo nuevo para contar a las amigas. Cambió toda la atmósfera de la casa, no paraba de llorar porque estaba internada”. Yo le pregunté a la madre quién la atendía y me dijo que era la doctora Berocay. Entonces le digo: “Miré, la doctora Berocay fue alumna de mi marido. ¿Sabe una cosa? Es la mejor doctora que podría tener”; entonces ella me dice: “¿Podría hablar con su marido?” y le respondí que le iba a preguntar porque él no atiende más, sólo hace investigación al día de hoy.
La madre se contactó con José por mail, le manda los resultados de los exámenes; la chica mejoró muchísimo.
Recordemos, José, tu esposo, o sea el Dr. José Grunberg, pediatra especializado en nefrología infantil. Qué impresionante…esa sí que es una gran historia.
Así es. Me di cuenta de que hay un Uruguay muy sensible a situaciones que la ley no puede resolver. Recibí toneladas de cartas, he tenido por supuesto muchas entrevistas radiales. Una periodista me mandó una carta diciéndome que la lectura del libro le había cambiado la vida y le había enseñado a redimensionar su propia vida, siendo que había tenido que hacer un bypass, era una mujer joven y linda que después vino al Uruguay a saludarme. Me sorprendí de ver a una mujer jovencísima y exitosa, se llama Marianella. Ella me relató todo el proceso de su enfermedad, la operación, las cicatrices y que con el libro había logrado redimensionar mejor su drama personal. Me imagino que a nadie le debe gustar mucho pensar que tiene que andar con un marcapasos a esa edad y a lo que está expuesto.
Mucha gente. Hay gente que te llama llorando…
Evidentemente, a través de la sensible y brillante pluma de Ruperto, tú tocaste el alma de mucha gente…
Sí, yo creo que sí.
Empezar de nuevo
En medio de todo esto, está el hecho que el libro de Ruperto Long fue el primero que sacó para afuera tu historia personal, tras años de silencio de tu parte sobre lo que habías vivido.
Es cierto. Debo decirte que cuando recibí la primera prueba de la tapa, cuando me la trajo Ruperto, yo quedé totalmente paralizada. Paré el libro en mi escritorio, que lo tengo en el dormitorio, y trataba de establecer un contacto con esa niña que estaba ahí. Es una cosa tremenda, sabes que esa niña eres tú y al mismo tiempo ya no lo eres. Era una sensación curiosa, no era una versión chica o joven de mí. La que estaba ahí era una persona entera. Lo suficientemente para haber guardado, como en un cofre cerrado con triple llave, todo eso enterito durante tantos años. Es extraño, sin haber tenido la necesidad de hablarlo…Tengo mucha capacidad de encerrarme en mí misma y relacionarme conmigo misma en otro momento de mi vida.
¿Fue un mecanismo natural de defensa el separar el recuerdo de aquello de lo que hiciste después? ¿O quizás una decisión consciente, para poder vivir con normalidad?
No sé. Uno tiene áreas secretas en su vida, todo individuo lo tiene. Eso existe en mí y yo siempre sentí que era mío, no necesariamente transferible, tampoco a mis seres más queridos. Eso era mío, y no sentía la necesidad de compartirlo. Tuve muchas veces propuestas de gente que no sabía nada de esto pero sabía que había pasado la guerra en Europa, por lo tanto se imaginaba que algo debía haber pasado.
Pero no quisiste hablar.
No, nunca quise. Ante todo, porque para mí la víctima era la persona con el número tatuado. Es más, nunca acepté por ejemplo encender una vela en ningún evento de la comunidad en Yom HaShoa, el día recordatorio del Holocausto, mientras hubiera sobrevivientes que habían estado en campos de concentración.
¿Por qué?
Porque yo no soy una víctima, soy una sobreviviente de una enfermedad que atacó a mucha gente, fundamentalmente judíos, pero a otros también. No me veo como una víctima, sí me reivindico como sobreviviente o como superviviente, que sería aún mejor.
¿Es una cuestión de análisis del grado de sufrimiento?
