Enlace Judío – La primera vez que me di cuenta que amaba a la persona a la que amo fue una tarde viajando hacia Puebla. Llevábamos más de cinco horas platicando sobre proyectos juntos, percepciones del mundo y sobre nuestra relación; teníamos dos años de haber empezado a salir. Y uno de los momentos en que más alegría sentí en mi vida fueron esas dos últimas horas del camión en que ambos nos dimos cuenta que nuestra relación era tan estable y tan sólida porque tenemos los mismos valores.
Nunca me había pasado con nadie. Había sentido amor por gente a la que admiraba, había tenido relaciones en las que me sentía orgullosa del cariño compartido. Pero nunca había estado en una relación en la que no sólo tuviera en común con esa persona gustos, habilidades y deseos; en la que no sólo admirara sus logros y sintiera un amor profundo por él, sino que además supiera valorar las cosas que a mí me importan tanto.
Ese día me di cuenta que él era la persona con la que quería pasar el resto de mi vida. Porque a diferencia de otras personas, con él podía construir un futuro sólido; a él podía confiarle mis sentimientos, porque había compromiso. Sin saberlo la perspectiva del amor que conocí ese día se parece mucho a la que varios rabinos y escritores ortodoxos han recalcado de la Torá. Rab Maurice Lamm nos dicen que el amor duradero en una pareja surge de dos elementos principales: el compromiso y la afinidad de valores. A diferencia de lo que muchos creen, el amor no es un sentimiento que aparece y desaparece de forma fortuita; es una actitud que se cultiva con el tiempo.
Los dos tipos de amor.
Hay dos palabras para designar amor en la Torá, la más conocida es “ajavá” (a veces escrita como ahava), la segunda es “yijud”. Que podrían marcar la diferencia entre un amor sentimiental y un amor íntimo.
A diferencia de lo que se cree, de las aproximadamente doscientas veces que la palabra ajavá aparece en la Torá solo unas cuantas se refieren al amor entre parejas. Casi siempre se usa para denotar el amor a un hermano, a un amigo, a una suegra, a D-s o a un amo. Y de las pocas veces que se refiere a un amor entre hombre y mujer la mayoría de ellas habla de un amor extramarital, apasionado, poco controlado o incluso nocivo como el caso de Amón quien su amor desmedido por Tamar lo lleva a la muerte.
Sólo cuando ajavá aparece dentro del contexto de amor marital la palabra establece una comparación, por ejemplo entre Rajel y Lea de Rajel se le dice que frente a Jacobo era ajavá, es decir que Jacobo aunque amará ambas prefería a Rajel. Lo mismo sucede cuando la palabra se usa para referirse al amor de Asuero por Ester, el amor de Rejoboam por Macca y de Eljanán por Jana. Todas ellos amaron a esas mujeres por encima de otras. Sin embargo, pese a esta característica ajavá se refiere a la preferencia, no al amor que surge del matrimonio; no a un amor duradero, sólido y estable, que emana de la intimidad, el cuidado y la relación. Para ese amor tenemos la palabra yijud.
Yijud se refiere al amor que surge cuando el cariño mutuo tiene el espacio para florecer. Es el tipo de amor más elevado que existe entre hombre y mujer bajo la concepción judaica; aquel que surge con el tiempo, la intimidad y el compromiso. La palabra es la misma palabra utilizada para referirse al momento tras el casamiento en el cual hombre y mujer se encuentran completamente solos en un cuarto separado. Yijud se refiere a la privacidad absoluta, la cual está prohibida antes del matrimonio, ya que el amor surge del misterio, de lo íntimo, de la privacidad.
La palabra proviene de “leyajed” la acción de seleccionar dos elementos para fusionarlos y hacerlos uno. Yijud es el amor que surge cuando hombre y mujer han decidido convertirse en uno, en una entidad cuyas partes no están separadas una de la otra, sino que hay una unión absoluta. Esto es tanto a nivel físico a través del placer sexual dentro del matrimonio como en valores, acciones y destino escogido en conjunto. En matrimonio hombre y mujer actúan como uno solo.
Sin embargo, el yijud requiere tanto de una selección previa, como de un trabajo y un compromiso mutuo. No puede surgir donde no hay afinidades de valores porque dos personas no pueden estar juntas sin un sistema que les permita caminar mano a mano. Por eso la Torá nos pide tanto a hombres como a mujeres que escojamos bien, muy bien, a nuestras parejas. La unión debe dar cabida al amor fuera del romanticismo y la pasión; debe surgir de la posibilidad de hacer una casa juntos y construir una familia. Marido y mujer deben ser capaces de amarse en el ambiente cotidiano, un ambiente donde el misterio ha desaparecido por completo.
Otra diferencia grande entre el amor que surge de las emociones (ajavá), el amor que puede llevar a un romanticismo y a un enamoramiento, y el amor marital, el amor profundo (yijud) es que el último parte de las acciones y no puede ser manipulado. D-s nos ordena amar al prójimo, amar a nuestros suegros, amar la justicia, entre muchas otras cosas y la palabra que se usa es ajavá. Esto es así, porque el amor que surge de las emociones puede ser generado y manipulado por nosotros mismos. Podemos decidir sentir amor por alguien o dejar de sentirlo. Puede ser que ese amor que sentimos desbordado haya llegado sin que nosotros lo hayamos pedido, a ese amor podemos apagarlo. Sin embargo, el amor marital (yijud) surge naturalmente, no parte de las emociones, éstas sin duda lo enriquecen, sin embargo, su fortaleza surge de la acción, de la convivencia diaria, del cariño mutuo. El yijud surge con los años. El enamoramiento primero la ajavá debe ser doblegada a este otro tipo de amor más profundo, ya que si no se alcanza se vuelve vano y vacío. Irónicamente sólo lo podemos alcanzarlo cuando le ponemos un límite a nuestros sentimientos cuando no dejamos que estos tomen el control absoluto sobre nuestras vidas.
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