Vladimir Putin: el occidentalista de San Petesburgo, de retorno a la guerra fría en Moscú

Enlace Judío México.- El pasado domingo los rusos fueron a las urnas para elegir a su presidente. No había lugar para las sorpresas: volvió a ganar Vladimir Vladimirovich Putin.

GEORGE CHAYA

Cuando Putin fue reclutado por el presidente Boris Yeltsin como su asesor mas cercano, el joven Vladimir llegaba de San Petesburgo precedido por una gran reputación. En Moscú, rápidamente fue considerado una estrella que reflejaba el estado de ánimo ruso de los años noventa en favor de la rápida occidentalización luego de la implosión de la ex URSS. Putin era “el joven de San Petesburgo”, la ciudad construida por franceses e italianos para Pedro el Grande, el Zar pro-occidental.

En la primera fase de su carrera como primer ministro y luego como presidente, Putin reflejó ese estado de
ánimo con gran entusiasmo, supo forjar lazos estrechos con líderes occidentales, en particular con el presidente George Bush y el primer ministro Tony Blair. En sus primeros pasos políticos, Putin coordinó la política del G-8 con las potencias occidentales en una serie de cuestiones internacionales importantes, incluido el reacomodamiento al sistema global del creciente poder económico de China; las ambiciones nucleares de Irán y la guerra global contra el terrorismo. Esa fase en la carrera de Putin terminó en la primera década del nuevo siglo cuando él y su estrecho circulo político sintieron que las potencias occidentales no le daban a Rusia el estatus que merecía en la comunidad internacional.

En ese tiempo, sus asesores y el mismo Putin, temían que el “cambio de régimen blando” o la “revolución de terciopelo”, que se intentó con éxito en Georgia, Kirguistán y Ucrania, se usara en su contra en Moscú.
Cualquiera que esté familiarizado con el pensamiento ruso en ese momento, sabrá que ese temor inspira, actualmente, muchas de las políticas más controvertidas de Putin, incluida su sorprendente decisión de forjar una alianza con la República Islámica de Irán.

En la segunda fase de su carrera, y todavía actual, el presidente Putin desecho sus sensibilidades por San Petersburgo para convertirse en “el hombre fuerte de la vieja guardia de Moscú”, lo que incluye un constante y profundo estado de sospecha hacia las potencias occidentales y sus socios. Consciente de los límites del viejo escenario eslavófilo, Putin intentó camuflarlo en una nueva imagen bautizada como “La Iniciativa Euroasiática”. En pocas palabras, esa “opción” tiene como objetivo crear un nuevo bloque de potencias asiáticas y europeas capaces de desarrollar un contrapeso económico, cultural y militar alo que Putin ve como hegemonía occidental, especialmente estadounidense.

Hasta ahora, sin embargo, la “Eurasia” de Putin solo atrajo a Bielorrusia y Kirguistán. Irán también desea
unirse, pero Rusia lo ha mantenido a raya, aunque de manera amistosa.

Lo cierto es que el ascenso de Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos brindó a Putin una oportunidad de oro para fomentar su proyecto “euroasiático”. Muy rápidamente, Obama demostró que uno de sus objetivos clave de su política era frenar el poder estadounidense que siempre había sido considerado como una energía negativa en muchas partes del mundo. Esa política condujo a la creación de la frase rusa “fortochka Obama” o “la ventana de oportunidad de Obama”, los iraníes se alinearon con esa posición de Putin, y en persa utilizaron la frase como “panjereh Obama”.

La idea no avanzó en China porque los líderes de Beijing sabían que la continuidad del milagro económico chino dependía de las buenas relaciones con EE.UU. y del acceso a su mercado. Sin embargo, para Rusia e Irán, enemigos tradicionales desde el siglo XVIII, Washington sigue siendo un enemigo común.

Durante su discurso de 2014, en Sochi, Putin afirmó que EE.UU. considera a “Rusia, como un enemigo debido a su poderío militar. En cambio China, debido a su creciente poder económico e Irán debido a su programa nuclear consideraban a Moscú como amigo”.

