Enlace Judío México.- La situación económica del Tzadik Rabí Najum de Chernobyl ZT Z”L era muy precaria; vivía con menos de lo necesario para sobrevivir. Y aunque sus Jasidim y la gente del lugar siempre se preocuparon por su sustento y el de su familia, ellos mismos no eran gente pudiente. Cuando llegaban con el Rab para aportar, se sentían dichosos de poder colaborar con la manutención de la familia del Rab y lo hacían con mucho corazón, pero en cantidades muy pequeñas. Si para ellos apenas les alcanzaba, con mucho trabajo conseguían que les sobrara un poco para darle a otro.
RAB. DAVID ZAED
Un día llegó a la ciudad de Chernobyl un visitante muy singular: era un hombre muy rico, especie que no se veía allí desde hacía mucho tiempo. Pidió entrevistarse con el Rab, y cuando terminó su encuentro con él, antes de retirarse dejó en la mesa un sobre. El Rab lo abrió, y comprobó asombrado que allí adentro había una gran cantidad de dinero: Trescientos rublos; una verdadera fortuna, tanto para el Rab como para la gente que vivía en Chernobyl.
La noticia corrió como reguero de pólvora. El Shamash del Rab se encargó de que la llegada de aquel sobre no fuera un secreto. Y todos se pusieron muy contentos. La gente, porque sintieron alegría por el Rab, que saldría de sus problemas económicos, y los acreedores porque sabían que ahora iban a cobrar las deudas atrasadas del Rab. Hacía varios meses que Rabí Najum compraba todas las necesidades de su hogar apelando a la confianza que el panadero, el carnicero, el pescadero y el lechero, entre otros, depositaban en él. Mediante la suma aparecida en el sobre, ahora todos respirarían tranquilos.
Al día siguiente, como es habitual después de la Tefilá, se formó una larga fila de personas que esperaban su turno para hablar con el Rab. Unos le preguntaban acerca de temas de Torá, otros recurrían a sus sabios consejos, otros le pedían Berajot, y otros simplemente se desahogaban con sus penas, sabiendo que encontrarían en el corazón del Rab un recipiente dispuesto a escucharlos y a sensibilizarse con ellos.
Cuando terminó la serie de entrevistas, entró con el Rab el Shamash, quien portaba en su mano la lista de acreedores y las respectivas deudas que había que saldar. Se había tomado el trabajo de confeccionar la lista de acuerdo a las prioridades; primero hay que pagarle a éste, luego al otro, hasta cumplir con todos. Con una sonrisa en sus labios le entregó la lista al Rab, que inexplicablemente tenía una expresión sombría en su rostro.
El Shamash miró de un lado a otro, buscando el sobre de dinero, pero no lo encontró encima de la mesa del Rab. “Seguramente, como se trata de una suma tan grande, el Rab lo guardó”, pensó.
– Rebbe: Aquí tiene la lista. ¿Le parece bien que empecemos por Najman, el carnicero? – le dijo, para iniciar la conversación.
– Por favor, abre ese cajón y encontrarás unas monedas. Con eso págale a quien consideres necesario, y cuando haya más dinero veremos qué haremos… – dijo el Rab sin levantar la vista y sin siquiera mirar la lista.
El Shamash se acercó al cajón señalado por el Rab, con una sonrisa convertida en una mueca de confusión, que se transformó en una expresión de asombro cuando vio que allí dentro no había más que las pocas monedas que solía tener el Rab para sus gastos.
Revolvió los papeles del cajón, con la esperanza de encontrar algo más escondido, pero de dinero sólo había las mismas monedas que vio al principio. Las sacó de ahí, y se quedó parado delante del Rab sin saber qué hacer. No se atrevía a preguntarle acerca del sobre con el dinero; el Shamash era muy respetuoso del Rab, y por más confianza que había entre ellos consideraba que era una intromisión en sus asuntos privados cuestionarlo acerca de la contradicción que tenía frente a sus ojos.
– ¿Sucede algo? Te veo muy extrañado… – le dijo el Rab.
