Enlace Judío México- José Ignacio Pérez, periodista de MARCA, diario deportivo de España, estaba realizando una serie de reportajes sobre el fútbol en los campos de concentración.
Mientras trabajaba sobre algunos partidos que se disputaron en Auschwitz, nos escribió: ” Una de las personas que reconoce haber jugado allí es Yehuda Bacon. Sé que aún vive y estoy intentando localizarle para hablar con él al respecto. He visto que hace tiempo le hicisteis una entrevista y me pregunto si me podéis ayudar a encontrarle”.
Es así cómo Enlace Judío apoyó la investigación en “Yo jugué al fútbol en Auschwitz”, publicado en el periódico Marca.
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Miren bien la imagen. Es Auschwitz y son seres humanos que van a morir. Unos minutos más y estarán en la cámara de gas. Fíjense en las nubes negras, hombres asesinados que ya se han marchado, van camino del cielo porque el infierno en la tierra lo han dejado. Es Auschwitz y esa chimenea escupe las cenizas de los muertos que caerán sobre los hombros de los vivos, esos presos que, algo apartados, juegan al fútbol en el equipo del traje rayado de los condenados. Y ya no vuelvan a mirar. Porque ahí, en esa escena nada se puede explicar. Donde a unos los calcinan, a otros los animan… a dar patadas a un balón. Pero sucede que así ocurrió. Un campo, una pelota y mucha maldad. Ahora lean. Y escuchen las voces de los que sobrevivieron para contar lo que pasó allí… en el maldito lugar de los partidos que nadie pudo imaginar.
JOSÉ I. PÉREZ
El comandante de Auschwitz se queja de dolor en los pies. Tiene frío. Rudolp Höss está encarcelado en Núremberg antes de ser juzgado por el asesinato de más de un millón de personas. Leon Goldensohn, psiquiatra del ejército de Estados Unidos, le interroga. Paredes blancas y una celda incomunicada en el ala C de la prisión enmarcan la conversación. “¿Usted piensa alguna vez en esas ejecuciones o quema de cadáveres que ordenó, en otras palabras, le pertuban un poco esos recuerdos?”, le pregunta el doctor. La respuesta de Höss es breve, pero letal: “No. No tengo fantasías de ese tipo”. Goldensohn no concibe tanta frialdad, tan poca sensibilidad. Y vuelve a insistir: “¿Sufre usted pesadillas?”. “Nunca”. Era el 11 de abril de 1946…
… El 2 de noviembre de 2017, Yehuda Bacon, superviviente del Holocausto, atiende la llamada telefónica de este diario. El escenario de la entrevista, un despacho del Centro Sefarad de Madrid. El prisionero número 168.194 entró en Auschwitz con 14 años el 16 de diciembre de 1943. Ahora tiene 88 y vive en Jerusalén. El infierno nazi le arrebató a su padre, a su madre y a su hermana. Se quedó solo en el mundo.
Pregunta. Señor Bacon, ¿usted estuvo preso en Auschwitz?
Respuesta. Sí. Un lugar tan horrible que no se puede describir. Allí eliminaban a la gente enseguida.
P. ¿Es cierto que en el campo de concentración se disputó algún partido de fútbol?
R. Sí.
P. ¿Usted fue uno de los que jugaron?
R. Sí. Los niños alguna vez pudimos hacerlo. Teníamos entre 12 y 16 años, y estábamos en el Zigeunerlager [campamento de los gitanos] en Auschwitz-Birkenau. La vida allí era horrible, un infierno.
P. ¿Cómo y cuándo se celebraban aquellos partidos?
R. Al fútbol sólo jugamos algunos domingos. Fue algo excepcional y esporádico.
P. ¿Y de dónde sacaron ustedes un balón en un lugar como aquel?
R. Nos lo dio el Doctor Klein, uno de los SS [eran los guardas del campo]. Venía a vernos e incluso algunas veces jugaba con nosotros. Él fue el que nos consiguió la pelota.
P. ¿Cómo es posible que con las condiciones de vida a las que les sometían los nazis tuvieran fuerzas para jugar?
R. Por eso los partidos siempre eran de una forma improvisada, nada organizado, sin fechas ni horas concretas. Como no teníamos fuerzas por la vida tan dura que llevábamos, el fútbol era algo excepcional.
P. ¿Cómo fue posible que ocurriera una cosa así en un lugar destinado a la tortura y al asesinato?
R. Es un sinsentido. Por eso no quiero que sólo se diga que en Auschwitz se jugaba al fútbol. Eso era un infierno. Allí se mataba a las personas. Es paradójico que en un lugar como ese campo de concentración se disputaran algunos partidos. Suena raro, incluso es difícil de entender, pero eso sucedió allí.
