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domingo 22 de diciembre de 2024

Irán como aviso para navegantes

Enlace Judío México.- En Irán, a mi generación, la primera después la llegada del islamismo al poder, se le llama la Generación Abrasada (Nasl-e Sujteh, en persa). Nos dieron ese nombre porque tuvimos que soportar la crueldad del régimen teocrático islamista desde la cuna. Esa crueldad se ha traducido en ejecuciones masivas y el despiadado empeño del régimen en fijar su poder, imponer sus normas bárbaras y restrictivas, lavar el cerebro a los niños y adoctrinar a la generación más joven con su ideología extremista en las escuelas, las universidades, los medios controlados por el Estado, las mezquitas y la promoción de eslóganes como “Muerte a América” y “Muerte a Israel”.

MAJID RAFIZADEH

Los hombres y las mujeres fueron segregados por sexos. A los adolescentes se les impidió realizar actividades cotidianas consideradas inofensivas en casi todo el mundo. Cualquier tipo de actividad social placentera fue prohibida, como escuchar música, bailar, beber, salir con chicas; que las mujeres participaran en campeonatos de ajedrez sin hiyab o asistieran a partidos de fútbol o a cualquier otro espectáculo deportivo masculino. Lo que te hiciera sonreír o diera esperanzas, seguramente iba contra la ley. Qué se podía llevar, con quién podías hablar, qué podías escuchar, si rezabas o no o ayunabas en Ramadán… Incluso los asuntos más personales y privados pasaron a ser asunto de las fuerzas del régimen.

El principal objetivo de estas restricciones y del férreo control de la población, especialmente de los jóvenes, era la expansión de la agenda islamista del régimen. Las leyes se hicieron cumplir con castigos crueles y violentos como la flagelación pública y la amenaza de represalias más extremas, como la lapidación, el ahorcamiento público o la amputación. Mi generación se crio en una atmósfera de terror. Mientras que el resto del mundo se hacía más moderno y desarrollado, nosotros teníamos que bregar con el cumplimiento de leyes y restricciones islamistas imposibles.

Lo que le pasó a mi generación iraní debería ser visto en Occidente como una advertencia. Casi todos los países (y agentes no estatales) subestimaron el poder que estos islamistas podrían acumular. Se pasaron por alto las señales. Nadie creyó que pudiera producirse e imponerse un cambio tan gigantesco. Muchos subestimaron los crímenes que estos islamistas estaban dispuestos a cometer para conservar el poder. Hasta el día de hoy, siguen demostrando que su crueldad y su falta de humanidad no conoce límites llevando a cabo ejecuciones masivas, ejecuciones de niños y embarazadas, lapidaciones, amputaciones, ahorcamientos públicos, flagelaciones, torturas y violaciones.

Muchos subestimaron la táctica que siguieron los islamistas durante décadas para alcanzar el poder, basada en la suavidad. La facción radical del ayatolá Jomeini engañó a numerosos iraníes y a la comunidad internacional haciéndoles creer que eran gentes pacíficas y divinas. Una vez obtuvieron el poder, se reveló la verdad; pero para entonces ya era demasiado tarde.

La generación de mi padre vivió en un Irán donde los clérigos islamistas se presentaban astutamente como gente inofensiva que apoyaba al pueblo y no tenía interés en el poder. De modo que, antes de la revolución, eran muchos los iraníes que no concebían que la facción jomeinista fuera a cometer las atrocidades que está cometiendo, ni que tuviese un hambre de poder tan insaciable.

Lo que creía el país es que estaba en una senda tranquila hacia la democracia; no imaginaba que habría un retorno a la barbarie. Hasta el entonces presidente de EEUU, Jimmy Carter, consideraba a Jomeini un bondadoso hombre de religión. Según documentos recientemente desclasificados, la Administración Carter incluso allanó el camino para el retorno de Jomeini a Irán. Numerosos intelectuales de fama internacional, como Michel Foucault, tenían en muy alta consideración la revolución islámica. El entusiasmo de Foucault se puede ver en los artículos que publicó en la prensa europea antes y después de la revolución.

Los islamistas se presentaban como los líderes del pueblo, como seres espirituales y pacíficos. Sin embargo, una vez llegaron a la cima, convirtieron el país en un infierno. En cuanto se hicieron con las riendas, cambiaron de marcha e impusieron uno de los regímenes más despiadados de la Historia. Una vez en el poder, se reveló su verdadera faz; entonces ya no hubo vuelta atrás.