No…Pero hay gente a la que sumergieron en un infierno indescriptible. El mío lo fue, pero yo tenía por lo menos a mi padre, a mi madre y a mi hermano. Lo destaco con la salvedad de que mi padre nos había alertado que no nos agarren nunca a los cuatro juntos. Sea como sea, durante años, en efecto, no hablé, ni con la gente más cercana, con mis seres más queridos.
Experiencia, en medio de la niñez
Ustedes, tú, tu hermano y tus padres, lograron salvarse, y volvieron a tu casa cuando tenías 12 años. Eso significa que su odisea comenzó cuando tenías solamente 8 años.
Así es. Cuando terminó todo aquello, y yo tenía 12 años, en realidad tenía 40 años de experiencia. Y siendo tan jovencita, sabía que ciertas cosas no las permitiría nunca. Por ejemplo, que me vuelvan a ofender por ser judía. Eso lo tenía clarísimo.
Ir alejándote de todo lo que tenías y frecuentabas antes, marcarte, como lo sufrieron ustedes en carne propia.
Eso era en todo momento. Recuerdo cuando nos suspendieron la escuela, diciendo que podías ir a una escuela únicamente judía con docentes judíos y funcionarios judíos. Yo vivía en una ciudad donde había 2000 judíos como mucho. Nunca hubo una escuela judía y ellos los sabían. Es decir, en el momento en que cerraron para los judíos, ninguno pudo ir más a escuelas. Yo hice sólo tres años de escuela y después quedé sin poder estudiar…y cuando volví reenganché directamente a secundaria.
Eso dice mucho de ti y de tu disciplina.
Cuando se vive algo como aquello, por un lado están las dificultades que te puedes imaginar, pero al mismo tiempo en el medio de una vida pautada como la que yo tenía, aprendes justamente a ser muy disciplinada y gracias a eso, en parte, se sobrevive.
Cuando mi padre dijo: “Mañana nos vamos”, hasta el día anterior ya había estado con mi nodriza italiana, era la niña mimada, la más chica de la familia, con mi cuarto, mi muñeca y con todas las cosas que tiene un chico normalmente feliz. A partir de ahí, todo cambió.
Buscando refugio, siempre con el corazón en la boca…
Exacto. Vagabundeamos por distintos lugares, algunas veces también entrábamos en una iglesia a ver si nos dejaban tranquilos en algún lugar. Y cuando pasan tantas cosas a esa edad, es como una explosión. Ya nada vuelve totalmente a su lugar. Creo que de alguna manera yo logré fijarme objetivos cuando tuve edad de pensar. Tenía claro que tenía que hacer la secundaria, porque si no, no iba a poder hacer nada; pero esto ya es el regreso.
¿Fue difícil el regreso?
Sí. Yo tengo muy presente nuestro regreso: la calle en subida donde vivíamos y el zapatero que vivía en la misma calle, era judío y tenía cinco hijos. Mientras nos íbamos arrastrando por la calle hacia la casa que había sido nuestra, este judío salió a la puerta con uno de sus hijos y dijo: “Ustedes volvieron, de nuestra familia quedamos solamente dos”. Y de otras familias no quedó nadie. ¿A quién vas a contar algo? Ese hombre, fíjate, la amargura de él era tan grande que en definitiva lo mató el odio, lo comió por dentro. Fue terrible y yo me llevé esa imagen y pensé: “Eso que acaba de pasar no nos debe pasar a nosotros”. Me doy cuenta de que verdaderamente el odio te mata, y ¿qué otro sentimiento podía tener el hombre? ¿Con quién se podía enojar? Con un judío, porque con un no judío no se iba a enojar porque lo necesitaba para seguir viviendo.
Y luego, no hablaste de nada, para que el pasado no oscurezca el presente…
Exacto, y pensé en no contarle nada a nadie, a lo mejor yo misma encuentro un poco de paz en eso.
Silencio, no olvido
¿Y encontraste esa paz?