Esto es sólo el principio. Con estas dos voces, la del verdugo, insensible y sin remordimientos, y la de los condenados, seres humanos cargados de recuerdos y sufrimiento, se teje esta trágica historia que gira en torno a un balón. El fútbol es sólo la excusa. Yehuda, Tadeusz, Miklos, Bronisaw, Wacaw, Józef, Yaakov, John, Walter, Joseph, Primo e Imre, los testigos, narran en el discurrir de las líneas cómo fueron aquellos partidos y en qué condiciones infernales se desarrollaron. Que a nadie se le olvide: allí el índice de mortalidad era del 90%.
Oswiecim, en polaco; Auschwitz, en alemán. Ubicado en la Polonia ocupada por los nazis, a tres kilómetros de la localidad del mismo nombre, el campo de concentración alemán se asentaba en un páramo de arenas blandas, casi pantanosas. Y fue el epicentro, el principal emplazamiento elegido para la Solución Final, el exterminio de los judíos. Rudolph Höss, Obersturmbannführer de las SS, ha cambiado de escenario. Ahora está encarcelado en Cracovia. Es el 11 de marzo de 1947. Ha salido de prisión para ir al Tribunal Supremo Polaco donde le están juzgando. Y ahí explica por qué Hitler eligió Auschwitz: “En primer lugar, por su óptima situación desde el punto de vista de las comunicaciones y, en segundo, porque el territorio se puede aislar y camuflar fácilmente”.
“Se habían evacuado los habitantes de unos 30.000 acres de terreno y a ellos sólo tenían acceso los soldados SS y los empleados civiles que estaban provistos de un salvoconducto especial. El complejo llamado Birkenau, donde luego se construiría el campo de exterminio, se hallaba a dos kilómetros de distancia de Auschwitz propiamente dicho”, declaró Höss en Núremberg.
‘APUESTAS’ POR UN PORTERO
Allí, en un lugar apartado del mundo, escondido de miradas indiscretas, se perpetró una de las mayores matanzas de la historia. Pero también se jugó al fútbol, actividad que además se convirtió en un modo de sobrevivir. A algunos futbolistas les daban una ración extra de comida, un suplemento energético esencial para la supervivencia. Los recuerdos de Yehuda corresponden a los años 1943-44, el periodo que pasó preso en Auschwitz. Pero los partidos comenzaron mucho antes. La construcción del campo principial se inició a mediados de 1940 en los terrenos y edificios de una antigua guarnición del ejército polaco. Y a finales de ese año y principios de 1941, ya rodaba el balón.
Bronisaw Cynkar, prisionero 183, así lo recuerda según el testimonio que se guarda en el Archivo del Museo de Auschwitz. “Sobreviví no sólo por tener suerte con el comandante sino, sobre todo, gracias a hacer deporte antes de llegar y por ser el portero. Se jugaba en la plaza central en el invierno de 1940-41. Como guardameta tuve mucho éxito y cuando defendía la portería hacían apuestas altas por la victoria de Polonia”, testificó.
Entiéndase correctamente el sentido de la palabra apuesta que utiliza para describir lo que ocurría cuando él jugaba, refiriéndose sólo a una mera conversación en la que casi todos los presos creían que iba a ganar su equipo. Sin nada en juego más que la palabra. Cynkar también explica cuándo se disputaban estos encuentros: “Los sábados organizábamos pequeños partidos sólo con los polacos. Pero los que gozaban de popularidad eran los internacionales de los domingos. Estos, incluso, iban acompañados de la orquesta del campo. Para ayudar a su equipo, los alemanes traían a los mejores jugadores de Dachau. Los partidos tenían éxito entre los prisioneros y muchos renunciaban a un día libre sólo para verlos. A veces, se prolongaban y duraban más de dos horas y media. Como representante del equipo polaco, todos me conocían y eran más agradables conmigo”.
PARTIDOS AL LADO DEL CREMATORIO
Eran otros tiempos. En Auschwitz, siempre un lugar maldito, aún no había comenzado el exterminio en masa. Para eso se amplió a Birkenau en el otoño de 1941. Y allí, en medio de crematorios y cámaras de gas, también apareció un campo de fútbol. Estaba ubicado en la sección BIIf, donde después se asentó la enfermería de los presos. “Empezamos a construirlo al principio de la primavera en el descampado que había detrás de los barracones del hospital. La localización era excelente. Los gitanos, a la izquierda [ ], en la parte trasera una cerca de alambre de púas y detrás la rampa de carga con las vías férreas y el interminable ir y venir de trenes. Y más allá, los barracones de las mujeres. A la derecha del campo de fútbol estaban los crematorios [ ] Y enfrente, un pequeño bosque que había que cruzar de camino a las cámaras de gas”. El que habla es el preso Tadeusz Borowski en su relato La gente que caminó. “Todos los días, tan pronto como terminaba la cena, los que tenían ganas salían al campo y pateaban la pelota”, escribe.
