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sábado 02 de noviembre de 2024

“Fundadores del Centro Deportivo Israelita”: la historia de un sueño comunitario hecho realidad

Enlace Judío México – El pasado 18 de febrero, en el Salón Mural del Centro Deportivo Israelita, se presentó Fundadores del CDI, un libro que revela la historia detrás de la fundación de este espacio comunitario emblemático.

Les dejamos este evocador texto de la escritora Silvia Cherem S.

Tiempo de realizaciones, tiempo también espinoso

A mis dieciséis o diecisiete años ya tenía ínfulas de periodista, era casi una niña cuando hacía mis primeros pinitos cubriendo la Galería Pedro Gerson y cuando quise conocer la historia fundacional de la institución que me cobijaba. No lo olvido, de la mano de Carlos Fishbein, quien ampliaba el acervo del dépor, me perdí primero en el Archivo Histórico del CDI, y ya luego, en el Salón de Consejo, conversé largo y tendido con Moisés Gitlin, uno de los quince fundadores a quienes se dedica el libro que hoy aquí presentamos.

Evoco con nitidez absoluta cuánto me deslumbraron las primeras actas, documentos bellamente caligrafiados que se remontaban a 1943. Los detalles se me desdibujan, pero dos asuntos quedaron sellados en mi mente. En primer término, las discusiones en torno a la viabilidad de crear un deportivo en tiempos en los que la judería europea requería ayuda, parecía un sinsentido destinar capital a construir una casa bella de los judíos de México, un centro deportivo en el que se pudiera fincar un futuro, cuando acontecía un conflicto bélico de enormes magnitudes en Europa.

Si bien la información de la Solución Final y el horror del Holocausto llegaba entonces a cuentagotas a América –había datos salpicados aludiendo a persecusiones masivas de judíos, de concentraciones en ghettos, inclusive sospechas de que algo grave estaba sucediendo–, los miembros de la comunidad no tenían ningún conocimiento real sobre lo que estaba pasando del otro lado del mundo y era vano, inaudito creer que se estaba dando un proceso de exterminación sistemático. En algunos medios de comunicación mexicanos de carácter anti yanquis o germanófilos, los había inclusive filonazis, se decía que la información de los asesinatos de judíos era una ruin maniobra, parte de la propaganda estadounidense-británica. En la revista Timón, que dirigía el mismísimo José Vasconcelos, quien décadas antes fuera secretario de Educación, era ese el tono del discurso.

En diciembre de 1944, cuando los pioneros del CDI firmaron el compromiso de adquirir el terreno del Ex Rancho de Sotelo para construir una institución deportiva judía, una compra que llegaría a ser de 92 mil metros cuadrados, la guerra estaba por terminar.  Los británicos estaban a días de entrar a liberar Bergen Belsen, los americanos se encaminaban a Buchenwald y Mathausen, y las fuerzas soviéticas, que ya habían entrado a Majdanek, Belzec, Sobibor y Treblinka, se dirigían a Auschwitz.

Para el 7 de mayo de 1945, cuando se llevaba a cabo una campaña al interior de la comunidad para hacerse de recursos para el deportivo, la revista LIFE con su ejemplar titulado “Atrocidades”, descaró el horror y dejó constancia de la barbarie y la crueldad, de la máxima degradación imaginable a manos de seres humanos. Publicó las nauseabundas fotografías que tomaron Margaret Bourke-White, John Florea y George Rodger al entrar a los campos. Sin el menor pudor difundieron las imágenes de muerte, miseria y desolación, las pilas de esqueletos humanos esperando turno para convertirse en cenizas, fotos de cadáveres calcinados en hornos crematorios. Develaron el desamparo en la mirada de decenas de sobrevivientes famélicos, prisioneros enfermos hacinados en barracas. Aludieron a las montañas de vestidos, abrigos y calzados, a las miles de libras de cabello humano en piras repulsivas, a la mayor aberración en la historia de Occidente.

Nuestros quince fundadores buscaban un futuro para la comunidad judía mexicana justo en este contexto de estupor, cuando la judería del mundo sobrevivía en turbación, cuando algunos enfilaban esfuerzos para construir un Estado Judío en Palestina, un espacio que brindara refugio a los sobrevivientes y una dignidad a los judíos del mundo.

