Enlace Judío México.- En una pequeña sala de un tribunal de Bagdad, la ciudadana francesa Djamila Boutoutao acunaba a su hija de 2 años y pedía ayuda.
MARTIN CHULOV Y NADIA AL FAOUR
Boutoutao, 29, está acusada de ser miembro del ISIS. Susurrando en su lengua natal al alcance del oído de otras acusadas de ser miembros del grupo terrorista –todas extranjeras como ella-, dijo que la vida se había vuelto insoportable.
“Me estoy volviendo loca aquí”, dijo Boutoutao, una mujer menuda de anteojos y mirada inexpresiva. “Enfrento una condena a muerte o a cadena perpetua. Nadie me dice nada, ni el embajador ni la gente en la cárcel”.
Los guardias se acercaron mientras Boutoutao seguía hablando. También lo hicieron otras acusadas, todas del centro de Asia o Turquía que habían perdido maridos y, en algunos casos, hijos cuando el ISIS se desmoronó en Irak el año pasado.
“No dejen que me quiten a mi hija”, suplicó. “Estoy dispuesta a ofrecer dinero si ustedes pueden contactar a mis padres. Por favor, sáquenme de aquí”.
Con eso, la breve conversación fue interrumpida y Boutoutao volvió a un rincón, esperando a que el juez de la sala contigua la convocara. No había funcionarios franceses presentes ni nada que la relacionara con su vida anterior en Lille. Si se la declarara culpable de unirse al grupo terrorista, podría ser condenada a cadena perpetua en una cárcel de Bagdad o a la horca.
Viudas y extranjeras.
Las quince mujeres que la semana pasada se hallaban en el tribunal habían quedado viudas por la guerra que eventualmente expulsó al ISIS de gran parte de Irak, matando a decenas de miles de sus miembros y reemplazando sus promesas de una utopía islámica por una derrota aplastante. Las mujeres que están aquí en algunos casos se habían unido voluntariamente al grupo, tras viajar solas de Europa y el centro de Asia o con sus parejas, hacia lo que creían que era una tierra prometida.
Se calcula que más de 40.000 extranjeros de 110 países viajaron a Irak y Siria para sumarse al grupo yihadista. De ellos, se cree que unos 1.900 eran ciudadanos franceses y aproximadamente 800, británicos.
Boutoutao llegó a Irak en 2014 con su marido Mohammed Nassereddine y dos hijos. Fue capturada por los peshmerga kurdos en el norte de Irak y luego enviada a Bagdad, donde el tribunal fortificado del centro de la capital se ha convertido en un punto focal de la era post-ISIS.
Unas mil mujeres acusadas de pertenecer a ISIS fueron capturadas en redadas entre las ruinas de los pueblos y ciudades de Irak y ahora están presas en Bagdad para rendir cuentas ante una sociedad y un gobierno que siguen profundamente traumatizados por los últimos cuatro años y dirigen gran parte de su ira contra los combatientes extranjeros y sus familias. Unos 820 niños pequeños acompañan a las mujeres y otros están por nacer.
Diez minutos, cadena perpetua o la horca
Los procesos judiciales se llevaron a cabo con toda prisa, al igual que las audiencias de diez minutos en el tribunal criminal central de Bagdad que despacharon sumariamente a las mujeres extranjeras acusadas, sentenciando a más de 40 a muerte y a decenas a cadena perpetua desde la caída del llamado califato.
Las extranjeras en particular, a menudo con bebés en los brazos, son procesadas con una eficiencia inflexible que rara vez se ve en otros sectores del sistema judicial iraquí. Para lidiar con las secuelas de ISIS, el sistema judicial asumió la tarea de darle al país un cierre. Conforme los iraquíes tratan de remendar el desgarrado tejido social, persiste un profundo resentimiento hacia los yihadistas cuya violencia tuvo un alto precio para una psiquis nacional que todavía no se había recuperado de las sanciones, la invasión y la guerra civil.
Sin ayuda de los países de origen.
Francia y otros países europeos siguen siendo hostiles a aquellos de sus ciudadanos que ahora están siendo juzgados en los tribunales iraquíes e insisten en que deben someterse a la justicia local en el extranjero. El gobierno francés ha mostrado cierta indulgencia hacia los niños que quedaron huérfanos en los combates, pero ninguna hacia los adultos que tomaron la decisión de unirse al grupo.
Meses atrás, la ministra de Defensa Florence Parly dijo que a aquellos que volvieron a Francia se “les pediría rendición de cuentas por sus actos”. Sin embargo, los funcionarios franceses les han dicho a sus pares de la región que quienes no escaparan no podían esperar indulgencia.