Mira, te cuento que al poco tiempo dieron El Diario de Anna Frank como obra de teatro en el Solís…creo que fue en 1956 ó 1960, algo así.
No era solamente una historia de la Shoá, sino también una niña escondida, como tú…
Era una niña escondida, encerrada también en algo más grande que un ropero, pero al fin y al cabo encerrada. Por supuesto que yo ya había leído el libro y me parecía que estaba en situación de ver una obra teatral sobre eso, porque la cultura siempre ocupó un espacio importante en mi vida: Todo lo que sea un medio para que tu espíritu pueda volar hacia lugares que te hagan todo más placentero, me gustaba. Pero empezó la obra y en cuanto quedó definida la situación, sentí que me moría de angustia adentro y me fui corriendo del teatro en medio de la función. Me senté en un escalón del Solís y me puse a llorar hasta que José salió a ver qué había pasado. Ahí me di cuenta de que eso estaba encerrado y lo dejé donde estaba, encerrado. Me di cuenta de que podía perturbar a mi propia familia, aún a mis padres que estaban acá. Todos tenemos una vida y creo que la tenemos que proteger de cualquier manera. Entonces hice algo de eso y tuvimos a Jorge.
La nueva etapa
¿Y cómo se vive como madre joven con ese duro pasados a cuestas, por más que no hablaras de eso?
Te diré que tuvimos a Jorge y empecé a vivir con temores de que le pasara algo. Ahí empecé a pensar qué íbamos a hacer si surgía un brote de antisemitismo; ya habíamos tenido lo peor. Jorge tendría como máximo un año e hizo una reacción alérgica a un antibiótico y casi se nos muere en las manos. José y yo corrimos a un hospital…Todos los padres tienen historias graves. Pero me preocupaba enormemente pensar que tengo un hijo y que exista la posibilidad de que se sienta mal si alguien lo discrimina, que tenga un camino de piedras particular por ser judío. Tuve que hacer nuevamente un gran trabajo de disciplina interna para superar eso, porque entendí que de lo contrario, yo no tendría vida y mi familia tampoco.
¿El hecho de que hayan tenido solo a Jorge está relacionado a esa angustia que tú viviste?
No creo. Pero sí pensaba en mi intimidad, tal vez con uno sea más fácil cualquier situación horrenda que se presente.
¿Porque había algo en el entorno que explicara esa angustia o fue solamente por el pasado?
Fue solamente por el pasado, porque yo tenía la responsabilidad de otro y porque, en definitiva, tú sabes que el fenómeno del antisemitismo es lamentablemente incurable.
Todo ese tiempo, entiendo que la angustia se multiplicaba porque no la compartías con José y después, ya de grande, con Jorge tampoco...
No me hubiera animado a decirle lo que me preocupaba porque José, un muchacho judío del interior, no tenía la posibilidad de desnudarse suficientemente de su visión del Uruguay como para poder aceptar que también en este Uruguay de oro pueden suceder cosas. No lo quería ofender diciéndole que el bicho del antisemitismo existe en todos lados. Me cansé de escuchar que en el Uruguay no existe el antisemitismo.
Además, si yo le mostraba a José una faceta de gran angustia con relación a lo que podía pasar con mi hijo, dentro de cosas que no tienen nada que ver con lo habitual que le puede pasar a un niño, entendía que iba a ser difícil para él entenderlo.
Volver al ropero
Aunque tú no contabas sobre los que habías vivido ¿Había situaciones en las que quizás ahora comprendes que aquello quedaba reflejado? ¿Había situaciones de la vida diaria que de hecho se podían dar únicamente porque habías vivido todo aquello?
Claro que sí. Lo que recuerdo más nítidamente, porque me pasó varias veces, fue que durante la noche aparecía de pronto durmiendo dentro de un placard grande. No sé si buscaba cobijo ahí, era una especie de sonambulismo… Conservé el pánico de estar encerrada en un ascensor. No, no cierro ninguna puerta con llave, fuera de la de entrada de mi casa porque la casa es grande y circulo, y tengo teléfono para que me vengan a rescatar de cualquier cosa. Yo no cierro ninguna puerta, ni el baño cierro con llave.
