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miércoles 18 de diciembre de 2024

¿Por qué hacemos el luto de las Tres Semanas?

Enlace Judío México / Rab. Yehudá Prero – Se acerca el Ayuno del 17 de Tamuz y estamos obligados a recordar aquellos eventos y circunstancias que nos llevaron a nuestro actual exilio. En el que no existe el Gran Templo de Jerusalén (nuestro centro espiritual). Se supone que debemos llevar al corazón las lecciones que hemos aprendido en nuestro largo y doloroso exilio y a través de ello debemos mejorar nuestra relación con D-os y nuestro prójimo.

En estos tiempos de luto, es difícil encontrar esperanza a la tristeza que nos embarga. Sin embargo, nuestros Sabios declararon explícitamente: “Todo aquel que se lamenta por [la destrucción de] Jerusalén merece verla en su esplendor” (Tanis 30 b). Se nos promete que si logramos apreciar la profundidad de nuestra pérdida gozaremos compartir la dicha de ver a Jerusalén restablecida en toda su gloria. Los comentaristas discuten la sintaxis tan especial de este enunciado. Los Sabios no usaron el tiempo verbal futuro para hablar de la dicha; dijeron que aquellos que se lamentan merecen verla en su gloria, en el presente. ¿Cómo podemos ver la alegría de Jerusalén restablecida en el tiempo presente si vivimos en el Exilio?

El Midrash Rabá (Bereshit Rabá 84:21) discute la venta de Yosef como esclavo por sus hermanos. Los hermanos al no querer revelar que vendieron a Yosef, le insinúan a su padre Jacobo que un animal mató a Yosef. Entonces a Jacobo fue sobrepasado por el dolor de perder a su hijo más querido. La Torá narra que pese a la cantidad de gente que intento confortar a Jacobo por su pérdida él “se rehusó a ser consolado.” Sobre este fragmento el midrash nos cuenta que una mujer preguntó a Rav Yosi lo siguiente: Está escrito “Que Yehudá reinó sobre sus hermanos” (lo cual se refiere a que Yehudá era el líder de sus hermanos y sus acciones eran vistas como un ejemplo a seguir), y aún así leemos [al morir su esposa] “Yehudá fue consolado” mientras que este hombre [Jacobo] era el padre de todos ellos y aún así se rehusó a ser consolado. “Uno puede consolarse de los muertos” respondió rabí Yosi “pero no de los vivos.”

Cuando alguien ha muerto existe cierto desconsuelo relacionado con el final absoluto de la situación que en la que se encuentra el doliente. Gracias al abatimiento toda esperanza desaparece, y no existe nada tangente por lo cual esperar. La persona no va a regresar. Dicho final definitivo permite a la persona aceptar el consuelo y las condolencias. El alivio frente a la pérdida eventualmente vendrá. Sin embargo, mientras la persona siga viva o la posibilidad de su vida exista es imposible llegar a un alivio absoluto, o consolar a alguien sobre la situación trágica obre la cual se lamentan. Aún queda una chispa de esperanza que la persona será recuperada, que será encontrada. Mientras ese pequeño pedazo de esperanza sobreviva, la situación no tiene un final y ese pedazo de esperanza se aferrara a nosotros con gran fuerza. No existe el consuelo. Jacobo en la profundidad de su corazón, percibía de alguna manera que Yosef seguía vivo. Por ello era incapaz de ser consolado. Y eso fue lo que hizo el luto de Jacobo distinto al de Yehudá.

Sin embargo, el luto de Jacobo es el mismo que nuestro luto sobre la ciudad de Jerusalén y el Gran Templo. Por muchos años, nosotros y nuestros ancestros antes que nosotros hemos estado envueltos en un proceso de luto. Cada año en durante esta época, ese luto es enfatizado y le pedimos a D-os consuelo. Sin embargo, ese alivio y consuelo nunca parece eliminar nuestra posibilidad de lamentarnos. Sabemos que algo nos falta todavía, aún carecemos de un pedazo de nuestra nación. El hecho de que aún podamos lamentarnos, de que no podamos consolarnos sobre nuestra pérdida, es muestra de que la esperanza aún existe. Jerusalén y el Templo en efecto siguen vivos. Serán restaurados a su salud vibrante nuevamente. Sin embargo, hasta que ese momento llegue, nosotros nos lamentamos. Y lo hacemos correctamente, apreciamos el hecho de que aquí y ahora, Jerusalén sigue viva. Podemos compartir la dicha de saber que Jerusalén no ha sido perdida en su totalidad y llegará el tiempo que ella y el Gran Templo sean restaurados a su gloria anterior.

Fuente: torah.org

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