Tiempos espinosos para construir un ambicioso proyecto en México. Tiempos  de imaginación, sueños y voluntad. Tiempos osados, de apuestas riesgosas en las que había que priorizar. Tiempo de desafíos, de parálisis y también de acción. Tiempo de grandes juicios. Tiempo de dilemas morales que, a pesar de no estar retratados en el libro que hoy presentamos, moldearon, sin lugar a dudas, el futuro de nuestra vida institucional.

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Al comenzar estas palabras, dije que dos elementos quedaron grabados en mi mente, tras hurgar el Archivo Histórico. Procedo a hablar de este segundo tema penoso.

En aquellas actas en las que el debate se enfocaba en la determinación de mirar el mañana con optimismo, en las que se dijo sí a la construcción del Centro Deportivo Israelita, se mantuvo una regla de oro, una decisión moral: no aceptar ni un solo quinto en la campaña de recaudación Pro CDI, del bolsillo de aquellos miembros del yishuv que se hubieran enriquecido en alianza con los nazis. Ni un centavo de aquellos negocios que se beneficiaron directa o indirectamente de la causa de Hitler.

Había una lista negra velada en la comunidad, se sabía quiénes eran esas familias. La postura fue irrebatible, no obstante la enorme necesidad de dinero –de inicio 309 mil 360 pesos para el terreno, ¡una fortuna!, más lo que se acumulara para la construcción–, el CDI no sería espacio para blanquear reputaciones. No sería el lavadero de aquellos a quienes les importó más el pragmatismo para amasar fortunas,  que preservar la vida y la identidad moral de nuestro pueblo.

Loable, sin duda, que el CDI mantuvo esa irrefutable estatura de honorabilidad que, en ocasiones, otras instituciones desdeñan. Lo sabemos, muchos se hacen de la vista gorda.

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Hoy que sabemos cuál fue el resultado de este maravilloso Centro Deportivo Israelita, imán y promotor de la fortaleza de la comunidad judía mexicana, no podemos más que enaltecer el valor de esos quince visionarios que, contra viento y marea, contra sus propios fantasmas, confrontando realidades y pesadillas, excavando en el dolor, apostaron por la vida diaspórica, por nuestra permanencia en México, por el futuro de nuestra generación, la de nuestros hijos y nietos.

Como me contó el mismo Moisés Gitlin, miembro en la década de 1930 del Young Men Hebrew Association, la Guay, y el primer socio de Macabi, más de una vez él y su equipo enfrentaron brotes antisemitas en México. Se reunían a hacer deporte en Tacuba #15, en el Palacio de Mármol, sede de la vida institucional judía, el espacio de las bodas, los tés danzantes, las conferencias y el teatro, y según me relató, cuando salían a competir en alguna gesta deportiva nacional, más de una vez tuvieron que enfrentar frases insolentes tildándolos de “pinches judíos”. Ello fue, en gran medida, la motivación para crear un espacio recreativo que impulsara el deporte, que uniera a la colectividad y le diera dignidad, un espacio de  reunión, cultura, encuentro y socialización en todos los ámbitos.

Tras seis años de esfuerzo, con los planes arquitectónicos de Abraham Zabludovsky, a los que luego se invitó a colaborar al arquitecto Vladimir Kaspé, el dépor fue inaugurado el 15 de octubre de 1950. En el cartel de anuncio de 1951, en el que se pedía la colaboración de los socios para continuar construyendo, se decía: “Usted gozará de gimnasio, de baños, enfermería, venta de artículos, baños rusos, terrazas, salón de belleza, regaderas, fuentes de sodas, cancha de basket. Sus niños lo exigen: peluquería, sala de proyección y aparatos de gimnasia”.

No sé qué son los baños rusos y dudo que algún niño exija peluquería, pero hoy, 68 años después, sabemos que los alcances del dépor han superado lo que los quince pioneros hubieran podido imaginar. Es y ha sido el baluarte de nuestra continuidad judía, es orgullo nuestro, ampliamente reconocido en el mundo, y a él se debe, en gran medida, lo que somos como yishuv mexicano.

Aquí lo ha habido todo: alberca olímpica, gimnasios, plataformas de clavados y canchas de basket, frontón, tenis, futbol, softbol, boliche y atletismo. Festivales de danza, música, cinematografía, teatro. Celebraciones comunitarias de Yom Hashoá y Yom Haatzmaut. Exhibiciones de arte de talentos nacionales e internacionales. Congresos internacionales, Macabiadas, Interescolares, lugar de reunión de organizaciones juveniles,  Macabi, campamentos, ligues, bodas, vida social, una guardería, actividades infantiles y juveniles, un Club de Oro… Una suma de recuerdos invaluables, muchos de los cuales vemos reflejados en las páginas de este libro.

