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martes 05 de noviembre de 2024

Superviviente desvela el milagro que la salvó de las matanzas nazis

Enlace Judío México.- Elzbieta Ficowska logró escapar del Gueto de Varsovia cuando era un bebé: “Me escondieron en una caja de madera con agujeros y me dieron Luminal”.

MANUEL P. VILLATORO

Las palabras de Elzbieta Ficowska, de 76 años, son calmadas y apenas logran alzarse sobre el ruido que rodea la sala del hotel en la que espera pacientemente para narrar su historia. La barrera del polaco, un muro infranqueable en este caso, impide discernir si los hechos que recuerda le producen todavía aflicción, si este es su tono habitual, o si ha pasado una mala noche.

Según afirma (y traduce con rigor su acompañante) ya ha pisado nuestro país dos veces, aunque esta es la primera en la que ha disfrutado del contacto directo con los españoles. Lleva razón, pues su historia es de esas casi imposibles de encontrar en el batiburrillo de la red. Y todo ello, a pesar de que su pasado sería digno de convertirse en el guión de cualquier largometraje de Spielberg.

La misma mujer que hoy apura sus últimas horas en España tras dar una charla organizada por el Instituto Polaco de Cultura en el marco de la exposición «Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos» nació el 5 de enero de 1942 en el Gueto de Varsovia. Una prisión sin barrotes de la que partían trenes y trenes cargados con judíos hacia los campos de concentración y exterminio.

No hubiera sido extraño que su vida acabara, como la de tantos otros, entre los muros del Gueto. Sin embargo, ella tuvo la suerte de ser salvada por Irena Sendlerowa, una joven que -junto a una gran red de colaboradores- logró que más de 2.500 niños pudieran escapar. «Para sacarme de allí construyeron una caja a la que añadieron varios agujeros para que pudiera respirar. Luego me metieron en ella tras administrarme Luminal. A mi lado pusieron una cucharita de té de plata con mi nombre y mi fecha de nacimiento grabados», desvela Ficowska.

Su vida parece una película de Hollywood…

Una película sí, pero no de Hollywood [risas]. Fue una película de la que me enteré por casualidad cuando tenía 17 años. Por entonces vivía en un país comunista (es decir, que no era libre) en el que los profesores y los libros no contaban mucho sobre la Segunda Guerra Mundial. Y mucho menos sobre los judíos.

¿Le interesaba por entonces la política o la historia judía?

No. A mi no me interesaba ni el sistema ni la política. A mi madre tampoco porque era ya mayor. Aunque a veces oíamos la Radio Libre de Europa, una emisora que transmitía sus programas desde la Europa Occidental, o la Radio Londres. Recuerdo que teníamos en casa una gran radio con una luz verde que se encendía lentamente. Nos poníamos a su lado, con las ventanas y las cortinas cerradas, para escucharla. Lo hacíamos así porque no podíamos decir a nadie que sintonizábamos esas emisoras.

¿Cómo descubrió que era judía?

Durante aquellos años, una amiga que llevaba sin ver mucho tiempo me preguntó un día por qué no le había dicho que yo era judía… Lo dijo por mis rasgos. Yo hasta entonces no suponía nada. En ese momento cayó sobre mí una bomba. cuando lo corroboré, en lo único que podía pensar era en que mi madre no era mi madre. ¿Qué podía hacer? No sabía ni quien era.

¿Empezó entonces a indagar sobre su pasado?

Acudí a mi profesor de polaco y le pedí que me contara algo sobre los judíos. Él, sin hacerme ninguna pregunta, me cogió de la mano, me llevó a la biblioteca y, durante dos horas, me habló sobre la Segunda Guerra Mundial y sobre el exterminio de los judíos.

Luego acudí al Instituto Histórico Judío de Varsovia, una entidad local de investigación. Pregunté directamente por su director. Recuerdo estar en el pasillo esperando para verle cuando le escuché gritar enfadado “¿Qué quiere esta chiquilla?”.

Entré y le dije que no era una niña, que tenía 17 años y padres y abuelos judíos, pero que no sabía nada de ellos. Luego le pedí que me ayudara a buscar a mis antepasados. Él me miró y me dijo que me olvidara de todo, que lo mejor que podía hacer era imaginarme que lo había visto en algún libro porque el ser judío no había traído suerte a nadie.

¿Cómo le afectó saber que era judía?