Muy similares son los recuerdos de Wacaw Dugoborski, el prisionero número 138.871, que se conservan en el Archivo del Museo de Auschwitz: “El campo de fútbol ocupaba todo el terreno entre la rampa y el crematorio III. No sé seguro de quién fue la iniciativa para construirlo, pero se supone que tuvieron la idea los prisioneros. Los que trabajaban en el hospital se ocuparon de la planificación. En los primeros partidos participaban ellos, pero luego también hicieron uno de los presos contra los gitanos, que estaban muy emocionados por el encuentro y animaban mucho a sus representantes”.
Otro que describe el campo de fútbol es Imre Kertész, superviviente, escritor y a la postre Premio Nobel de Literatura. El húngaro recrea la alegría que provocaba verlo. “Se encontraba en un claro y parecía estar en perfecto estado: con su prado verde, sus porterías, sus líneas debidamente trazadas, todo bien cuidado y ordenado. Enseguida nos pusimos a hacer planes: después del trabajo iríamos a jugar al fútbol”, narra en su libro Sin Destino.
DOS SAQUES DE PUERTA, 3.000 MUERTOS
Tadeusz Borowski, que participó en la construcción del campo, relata una de las imágenes más trágicas. Es la fotografía que ilustra el comienzo de este texto. Mientras unos juegan, otros van camino de la muerte. Sólo separados por unos metros. Él lo describe así: “Un día, yo estaba de guardameta. Como siempre, los domingos, tanto el personal del hospital como los convalecientes se habían reunido para ver el partido. Estaba en la portería y tenía detrás la rampa. El balón salió fuera y rodó hacia la valla. Corrí detrás de él y cuando lo alcancé, eché un vistazo a la rampa”.
“Un tren acababa de llegar. La gente estaba saliendo y caminando en dirección al pequeño bosque [ ] La procesión se movió lentamente, creciendo a medida que más y más personas surgían de los vagones de mercancía. Y entonces paró. Los recién llegados se sentaron en la hierba y miraron en nuestra dirección. Yo regresé con la pelota y la golpeé de nuevo hacia el campo. El balón pasó de un pie a otro y volvió a la portería. Lo desvié hacia el córner. De nuevo se deslizó por la hierba y, una vez más, yo corrí detrás para recuperarlo. Pero cuando lo alcancé me detuve impresionado: la rampa estaba vacía. No quedaba ni una sola persona. El tren también se había ido […] Entre dos saques de puerta en un partido de fútbol, justo detrás de mí, 3.000 personas habían sido enviadas a la muerte”, concluye el preso 119.198 en La gente que caminó.
UNA MESA DE PING-PONG EN AUSCHWITZ
En el campo de concentración de Auschwitz podía pasar cualquier cosa. La imaginación y la maldad de los nazis no tenía límites. Yehuda Bacon recuerda durante la conversación otra anécdota relacionada con el deporte. “Un día jugaron también al ping-pong. La mesa la trajeron los soldados de la SS”, explica.
Los crematorios ya tenían alimento, combustible humano para funcionar sin descanso: 24 horas, los 365 días del año. Así era el modus operandi de los nazis, implacables en su obstinación por la Solución Final. Inhumanos. Rudolph Höss, el comandante de Auschwitz, ya encarcelado, recordaba con frialdad aquellos momentos en los que supervisaba el asesinato de miles de inocentes en las cámaras de gas. Encerrado en la prisión de Cracovia, a la espera de ser procesado, escribió en sus memorias: “Por el agujero de la cerradura de la puerta se podía ver que quienes se encontraban más cerca del recipiente de Zyklon B morían al instante. Se puede afirmar que, para un tercio del total, la muerte era inmediata. Los demás temblequeaban, se ponían a gritar cuando les faltaba el aire. Pero sus gritos pronto se transformaban en estertores y todos caían estirados. Al cabo de diez minutos nadie se movía ya […] Los que gritaban, los viejos, los enfermos, los débiles y los niños caían antes que los sanos y los jóvenes […] A continuación, el comando especial se ocupaba de arrancar los dientes de oro y de cortar el cabello a las mujeres. Luego, los cuerpos eran subidos en ascensor a la planta baja, donde los hornos ya estaban encendidos”.