Tuvieron razón los quince pioneros, no había por qué apostar a una única causa, no había por qué frenar el desarrollo de una institución como el CDI en un momento de franca crisis. Ellos siguieron con su sueño y con tesón lograron consolidarlo. En México imperaba lo que se llamó el desarrollo estabilizador o milagro mexicano, un modelo económico que, tras la guerra, inició Adolfo Ruiz Cortines, frenando las importaciones e impulsando el desarrollo productivo de México, un modelo que trajo prosperidad a muchos miembros de la comunidad que comenzaron nuevas industrias y que, con un crecimiento hacia adentro, permitió que los miembros de nuestro yishuv pudiera contribuir a muchas causas a un mismo tiempo.

Se pudo así impulsar la construcción y desarrollo del CDI, apostar a la vida diaspórica, y apoyar también el establecimiento del Estado de Israel en aquellos momentos tan difíciles de creación y conflictos bélicos con los países árabes circundantes. El éxito fue tal que, durante décadas, no había judío en México que no fuera socio del CDI, la institución judía por excelencia.

Quiero finalizar con un desliz de género. En las páginas de este libro, y en la historia comunitaria en general, las mujeres ocupaban roles limitados al hogar, y en algunos casos de necesidad contribuían a la pequeña economía.  En este libro, debo decirlo, no hay ni una mujer entre los quince pioneros, si aparecen es para ser secretarias, esposas de, u organizadoras de Comités de Damas. Hay, debo decirlo, una loable excepción: Fanny Rabel, discípula de Siqueiros y Diego Rivera, a quien confiaron la elaboración del mural del Salón Social que narra la trayectoria del pueblo judío a través de la historia.

Me alegro que los tiempos han cambiado. Estoy segura que en sesenta años, cuando se escriba la historia de nuestro tiempo, habrá muchas nietas de estos pioneros como figuras sustanciales de las obras comunitarias, del impacto en México, de la continuidad de nuestro pueblo.

Esta publicación especial conmemora la memoria de los quince fundadores y honra a los personajes del quehacer cotidiano de esta gran institución. A lo largo de la vida institucional hemos sido testigos de grandes acontecimientos como lo han sido las inauguraciones de los diferentes espacios y edificios que han dado cabida a un fuerte desarrollo deportivo, recreativo, social y cultural de nuestra comunidad.

Esta edición nos muestra el ímpetu de los quince jóvenes soñadores, que sellaron un eslabón en la integración de la comunidad judía de México, que con ideales y un gran compromiso, tuvieron la visión del futuro de un país que abrió sus puertas y acogió los idiomas, las costumbres, la comida, las palabras, permitió enraizarnos, crear descendencia y la libertad de crecimiento.

Hoy día, el CDI se proyecta hacia el futuro para las nuevas generaciones, con grandes acontecimientos que también marcarán la vida de la Comunidad. Rendimos homenaje a estos quince visionarios. Seamos parte de la historia de estos grandes personajes que con entusiasmo fundaron el Centro Deportivo Israelita el 15 de octubre de 1950.

El Sr. Jacobo Krumholtz dijo: “La noche anterior a la inauguración nos llamó el portero y nos dijo que la alberquita se había reventado. Desamparados, Moisés Gitlín, José Steider y yo nos miramos sin saber que hacer: ¡el agua había salido completamente derramándose en las canchas de tenis! Pusimos tierra roja en la alberca, con un cordón alrededor, y no pudimos dormir toda la noche. Al día siguiente dijimos que la pintura estaba aún fresca y así inauguramos, sin que nadie se diera cuenta de lo que lamentablemente había ocurrido” .

Sr. José Belkind. “Vemos con satisfacción cómo nuestra Institución inspira a muchos de nuestros visitantes. El CDI es un modelo a seguir que sobrepasa a los deportivos judíos en Estados Unidos y América Latina. Es un auténtico orgullo para México”.

Sr. Felipe Libnic: “Los jóvenes que llegaron a México tan pronto fueron solucionando sus problemas más inmediatos, encontraron en el deporte la válvula propia para sus energías juveniles”

Sr. Moisés Derzavich: “Siento una intensa emoción, una satisfacción enorme al ver cómo de la nada ha surgido este coloso que es el CDI. Es necesario vigilarlo, y la primera función que debe cumplir es preparar buenos deportistas. Debemos cuidar con celo nuestra próxima meta: la construcción de gimnasio que deberá estar equipado con lo mejor y más práctico”.