Mi infancia siempre había sido muy feliz. Fui una niña muy querida por mis padres adoptivos. Aunque eso es algo que suele pasar. Siempre se recuerda con cariño el período de la niñez. Por eso, cuando me enteré, empecé a tener miedo de que algún judío viniera y me reclamara.

¿Qué sabe de sus padres?

Sé poco. Mi madre se llamaba Henia Rochman (Rohman). Podemos hablar de una mujer educada para su época porque hizo el bachiller. Este dato lo he podido descubrir entrevistando a sus compañeras de instituto a lo largo de los años. Ellas la recuerdan como una rubia muy guapa con ojos de color entre verde y azul. Me dijeron que, cuando paseaba por la calle, todos los hombres se giraban para admirar sus piernas.

Mi padre se llamaba Izrael Josef Koppel, aunque un primo que encontré en Israel me dijo que su verdadero apellido era Koper, pero que luego lo cambio a Koppel. De lo que estoy segura es que tenía unos veinte años más que mi madre, y que era alto y moreno. Era un industrial y banquero copropietario de un banco textil y de una fábrica de productos de piel.

¿Sabe cómo eran?

No conozco sus rostros porque no se ha conservado ninguna foto suya. Una vez tuve un sueño en el que hablaba con una señora que me enseñaba una pequeña foto de una mujer y me decía que esa era mi madre. Yo le respondía y le decía que esa no podía ser porque era una mujer cualquiera. Pero a día de hoy me gusta pensar que sí era ella.

¿Descubrió cómo murieron sus padres?

Tras llegar al Gueto, mi madre fue condenada a trabajos forzados en la fábrica de un alemán donde se cosían uniformes para el ejército nazi. Me dijeron que yo la acompañaba cuando era una niña de pocos meses. Me escondía en una mochila que llevaba a la espalda. Tuve mucha suerte porque, como había muchas madres que llevaban a los niños en bolsas, los alemanes usaban sus fustas y bayonetas para atravesarlas y matarles. Yo me salvé de ese destino.

Posteriormente la fábrica en la que trabajaba mi madre fue trasladara a los alrededores de Lublin. Allí se montó un campo de trabajo. Mi madre probablemente fue asesinada en él cuando los nazis decidieron que había que cerrarlo.

Mi padre fue llevado a una plaza grande del Gueto de Varsovia de donde salían los trenes hacia los campos de exterminio. Cuando le ordenaron subir a un vagón dijo que no lo iba a hacer, que tenía una niña pequeña y que no quería dejarla sola. Entonces un alemán le disparó y le mató.

¿Cómo era su vida en el Gueto?

No conozco casi nada de este período de mi vida. Solo se conserva una foto mía cuando era un bebé. Parezco estar bien nutrida, por lo que imagino que intentaban cuidarme muy bien. Aunque no puedo saberlo.

En medio de este caos, alguien logró salvarla…

Sí. el Consejo de Ayuda a los Judíos. Aunque esta organización se creó formalmente en diciembre, unos meses después de que yo hubiera sido sacada del Gueto (en julio) por Irena Sendlerowa.

¿Quién era Sendlerowa?

Irena Sendlerowa era un filóloga polaca que entraba en el Gueto vestida de enfermera. Era una mujer extraordinaria. Ejemplo de ello fue su vida antes de la Segunda Guerra Mundial. Por entonces ya se respiraba una atmósfera de tensión contra los judíos y, en lugares como las universidades, había los llamados “Guetos de bancos”. Según los mismos, los estudiantes judíos debían estar de pie para escuchar al profesor. Senlerowa, sin compartir su religión, se solidarizaba con ellos y también se levantaba para recibir la clase.

Esa mentalidad la mamó en su casa porque su padre era un médico afín al movimiento socialista que cuidaba a los enfermos sin recursos. Él enseñó a su hija que había que ayudar a todos aquellos que lo necesitaban. Y, para ella, los más necesitados durante la Segunda Guerra Mundial eran los niños judíos. Por ello, se arriesgó y salvó a muchos pequeños. Pero también me gustaría destacar que contó con el apoyo de mucha gente. Hubiera sido imposible para ella hacer eso sola.

¿Cómo organizó esos rescates de niños?

Para sacar a un niño del Gueto había que ponerse de acuerdo con alguien que saliera de allí y del que los nazis no sospecharan. Un conductor de tranvía, un grupo de obreros… Además, otra persona tenía que esperar fuera para recogerle, un tercero debía encontrar un lugar en el que esconderle y, finalmente, otro más estaba obligado a ingeniárselas para hacerle pasar por ario.