A finales de 1944, Hitler, Eichmann, Göring y compañía, los jerifaltes nazis, tenían la II Guerra Mundial casi perdida. Los rusos avanzaban por el este y los aliados ya habían desembarcado en Normandía por el oeste. El cerco se cerraba sobre Berlín. Pero a Auschwitz seguían llegando trenes sin cesar. Y ya no había selección. Todos iban directos a la muerte. “Los crematorios I y II podían incinerar en 24 horas alrededor de 2.000 cuerpos. Para evitar averías no se debía superar dicha cifra. Las instalaciones III y IV debían quemar 1.500 cadáveres, pero creo que esa cifra jamás fue alcanzada”, se lee en las memorias de Höss.
UN GOL PARA SOBREVIVIR
El balón, mientras, seguía dando vida en Auschwitz. Józef Tabaczynski, que entró en el infierno el 12 de abril de 1943, encontró sustento alimenticio gracias a un partido. “Los celos que tenía cuando estaba viendo a los prisioneros jugar no estaban relacionados con las ganas de participar, sino con la ración de comida de más que daban a los que jugaban. El responsable de organizar los partidos era Pawe Stolecki, un polaco. A veces intentaba llamarle la atención y un día, cuando estaba muy cansado, me llamó él. Estaba emocionado, porque me dijo que iba a jugar contra Alemania y, aunque no tenía suficiente fuerza, me sentía orgulloso. Me prometí al menos hacerlo bien en cuanto a técnica. Escuchaba con placer cómo otros prisioneros nos animaban. Aproveché la oportunidad y marqué un gol que luego resultó ser el único. El público estaba loco por la victoria. Tras el partido, me mandaron a trabajar en la cocina y ese avance me hizo pensar en el futuro”, se recoge en su testimonio en el Archivo de Auschwitz.
LOS SS ‘VS’ EL ‘SONDERKOMMANDO’
Los partidos generaban expectación. Los SS, aburridos y encerrados en el campo, del que apenas salían, sólo en sus días de permiso, encontraron en el fútbol un entretenimiento. Hasta jugaban a veces con los condenados. Miklos Nyiszli, el prisionero A-8450, regresaba una noche al barracón y algo llamó su atención. “Estaba atónito por el horror. Caminaba por el sendero de grava. Y mi mirada se desvió hacia la reunión vespertina del Sonderkommando [el grupo de prisioneros judíos encargados de trabajar con los cadáveres]. El crematorio I no funcionaba. Me fijé en el II, III y IV [se refiere a los otros crematorios]: sus chimeneas estaban arrojando llamas y humo. Lo mismo de todos los días”, recuerda en su libro Fui asistente del doctor Mengele.
“Era muy temprano para cenar. El Sonderkommando sacó un balón de fútbol. Los equipos estaban alineados sobre el campo. Los SS contra los SK [Sonderkommando]. A un lado, los guardas del crematorio, al otro el Sonderkommando. Pusieron la pelota en juego. Y sonoras risas llenaron el patio. Los espectadores estaban excitados y animaban a los jugadores, como si el partido se estuviera jugando en un campo de una ciudad en paz. Estupefacto, tomé buena nota mental de esto. Y sin esperar a que terminara el partido regresé a mi habitación. Después de cenar, me tomé dos pastillas para dormir”, escribe Nyiszli.
Pero no es el único que recuerda a los soldados alemanes jugando al fútbol con los presos. Yehuda Bacon también lo atestigua. “Algunos de los SS participaban en los partidos con los niños. En nuestro caso, los encuentros siempre tenían lugar en el campamento de los gitanos”, asegura el superviviente en su conversación con este diario.
EL GITANO ENTRENADOR
Walter Winter, un Sinti, un gitano alemán, otra de las razas perseguidas por la ideología hitleriana, llegó a Auschwitz en 1943. Y un oficial de las SS, de nombre Hartmann, lo eligió como entrenador de uno de los equipos. Así lo cuenta en sus memorias Winter Time, en las que dedica un capítulo entero al balón. Se titula Los partidos de fútbol. “Un día vino un nuevo SS, un hombre interesado en el deporte […] Y preguntó a los supervisores del barracón: ¿Quién juega al fútbol? Yo estaba interesado. También mis primos y otros chicos del este de Prusia que habían jugado en clubes importantes. Pero Hartmann me eligió a mí como entrenador y me dijo: Junta 11 ó 12 jugadores […] Yo los seleccioné y los entrené. Por entonces, teníamos un campo en el lugar donde después fue construida la enfermería de los presos masculinos, en la sección BIIf”, continúa.
