Enlace Judío México.- Anoche regresé a casa después de un viaje de 8 días por la Huasteca potosina y aprendí mucho. Lo sintetizo en algunos puntos con la (no tan) humilde ambición de despertar su interés por dirigirse hacia allá, en mente y esqueleto.
DALIA PERKULIS
Oí al “maistro” Guillermo Fadanelli citar al escritor Rubem Fonseca. Decía que “viajar es conocer idiotas que hablan otro idioma”.
Por más que me fascina viajar, la verdad es que la cita me pareció acertada. Últimamente he encontrado algo muy parecido a la felicidad encerrada en mi casa, con mis lecturas, mis apuntes e internet a la mano. Eso y mi tiempo gimnasio, porque “mente sana en cuerpo sano”: mis paseos virtuales embotellados en la caminadora o la escaladora.
Claro que exagero, tengo aspiraciones literarias y eso es lo que hace la literatura, llevar una idea al límite para comprimirla (como los paseos en la caminadora) en una narrativa que provoque la reflexión. Nada podrá arrebatarme el amor a los viajes, aunque en efecto la idiotez humana, así como la sabiduría, sean universales. Pero he llegado a hacerme la ilusión de que puedo ser muy feliz viajando sólo mentalmente sin moverme de mi lugar.
No es el caso de la Huasteca Potosina. Anoche regresé a casa después de un viaje de 8 días por ahí y aprendí mucho. Lo sintetizo en algunos puntos con la (no tan) humilde ambición de despertar su interés por dirigirse hacia allá, en mente y esqueleto:
1. Cuando los niños están disfrutando las expediciones como son, sin teorizar, sin separar la mente del cuerpo, los papás los abstraemos de su experiencia espontánea al indicarles en tono (anti) didáctico que “aprecien el paisaje, los colores, los cortes de las rocas, la vegetación, la fuerza de la cascada, los contrastes, la majestuosidad de la naturaleza”. Les arruinamos el momento. Ellos no lo necesitan, como no necesitan el suéter cuando a nosotros nos da frío. Ellos están teniendo su PROPIA vivencia significativa, cuando nosotros los forzamos a apreciar a nuestra inducida manera, porque a Nosotros nos cuesta sumergirnos. Mi hija me lo hizo notar.
2. Inmerso en la aventura, tienes que estar alerta, no hay de otra. Es un mindfulness intuitivo, necesario, natural. Un día me dijo un amigo que usa motocicleta que sus trayectos en la moto son sus ejercicios de mindfulness, no es posible poner el piloto en automático, tiene que manejar activamente con todos sus sentidos para sortear el camino, los estímulos, los contratiempos. Lo mismo mis cuates ciclistas urbanos. La expedición en la Huasteca me recordó eso y ahora sí lo entendí, gracias a mi experiencia significativa, vivencial. Hacía mucho que no me volcaba en el presente, de cuerpo y mente. Sobre eso reparo ahorita mismo que escribo, no durante el viaje. Sería una contradicción.
3. Se vale todo menos quedarse en el limbo. Vas o no vas. O piensas o actúas. Entre más piensas si te echas el clavado, si cruzas el puente, si desciendes el muro, menos lo haces. El pensar y el hacer son inversamente proporcionales. En las rocas resbalosas del río, entre el senderismo y la nadada, me decía mi hermano: “medio le ves, medio le tientas, das el paso y esperas atinarle”. Eso como metáfora de vida, como mantra. Ese y otros, debí tomar notas, pero de nuevo, estaba viviendo el momento. Nuestro guía, “el barbas” o “el tío”, Miguel, nos instaba a mirar donde pisábamos para “no encallar como ballenas”, porque también luego ibas nadando y te topabas con la roca, entonces la tocada era flotar. Ese término me dio mucha risa. Encallé como ballena varias veces. También caminé mucho en cuatro patas, en seis contando las rodillas, y entendí a los animales.
4. Mi momento cumbre del viaje, el más álgido, cuando di el primer paso, hace tres días, de la primera vez en mi vida que rappeleé -descender una montaña con arnés, cuerda, poleas y guantes. La cuerda sujeta a árboles sólidos bien plantados, una persona reforzándola por arriba y otra al fondo asegurando la no caída libre, pero uno mismo conduciendo el ritmo del descenso con su propio puño, aflojando y contrayendo la cuerda-.