Como el ISIS ahora ha sido casi totalmente expulsado de las tierras de Irak, no se habla mucho de reconciliación. Al preguntársele qué le diría al líder del ISIS Abu Bakr al-Baghdadi si lo tuviera delante, el jeque Qais al-Khzali, líder de uno de los grupos paramilitares más temidos de Irak, Asa’ib ahl al-Haq, dijo: “Le diría que fracasó. No fue lo suficientemente bueno. Era nada y está por debajo de todos nosotros”.
“No merecen piedad”
Mustafa Rashid, vendedor de autos del este de Bagdad fue igualmente cáustico respecto de los prisioneros extranjeros. “Al diablo con ellos”, dijo. “No merecen piedad. Las mujeres tampoco”. En el mismo juzgado un día antes, una mujer iraquí había sido absuelta de todos los cargos y liberada después de presentar la defensa de que su hermano la había obligado a unirse a ISIS. Mientras que algunas mujeres iraquíes, y grandes números de hombres, han sido sentenciadas a muerte por su papel en las acciones violentas del grupo terrorista, sólo un pequeño número de mujeres ha recibido concesiones.
“En la mente de los iraquíes, el poder judicial y el gobierno, en virtud del hecho de que usted es extranjero y eligió vivir en territorio de ISIS, hay cierto grado de capacidad de acción en lo que hizo y más culpabilidad”, dice Belkis Wille, investigador sénior de Human Rights Watch para Irak. “No es lo mismo en el caso de las mujeres iraquíes, en cuyo caso pruebas muy específicas a menudo reducen las sentencias. Si uno compra un pasaje de avión, atraviesa una frontera y toma decisiones, está mucho más expuesto”.
Había ajetreo en la sala del tribunal de Bagdad mientras se conducía a un grupo de hombres al banquillo de los acusados que ocupaba el centro de la habitación. Un grupo de doce fue sentenciado a morir en la horca y luego escoltado de regreso a las celdas. Después le tocó el turno a Zahraa Abdel Wahab Al Kaja. La joven, que acababa de cumplir 17 años y era originaria de Tayikistán, también llevaba en brazos a una beba, a quien había vestido con un hijab, y parecía desorientada.
“Me trajeron a Siria hace unos cinco años junto con mi mamá y mi papá”, dijo. “Ellos me casaron con un turco. Fue bueno conmigo. Esta es su hija. Nos instalamos en Irak. Mi padre y mi marido murieron. Ahora estoy presa con mi madre y mi hija. Quiero volver a casa, aun cuando mi país no esté bien. Allá yo no usaba hijab. ISIS es bueno, me enseñó cómo cubrirme”.
Más mujeres entraron y salieron: una turca, una rusa y dos kirguisas. En todos los casos, uno de los tres jueces les hizo preguntas cortantes y luego ordenó que las acusadas fueran retiradas del recinto. Un fiscal luego hizo un breve alegato y un abogado defensor leyó un informe. Afuera, uno de los defensores designados por el Estado dijo que no había hablado con su cliente y sólo había visto un resumen de las notas de investigación.
Human Rights Watch dijo que, pese a sus pedidos de los últimos dos años, no había habido señales de que los abogados tuvieran un papel más proactivo o de que los tribunales buscaran pruebas más contundentes para condenar. En cambio, la justicia dependía en gran medida del instinto, señaló un funcionario durante un descanso. “Trabajo aquí desde hace diez años y puedo decir quién es inocente con sólo mirarlos a los ojos. Puedo contarle historias de horror y puedo compartir momentos mágicos”.
Los guardias que traen a las mujeres de una cárcel cercana dijeron que la mayoría no se arrepentía. “Una prisionera de ISIS una vez me pidió algo que yo no podía darle y me llamó infiel”.
¿Y los chicos?
Qué hacer con los niños es una cuestión más problemática para las autoridades iraquíes. Algunos niños mordían manzanas mientras su madre esperaba su audiencia. Otros pasaban de los brazos de una mujer a otra mientras se turnaban para calmarlos.
“Van a crecer y convertirse en lo mismo (que sus madres)”, dijo uno de los guardias.
“No, es pecado decir eso”, señaló otro. “Todos los niños son inocentes”.
“Puede ser”, fue la respuesta. “Pero acabemos pronto con esto. Todavía hay muchos de ellos”.
Traducción: Elisa Carnelli
Fuente:cciu.org.uy
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