Enlace Judío México.- Estuve en la Unión Soviética hace muchos años. En aquella época juvenil creí en cosas en las que ya no creo. Pero fue ahí donde millones de obreros, soldados y campesinos echaron al Zar Nicolás II y pretendieron que creaban un mundo nuevo. Fue un logro, aunque luego las cosas cambiaron. Nadie puede negar también, que fue en Rusia donde millones de soldados y seres humanos murieron para que los asesinos nazis no pudieran apropiarse de todo el mundo, y sin embargo luego, ellos, los rusos, se volvieron “los malos de la película”.
SHULAMIT BEIGEL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
Rusia ya no es la misma. Obviamente. Es un país de contrastes. Un país de cultura y arte por un lado, y mafias y ricachones por el otro, donde el Rey Putin, en estos días nos muestra a esa otra Rusia. ¿Y cómo? Con un Mundial de futbol por supuesto. Y es que el “El Mundial” todo lo puede. Es como un buen diccionario en Google, que limpia, lima, etc. las palabras y les da luz. Como el nacimiento de un bebé. O como un buen dentista. Cuánta gente, yo entre ellas, lamentamos no estar en estos momentos ahí, aunque solo sea para contagiarnos de la adrenalina. Esto no sucedía desde la revolución de 1917. Tampoco después. Y hoy, quién lo diría, luz, alegría, donde cada día van cientos de miles para ver algún partido.
Desde hace unos días ha comenzado un mes en que “todo es lo mismo, pero nada es igual”, como dice no recuerdo qué canción: Una pausa en el camino de misiles y fuego, que aunque sigan, refresca. Una contradicción. Una paradoja. Una rutina de partidos y alegría al ganar, que nos hace creer que ya no habrá más rutinas. Una rutina que nos hace olvidar todas las otras que vendrán.
Durante un mes estaremos más que pendientes de un conjunto de hechos que no importan en sí mismos como tal, sino por sus consecuencias. Un Mundial es como una doctrina filosófica que busca las causas finales. Como esos procesos donde lo que cuenta no es el proceso mismo, sino su resultado. Y así, nos vamos a pasar un mes entero considerando todo en función de lo que podrá pasar o no pasar un día, el 15 de julio, en que dos de esos 32 equipos, o más bien países, porque esto parece un nacionalismo de alta potencia, se enfrentarán uno contra otro.
Nunca había recibido tantos mensajes de amigos de todo el mundo, algunos apostando, otros intrigados, ansiosos, tensos, que: ¿Cómo puede ser que unos “indios con plumas” le hayan ganado a la raza más pura y superior del mundo?” O: “Estoy seguro que Brasil conseguirá su sexto título”. O este otro: “Claro que no Shulamit, Alemania es Alemania y en el futbol ganan ellos…tienen disciplina, lo vimos en la Segunda Guerra”. “Oye, ¿serán en verdad ingleses todos estos jugadores del equipo inglés?” le pregunto a mi esposo. “No se parecen unos a otros, cada uno es de otro color… no parecen pertenecer al mismo equipo”. Y: ¿”Qué le pasó a Messi? el héroe, el dios del que me hablaban los amigos argentinos. Podrá el héroe seguir siéndolo?”
¿Sabían que de los 211 países que juegan en la FIFA, solo ocho países han ganado en los Mundiales? Yo no lo sabía y tampoco entiendo por qué esto es así. Por otro lado me he puesto a pensar que siendo el futbol el deporte más popular del mundo, es el más aristocrático: un club privado con pocos socios verdaderos y montones de socios aparentes, nosotros, que los miramos babeando desde el otro lado.
Si alguien me pregunta que quién es el mejor escritor del mundo, no sabría qué responder. Y sin embargo, estos enamorados del futbol, sobre todo si son argentinos, aseguran con tremenda arrogancia que Messi es el mejor futbolista. Lo que no se ponen de acuerdo es si es el mejor del mundo o de la historia.
Pero, sí, lo reconozco, Messi es un fenómeno. Hace un año, un niño de la comunidad en Venezuela donde viví, dejó de hablar. Yo estaba fuera del país. Se desmayaba y no sabían qué tenía. Trataron de todo y con todos los médicos. Finalmente un día lo llamé y me la jugué todas diciéndole: “No te hagas, si dejas de hacerte el que no habla te llevo una camiseta de Messi, el número 10 del Barcelona”. El niño comenzó a hablar y nadie supo por qué.
Y entonces me pregunté si él, Leo Messi sabría que es el héroe de millones de niños en el mundo, niños pobres, que llevan orgullosamente su camiseta y que quieren ser como él. Y cómo será vivir con esa pesada carga.
Himnos y banderas que nos hacen llorar contagiados por la euforia del juego y de un más allá de ese juego: algo hormonal que pensábamos olvidado, enterrado en los recuerdos de nuestra infancia y adolescencia. Nuestra cultura, nostalgias y comida, y canciones y calles y recuerdos…
Que gane México quisiera. Los mexicanos somos así, vivimos hoy día en todos lados, Israel, Venezuela, o Inglaterra, en los países más diversos…pero seguimos pensando que “como México no hay dos”. Imagínense si le ganamos a Alemania o a Messi, el mejor jugador (del mundo o de la historia), entonces dejará de ser un monumento, una leyenda, y un azteca ocupará su lugar.
Soñar no cuesta nada.
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