– Rebbe… – el Shamash sacó fuerzas de flaquezas y habló, tratando de disimular su nerviosismo –
Rebbe… ¿Qué pasó con los trescientos rublos que le dejó aquel hombre rico? Con eso podría pagar las deudas atrasadas que usted tiene con tanta gente…
– Tienes razón. Trescientos rublos es mucho dinero. Pero te voy a contar lo que sucedió: Cuando hoy en la mañana tomé ese sobre en mis manos, me puse a pensar: “¿Acaso yo merezco todo esto?”. Por el otro lado me puse muy contento porque Hashem se apiadó de mí y con eso iba a poder pagar mis deudas con honor y sin recurrir a la Tzedaká. Eso fue al principio; después pensé nuevamente: “¿Y qué, soy yo mejor que otros, que gozará del privilegio de alivianarse de sus apremios económicos, mientras hay tanta gente que necesita dinero para cosas más urgentes que las mías, y son más dignos que yo?”.
En ese instante entró un hombre a hablar conmigo, a quien tú mismo hiciste pasar. Se sentó frente a mí y me abrió su corazón. Me contó que su situación económica es crítica. Tiene más de un año viviendo en la pobreza extrema. Los niños no pueden estudiar Torá porque no tienen para pagarles a los maestros. El propietario de la casa donde viven lo amenazó con echarlos a la calle si no paga las rentas atrasadas. Su esposa y sus hijos ya no aguantan más, pero lo peor está por llegar: Su hija recibió una propuesta para casarse, y si no consigue una suma determinada, el compromiso se anulará… “¿Y de cuánto estamos hablando?”, le pregunté. “Trescientos rublos. Con eso salgo de todos mis problemas…”, me respondió. Mi cabeza empezó a dar vueltas… “¡Estudio de Torá de los niños! ¡Salvar a una familia entera de vivir en la calle! ¡Ayudar a una novia a casarse! ¡Cuántas Mitzvot Hashem puso en mis posibilidades de cumplir! En ese momento me di cuenta de que los trescientos rublos llegaron a mis manos para ayudar a ese Yehudí…
Rabí Najum hizo una pausa, y siguió su relato:
– Ya estaba por entregarle a ese hombre todo lo que había en el sobre, y de repente, un pensamiento me asaltó: “¿No debería reflexionarlo mejor? ¿Por qué habría de darle a una sola persona toda esa suma, cuando con ella podría ayudar a varias familias? ¿Tendré derecho a hacer algo así y privilegiar a uno por sobre los demás? Las dos posibilidades se veían lógicas: Una aparecía como un mensaje celestial diciendo que la suma recibida era para dársela a aquel Yehudí, pues era exactamente lo que necesitaba. La otra, me decía que, si bien ese hombre se veía en una situación muy crítica, no era justo que una suma tan grande fuera a uno solo, y que la podía repartir entre varias familias, que también se beneficiarían y saldrían de sus problemas.
Como me encontraba en un dilema tan grande, le pedí al Yehudí que me esperara un rato hasta que tomé la decisión de qué hacer con el dinero. Después de eso me di cuenta que la opción de repartir el dinero en varias familias no era la mejor. ¿Por qué? Porque cuando recibí el sobre del hombre rico tenía que haber tomado la decisión de repartir la suma en seis partes, por ejemplo; cinco, para cinco familias necesitadas, y una parte para mi familia. Pero no fue así: desde un principio pensé que iba a destinar toda la suma para mí solo. Entonces llegó aquel hombre con sus problemas, y recién fue ahí cuando dije para mí que quería darle todo a él. Y me encontré nuevamente con el dilema: ¿A él solo o repartido entre varios? “¡A él solo!”, me dije. Porque si antes todo ese dinero iba a ir para uno solo, que era yo, también esta vez tenía que ser para uno solo, pero para él…
El Shamash aún se encontraba de pie frente al Rab, pero con su mirada hacia el piso. No atinaba a decir nada, después del maravilloso relato que escuchó. Y por el otro lado se sintió apesadumbrado porque la situación de su Rab no tenía visos de mejorar. El Rab se dio cuenta de ello; lo tomó de los hombros, y le dijo:
– No te preocupes, mi fiel compañero. Así como Hashem proveyó de sus necesidades a un Yehudí más pobre que yo, también se va a acordar de nosotros y todo va a estar bien, Beezrat Hashem…
(Extraído de Tzeror Sipurim 2 – 110 – Redacción Libre)
Fuente: Revista Jodesh Tob Sivan
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