Enlace Judío México – En agosto, Lital Ben-Ezra y su familia dejarán su cómodo departamento en una de las ciudades más desarrolladas de Israel y se mudarán a un pequeño kibutz a un paso de la frontera con Gaza.
JUDY MALTZ
Y no podrían estar más emocionados.
“Durante años, mi esposo y yo hemos soñado con vivir en un kibutz”, dice la madre de 35 años con dos niños. “Al vivir en Rishon Lezion, justo en el centro de Israel, uno no tiene idea de lo que pasa en el resto del país. Para nosotros, este movimiento es un llamado”.
No hay un kibutz más remoto que Kerem Shalom. Se estableció en 1968 en el extremo sur de la frontera con la Franja de Gaza y también comparte frontera con Egipto.
Los restos de cometas incendiarios lanzados desde Gaza, esparcidos por los terrenos y colgados de los árboles, son el último recordatorio de los riesgos que implica vivir tan cerca de una población hostil.
Pero Lital no está preocupada, incluso tras el último fin de semana cuando miles de manifestantes palestinos amenazaban con violar la valla de seguridad a sólo unos cientos de metros de distancia. “No me asusta en absoluto. Sé que el ejército está disperso en el área, y todos en el kibutz están tranquilos. Entonces, aunque vinimos con la esperanza de fortalecer a nuestros vecinos, en realidad ellos nos fortalecen”.
Los Ben-Ezra están entre las siete familias que se mudarán a Kerem Shalom este verano. Otras siete se unirán a ellos este año. Teniendo en cuenta que sólo 24 familias viven aquí ahora, este kibutz aislado está a punto de experimentar un importante cambio demográfico.
Y no es el único lugar. Durante la Operación Margen Protector en el verano de 2014, era muy peligroso vivir en las comunidades fronterizas, ya que Hamás lanzaba cohetes y proyectiles de mortero constantemente, y la mayoría de los residentes fueron evacuados. Sorprendentemente, el trauma de esa experiencia no alejó a muchas personas. En los últimos años, cientos de familias de todo el país han elegido mudarse ahí.
Al igual que Lital, muchos de los recién llegados dicen que lo han hecho por ideología: quieren ayudar a fortalecer y asegurar la zona más vulnerable de Israel. Unos son atraídos por la belleza natural de la región y el ritmo de vida más relajado. Otros están motivados por el fuerte sentido de comunidad, el entorno amistoso y la educación para los niños.
Más de 50 comunidades agrícolas, la mayoría de ellas kibutzim, se ubican en la frontera de 51 kilómetros con la Franja de Gaza. Algunos de ellos están justo en el borde, donde tienen poca o ninguna advertencia de cohetes y proyectiles de mortero. (En el mejor de los casos, las alarmas les dan 15 segundos para encontrar refugio). También están al alcance de los cometas incendiarios que han destruido miles de hectáreas de campos agrícolas y reservas naturales en los últimos tres meses.
El Consejo Regional Eshkol, que incluye a Kerem Shalom, es la localidad más grande en el área, con más de 30 comunidades bajo su jurisdicción. Según Tzurit Yarchi, quien coordina los esfuerzos de reclutamiento de la población de Eshkol, el número de residentes en estas comunidades ha crecido un 10 por ciento desde la guerra de 2014, y ha alcanzado un total de 16.000 habitantes.
“Es aún más impresionante si se tiene en cuenta que se trata de comunidades en las que las familias deben pasar por un proceso de aceptación completo antes de que puedan mudarse. No es como llegar a la gran ciudad”.
“Los israelíes que se trasladan a esta parte del país están muy conscientes de los peligros en la región, pero tienden a verlos dentro de un contexto más amplio. Cuando les pregunto si no tienen miedo, muchos me dicen que, fuera de los ocasionales estallidos de violencia, sienten que sus hijos están más seguros aquí que en la gran ciudad”, comenta Yarchi.
“También me recuerdan que los misiles de Hezbolá y Hamás pueden llegar a las ciudades en el centro de Israel. Pero aquí sienten que hay un sistema de apoyo mucho más grande cuando están bajo ataque”.
