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jueves 21 de noviembre de 2024

Claudia Kerik / Otra forma de escuchar a Dios

Enlace Judío México.- Judaísmo en femenino de Ethel Barylka, es un libro que atesora un mensaje lleno de sentido para nuestro presente. Teniendo en mente la ola de movimientos que en todas partes del mundo se han levantado uno tras otro como un oleaje gigante imposible de silenciar, reclamando las violaciones a los derechos de la mujer, desde el popular #Me-Too, el Time’s Up, o las consignas contra los feminicidios en Latinoamérica contenidas en: ¡Ni una más!, #Niunamenos, etc.

*CLAUDIA KERIK PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO.

 

El papel de la voz femenina y su derecho a ser atendida en todas las áreas del saber y del quehacer del siglo XXI está siendo legitimado de manera permanente y esta recuperación no escapa a ningún área, ni siquiera a las que usualmente habrían sido en principio incuestionables. Este es el caso del cual se ocupa la autora, quien emprende una audaz “puesta en abismo” de las preguntas esenciales que ponen en jaque un legado particular,  el del pueblo judío, marcado por una religión que privilegió el rol masculino en la transmisión de su sabiduría espiritual. Ethel Barylka emprende una esmerada revisión de las fuentes que dictaminan las leyes que conforman la jurisdicción judía, y estudia los fundamentos que dan pie al surgimiento de una incuestionable supremacía masculina en la impartición del saber judío, explorando sus posibles orígenes. Ahí radica una parte de su valiosa aportación. La autora no teme comprometerse con el análisis de la formas de representar a Dios que le atribuyen rasgos genéricos varoniles, para denunciar un cuestionamiento válido en torno a la naturaleza masculina de esa voz.   Porque… ¿quién estipuló que una voz que no era representable a partir de la figura de un hombre, fuera en efecto la de un hombre? Es decir ¿quién estableció la masculinidad del Ser Divino o de la voz de Dios? De ahí se deriva la propuesta contenida en el sugerente título: Judaísmo en femenino.

Repensar a Dios desde la óptica del sexo inverso a sabiendas de que en esencia, contiene ambas posibilidades o incluso otras que no podemos siquiera sospechar.

Yo quisiera subrayar la importancia de situar este provocador ensayo (que en apariencia versa solamente sobre temas religiosos), en el macrocontexto al que se suma. Creo que su mirada transgresora no surge casualmente en este momento específico si no que es el resultado de un flujo universal del pensamiento que está orientado a hacer sonar la voz de la mujer con derecho propio en todas partes, hacerla partícipe de un afán colectivo de justicia que hasta este momento no había sido exigida plenamente. Entonces, aunque esta obra es una propuesta particular de Ethel Barylka que se pronuncia revisando los registros que prescriben el ocultamiento de la voz femenina en el legado de la ley judía, en realidad está inscrito en un  contexto más amplio de protesta y revisión del estatuto esencial de la voz de la mujer, que pertenece a nuestra época.

Por lo tanto, primero tendríamos que decir que justamente por eso, el libro es sumamente actual,  y que forma parte de un coro de voces al que se une ofreciendo su perspectiva particular de un caso específico de negación del rol femenino en un marco concreto y diferenciado: el de la religión judía.  En ese enorme oleaje de voces que no cesan de irrumpir reclamando un reconocimiento justo de los derechos de la mujer en nuestra sociedad actual, ingresa un libro como éste, que se pronuncia desde un sitio diferente, el que ofrece la revisión de los libros que conforman el canon de la religión judía. Como fruto de su atenta observación a pasajes bíblicos y prescripciones obligatorias, Barylka reclama la ausencia de un “espacio femenino en el marco de la ortodoxia” y hace hincapié en la condición marginal de la mujer en la ley judía que estipula una supremacía masculina en sus plegarias, excluyéndola de la mayor parte de las obligaciones que han sido impuestas para ser cumplidas por los varones a través de los siglos y por los siglos, y que la han dejado relegada a un rango de inmerecida inferioridad.

Lo interesante de la postura de Ethel Barylka radica en las preguntas que se hace, en su modo de debatir y cuestionar un legado de restricciones y derechos, recibido y construido desde su origen a partir de “prejuicios pautados por una cultura patriarcal” -como cuando señala el papel que juega la distorsión acerca de la menstruación concebida como algo monstruoso, y que deriva en la interpretación de la misma como un castigo divino, que coloca de facto a la mujer en un nivel inferior respecto al hombre y que contribuye a fomentar el desarrollo de su estereotipo negativo.

La prueba de que la mujer ha sido víctima de una marginación progresiva y la demostración de cómo se ha llevado a cabo esa disminución del rol femenino en la evolución de la recepción y actualización del legado judío, es una aportación no menor que ofrece este libro. Barylka ilustra capítulo tras capítulo los distintos ámbitos religiosos donde la mujer ha sido desplazada: partiendo de la lectura crítica del corpus textual de la ley judía desde el cual se construye y proyecta la visión de la mujer como ser inferior, a saber, de las instrucciones iníciales que por ejemplo nos informan literalmente quiénes son los que deben llevar a cabo la lectura de los rezos, la enunciación de las bendiciones diarias, hasta acceder a las propias plegarias donde se declara y se prescribe agradecer “por no ser mujer”.

