SHULAMIT BEIGEL PARA ENLACE JUDÍO
1. Idolatría
Según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra idolatría se define como: “adoración que se da a los ídolos”. Esto nos lleva al significado de la palabra ídolo, la cual con base en el mismo Diccionario se traduce como: “imagen de una deidad objeto de culto”. Desde siempre en la Historia, el hombre ha tenido una “debilidad”, que lo ha llevado a depositar su confianza en ídolos, objetos materiales o seres humanos, a los cuales les rinde culto. Es decir, deposita su confianza total en un objeto o ser humano al cual le atribuye cualidades casi divinas. Pareciera ser una tendencia nata del hombre el buscar una protección de las cosas y de los seres a los que no puede manejar, y recibir un poco de su gloria.
Un hombre, hace mucho, se atrevió a desechar lo que la mayoría aceptaba como una ineluctable realidad, a pesar de haber nacido y haberse criado en un hogar de idolatría, más aún, en un hogar donde se construían ídolos para la venta. Ese hombre fue Abraham.
Y han pasado los años y hoy día seguimos sometidos a muchos y muy distintos sistemas de idolatría. Y cuando la idolatría por algo o alguien se acaba, tendemos a destruirla.
Los ídolos caídos son una constante que nunca deja de gotear. Personajes que un día fueron admirados, y acabaron siendo una enorme decepción. Los ha habido de todo tipo. Están los que basaron su triunfo en una mentira, los que no supieron asimilar el éxito y acabaron enganchados a la droga, los que escondieron tras la máscara del glamour una vida de amargura que terminó en suicidio, como los que terminaron en la cárcel por haber cometido un grave delito. Etcétera etcétera.
Hay un lugar donde los ídolos, los triunfadores, son aplaudidos. Hay un lugar donde todos, no solo los ídolos, tenemos nuestra caída y dejamos de ser aplaudidos. A veces las puertas se abren o se cierran, y vemos que existieron héroes festejados por el público que luego fueron rechazados.
Ser un héroe es arduo trabajo. Es una condición sin tregua y significa lograr en tus adoradores el que puedan recuperar la facultad infantil de vivir la fantasía con la misma profundidad que la realidad. Como en el circo.
2. El circo
Pero hablemos del circo. Una de las cosas que me ha llamado la atención estos días es la cantidad de personas y circos que existen en Israel, donde encontramos que hay siete escuelas o centros donde se practica todo lo referente al mundo del circo.
Mi propia fascinación por el circo comenzó de niña en el .D.F. hoy Ciudad de México, donde fui a ver el circo ruso y el chino, aunque los circos que más me gustaban eran aquellos que llegaban a los pueblos. Me encantaba y quedaba hipnotizada siendo niña, aquella carpa de distintos colores que se levantaba una noche en alguna pequeña ciudad o pueblo mexicano, donde los niños se escapaban de sus casas para ser los primeros en verla. Cómo quedaban extasiados ante tanta magia y fantasía.
Mis números preferidos siempre fueron los payasos, con sus rostros de expresión indescifrable y risa de locos, y su polaridad. Me parecían más humanos que los humanos mismos que yo conocía, por ser capaces de experimentar lo mejor y lo peor de su naturaleza sin limitaciones, sin ser burlados, y los burladores lo hacían con humor, y no podían por lo tanto ser acusados por ello. Juegos de engaños y equívocos el de los payasos, que nos proponen una reflexión sobre la soledad, la tristeza y el amor, o sobre su imposibilidad. Un profundo drama humano de no poca bufonesca amargura, un poco como el fútbol, donde podemos analizar la psique de los personajes y de los espectadores, y cuya lectura final es un poco como una metáfora de la lucha y hasta la dignidad de unos seres que a veces se sienten humillados, en la cancha, escenario de la vida. Como en el circo y en las películas sobre circos, a veces vemos seres vencidos por el tiempo, el juego y la vida.