Miles y miles de personas fueron ejecutadas simplemente por expresar sus opiniones. Muchos murieron por crímenes que seguramente no habían cometido. Se impuso a todo el mundo la ley islámica (la sharia) de la facción chií en el Gobierno. Se obligó a las mujeres a llevar el hiyab y las despojaron de sus derechos: ya no podían salir del país sin el permiso de sus maridos; no podían desempeñar empleo alguno si sus maridos no estaba de acuerdo. El testimonio judicial de una mujer vale, según la sharia, la mitad que el de un hombre. A las mujeres se les impide desempeñar determinadas funciones en el ámbito educativo o ejercer de jueces, por ejemplo. Asimismo, tienen prohibida la entrada en espectáculos deportivos masculinos. Cuando se trata de repartir una herencia, las mujeres sólo reciben la mitad de lo que reciben sus hermanos u otros familiares varones.

A muchos les dejó estupefactos el hecho de que una facción política que hablaba sobre la religión de la paz hiciese tales cosas. Sin embargo, los iraníes no se sometieron sin más. Se alzaron en señal de protesta. Pero la rebelión se sofocó mediante la tortura, la violación y la muerte. Como el régimen se mostró ávido de fulminar a cualquiera que se atreviese a oponer resistencia, la gente no tuvo más remedio que rendirse. Las actividades cotidianas de todo el mundo fueron sometidas al escrutinio de los islamistas.

En un periodo de cuatro meses fueron ahorcados unos 30.000 presos políticos, simplemente por ser sospechosos de pertenecer a organizaciones de resistencia a la teocracia como los Muyahidines del Pueblo de Irán. Este tipo de incidentes han sido en gran medida ignorados por los medios.

Estos son unos pocos ejemplos de las atrocidades que vienen perpetrando los islamistas que se apoderaron de un país otrora próspero y modernizador. Las informaciones sobre sus crímenes contra la Humanidad llenarían varios volúmenes. La realidad es peor, mucho peor. Según Human Rights Watch, la República Islámica de Irán es el país líder en ejecuciones de menores. La edad legal para casarse se rebajó a los nueve años. Las iraníes necesitan la aprobación de sus padres para casarse, y las niñas no pueden objetar a la decisión de desposarlas que tomen sus custodios.
Puede resultar difícil de creer que una fuerza tan criminal pudiera llegar al poder tan fácil y rápidamente. Lo que es importante entender es que los islamistas y sus secuaces trabajan de forma encubierta durante décadas para engañar al pueblo y llegar a la cúspide. La de Irán fue una toma del poder meticulosamente planeada que nadie vio venir. No se puede subestimar la paciente voluntad de poder de los islamistas.

Con todo, muchos seguirán pensando que es imposible que algo así pueda suceder en su país. Lo que no entienden es que Irán es un ejemplo de lo exitosa que puede ser esa meticulosa forma de tomar el poder.

Los islamistas de otros países, también de Occidente, han tomado nota y están empleando las mismas técnicas para hacerse con el poder. Es un proceso lento, sutil, hasta que un día te despiertas y te encuentras privado de derechos, en una cultura del miedo y sin garantías de que vivas en libertad o de que siquiera estés vivo al día siguiente.

Hoy, esos islamistas a los que casi todo el mundo quitó importancia no sólo llevan en el poder casi cuatro décadas, sino que han esparcido su ideología expansionista por otros países y conseguido ser el principal promotor estatal del terrorismo, así como uno de sus principales ejecutores.

Esta es una lección de la Historia que los países occidentales y no islamistas no pueden permitirse ignorar. No sólo se trata de la Historia; se trata de lo que puede ocurrir en cualquier momento, en cualquier país. Se trata de lo que está pasando ahora mismo delante de nuestras narices en el este de Asia, en Canadá, en Sudamérica y en Europa. La única forma de defenderse es reconocerlo y atacarlo de raíz, antes de que tenga la oportunidad de seducir a tus políticos. Una vez que se preocupan más por su popularidad entre los votantes que por el futuro del país, se acabó. Una vez que controlen las urnas, tendrán cada vez más control sobre los demás aspectos de tu vida, destruirán cualquier futuro que hayas planeado y dejarán en ruinas tu amado país.

 

 

 

Fuente: es.gatestoneinstitute.org

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