Enlace Judío México.- El mes pasado, durante un sábado gélido, un grupo de personas preparaba micrófonos y entregaba silbatos de colores brillantes en el viejo barrio judío de Berlín. Se preparaban para protestar en contra de manifestantes neonazis que estaban en camino al vecindario.
SALLY MCGRANE
Jörg Braunsdorf, propietario de una librería, se frotaba las manos para mantener el calor, mientras un cantante local hacía una prueba de sonido. Un hombre estaba preocupado de que el frío pudiera evitar que llegaran sus compañeros de protesta, pero Braunsdorf lo tranquilizó: “Ellos también sienten frío”, dijo en referencia a los manifestantes, que ondeaban una bandera alemana de inicios de la década de los treinta, entre otros estandartes.
En el otoño de 2016, cuando los extremistas de derecha marcharon por primera vez en el barrio céntrico de Berlín donde se encuentra la librería independiente de Braunsdorf —la librería Tucholsky—, él y muchos de sus clientes quedaron impactados y consternados. Cuando volvieron a marchar la primavera pasada, Braunsdorf decidió que era momento de tomar cartas en el asunto.
Primero, mandó correos electrónicos a todas las personas que estaban en la lista de distribución de su librería. Después, empezó a poner sillas plegables entre los estantes de su tienda que tenían novelas contemporáneas, libros para niños y una enorme colección de textos del autor judío-alemán Kurt Tucholsky. Llegaron cuarenta personas a la reunión, que se llevó a cabo después de la hora de cierre de la librería. Junto con media decena de los asistentes, Braunsdorf cofundó la Iniciativa de los Residentes por la Valentía Civil.
Para el verano pasado, cuando se anunció que habría una tercera marcha por el vecindario, el grupo estaba listo: se aliaron con Berlín contra los Nazis, una organización que recibe financiamiento de la ciudad y se encarga de hacer frente al racismo y el antisemitismo. Un amigo de Braunsdorf diseñó afiches y volantes coloridos y juntos instalaron tres estaciones de protesta a lo largo de la ruta de los manifestantes. Se reunieron entre doscientos y trescientos vecinos para manifestarse contra la marcha golpeando cacerolas y sartenes con cucharones.
“Queríamos recuperar el espacio público”, recordó Braunsdorf en una tarde reciente, mientras respondía a la pregunta de un cliente sobre la estructura literaria de una novela de suspenso para adultos jóvenes y amablemente recomendaba una nueva novela a otro. “En cierto momento, simplemente tienes que hacer algo”.
En Alemania, los esfuerzos de Braunsdorf son parte de una larga tradición en la que las librerías tienen un papel activo dentro de la sociedad civil, comentó Johanna Hahn, directora de la Asociación Alemana de Librerías en Berlín y Brandemburgo.
“La industria editorial siempre ha reaccionado con una gran sensibilidad al clima político, y las librerías siempre son un lugar donde ocurren cambios sociales”, mencionó Hahn. Por ejemplo, en la década de los setenta, en el punto más alto del movimiento de liberación femenina, Alemania tuvo una gran cantidad de librerías feministas. “Ahora, el tema en realidad parece ser la libertad de expresión, la libertad de opinión. Ahí están los casos de Estados Unidos y Turquía, este problema está en todo el mundo”.
Actualmente, en los círculos de las librerías alemanas, el tema del nacionalismo y el fascismo tiene un lugar de una prominencia particular, añadió Hahn. Se debe al ascenso de grupos como Europeos Patriotas en Contra de la Islamización de Occidente y Alternativa para Alemania (Afd), un partido político que obtuvo el 12,6 por ciento de la votación nacional en septiembre, con lo cual se convirtió en el primer partido de extrema derecha en llegar al Parlamento en sesenta años.
“En cada libro hay una nueva perspectiva, así que las librerías automáticamente se ponen del lado de la apertura y la diversidad”, dijo Hahn.
Para Braunsdorf, de 58 años, el compromiso social siempre ha ido de la mano con manejar una librería. Braunsdorf es originario de Wetzlar, una pequeña ciudad ubicada en lo que era Alemania Occidental, en donde con veintitantos años comenzó a trabajar en un colectivo de libros que dirigía un grupo de sus jóvenes amigos de izquierda. El negocio no llegó muy lejos, pero la tienda era un lugar de reunión para estudiantes y activistas: imprimían volantes en los que condenaban las plantas de energía nuclear o se manifestaban a favor de viviendas asequibles.
Actualmente, 37 años más tarde, Braunsdorf sigue trabajando en una librería, pero ahora es su propio negocio, en Berlín, y han surgido otros problemas políticos. “Ninguno de nosotros esperaba que esta confrontación con el fascismo estuviera tan cerca”, comentó en alusión al éxito del partido AfD al haber conseguido entrar al Parlamento. “Creo que en los años por venir vamos a necesitar no solo protestar ‘en contra’, sino en verdad idear un ‘para’. ¿Qué queremos en nuestra sociedad?”.
Braunsdorf, quien ha organizado en su tienda sesiones de lectura en alemán y árabe para niños refugiados y ha moderado debates sobre la gentrificación, la economía y la política, dijo que “no puede imaginar que una librería solo sea un punto de venta”.
No está solo. Este año, el proyecto político similar de una librería llegó a los titulares de los periódicos, cuando, por segunda vez, incendiaron el auto de Heinz Ostermann, el dueño de la librería Leporello ubicada en Neukölln, un barrio de clase trabajadora de Berlín. En 2016, Ostermann había comenzado un grupo local dedicado a combatir la derecha extrema. “Hay mucha solidaridad”, mencionó Ostermann, quien agregó que los ataques que supuestamente habían realizado extremistas de derecha no lo han disuadido. “Creo que a las personas del barrio les da gusto que esté aquí”.
Se podría decir lo mismo de Braunsdorf. El mes pasado, a medida que crecía la multitud de manifestantes, Ralf Teepe expresó su agradecimiento por lo que ha hecho la librería de Braunsdorf, la cual dijo que visitaba una vez a la semana en búsqueda de enriquecimiento espiritual, en vez de ir a la iglesia.
Teepe, un servidor público que trabaja en el servicio exterior y que hace poco regresó a Berlín después de haber pasado años en África y otras partes del mundo, se reunió con Braunsdorf a unas cuadras de la librería. También quería protestar en contra de los neonazis que se dirigían al barrio.
“Nací en 1958 y mis dos padres quedaron marcados por el periodo nazi”, comentó Teepe. “Mientras más viejo me hago, más entiendo el enorme trauma que sufrió mi padre en particular”. Hizo una pausa para frotarse las manos y soplar en ellas con el fin de mantener el calor. “Hoy, setenta años después, por primera vez se tiene la sensación de que se podría repetir la historia. De que no es algo improbable”.
Después de que la primera línea de manifestantes de derecha vestidos de negro pasó detrás de una línea de policías —y los recibieron con cánticos que decían “¡Fuera, nazis!”—, se dispersó la multitud. Elnura Yivazada, quien trabaja en gestión cultural y se enteró de la protesta por medio de la librería, se tomó un momento para quedarse y escuchar el último acto musical, antes de ir a casa a calentarse.
“Es importante mostrar nuestros rostros”, opinó Yivazada. “Para expresar que la gente de aquí no aceptará esta situación”.
Fuente:nytimes.com
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