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jueves 26 de diciembre de 2024

El verdadero impacto del ataque israelí contra el reactor nuclear de Siria en 2007

Enlace Judío México – El ataque aéreo nocturno cerca del río Eufrates el 6 de septiembre de 2007 fue un punto de inflexión en la historia militar, diplomática y política de Israel. Reformó la política de defensa del Estado y sus relaciones con Estados Unidos y otros países de la región. También provocó divisiones entre los líderes israelíes, el entonces primer ministro Ehud Olmert y el ministro de Defensa Ehud Barak, que llevaron a la caída del gobierno y aceleraron el retorno de Benjamín Netanyahu al poder.

ALUF BENN

Al tomar la decisión de destruir el reactor nuclear sirio, Olmert siguió el legado de Menachem Begin, que había ordenado la destrucción del reactor iraquí en 1981, a fin de mantener el monopolio regional del reactor nuclear en Dimona. Pero Olmert introdujo dos cambios importantes en la “doctrina de Begin” primero, solicitó el respaldo de EE. UU. y compartió sus preocupaciones con el presidente George Bush, en lugar de actuar a espaldas de los estadounidenses; además, a diferencia de su predecesor, que con orgullo le contó al mundo sobre la operación, Olmert adoptó una política de ambigüedad. Israel se abstuvo de hacer cualquier anuncio o de adjudicarse la operación, y se conformó con recurrir a la diplomacia. La operación fue publicada por altas figuras y medios estadounidenses sin que Israel asuma responsabilidad.

El respaldo estadounidense se puede ver de dos maneras: en primer lugar, refleja un fortalecimiento sin precedentes de la alianza estratégica entre ambos países; en segundo, representa una concesión voluntaria con respecto a la libertad de acción militar de Israel. Sin embargo, las circunstancias que enfrentaba Olmert eran totalmente diferentes de las de Begin. En 1981, Iraq no tenía los medios para tomar represalias por el bombardeo del reactor de Osirak, al suroeste de Bagdad, y “respondió” una década más tarde disparando cohetes Scud contra Tel Aviv durante la primera Guerra del Golfo. Sin embargo, en 2007, el presidente sirio Bashar Assad tenía a su disposición cientos de misiles tierra-tierra para utilizarlos contra blancos israelíes. Además, durante el ataque en Osirak, no había fuerzas estadounidenses en el área, mientras que hace una década había varias fuerzas estadounidenses cerca del reactor sirio. Israel no quería poner a los soldados estadounidenses en peligro, y debido a la forma en que fueron desplegados en el área no había forma de volar hacia y desde el blanco sin ser detectados, como fue el caso en la época de Begin.

La política de ambigüedad tenía por objeto minimizar los efectos del desprestigio de Assad y su tentación de emprender una guerra en represalia a la destrucción de su proyecto clandestino. A juzgar por el resultado, la guerra se evitó e Israel salió de la operación sin víctimas ni daños a sus activos.

La comunidad internacional, fuera de Irán y Corea del Norte, guardó silencio y no condenó el ataque aéreo israelí como lo hizo en 1981 con Irak. Se puede suponer que los líderes regionales estaban contentos de que Assad no tomaría el control de sus países, debido a que tenía la primera bomba árabe. Uno puede imaginar con horror lo que hubiese sucedido si el reactor fuese operativo, con la posterior disolución de Siria y la toma de control de ISIS u otra organización islamista.

Sin embargo, la política de ambigüedad, que surgió como una solución a un problema planteado por una operación militar específica, tuvo consecuencias de gran alcance. Desde 2007, Israel se ha abstenido constantemente de hacer anuncios sobre ataques aéreos llevados a cabo más allá de sus fronteras. Los ciudadanos de Israel se enteran de estos incidentes de “fuentes extranjeras”, frecuentemente acompañadas de imágenes de video o por satélite. El gabinete y las Fuerzas de Defensa de Israel sólo emiten declaraciones generales sin ningún detalle. Así se informó sobre los ataques en Sudán, dirigidos contra los envíos de armas destinados a Hamas en la Franja de Gaza durante el mandato de Olmert.