Así pues, se creó una red bastante grande de colaboradores a pesar de que Polonia fue el único país donde ayudar a los judíos se castigaba con pena de muerte. Estamos hablando de personas de un heroísmo altísimo que sabían que estaban arriesgando su propia vida para salvar a otras personas.

¿Cómo lograron sacarla a usted del Gueto?

Para sacarme de allí construyeron una caja a la que le hicieron varios agujeros para que pudiera respirar. Luego me metieron en ella tras administrarme Luminal.

A mi lado pusieron una cucharita de té de plata con mi nombre y mi fecha de nacimiento grabados. Por eso conozco quién soy. He tenido suerte porque el resto de niños que escaparon no saben cuándo nacieron o cómo se llamaban realmente. También soy afortunada porque salvar a los bebés era lo más difícil. Cuando los encontraban, los asesinaban. Los cogían por las piernas y los tiraban contra las paredes para matarles.

¿Hasta qué punto se usó el ingenio para tratar de sacar de aquella prisión a los niños?

Si el niño era mayor podía salir de otra forma. Por ejemplo, el conductor del tranvía que pasaba por el Gueto, que era una persona fiable, ralentizaba sutilmente la velocidad para que el chico pudiera subir corriendo.

También conozco la historia de una madre que puso a su hijo unos zapatos con tacones altos para que aparentara más edad y saliera con un grupo de trabajadores.

Pero hay que decir que muchos de estos intentos fracasaron y murieron tanto los niños, como sus acompañantes…

¿Entiende a día de hoy la sociedad lo que significó el exterminio masivo de la comunidad judía?

Es la segunda vez que estoy en España, pero ha sido mi primer contacto cercano con la gente de aquí. Sois gente muy calurosa. Os besáis para saludar a una persona que veis por primera vez. Y eso en Polonia es imposible porque solo nos damos besos cuando conocemos bien a las personas. Para mí, esta forma de saludaros es una prueba de empata. Mirándote pienso que, si hubieras nacido en la Varsovia de la Segunda Guerra Mundial, con tus ojos negros y tu pelo oscuro, seguramente algún delator te habría indicado como un judío y tendrías muchos problemas.

Tengo muchos encuentros con niños y todos me preguntan cómo fue posible que sucediera todo lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial. Siempre digo que fue por un loco que se dedicó a cazar a gente. Pero gente como tú y como muchos españoles: con pelo oscuro, ojos negros…

En Madrid he podido ver que a la gente le importa mucho esta historia. Pero el problema es que no es historia. Está pasando ahora. Siempre es posible que haya un loco que quiera matar a otra gente por cualquier motivo. Por eso digo que hay que pensar por nosotros mismos. Hay que oponer resistencia a esta hipnosis. A esta forma de hipnotizar a las masas.

¿Cómo lo logró?

No sé cómo lo hizo. Pero lo que está claro es que logró que muchísima gente le siguiera. Por eso debemos defendernos y pensar por nosotros mismos. Abogar por el respeto y la empatía hacia el resto de personas.

¿Es posible perdonar?

Los vivos no podemos perdonar por los muertos. Yo no puedo perdonar, los que tienen que perdonar son los que fueron asesinados. Lo que debemos es buscar concordia. No se puede culpar a una nación por algo que se hizo en el pasado. Los alemanes recuerdan y recordarán la Segunda Guerra Mundial. Ellos asumen su culpa y no dicen que sean calumnias o que sus antepasados eran buena gente. Al mismo tiempo, intentan compensar, dentro de lo que pueden, a la gente que el estado Alemán dañó en el pasado. Creo que, dentro de lo que cabe, eso es positivo.

Cuando un joven periodista alemán me hace una entrevista, yo siento que no debería hablar de los alemanes. ¿Qué culpa tiene él? Ninguna. Tal vez sí su padre, tal vez sí su abuelo. Pero él, un chico de veinte años, no. A su vez, hay otras naciones que hicieron cosas malas durante la Segunda Guerra Mundial. No existe una nación perfecta, sin manchas. Somos solo humanos, capaces de ser héroes y canallas. Dios nos dio la capacidad de hacer cosas buenas y malas, y todo depende de la situación. Por eso es importante contar lo que pasó, para ayudar a la gente a tomar decisiones cuando deban hacerlo. En este sentido, me gusta repetir las palabras de un superviviente de Auschwitz: “Merece la pena ser una persona decente”.

 

 

Fuente:abc.es

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