UN EXTREMO JUDÍO QUE ERA BUENÍSIMO
A Winter le faltaba un elemento para completar el equipo. Pero como el fútbol a veces significaba una ración extra de comida, un motivo para aguantar vivo quizá un día más, muchos presos, apenas conservaban una gota de fuerza, se ofrecían voluntarios para jugar. “Vi que necesitábamos un extremo derecho. Y un día cuando estábamos entrenando, dos judíos nos miraban. Uno de ellos dijo: Yo puedo jugar. Era bajo y tenía las piernas arqueadas. Entrenó con nosotros y era buenísimo”, rememora.
“El primer partido organizado fue Auschwitz [campo principal] contra los gitanos. Había seis jugadores internacionales con Polonia en el equipo del campo principal. Comenzó el encuentro y sólo un pequeño grupo de SS se quedaron vigilando, porque todos los demás estaban en el campo de fútbol. A ningún prisionero se le permitió ver el partido”, relata Winter en su libro.
DISPAROS PARA CELEBRAR LOS GOLES
Pero los alemanes desconectaron la valla eléctrica que rodeaba el campo, de modo que los reclusos pudieron acercarse y observar el encuentro desde lejos. “El partido empezó. Nosotros atacamos desde el comienzo y marcamos el primer gol a los 10 minutos. Yo pensé: Ahora se van a abrir las puertas del infierno. Con el tanto, nuestros SS, los de Birkenau, empezaron a disparar sus pistolas, como fuegos artificiales. En la segunda mitad, marcamos de nuevo.Y el infierno se volvió a abrir. Pensé: Chicos, si sobrevivimos a esto…. Las dos facciones de las SS empezaron a discutir y estuvieron cerca de pegarse. Poco antes del final, concedimos un gol. Ganamos 2-1. Y eso relajó un poco las cosas”, narra.
Una vez más, otro preso, Walter Winter, en este caso, hace referencia al trato especial que suponía en Auschwitz jugar al fútbol. “Hartmann, nuestro SS, el que había hecho que todo eso fuera posible, estaba feliz. Desde entonces, él se encargó de que nosotros estuviéramos mejor alimentados […] Y por eso muchos de esos chicos tenían algo de carne en los huesos. Todos eran adolescentes, yo tenía 23 años. Los paquetes de víveres que conseguíamos de Hartmann nos alimentaron un poco”, escribe.
DÖERFLER, EL ÁRBITRO DE AUSCHWITZ
A veces hasta alguien ejercía de colegiado en algún partido. Así lo explica Yaakov Tzur en su testimonio en el Museo Beit Terezín. Se refiere a un encuentro que disputaron en Auschwitz presos llegados desde el gueto de la República Checa. Era el 6 de marzo de 1944. “Ahí estaba Döerfler vestido con uniforme de árbitro y con un silbato”, dice. Era Otto Döerfler, que además fue uno de los colegiados más famosos de Terezín, donde los judíos capturados por los nazis incluso disputaban una Liga. Allí se editaba Kamarad, una revista clandestina en la que los jóvenes escribían pequeñas crónicas. Y, según se lee, Otto era un espectáculo: “Es necesario mencionar, en honor y tributo al colegiado Döerfler, que se tiró sobre el campo a fin de divertir al público”. Nacido en Praga el 21 de septiembre de 1897, y tras pasar por Terezín, murió en Auschwitz, donde llegó el 20 de diciembre de 1943 después de dos días de viaje y quedó registrado como el prisionero 170.101.
EL FÚTBOL Y EL ATENTADO CONTRA HITLER
Dugoborski, el prisionero 138.871, recuerda otra anécdota relacionada con el fútbol. La suspensión de un encuentro: “Los partidos los organizaba Bednarek, un jugador de preguerra que estaba en la Primera división con el AKS Chorzów. En la segunda mitad de julio de 1944, tenían planeado hacer un encuentro Auschwitz contra Birkenau. Pero, a pesar del esfuerzo en la preparación, lo cancelaron. Creo que fue por el intento de atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944”.
A Rudolp Höss no intentaron asesinarlo, pero él sabía que iba a morir. El comandante de Auschwitz, que se sigue quejando de los pies, continúa hablando en la celda de la prisión de Núremberg con Leon Goldensohn, el psiquiatra del ejército de Estados Unidos.
– ¿Cuál cree que debería ser su castigo? pregunta el doctor.
– La horca responde*.
Fue condenado el 2 de abril de 1947. Y días después su cuerpo oscilaba al viento como un péndulo en Auschwitz, colgado justo allí donde ordenó la muerte de más de un millón de inocentes. Al comandante ya nunca más le dolerán los pies.
Fuente:marca.com
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