Aquí me extiendo:
Qué aglutinamiento de sensaciones corporales. Ya toda equipada y asegurada, estás parada en la superficie horizontal del risco y debes dar tu primer paso para quedar con las piernas estiradas en posición de escuadra, las plantas de los pies pegadas a la superficie ahora francamente vertical de la roca, a 50 metros del suelo bueno del río porque llegas al agua, a donde desemboca la Cascada de Minas Viejas, en el Municipio El Naranjo.
Para entonces ya recibiste una clase teórica y es momento de implementar los conocimientos en la práctica. Insisto, es tu primer paso de la superficie horizontal a la vertical, el último punto de apoyo en lo fijo conocido, el pie en un huequito. “Recárgate hacia atrás”, me agacho, “no te agaches”, me siento, “no te sientes, déjate caer hacia atrás y estira las piernas”. Estuve a nada de rajarme. Pensé que me sería más fácil lanzarme como en tirolesa o echarme un clavado al agua, claro, si la altura fuese de la sexta parte, lanzarme al vacío en paracaídas incluso, pero no podía con esa combinación de dejarme llevar y conducir a la vez y de YO DAR el primer paso.
Me vino a la mente el salto de fe, de Kierkegaard, el “salta Violetta” que era el mantra de la protagonista de Diablo Guardián de Xavier Velasco. Pensé, “ya casi todos los integrantes de mi grupo lo hicieron y están a salvo, con seguridad sintieron el mismo temor y lo superaron, yo también puedo, ¡los niños lo hicieron!”, solían ser los primeros (otro aprendizaje sustancial). La imagen de todos que más me inspiró en ese momento fue la de mi hermano. Cuando inició el descenso me hizo una cara de “ni pedo, ya estamos aquí” que en mi “memento” me inspiró muchísimo. Pensé también en la novela que tanto quiero escribir. “Es cosa de dar el primer paso, ya luego ‘nomás’ conduces al abismo y que tu poder superior –‘hoy sí le entro al vino tinto’, fue el mío– te ampare”. Y a lo mejor nunca escriba mi novela que tanto me atormenta, a lo mejor mis metáforas no me alcancen, pero la obsesión de escribirla ya me animó al rappel.
Los rápidos, la remada en pangas (canoas para muchos pasajeros), el salto en cascadas, la nadada y todas las formas en que me sumergí en el Río Tamasopo (“lugar donde se parte la tierra” en ténec) y en otros ríos materializaron en mi cuerpo durante la evolución del viaje ese principio de Heráclito de que “el mismo hombre no se baña dos veces en el mismo río”.
La corriente del agua es un fenómeno natural grueso, por cierto. Pensé en los ahogados en inundaciones y huracanes y desde luego en los que se ahogan tratando de migrar a otros países.
En San Luis Potosí, tierra donde nació mi padre, se da la caña, el café, los cítricos. Todo eso se vende en cantidad industrial a mega empresas, como Coca Cola y Jumex. Los camiones de carga que transportan la caña recién cortada se llaman “despeinadas”, porque su carga luce como las escobas de jardinero, con todas las ramas pues… despeinadas.
Cómo habrán domesticado el medio ambiente nuestros antepasados. Sin casco, sin chalecos, sin una vereda previamente trazada. Para ellos era supervivencia y no aventura, no excentricidad, no esnobismo. Cuando visito a mi hermana en Boston, la mayoría del tiempo con la furia de la nieve desatada, suelo pensar eso también. Cómo el hombre se ha instalado en el medio que le toca. Y cómo el medio ambiente se sigue imponiendo. Una ocasión que me quise adentrar más en la vegetación para hacer pipí – “se me hizo fácil” – me raspé, me piqué, me astillé, de plano no me dejó pasar. Tuve que “hacer” más a la vista.
La amabilidad y el servicio de la gente cuya vida depende del turismo ahí es insuperable… Sin palabras.
Estos viajes cuestan desde luego, pero como dice el anuncio de la tarjeta de crédito, la satisfacción que dan no tiene precio.
Con o sin la instrucción de “darse cuenta”, “date cuenta mijito…”, hay que rasparse, aventarse, moretearse, caerse, levantarse, saltar, soltarse, arrojarse.
NOTA: Este no es un publirreportaje, no es un texto patrocinado, pero soy fiel creyente de que hay que divulgar lo bueno, así como no titubeamos en denunciar lo malo. Esta gente, un staff de antología, nos llevó, nos trajo, nos orientó, nos dio de comer delicioso, nos guió y nos condujo paso a paso, con toda paciencia y profesionalismo a explorar y ENSANCHAR nuestro espíritu aventurero: rutahuasteca.com
Fuente:animalpolitico.com
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