El Consejo Regional Sha’ar Hanegev incluye la mayoría de las otras comunidades agrícolas situadas a lo largo y cerca de la frontera. La población de los kibutzim ubicada justo en la frontera bajo jurisdicción del consejo ha crecido en un 9 por ciento desde la guerra de 2014, según un funcionario local.
Como resultado, por primera vez en su historia, Sha’ar Hanegev ahora requiere de una segunda escuela primaria. “Hay demasiados niños para una escuela”, dice la portavoz del consejo Adi Meiri, mientras señala el sitio de construcción.
Entre las comunidades de Sha’ar Hanegev que han experimentado un crecimiento reciente se encuentra Nahal Oz, el kibutz fronterizo donde un niño de 4 años fue asesinado por un proyectil de mortero que se estrelló contra su casa en uno de los últimos días de la guerra de 2014. Tras la tragedia, 17 familias abandonaron el kibutz. Sin embargo, actualmente Nahal Oz ha recuperado más que esas pérdidas de población.
“Después de la guerra de 2014, Nahal Oz estaba en muy mal estado, prácticamente sin niños en el kibutz”, señala Meiri. “Pero los que se quedaron decidieron que harían todo lo posible para convencer a otras familias a unirse. Incluso enviaron miembros del kibutz a Tel Aviv en misiones de reclutamiento. Entonces se dieron cuenta que la mayoría de los israelíes no conocen las ventajas de vivir aquí, sólo conocen las desventajas”.
“Una ventaja clave es el bajo costo de la vivienda. Lo diré, y no me avergüenzo de decirlo, pero es mucho más barato vivir aquí”, dice Meiri, quien recientemente se mudó al kibutz Yad Mordechai.
Los constructores de viviendas en las comunidades agrícolas ubicadas a 7 kilómetros de la frontera con Gaza obtienen sus tierras de forma gratuita. Además, pueden adquirir un reembolso de 100.000 shekels (27.500 de dólares) por gastos de construcción. Muchas comunidades agrícolas en la región también ofrecen a las nuevas familias la opción de alquilar durante cinco años y usar el dinero del alquiler para comprar su vivienda en caso de que decidan quedarse. De esta forma, evitan tener que hacer un pago inicial.
También se aplican incentivos fiscales especiales a las comunidades fronterizas de Gaza y, entre otros beneficios, los residentes tienen derecho a vacaciones grupales gratuitas una vez al año, pagadas por el gobierno.
Nirim, en la región de Eshkol, es otro kibutz que se vio muy afectado en 2014. El último día de la guerra, horas antes de que el alto al fuego entrara en vigor, un proyectil de mortero mató a dos miembros del kibutz e hirió gravemente a un tercero, a quien le tuvieron que amputar ambas piernas.
“Hubo una sensación de destrucción total en Nirim después de eso”, recuerda Yarchi. “Pero el kbbutz se recuperó y creció. Contra todo pronóstico, ha recibido a 20 nuevas familias desde la guerra de 2014 “.
Desde la cocina de su futura casa en el Kibutz Kfar Aza, Eyal Attar podrá ver la Ciudad de Gaza, la más grande de la Franja. “¿Qué tan genial es eso?”, exclama.
Eyal y Dror Attar vivieron tres años y medio en Tel Aviv antes de descubrir que ella estaba embarazada y que era hora de que decidieran dónde querían criar a sus hijos. Dror, nació y creció en Kfar Aza, que acogió a 15 familias el año pasado.
“Empezamos a pensar en nuestras prioridades: vivir en una comunidad fuerte, con espacios abiertos, buen aire y menos ruido”, dice Eyal, quien ahora tiene dos hijos. “Y, sobre todo, recibimos mucho apoyo de la familia”.
Actualmente Eyal dirige un supermercado local y dice que no se arrepiente de haberse mudado, ni siquiera en los últimos tres meses, cuando Kfar Aza se encontró nuevamente en la línea de fuego. “Eso no significa que no tengamos miedo”, admite.
