Enlace Judío México.- Han pasado solo pocas semanas, fue el 19 de mayo, y después de que tanto se anunciaba la boda y se hablaba de ella, ya nadie casi la recuerda. Así son los medios.
SHULAMIT BEIGEL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
El anuncio del compromiso y luego la boda entre Meghan Markle y el príncipe Harry, acaparó los titulares durante meses. Mientras los seguidores de la casa real británica conspiraban y sacaban sus propias conclusiones en torno a los detalles de la boda, nosotros, simples mortales sin alcurnia alguna, desde nuestros televisores participábamos también en los detalles de ese evento como si fuera nuestro. Todos sabíamos el lugar y la fecha. Esperábamos con ilusión el gran día para poder compartir las celebraciones con el público del mundo. Nos convertimos por unas horas en amigos y familiares cercanos de los novios, aunque nadie nos haya invitado.
Los días siguientes a la boda de Harry y Meghan, pensaba yo no tanto en la relación de la pareja, sobre la que tanto se ha escrito, sino en la relación entre los padres y las hijas, que con mi propio ejemplo, siempre he considerado más complicada que la relación entre los padres y sus hijos varones, y aún más complicada que la relación entre madre e hijos, aunque de ésta siempre se ha hablado mucho más. ¡Ah! y casi me olvidaba, de la relación entre madre e hija. Y por último, en la relación de Dios con Abraham, y la del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo entre los católicos.
Desde antes de que yo naciera, por eso de “la descendencia”, la herencia de nuestros antepasados, dejar algo, etc., mi padre quería (me lo contó mi mamá), que yo fuera varón.
Cuando llegué al mundo con “propiedades” femeninas, mi papá que aunque claro, me quería, se sintió decepcionado, aunque nunca llegó a decírmelo.
Era yo su primogénita y como judío, pues quería un varón, alguien que con el tiempo llegara a ser su socio o por lo menos continuador en el negocio, aunque en aquella época lo único que tenía era una pequeña tienda de ropa. Yo sé que hoy en día casi no sucede así y los padres quieren que sus hijos sean profesionales. Los hijos varones, y mi hermano es un ejemplo tangente, desde jóvenes tienen inclinaciones muy distintas a las de sus padres.
Pero mi papá en aquella época continuó teniendo esas ilusiones toda la vida. Así que supongo que cuando nací, toda flaquita y sin pelo, me miró fingiendo alegría y seguramente habrá pensado ma laasot, en el hebreo original, que en mexicano se traduciría: ni modo.
Crecí, como suelen crecer casi todas las criaturas humanas bien alimentadas, y debo reconocer que en mis primeros años tuve muy poco contacto con mi padre, que salía muy temprano a la fábrica, en el centro del Distrito Federal y regresaba tarde. Tampoco recuerdo que haya jugado conmigo con las muñecas, o ningún otro juego infantil de la época. Nunca evoco en mi memoria que me haya contado cuentos por las noches. Todo ello lo hacía mi mamá.
A los diez años las niñas del mundo, y yo fui una de esas niñas, comienzan a demostrar ciertas características muy femeninas, que por lo general son muy molestas para los papás, pues les recuerdan aquellas con que sus esposas les hacen la vida imposible, por ejemplo: les gustan los chismes, hablan mal de sus amiguitas, tienen secretos con ellas, les entran incontrolables ataques de risa, o lloran por el más pequeño motivo. Además, piensan que su padre es casi casi el rey Midas o Rockefeller, y siempre le están pidiendo algo.
-Papi, te quiero,….sabes, a Miriam le compran vestidos nuevos todas las semanas- les dicen las muy mentirosas en tono de coqueteo y reproche combinado, como suelen hacer las mártires.
-Y me olvidé de contarte papi, que Shula se va con sus padres a Italia la semana entrante. Ah, y como no me acordé de mencionarte que a Clara le regaló su papá una cama nueva con respaldo de madera para su cumpleaños. A Ruthi la llevan al cine todos los días durante las vacaciones y a Dafna le dieron un nuevo celular, un Samsung Galaxy s9.
Llegamos a la pubertad y empezamos a fijarnos en los “ejemplares” del sexo opuesto. Fueron las telenovelas latinas y las series de la televisión gringa, las que se encargaron de despertar nuestra libido incipiente.
Papá ya no nos parecía interesante como en nuestra infancia. Hasta nos aburría.
-Mamá… ¿por qué no te casaste mejor con Brad Pit? Le preguntó un día mi amiga Evelyn a su mamá. Su papá se emborrachó toda la noche.
Cuando las “niñas” cumplen doce años, o quince en Latinoamérica, nuestros papás tiran la casa por la ventana, gastando mucho más allá de sus posibilidades. Las niñas mimadas sin embargo no se quedan satisfechas, pues a ellas les dan su fiesta en la casa de una tía que tiene una sala enormeeee, y en cambio a Ruthi su amiga, se la hicieron en el hotel Hilton de Tel Aviv. Lo que no se dan cuenta algunas es que Ruthi u otras Ruthis, son hijas de un señor cuyo nombre no mencionaremos aquí por no meternos en problemas y que está en el gabinete de Benjamín Netanyahu.
Bueno, y como es natural, algo terrible sucede un poco más adelante: aparecen los novios, los amigos y los pretendientes.
Mi papá se comportaba con elegancia, callado como era, no decía nada, pero los miraba como diciendo me caes mal, de la patada en realidad, ¿qué haces aquí? Uno de mis amigos estudiaba ballet, otro fumaba marihuana, otro le parecía feo, otro era medio judío solamente, otro de plano era árabe libanés aunque judío, y otro se quitaba los zapatos en la sala como si ya fuera miembro de nuestra familia. Otro venía todos los días a almorzar y se quedaba para la cena y jamás ayudaba a lavar los platos.
Y llega el día de la boda. No la mía, de otras. El novio no es el príncipe Harry sino un israelí del montón, de esos que trabajan en una oficina de seguros, pero el papá de nuestra historia llegó a tenerle simpatía….tal vez y sobre todo porque conoce a su hija y sabe lo que le espera al pobre marido. Es como si fuera él mismo, años atrás, antes de casarse con la mamá de su hija. El padre, como en la película “El padre de la novia”, se enfrenta al temor de separare de su hija, y al excesivo gasto que involucra la boda, y sin embargo ayuda en todo lo que puede, gasta muchísimo, que si el local, que si la comida, que si las flores, y hasta les compra los muebles del nuevo departamento.
El día de la boda tiene que comprarse ropa nueva aunque hace un calor infernal, y cuando ve a su hija, tan bella, tan novia, se le escapan algunas lágrimas.
Pero hay personas que nacen con estrella y otras estrelladas, y pocos meses después nace su primer nieto varón, ¡qué alegría y felicidad!, ¡un varón! ¡Un macho!, pero… nuevamente, un terrible golpe. Al muchachito no le van a poner Isaac, como era el nombre de su propio padre, sino David, que es el nombre de su consuegro que acababa de morir esa semana. Y el niño, para colmo, no llevará por lo tanto el nombre glorioso de los Levy, sino que pasará a ser un simple Goldstein. Uno más.
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