Ing. José Steider: “Hemos concluido nuestra obra más importante, para nosotros y especialmente para nuestros hijos. Ahora podemos sentirnos satisfechos y mirar a la vida con seguridad en nosotros mismos. Podemos marchar con decisión firme hacia el futuro, mirando al destino frente a frente”.

Jaime Dorotinsky: “Viendo en retrospectiva, nada ha sido en vano. Estoy seguro de que todos los que participamos en los inicios de esta obra lo hicimos con el íntimo compromiso de servir a nuestra Comunidad a la gran familia que somos. Es un enorme privilegio ser parte del CDI”.

Sr. Moisés Gitlin: “Al inaugurarse el CDI teníamos doscientos cincuenta miembros con sus familias, y ahora somos catorce mil. Nuestros proyectos para el porvenir son: crear zonas verdes, pasar la cafetería a la terraza, que estará cubierta, concentrar toda la Administración en un mismo edificio, y darle a Macabi un lugar apropiado donde nuestros niños y jóvenes puedan llevar a cabo sus actividades”.

Ing. Samuel Dultzin: “Trabajamos en esta obra con ahínco, a sabiendas de que serán nuestros hijos y las generaciones por venir quienes verán los frutos de este esfuerzo. Confiamos en que serán dulces y apetecibles, como la miel que en la historia bíblica siempre acompaña a su pueblo”.

Dr. Fernando Katz: “Estas columnas, estos ventanales, estas instalaciones sobrias y grandiosas, elegantes y funcionales, no son un envase bonito para simular el vacío. Como las cajas de linaloe de la artesanía guerrerense, tiene un perfume intrínseco: el del cultivo espiritual”.

Sr. Carlos Fiahbein: “Todos creían imposible que entonces lograramos los proyectos que con tanta seguridad mostrábamos en las maquetas. Pero hoy vemos que no era solo un sueño, y que el CDI nos hace sentirnos como en casa… El CDI es nuestra casa”.

Sr. Edmundo Stern. “Hoy contamos con un ambiente enteramente único capaz de satisfacer a todos nuestros socios, desde la infancia hasta la vejez. Vemos hecho realidad un proyecto surgido de la imaginación y el esfuerzo cotidiano de los pioneros del CDI”.

Sr. Rosendo Gervitz: “Deseamos que cada socio, de acuerdo con su edad, condición física y aptitudes, participe y haga uso de las diversas canchas e instalaciones del CDI. Si usted, estimado socio, decide tomar parte en alguna de las actividades deportivas, consideramos nuestro trabajo y esfuerzo más que generosamente recompensados”.

Sr. Carlos Szapiro: “Las actividades que van a desarrollarse en el Edificio Social serán de mucha importancia para la colectividad. Ante todo, en el CDI deberá fomentarse el deporte: para los abuelos será un lugar de reunión, y de gran actividad para los jóvenes”.

Ing. Isaac Grabinski: “El Centro Deportivo Israelita es una institución extraordinaria que no crece por capricho de los directivos, sino por el empuje del número cada vez mayor de asociados”.

Sr. Max Udinsky: “No nos tenían mucha confianza en aquel entonces: éramos jóvenes y todos creían que el dinero invertido iba a convertirse en una pérdida irreparable”.

Susy Anderman escribió el siguiente mensaje, al respecto de la historia de este libro:En estos días todo gira alrededor del futuro, los avances tecnológicos, la comunicación digital, las estadísticas y los números, entonces ¿por qué razón sería importante estar este domingo, en un evento que habla del pasado?

Desde el momento mismo, en que se nos ocurrió publicar, un libro sobre el trabajo de los Fundadores del CDI, fue muy claro el motivo que teníamos para aventurarnos a este proyecto. La importancia de honrar a quienes construyeron ayer, para ofrecer al futuro, hoy tendría que ser la dinámica de nuestro presente. En esta forma y solamente así, recuperamos lo que hoy somos, el sentido original de nuestra existencia, y el principio básico para poder dirigirnos con coherencia hacia adelante, siendo la característica principal del pueblo judío. No olvidamos los siglos que hemos recorrido, para ligarnos al futuro con fuerza y dinamismo.

