Enlace Judío México.- Siete años después, aunque el infierno de la Agitación Árabe todavía está en su apogeo, es hora de sacar varias conclusiones.
AMOTZ ASA-EL
Los tanques habían llegado a Alejandría y El Cairo, y el número de víctimas del día había superado las dos docenas cuando el presidente Hosni Mubarak, respondiendo una llamada desde su trono horas después de despedir a todo su gabinete, oyó la voz confiada de Barack Obama:
“La violencia no abordará los agravios del pueblo egipcio“, predicó el presidente estadounidense, “y suprimir las ideas nunca logra hacerlas desaparecer“.
Pronunciado hace siete años la semana próxima, este sermón resumió la ingenuidad, la ignorancia, la arrogancia y la imprudencia con que Obama manejó lo que él, y muchos otros en Occidente, tomaron por “la Primavera Árabe“.
Obama realmente pensó que la lava que salía de las entrañas de Egipto era un llamado de la democracia, y que lo que Mubarak debía hacer a la cara era hablar.
Siete años después, aunque el infierno de la Agitación Árabe todavía está en su apogeo, ya se deben sacar varias conclusiones.
La primera es que el mundo árabe está políticamente enfermo.
LAS VIOLENTAS caídas de los líderes de Túnez, Egipto, Libia y Yemen, y las espantosas guerras civiles que estallaron en Libia, Siria y Yemen no mucho después de otras en Líbano, Argelia, Sudán e Irak, subrayan el fracaso de las élites árabes para crear un futuro árabe sobre los restos del pasado otomano.
Estadistas, políticos, magnates, clérigos, académicos e intelectuales árabes tuvieron para esta tarea un siglo completo, así como miles de millones de petrodólares y un entusiasta respaldo extranjero.
Lo malgastaron todo. Las elites árabes nunca entraron en el tema de empoderar a las masas.
Trataron la movilidad social como una amenaza y la sofocaron cultivando dinastía, tribu y soborno.
La segunda conclusión es que el mundo exterior no puede permitirse ignorar lo que sucede dentro del mundo árabe.
La incapacidad de los líderes árabes de cuidar las necesidades de sus pueblos no solo generó ignorancia, pobreza y derramamiento de sangre, sino que también alimentó a los fundamentalistas que asesinaron a miles de no árabes y desataron las presiones migratorias que han radicalizado a los votantes europeos, separaron a Gran Bretaña de la Unión Europea y abrieron una brecha entre el liderazgo liberal de la UE y la periferia nacionalista.
En tercer lugar, las masas árabes deben obtener prosperidad e ilustración antes de obtener la democracia.
Las suposiciones occidentales desde la caída del Muro de Berlín -que la victoria de la democracia está predestinada y también es inminente- lamentablemente han demostrado ser infundadas.
La marcha de la democracia ha sido frenada entre Rusia, China y Turquía, y su reanudación no ocurrirá entre Damasco, El Cairo y Riad. Los manifestantes de Facebook que cegaron a Obama desaparecieron porque su mensaje significaba poco para los aldeanos sin educación, enamorados de la demagogia islamista.
Para cambiar, el mundo árabe primero debe estar alfombrado con escuelas como Singapur, centros vocacionales como India y fábricas como China.
Solo entonces, con millones de trabajadores, será capaz de construir parlamentos como el de Gran Bretaña.
La cuarta y más importante conclusión es que el estado-nación que Occidente impuso a Medio Oriente ha fallado.
PAÍSES COMO Siria, Irak, Libia, Líbano, Sudán y Yemen surgieron a raíz del encuentro de Medio Oriente con Occidente tras la derrota del Imperio Otomano.
Ahora está claro que la consecuente retaguardia de antagonistas étnicos, religiosos y tribales como los kurdos y chiítas iraquíes, alauitas y suníes, chiítas y cristianos libaneses, o huzíes y sunitas yemeníes ha fracasado.
La tentación de atribuir esta torpe artimaña a una conspiración -que los europeos programaron conscientemente a los estados árabes para que se dividieran desde dentro y gobernados desde fuera- es tentadora, pero probablemente infundada. Los europeos que deformaron Medio Oriente fueron los mismos que crearon Yugoslavia, una bolsa llena de gatos cuyas secuelas fueron las mismas que las de Siria.
Ahora la pregunta es hacia dónde se dirigen los creadores de opinión y los líderes políticos, tanto locales como extranjeros.
Los formadores de opinión extranjeros deben reconocer primero que la enfermedad política de Medio Oriente no tiene nada que ver con Israel. Los árabes se prendieron fuego hace siete años no por lo que sucedía entre israelíes y palestinos, sino por lo que sucedía entre las sociedades árabes y sus líderes.
El engaño de que Israel está de alguna manera relacionado con la enfermedad política del mundo árabe tiene que ser descartado por cualquiera que busque su cura. De lo contrario, la búsqueda será errónea desde el principio, y habrá más fratricidio en Medio Oriente, más muertes en el Mediterráneo y calles más enfadadas en Europa.
Al mismo tiempo, los historiadores, autores, poetas, dramaturgos, cineastas y periodistas árabes tendrán que preguntar públicamente por qué hay tanto derramamiento de sangre entre los árabes y por qué los líderes árabes no han podido educar, emplear y enriquecer a las masas como Turquía. Los líderes de China e India lo hicieron.
Solo ese examen de conciencia público producirá fórmulas para una nueva mentalidad árabe, una que comprenderá la promesa de creación y la destructividad de los odios con los que millones de árabes están inundados.
Los líderes árabes, por su parte, tendrán que producir fórmulas para estados viables.
El aspecto político más triste de los baños de sangre en Siria, Yemen y Libia es que la Liga Árabe no ha tenido nada perspicaz que decir sobre ellos. Algún día, algunos de estos foros árabes reconstituirán los estados árabes y las fronteras entre ellos, de modo que reflejen la preferencia de millones de árabes por la tribu sobre el estado.
Los extranjeros no podrán desempeñar un papel en este nuevo viaje.
Sí, los no árabes pueden ayudar a reinventar las economías árabes. Cualquier hospital, carretera, biblioteca, fábrica de calzado, fábrica de alimentos enlatados o la aparición de una línea de producción de Lego-brick entre Basora y Fez financiada con fondos extranjeros ayudará a la llegada de la verdadera Primavera Árabe.
Sin embargo, la tragedia política árabe no será resuelta por ningún extranjero.
Es un problema árabe que exige una solución árabe.
“¿Quién eres tú para decirnos cómo dirigir nuestros países?”, preguntó un desdeñoso Mubarak mientras rechazaba la visión de Nuevo Medio Oriente de Shimon Peres, durante una conversación con el entonces primer ministro Ehud Barak.
“Nos dijo que dejó de leer el libro de Peres en la página 2, donde decía que estaba impreso en Jerusalén“, recordó recientemente el ex director general del Ministerio de Relaciones Exteriores, Alon Liel.
Mubarak sabía que Barak odiaba a Peres, y por eso dijo lo que su invitado apreciaría, pero no sabía que el pueblo finalmente lo depondría y encarcelaría.
Uno se pregunta si Mubarak, de 90 años, ahora se da cuenta de que si hubiera seguido los consejos de Peres en 1993, para modernizar conjuntamente la economía de Medio Oriente, la Primavera Árabe habría estado aquí durante mucho tiempo, y Mubarak habría sido su héroe.
Originalmente publicado por: www.MiddleIsrael.net
Fuente: The Jerusalem Post – Traducción: Silvia Schnessel – Reproducción autorizada con la mención: ©EnlaceJudíoMéxico
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