En materia económica, lo concreto es que desde 2015, el producto interno bruto (PIB) de Rusia ha caído un 9,8 %, mientras que la caída de la producción industrial es del 8,2 %. Con la inflación rondando el 13 % y el desempleo superando el 12 %, la economía rusa está en su peor momento durante más de una década.

En el campo de la seguridad, Putin intentó persuadir a China para transformar el llamado Grupo de Shanghai, creado para combatir el terrorismo, en una alianza militar que también incluiría a Irán. Cuando los chinos abandonaron el proyecto, Putin centró su atención en una “cooperación más estrecha” con Teherán.

Hoy, Rusia e Irán comparten una serie de quejas contra los EE.UU. y sus aliados. No obstante, ambos han sido sujetos a sanciones que ya han afectado a sus economías agravando los efectos de la recesión mundial. Ambos afirman que la caída en los precios del crudo representa una conspiración de Washington y sus aliados árabes ricos en petróleo para perjudicar a Rusia e Irán, ambos fuertemente dependientes de los ingresos de sus exportaciones energéticas.

Los analistas que creían que Rusia e Irán podrían usar la presidencia de Barack Obama para crear “realidades irreversibles” en Europa del Este, entendieron rápidamente que el próximo presidente norteamericano, que resultó ser Donald Trump, contra las expectativas y opiniones en general, podría no ser tan flexible como Obama.

Por lo tanto, Teherán y Moscú utilizaron el “fortochka Obama” para lograr una serie de objetivos lo más ampliamente posible antes de que Obama se marchara del Salón Oval. El primero fue prolongar las conversaciones sobre el programa nuclear de Teherán el tiempo suficiente para que Irán llegue a la etapa denominada “de avance”, que algunos expertos creen que se alcanzó en 2015. El siguiente objetivo era apuntalar lo que queda del régimen de Bashar Al-Assad en Siria, y así garantizar que no surja una estructura de gobierno alternativa allí. Incluso si Assad controla lo que se conoce como “Siria útil”, es decir, no mas del 40 % del territorio con la mitad de la población, sería suficiente.

La tercera meta fue bloquear el efecto de las sanciones sobre Teheran. Entonces Rusia acordó vender 20 mil millones de dolares en barriles de crudo a nombre de Irán para eludir el esquema liderado por EE.UU. que congelaba una buena parte de los ingresos del petróleo iraní. Esta política de Putin mostró claramente que “el hombre fuerte de Moscu” no tenia ningún filtro ni impedimento a la hora de reflotar políticas y estrategias de la era de la Guerra Fría.

Rusia también acordó ayudar a acelerar el programa nuclear de Irán. En 2014, se firmó en Moscú un acuerdo para construir dos reactores más para la central iraní de Busher como parte de un acuerdo para duplicar el comercio bilateral dentro de los cinco años, y después de una década de retrasos, Rusia también entregó sistemas de misiles S-400 a Irán. Moscú y Teherán también anunciaron planes conjuntos para modernizar las instalaciones en los puertos sirios utilizados por las armadas rusas e iraníes. Sin embargo, una alianza completa ruso-iraní sigue siendo parcialmente inestable. Una historia de profunda enemistad que data del Siglo XVIII no se puede disipar de la noche a la mañana, especialmente cuando los dos supuestos socios son rivales pujando por dominar la cuenca del Caspio y Asia Central.

La reelección de Vladimir Putin es un claro mensaje de Rusia que no ahorrará esfuerzos para reclamar el papel mundial que los rusos quieren y creen merecer. Aun si ello llevara a Moscú a un clima de constante enfrentamiento político-económico con Occidente como en los años de la Guerra Fría. La buena noticia es que Putin no es un ideólogo sino un pragmático abierto a la persuasión y al compromiso -a pesar de su inflexibilidad aparente- y un gran negociador en materia del “toma y daca político”. Pero sobre todo, porque se ha dado cuenta que su versión “eurasiática” de sentimientos “eslavófilos” de los tiempos de Obama, sera inviable en su nuevo mandato presidencial.

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