En los últimos siete años, desde la llamada Primavera Árabe,”fuentes extranjeras” han reportado decenas de operaciones de la Fuerza Aérea de Israel en Siria, contra armamento destinado a Hezbolá o la creciente presencia de Irán en la frontera norte. Israel sólo asumió la responsabilidad de algunas operaciones en las que sus aviones de combate fueron atacados por las defensas aéreas sirias. Incluso el derribo de un F-16 israelí el mes pasado no dejó ningún impacto en el debate público sobre los bombardeos secretos en Siria.

Para cualquiera que haya crecido con historias de represalias israelíes contra la infiltración de fedayines árabes en la década de 1950 y ataques aéreos en Egipto durante la Guerra de Desgaste, el silencio oficial con respecto a operaciones llevadas a cabo más allá de nuestras fronteras representa un Israel diferente que está dispuesto a renunciar a muestras de autofelicitación y elogios de los pilotos y comandantes, para beneficiarse de una relativa libertad de acción y de la ausencia de condenas internacionales.

Sin embargo, este silencio socava la democracia dentro del país. La censura impide un debate público sobre el tema de atacar más allá de nuestras fronteras y los riesgos que conllevan esas operaciones, a diferencia de acciones diplomáticas o militares, que podrían ayudar a mantener el equilibrio de poder en la frontera norte. Hasta el momento, esta política no ha tenido repercusiones: siempre que el enemigo no responda y no haya víctimas o daños en Israel, el público no se preocupa por la variedad de blancos elegidos por la FAI.

Las consecuencias políticas del ataque contra Siria hace una década no fueron menos significativas. Barak asumió el cargo en medio de los preparativos diplomáticos y militares para el ataque. Casi desde el principio se opuso a Olmert, exigiendo un aplazamiento y una mejor preparación. En el contexto de la Comisión Winograd que investigaba los fracasos de la Guerra del Líbano de 2006, cada uno veía motivos políticos en la posición del otro.

Según Barak, Olmert pretendía suavizar las recomendaciones del informe final del panel, luego de la publicación de su dura evaluación interina que presentaba al primer ministro como un aficionado irresponsable. En la opinión de Olmert, Barak esperaba que el informe castigue al primer ministro y lleve al fin de su mandato para que él se lleve los laureles respecto a la operación en Siria. Olmert acusó a Barak de vacilante, mientras que Barak describió al premier como alguien que estaba demasiado celoso.

Olmert ganó la primera ronda de esa lucha: Le torció el brazo a Barak y lo hizo votar a favor de la operación en Siria en el momento elegido por el primer ministro y por altos mandos del ejército. Sin embargo, la política es una rueda de la fortuna. Olmert sobrevivió al informe final de la Comisión Winograd, pero se vio envuelto en investigaciones policiales en el verano de 2008. Barak aprovechó la oportunidad y pidió su renuncia, amenazando con disolver la coalición. Olmert no tuvo otra opción y dimitió a su puesto. Barak respaldó a Tzipi Livni, que estaba tratando de formar una coalición alternativa. Tras las elecciones anticipadas, se unió al gobierno de Netanyahu. Hasta el día de hoy no está claro si Barak hizo un trato por adelantado con Netanyahu, a quien prefería como socio político.

La ambigüedad con respecto al ataque al reactor sirio funcionó como un bumerang para Olmert. En lugar de ser reconocido como un héroe que había eliminado una gran amenaza estratégica sobre Israel, fue vilipendiado como el primer mandatario en ser condenado y enviado a prisión. Aunque sea tarde, ahora Olmert está obteniendo el crédito que merece, y el episodio del ataque aéreo de 2007 ocupa un lugar destacado en sus memorias. Sin embargo, después de su condena por soborno y otros cargos y su posterior encarcelamiento, no puede regresar a la vida política ni a un rol de liderazgo nacional. Por su parte, Barak ahora será presentado como vacilante y preocupado en momentos de decisiones fatales, fracturando su imagen de luchador audaz en una unidad de élite, sobre la que ha construido su carrera.

Sólo Netanyahu se benefició tres veces del ataque al reactor nuclear en Siria y la ambigüedad en torno a la operación: regresó al poder, neutralizó a Olmert como un posible rival, y ahora puede atacar a Barak en Twitter, su inteligente y agresivo rival.

Fuente: Haaretz / Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico

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