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jueves 21 de noviembre de 2024

La apuesta de Trump por normalizar la xenofobia

Enlace Judío México – El presidente Trump, en conjunto con varios líderes europeos, incluidos los de Hungría, Polonia, Austria e Italia, tiene la intención de deshumanizar a los inmigrantes y refugiados.

ROGER COHEN PARA THE NEW YORK TIMES

El objetivo es equipararlos con terroristas y criminales, cuya intención es “infestar” -palabra dicha por Trump – a la civilización estadounidense y europea, definida como una reserva blanca judeocristiana que está amenazada.

Es una política consistente, respaldada por insinuaciones y mentiras sobre la supuesta amenaza, y diseñada para manipular el miedo y el nacionalismo como emociones que ganan elecciones en un momento de rápidos cambios tecnológicos, grandes flujos migratorios e incertidumbre. Los parásitos infestan, no los humanos.

Cada declaración de Trump sobre la inmigración tiene el propósito de confundir la inmigración con el peligro. Esto es un rechazo directo a la esencia distintiva de Estados Unidos: su constante reinvención a través de la rotación de inmigrantes.

El inmigrante trae consigo violencia. El inmigrante trae terror. La humanidad del inmigrante es menor o inexistente. Estos son lugares comunes que se dicen sobre “el otro”, cuya capacidad para galvanizar a las turbas y causar estragos quedó en evidencia en la primera mitad del siglo XX. Trump no duda en usarlos.

Tampoco Viktor Orban, el líder derechista húngaro, ha dicho que “cada migrante representa un riesgo para la seguridad pública y trae consigo terrorismo”. El parlamento húngaro acaba de aprobar una legislación que metería a la cárcel a gente por ayudar a solicitantes de asilo y migrantes.

Esta ley es conocida como la ley “Stop Soros”, un reflejo de la obsesión de Orban con la labor liberalizadora del millonario húngaro-estadounidense y filántropo George Soros, que es judío. Los propagandistas de Orban han trabajado duro para provocar un frenesí por los planes “cosmopolitas” de este “especulador”. De esto al uso de palabras como “infestar” no hay más que una corta distancia, un sprint rápido de 1933 a 2018.

Matteo Salvini, el ministro del Interior italiano de derecha que ha rechazado dos barcos de rescate que transportaban a más de 850 inmigrantes desde que asumió el cargo este mes, persigue un objetivo similar. Antes de asumir el cargo, dijo que Italia estaba repleta de “narcotraficantes, violadores, ladrones”, a quienes quiere enviar a casa. La representación de los migrantes mexicanos como “violadores” fue, por supuesto, un punto de partida para la campaña de Trump en 2015.

Es fundamental ver a Trump como parte de este fenómeno más amplio. Se pueden debatir las razones del fenómeno: el impacto desestabilizador de la globalización en las democracias occidentales; salarios estancados en la clase mecdia; creciente desigualdad; miedo a un futuro automatizado; la magnitud de la migración actual, con unos 68,5 millones de refugiados o desplazados internos en el mundo; el fracaso de los Estados Unidos o Europa para promulgar políticas de inmigración coherentes; la sensación de vulnerabilidad que ha propagado el terrorismo yihadista desde 2001; la propagación resultante de la fobia sobre el Islam; la facilidad de la movilización de la mafia a través del miedo y la búsqueda de chivos expiatorios en las redes sociales.

Al final, no importa qué factores pesen más. Lo que importa es reconocer que Trump es fuerte debido a una movimiento global hacia el nacionalismo global; que sus instintos salvajes lo vuelven peligroso; y que bien puede ganar un segundo mandato, al igual que Orban ahora ha ganado cuatro términos.

Pero ridiculizar a Trump logra poco si no se presenta una alternativa social y económica convincente que aborde la ansiedad. El Partido Demócrata, por ahora, no está cerca de lograrlo.

Tras dieciocho meses en una presidencia durante la cual Trump ha mostrado su desprecio por la verdad, el apoyo republicano para él es abrumador. El hecho de que esto sea vergonzoso no lo hace menos importante desde el punto de vista político. La política fronteriza de cero tolerancia que dejó a más de 2.300 niños separados de sus padres -una política que Trump ahora ha rescindido después de estar bajo una enorme presión- tuvo un amplio respaldo hasta que los gritos desesperados de los niños generaron lo que ninguna conciencia republicana atrofiada podría convocar: repulsión moral.

A Trump le gusta ir a la yugular. Él ve una oportunidad en una Europa que se divide entre naciones como Hungría y Polonia que no intentan suavizar su nativismo antiinmigrante y Estados como Alemania que no han olvidado que la búsqueda de sociedades racialmente y religiosamente homogéneas está en el centro de los crímenes más atroces del siglo pasado.

En esta división, Orban y los de su clase van en ascenso. De hecho, Orban es el político más formidable de Europa en la actualidad. No es coincidencia que Trump lo haya llamado el fin de semana pasado. Sus objetivos son similares.

Tampoco es una coincidencia que Trump tuiteara esta semana que “El crimen en Alemania va muy a la alza” y que permitir inmigrantes en “toda Europa” ha “cambiado violenta y fuertemente su cultura”.

Digámoslo sin rodeos: Trump (cuyas estadísticas sobre el crimen alemán son erróneas) respalda a Orban contra la canciller alemana Angela Merkel en la continua apuesta por hacer del racismo y la xenofobia la nueva normalidad de las sociedades occidentales.

Le Monde, el diario francés, tenía un encabezado en su portada esta semana: “El presidente de Estados Unidos es indiferente a los derechos humanos”. Es cierto, por supuesto; lo hemos sabido ya desde hace un tiempo.

De hecho, Le Monde se quedó corto: Trump es hostil a los derechos humanos.

Actualmente hay muchos puntos de conflicto alrededor del mundo. Pero el mayor peligro está dentro. Una presidencia de Trump de dos mandatos probablemente corroería las instituciones y valores estadounidenses hasta el punto de que apenas podrían resucitar. Entonces, aun los gritos de niños inmigrantes traumatizados arrancados de brazos de sus padres pueden caer en oídos sordos.

Fuente: The New York Times

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