Tras la última guerra de Gaza, se le advirtió a Kerem Shalom que si seguía perdiendo miembros, lo retirarían del Movimiento Kibutziano y perdería todos los beneficios. Como primer paso hacia la recuperación, el kibutz se privatizó y, al igual que otras comunidades en dificultades, comenzó a cobrar a sus miembros por los bienes y servicios que antes recibían de forma gratuita. Como segundo paso, se convirtió en un kibutz mixto, religioso y secular.
Lital Ben-Ezra dice que este fue otro atractivo para ella. “No somos religiosos, pero me encanta la idea de vivir en una comunidad con personas religiosas y laicas. Uno nunca sabe. Tal vez comencemos a hacer kidush los viernes por la noche”.
De las siete familias que se mudaron este verano, tres son religiosas, tres son seculares y una es mixta.
Roni Kissin llegó aquí con su esposo y cuatro hijos hace ocho años. Desde la ventana que da a su patio trasero, se ven los restos de un cometa incendiario atrapado en un árbol. Detrás del patio hay una barrera de concreto que marca la frontera. Pero Roni no deja que estos sucesos de la vida cotidiana la depriman.
“Si me obsesionara por todas las cosas malas que podrían suceder, como túneles excavados por terroristas debajo de mi casa, no estaría viviendo aquí”, dice. “¿Crees que los habitantes de Kansas viven preocupados por el próximo tornado? ¿Y crees que la gente en Florida se preocupa por el próximo huracán?
Sus ojos brillan mientras recuerda la primera vez que llegó a este pequeño kibutz en medio de la nada. “Vimos un pequeño anuncio en el periódico que indicaba que estaban reclutando a nuevos miembros, y casi por capricho decidimos emprender el viaje. El lugar estaba deteriorado y descuidado, y sin embargo, había algo mágico. Nos enamoramos a primera vista y, un mes después, nos mudamos”.
Tzlil y Amit Nir se trasladó a Nirim hace 18 meses, justo cuando nació su primer hijo. Tzlil creció en el bloque de asentamientos de Gush Katif en Gaza (que Israel evacuó en 2005), y luego se mudó con su familia a la ciudad costera de Ashkelon. Amit creció en otro kibutz.
“Cuando le decía a la gente que nos mudaríamos a Nirim, muchos pensaron que estábamos locos”, recuerda Tzlil, de 32 años. “Aunque sabíamos exactamente en lo que nos estábamos metiendo”.
“Nirim nos atrajo porque aquí podemos pasar el rato con los vecinos por la tarde tomando un café, caminar descalzos y nuestros hijos están libres”.
Tzlil admite que el último estallido de violencia en la frontera con Gaza la sorprendió. “No voy a mentir”, dice. “Por supuesto que estaba asustada, especialmente porque es la primera vez que experimento algo así como mamá”.
Lilaj Naftalyahu creció en este kibutz, se fue tan pronto como pudo y pensó que nunca volvería. Cuando tenía poco más de 20 años, se mudó a Tel Aviv: “De pronto me sentí segura y entendí que vivía en otro mundo”.
Pero Lilaj regresó, principalmente por su esposo, que también creció en Nirim y quería criar a sus hijos en el kibutz. Las últimas semanas han sido una pesadilla para ella. “Ahora tengo dos hijos, y todo lo que pienso es, ¿qué haré si suena la alarma cuando esté afuera con ellos? ¿A dónde iré?
Hace unas semanas, cuando los kibutzim a lo largo de la frontera estuvieron bajo constante fuego de cohetes durante 24 horas, Naftalyahu metió a sus dos hijos en el automóvil y salió del kibutz. Regresó después de tres días.
“¿Sabes cómo todos hablan de la tranquilidad aquí? Solo escucha”, dice, poniéndose un dedo en los labios. “Esta no es tranquilidad. Siempre se oye el sonido de los drones, aunque sea de lejos. Y ahora también hay humo. Todos los campos están ardiendo. De pronto me pregunto por qué le hago esto a mis hijos. Esto no es calidad de vida”.
¿Y qué piensa ella de todos los israelíes que quieren mudarse a la zona? “No lo entiendo”, admite. “Para mí, ya es demasiado tarde”.
Fuente: Haaretz / Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico
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