¿Te despertabas en un placard sin acordarte de haberte levantado?
No recordaba nada, nada, nada. Cuando logré salir, te imaginarás que fue en el medio de ropa colgada. Hay una suerte también de pudor que hace que tú no puedas comunicarle a la persona con la que vives y con la que tienes un hijo. Hay cosas que son de tu universo únicamente.
¿Pero tú misma claramente entendías de dónde venía eso?
Lógicamente lo entendía pero no buscaba ayuda. Trataba de elaborar las cosas…
¿No le dijiste a José: “Durante años estuve escondida en un ropero”?
No.
Los primeros años en Uruguay
Vuelvo un poco hacia atrás…Tu familia dejó la Europa natal en camino a Uruguay, unos años después de finalizada la guerra. En Montevideo tenían familiares del lado de tu padre. Entiendo que del lado de tu mamá, todos murieron en la Shoá.
Así es. Toda la familia mía que murió fue la del lado de mi madre, que había quedado en Polonia. La de mi padre estaba acá porque vino en los años 20. Pero la experiencia de la venida a Uruguay, no fue fácil. Pero la segunda noche en Uruguay, en un baile de un movimiento juvenil de la colectividad al que me llevaron, me encontré con José…Yo tenía sólo 18 años.
Y ya hace 62 años que están casados. Casi se desmaya cuando te vio… ya me lo estuvo contando…
Me imagino, a él le encanta esa etapa también. Hay algo muy especial de aquellos días. Mis padres tenían la intención de volver a Bélgica con mi hermano y yo pensé que al final se quedaron en Uruguay porque les agradó esa idea. Pero hace poco mi hermano me contó que la realidad fue otra. “”Ya estábamos por irnos de vuelta con mamá y papá, pero mamá dijo ‘miren, ella estuvo tan castigada, acá parece estar feliz con este muchacho'”. Y sugirió intentar quedarse y eso hicieron. Se rifaron su vida…y eran jóvenes, tenían sólo 50 años.
¿Los viste felices a ellos estando acá?
Cuando nació Jorge sí.
Vuestro hijo, su nieto.
Así es. Mi padre lo iba a buscar al Liceo Francés todos los días. Le alegró mucho que lo mandáramos allí a estudiar porque yo quería que pudiera tener un idioma común con mis padres hasta que ellos aprendiesen español.
¿Cómo fue tu inserción en Uruguay aparte de la suerte de conocer al amor de tu vida apenas llegaste? ¿Recuerdas cómo fue el proceso y cuándo comenzaste a sentirte uruguaya?
No podría decir un momento particular. Al año o dos de haber llegado ya estaba hablando español y busqué un trabajo porque no quería depender totalmente de mis padres, así que me presenté a un lugar donde estaban necesitando a una persona que manejara cuatro lenguas. En ese lugar, mientras iba haciendo estudios en profesorados de segundas lenguas, me quedé trabajando diez años. El lugar tenía la representación de China Popular y de Alemania Oriental, esas cosas que tenía ese Uruguay extraordinario donde fui a caer de pronto.
Aprendí muchísimo, a los 20 años me encontré con un télex, que era el comienzo de tecnología y manejándome con télex en cuatro lenguas. Tuvieron paciencia conmigo. Era en el 25 de mayo y Misiones. Habíamos alquilado un apartamento en 25 de mayo para que yo pudiera ir a amamantar a Jorge y volver, porque en esa época no había leyes para la maternidad. Había allí gente muy interesante. Fue mi primer trabajo y duró bastante, me fui yo porque a partir de ese momento tenía ganas de buscar de cosas. Estábamos un poco estabilizados económicamente y quería que José haga un posgrado en Francia. También quería volver a visitar Bélgica, quería ver a mi niñera antes de que muriera…
Y volviendo a tu pregunta sobre la adaptación, te podría decir que debe haber llevado más tiempo de lo que yo misma creo, porque por 25 de Mayo había la única librería con libros en francés, había muchísimos. Entre ida y vuelta de amamantar a Jorge, pasaba por la librería y compraba muchos libros. Para ese momento yo ya debería haber podido ir directamente a un texto en español sin ninguna necesidad de que fuera francés, pero eran más fuertes las ataduras hacia la cultura europea que traía, que la que estaba recibiendo aquí en español.