De adolescente ya no iba al circo pero veía las películas de Ingmar Bergman y Federico Fellini. Noche de circo por ejemplo, que aunque no sea uno de los mejores filmes de Bergman, me gustaba por su amargo y sombrío retrato de la condición humana. Personajes que quieren escapar de su propia prisión (circo), pero chocan en su intento con una realidad brutal en la cual no queda espacio para los sueños.
El arte nos salva, pero no siempre.
A los niños israelíes, como a los de todo el mundo, les encanta el circo, aunque en el fondo es un espectáculo no apto para menores. Se insiste mucho en que los niños no vean ciertas películas porque hay asesinatos, o escenas eróticas, pornográficas, violentas, y sin embargo, se les permite admirar cómo un señor con capa y sombrero de copa se traga un machete, o un acróbata se lanza al espacio en bicicleta desde una altura de veinte metros. En el circo de Shanghái que vi en Israel casi me da un infarto. El año pasado, el circo de Moscú estaba en Israel y no se diferenciaba mucho del circo de Shanghái. En ese espectáculo recuerdo que vi a un jefe indígena dibujar con puñales la silueta de una dama en bikini sobre una pared de cartón. Qué ejemplos más didácticos para un niño inteligente con tendencias homicidas o suicidas, como solemos ser muchos de los niños de esta era post Segunda Guerra Mundial y además atómica. Al llegar a casa después del espectáculo, tal vez intentará tragarse el cuchillo de la cocina bien afilado que su madre utiliza para la carne, (aunque a veces le hubiese gustado usarlo contra su marido), o lanzarse con un triciclo escaleras abajo, o probar el número impresionante del tirador de puñales con Moishele, el hermanito más pequeño o con el hijo de una vecina. Si, mejor con el hijo de la vecina.
Y es que el espectáculo del circo nos ofrece un mundo mágico, tanto para los niños como para sus padres: iluminación, variedad de trajes muy coloridos, rostros interesantes, distintos, y todo en una gran carpa. Como en el fútbol por ejemplo, todo en una cancha.
A los niños del mundo les entusiasma ver al domador de fieras con un látigo en la mano, haciendo que el león o el tigre se suban sobre un taburete. O mejor aún, que el domador meta la cabeza en la boca de un león, o haga saltar a un tigre por en medio de un aro ardiendo. En Israel los espectáculos con animales están prohibidos por la ley y además, debe haber pocos niños que tienen leones o tigres en su casa para ensayar el número. Suficiente tenemos con misiles y cometas que arden. Por eso, solo tienen perros y gatos y tortugas. Y a falta de aros ardiendo, siempre se les puede prender fuego a las cortinas de la sala.
A los niños israelíes les encanta el número de los trapecistas, pues en algunas casas de ricos (cada vez más), hay lámparas en la sala, a las que uno puede subirse mediante un poco de ingenio que para eso se hicieron las sillas, las mesas, y los niños, y lograr imitar al trapecista y su vaivén sobre el trapecio, al mejor estilo Tarzaniano.
No sé si alguno de ustedes lo recuerden, pero en nuestra niñez estaba el hombre proyectil, que salía disparado de un cañón. Y qué decir de los acróbatas, que saltaban sobre los lomos de caballos, y que trotaban alrededor del ruedo. O el hombre que comía vasos de vidrio, o el malabarista que se metía una antorcha encendida en la boca, cosa que hoy en día podemos ver en algunas ciudades de México y Venezuela, para recibir a cambio unos centavos para comer. Pero mejor me callo para no darles más ideas a los lectores de Enlace.
Lo que sí puedo asegurarles es que el circo es un espectáculo mucho más apto para niños-adultos que el mundial de fútbol. Pero mejor aún son las viejas películas suecas, donde hay una colección de estupendas señoras desnudas y emplumadas, que salen al escenario moviendo rítmicamente los brazos.
Amigos, las películas escandinavas, son espectáculos reservados para ustedes, a quienes no les interesan mucho desde hace unos días los “aburridos” espectáculos del mundial de Fútbol, sobre todo cuando juegan vuestros ídolos caídos…
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