En este caso, en el Centro Deportivo Israelita, nosotros, los que crecimos entre estas paredes, desde nuestra más clara infancia, los recuerdos traen imágenes, sensaciones, colores, sonidos, olores. Todo lo que forma parte de una vivencia que quedó grabada en nuestra memoria, y que nos aporta experiencia y capacidad de una acción correcta.

El tiempo pasado se convierte en memoria, nuestro presente es una espera, y al futuro, debemos prestarle atención.

Me voy a permitir compartir con ustedes de dónde sugió la idea de la publicación del libro que honra a nuestros Fundadores, siendo el tomo número tres de una colección intitulada Grandes personajes del CDI,  dando inicio con la vida del Ing. Samuel Dultzin.

En un segundo número, se eligió al Ing. Yoshua Kipnis, quién tuvo la enorme alegría de sentirse homenajeado en vida por su amplia labor en el CDI, y en ese momento, en una plática con el Lic. Leonardo Katz, Consejero del CDI, se pensó que sería importante en un mismo ejemplar, honrar la memoria de a quienes debemos todos y cada uno de los miembros de la Comunidad Judía de México, contar con lo que es el corazón mismo del Yshuv mexicano, nuestro CDI.

Así nos dimos a la tarea de investigar el trabajo de cada uno de los quince jóvenes, quienes se entregaron en cuerpo y alma. Resalta su emprendedora visión, la innovación de sus mentes. Eran jóvenes preocupados por su entorno, por sus ideales y conformaron con dinamismo una de las instituciones más importantes no solo a nivel comunitario. Todos sabemos su trascendencia en otras magnitudes, para nuestro país, México, para Israel y el mundo entero.

Al compenetrarme en cada fotografía y en cada uno de los avances de la construcción y evolución del CDI, y resultó una inspiración en sí mismo, concretar este libro. Sin pensarlo, iban naciendo las páginas, las historias y las listas de muchas personas que dieron su apoyo, para que los proyectos se hicieran realidad.

Nos enfocamos exclusivamente a rescatar la labor y los logros contundentes, que cada uno de ellos hizo a favor del CDI. Dejamos de lado su vida personal, ya que se hubieran necesitado 15 tomos independientes y la idea era concentrarlos en un solo ejemplar.

Este libro no hubiera sido posible, a esta distancia en el tiempo, sin la dedicación de Don Carlos Fishbein, al resguardar toda la memoria en el enorme acervo del Archivo Histórico, de donde se investigó la información. El Archivo Histórico del CDI, sigue creciendo hoy día, y es cuidado y organizado por su Presidente el Sr. Natalio Schejtman. Agradezco todo su apoyo.

No pretendo alargar este mensaje, sin embargo, es necesario en lo personal, compartir con ustedes también, la rica experiencia que resultó la realización del documental que acaban de presenciar. Ya que tener este acercamiento con cada uno de los hijos, nietos e incluso bisnietos de los Fundadores al entrevistarlos, me confirmó aún más, la enorme importancia de haber realizado ambos proyectos.  Agradezco al Ing. Ishie Gitlin y al Arq. Roberto Salomón, quienes no tuvieron duda de que se realizaran. Así como al Lic. Victor Goldner, al Consejo Directivo del CDI, presidido por el Sr. Ariel Hojchman, y al Comité Ejecutivo, que preside el Lic. Sión Mercado. A los voluntarios y profesionales del Comité de Comunicación, un gran equipo de trabajo.

El libro marca el contexto de trabajo de los Fundadores, el video lo comprueba testimonialmente, en voz viva de quienes crecieron a la par del CDI. Y entonces, el producto es sumamente impactante desde tres perspectivas, que debemos retomar para el futuro de nuestra Comunidad.

La primera, es la evidencia de una entrega total a favor de la Comunidad; la segunda, la importancia de resaltar el valor y la trascendencia del trabajo voluntario, concentrarnos en el liderazgo de nuestros jóvenes, quienes tendrán la estafeta de esta continuidad; y en tercer lugar, reflexionar en la idea de que al ser un pueblo que se basa en la memoria histórica, nuestras instituciones deben y seguirán haciendo lo mismo.

El CDI nunca olvida la entrega y el compromiso de cientos de personas, que a través del tiempo, se han dedicado desinteresadamente para continuar el trabajo y la visión comprometida, para que el CDI continúe su camino, abriendo paso para cimentar el futuro.

Muchas gracias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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