Hablando de culturas y de búsqueda del saber, imagino que tu propia historia habrá influido en eso.
Sin duda. En mi casa vas a encontrar enciclopedias enormes, porque el hambre de saber que yo tenía, especialmente por haber sido irradiada de la escuela, no me abandonó nunca. En este momento, Google es para mí algo extraordinario…
Dos mundos
Charlotte, tú y José llegaron de mundos muy distintos. Él, nacido en Tacuarembó, tú viniste de Bélgica..
Es cierto. Llegué cuando afortunadamente ya estaba recuperada, habían pasado cinco años desde el fin de la guerra. Por mi forma de vestir mi suegra creo que creyó que yo no era judía, porque ella conocía sólo un tipo. Yo venía con el pelo peinado alto como estaba de moda en ese momento, me vestía de moda y creo que debo haber llevado el primer bikini a esta playa. Realmente venía de otro mundo.
¿Eso dificulta las cosas, el venir de trasfondos tan diferentes?
José y yo hemos logrado establecer un lazo muy fuerte a través del mutuo respeto. A mí me gustaba la forma que él tenía de llevar adelante su profesión, porque la llevó adelante con no pocas dificultades y no es fácil ser médico. Creo que a él le debía pasar algo por el estilo, yo tenía un espíritu un poquito más aventurero porque tenía clara mi necesidad de volver periódicamente a mis fuentes porque he quedado muy marcada por la cultura francesa. ¿A quién no le gusta la cultura francesa después de todo? No fue sencillo…
Aparte del análisis filosófico de la relación, me imagino no pocas anécdotas que hoy recordarás con una sonrisa, de la combinación de la belga de cultura francesa y el muchacho de Tacuarembó…
¡Por supuesto! A mí nunca me molestó que fuera de un lugar pequeño. Es más, antes de casarnos fuimos a Tacuarembó con el hermano mayor de José, Jaime, a ver a los padres. Mi suegra, Doña Josefa, era una mujer muy fuerte. Y lo digo positivamente porque la llegué a estimar mucho ya que yo entendía el shock cultural que le provocaba una persona como yo. A la vez me gustaba de su fortaleza, era madre coraje.
Y ella, mucho tiempo después, me dio una singular satisfacción que me contaron los propios hijos. Cuando estaba sobre el final de su vida le dijo a José: “¿Sabes, José? Si yo fuera joven ahora, me gustaría ser como ella”.
Esa sí que es una frase fuerte de una suegra.
Era una mujer muy especial.
A modo de resumen
No sé si cuando estabas escondida en el ropero de niña alguna vez dudaste si ibas a llegar a grande, si realmente temiste a morir… y cuando veías las manos que salían por rendijas del tren, entendías qué significaba lo que estaba pasando. Pero hoy a los 84 años ganó la vida y a lo grande. La palabra sobreviviente te queda chica. ¿Me explico? Creo que te has tragado la vida con avidez.
Sí, es cierto. Recuerdo ese período en que yo estaba sentada en un bar a la espera de noticias para ver dónde había que mudarse o ir buscando otro lugar. Llegó un momento en que yo me iba completamente mentalmente, no estaba observando más nada de lo que estaba pasando. Y hoy, tener una familia es clave- te vuelvo a repetir lo mismo porque tú misma tienes tres hijos fantásticos y un marido que debe ser flor de compañero para acompañarte en estas patriadas que te mandas- y fue clave también en aquellos años tener a mis padres. Me salvó el sentido del humor satírico de mi padre. Eso nos salvó a todos, a los tres, a mamá, mi hermano y a mí.
Fuente:.cciu.org.uy
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