La autora revisa con sumo cuidado las fuentes de las que nacen y que confirman esa superioridad masculina pero sin tomar el camino fácil del señalamiento, sino que cuestiona la razón de semejantes afirmaciones que han dado pie a errores en cadena que se siguen alimentando de errores originales. Barylka no solo debate la razón de ser de oraciones rituales en las plegarias judías que al continuar vigentes, continúan deformando la visión del papel que tiene la mujer ante Dios,  sino que se atreve a proponer lo que ella llama “la posibilidad de pensar a Dios en femenino”.

Dios es representado como un varón a pesar de que en la religión judía la naturaleza del creador no tiene género, o los contiene a ambos. Barylka se dedica a la revisión de esta concepción desde la propia creación del hombre. Revisa los textos bíblicos y sus interpretaciones, desde la creación de Adán y Eva, para señalar cómo en el primer hombre estaba contenida la primera mujer y ambos estaban contenidos en la voz que emana de Dios.

La autora se pregunta si tiene algún sentido pensar hoy a Dios en femenino, es decir, transmutar la voz de Dios y hacerla sonar como si fuera pronunciada por una mujer, después de debatir acerca de los diversos elementos que conforman la propia imagen del Ser Divino que hemos heredado y sobre el cual hemos estipulado su género proyectando sobre el mismo una supremacía masculina. Y como respuesta, se nos sugiere que cambiaría la dimensión de esa voz, variando su entonación probablemente de lo normativo a lo nutricio, lo cual proyectaría en consecuencia, atributos femeninos como una mayor contención y compasión.

Pero Ethel Barylka no está sola en estas reflexiones. Desde el ámbito laico de la reflexión sobre la literatura, a fines de la década de los noventa, un polemista nato, el conocido crítico literario judío norteamericano, Harold Bloom, cuestionó que la autoría del escriba y transmisor de la Biblia fuera la de un hombre y llamó la atención sobre la figura de Dios en su dimensión como autor literario de género femenino:

Yo especulo, sobre una base literaria puramente interna y subjetiva, que Jehová bien pudo haber sido una mujer de la corte del rey Salomón, un lugar de sofisticada cultura, considerable escepticismo y gran complejidad psicológica (…) Betsabé, la madre de Salomón es una admirable candidata”.[1]

Bloom dejó planteada su propuesta de Betsabé como autora del Génesis, indicando que su escritura fue censurada, revisada y distorsionada por una serie de redactores masculinos que a lo largo de cinco siglos “quedaron escandalizados por la libertad e ironía con que Betsabé retrató a Yahvé”.

Ethel Barylka nos propone también retos ontológicos no menos desafiantes que los que ha sugerido Bloom al apuntar a una reivindicación de la mirada femenina en la representación de Dios. La lectura de Judaísmo en femenino nos obliga a que revisemos junto con la autora todas aquellas verdades de facto que nos han sido impuestas al estar legitimadas por el canon judío, y que la acompañemos en un camino  que requiere de apertura crítica para transitarlo y de nuestra mejor disposición para sacarle provecho al escrutinio que nos ofrece de las fuentes. Su reflexión apunta a desmantelar la mirada selectiva que favorece una visión masculina sobre la mujer y a abrirnos a las posibilidades que pueda traernos el escuchar historias enunciadas y atendidas desde una perspectiva femenina. El libro además revisa la recepción distorsionada, o no, que se tuvo de figuras legendarias, mujeres bíblicas, que aún nos guían (o que podrían hacerlo) como modelos, y toca también y sin titubeos, temas tan poco explicitados como el de la homosexualidad, distinguiendo las prescripciones específicas destinadas para los hombres de aquellas en que se excluye nombrar a las mujeres. Y cuestiona como prueba de ello, las leyes judías derivadas de versículos bíblicos -dándole la misma importancia a lo que se señala como a lo que se omite señalar-, en aras de liberar una visión preconcebida, derivada de una lectura incorrecta o de una interpretación sesgada de las fuentes, que ha restringido a la religión convirtiéndola en vía de represión sobre conductas que atentan contra lo aparentemente prescrito como aceptable.

Y con esa misma intención de continuar resaltando la marginación establecida en torno a la voz femenina, la autora se ocupa también de revisar otros tópicos delicados y urgentes de atender, que desafortunadamente continúan vigentes en la actualidad,  como la pertinencia de reflexionar acerca de la violencia familiar contra la mujer y las insuficientes herramientas que ofrece la religión judía (desde el interior de su ortodoxia) para condenar y contrarrestar el fenómeno. Barylka incluso transcribe, difunde y le presta su voz a plegarias femeninas escritas para ocasiones tan traumáticas como esas, en un afán por dignificar de manera permanente el duelo por las víctimas de un episodio de violencia intrafamiliar. En ese sentido, como en tantos otros, este libro despliega un mensaje de Tikún olam que se inscribe en nuestro tiempo y que nos ofrece más de una posibilidad de lectura, pues es una invitación para repensar la figura de Dios desde la realidad de la mujer judía pero también desde la realidad de cualquier mujer, de toda mujer. Y que abre-para nuestra sorpresa­­­- un perturbador camino hacia la reflexión en torno a una voz, la del Ser Divino, en la que podría estar sonando más de un registro, y que en su desconocida e inescrutable dimensión, nos exige hoy más que nunca tener un oído más fino, y hacer siempre un esfuerzo de atención mayor.

 

[1] Bloom, Harold, El canon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas, Editorial Anagrama, Barcelona, 1995, pp. 14-15.

*Claudia Kerik es ensayista, traductora y académica de la UAM-Iztapalapa

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