Una pérdida para el análisis político riguroso

Enlace Judío México.- “Dejo esta vida sin arrepentimientos. Fue una vida maravillosa; completa y llena de grandes amores y grandes esfuerzos que la hacen merecedora de ser vivida. Estoy triste de tener que irme, pero me voy con el conocimiento de que he vivido la vida que quise” (Charles Krauthammer).

JULIÁN SCHVINDLERMAN

Despedirse de este mundo con semejante autosatisfacción es el privilegio —y la proeza— de unos pocos. No sorprende que Krauthammer esté entre ellos.

Definido por The Financial Times como el más influyente comentarista político de los Estados Unidos, despedido con elogios por George W. Bush y Benjamín Netanyahu, celebrado por Joe Scarborough como “sin lugar a dudas la más poderosa fuerza en el conservadurismo norteamericano”, y aplaudido por su colega George Will así: “Las columnas de Krauthammer suben al periodismo al nivel de la literatura”, este maravilloso pensador y agudo analista político nos ha abandonado el jueves pasado, a los 68 años, víctima de un cáncer.

Intelectualmente, conocí a Krauthammer en 1990, cuando yo tenía 21 años de edad. Era todavía la prehistoria de la tecnología —sin internet, sin Facebook, sin Whatsapp—, lo que tornaba casi imposible para un joven argentino leer a un comentarista que publicaba en The New Republic, Time y The Washington Post. Eran tiempos de la primera intifada y por casualidad cayó en mis manos la traducción al español de uno de sus artículos, titulado “Juzgando a Israel”. Un clásico del género de la defensa de esa pequeña nación. Marcó un estándar para entender la compleja dinámica que guía las relaciones de la prensa con el Estado judío. Tuve que esperar varios años hasta dar con otro artículo suyo, también al azar, esta vez en una clase de inglés, cuando la maestra ofreció para el debate otro de sus ensayos. Pero fue cuando me desplacé a Jerusalén a cursar un posgrado y me suscribí al Jerusalem Post que advertí nuevamente su nombre, cada vez que ese diario reproducía alguna columna suya. Rápidamente me convertí, como muchos otros, en un fan consumado. El inicio del siglo XXI me encontró residiendo en Washington, ciudad en la que esperaba ansioso el arribo de los viernes, día de su columna en The Washington Post.

Para un argentino liberal, la pluma de Krauthammer se transformó en un alimento indispensable en mi dieta ideológica cotidiana. En sus reflexiones hallé el cobijo intelectual y el amparo emocional que, como articulista, anhelaba. La lógica irrebatible que guiaba su razonamiento, la contundencia de sus argumentos, la elegancia de su prosa, la profundidad de su conocimiento, su claridad moral y conceptual, su asidero factual, y su fina ironía tuvieron en mí un efecto adictivo. Como en este extracto de la introducción a su libro Things That Matter, un compilado de sus mejores artículos a lo largo de una carrera de treinta años, éxito instantáneo del 2013 que vendió un millón de ejemplares y que, al día siguiente de su fallecimiento, era el libro más solicitado en Amazon:

“Al biólogo y filósofo Lewis Thomas se le preguntó una vez qué creación deberíamos enviar al espacio como evidencia del logro humano. ‘Yo votaría por Bach, todo lo de Bach, lo lanzaría al espacio, una y otra vez’, sugirió. Luego agregó tristemente: ‘Estaríamos presumiendo, por supuesto’.

Ni un solo discurso del Estado de la Unión, me atrevería a decir. Ninguna versión del Tratado de No Proliferación Nuclear. Ni, Dios nos ayude, lo que enviamos al espacio cuando tuvimos la oportunidad. Los Voyager 1 y 2 interestelares llevan, entre otras muestras, los primeros saludos de audio de nuestra especie. ¿Quién es ese que, en nombre de toda la humanidad que ha vivido alguna vez, habla a alguna raza alienígena desconocida a través de la infinitud del espacio? ¿Cuya voz sobrevivirá en la eternidad mucho después de que la Tierra se haya convertido en ceniza? Por supuesto, el jefe de la única institución política que representa a toda la humanidad, el entonces secretario general de la ONU, Kurt Waldheim. Más tarde se descubrió que él era… un nazi. Uno menor, fíjate. Solo un pequeño engranaje en la máquina. Te hace desear que hubiéramos enviado inmediatamente un Voyager 3 pitando frenéticamente: ‘Por favor, ignoren todos los mensajes anteriores'”.

Ganador del premio Pulitzer, Charles Krauthammer llegó al análisis político por el camino de la medicina. Hijo neoyorquino de inmigrantes europeos judíos, se mudó a Canadá de niño (“prudentemente llevé a mis padres conmigo”), donde estudió ciencia política y dirigió una revista estudiantil en la Universidad McGill que debió rescatar de la extinción inminente dado su “maoísmo insensato y carente de humor… El estalinismo era [para los editores anteriores] demasiado moderado y falto de romance. Estos eran, después de todo, los años sesenta”. De allí viajó a la Universidad de Oxford, pero la abandonó para ingresar a la carrea de medicina psiquiátrica en Harvard. Un accidente lo confinó a una silla de ruedas de por vida, aun así finalizó sus estudios de medicina con los de su clase.

En paralelo al ejercicio de su profesión fue llamado a redactar discursos para Walter Mondale, el candidato a vicepresidente de Jimmy Carter. “Era la primavera de 1986. Seis meses de eso y nuestro bando perdió, mal. Tal fue mi carrera política”. Por eso, cuando le preguntaban en sus años maduros cómo se llega a ser un columnista sindicado mundialmente, reproducido en unos cuatrocientos diarios, él respondía: “Primero, ve a estudiar medicina”.

Como otros progresistas desencantados —Irving Kristol, Norman Podhoretz, Ronald Reagan—, abrazó el conservadurismo con el fervor de los conversos hasta llegar a ser uno de sus referentes más prominentes, sin perder jamás su independencia. Fue un crítico áspero de Bill Clinton y Barack Obama, y también de Donald Trump, de quien escribió: “Solía pensar a Trump como un niño de 11 años, un matón escolar subdesarrollado. Le pifié por diez años”. Abordó una vastedad de temas —el rol de Estados Unidos, las virtudes del ajedrez, la muerte de Lady Di, la sabiduría de Winston Churchill, el futuro de la bioética, el misterio del judaísmo— sin perder nunca el análisis riguroso o la observación perspicaz. Especialmente en estos tiempos de flacidez periodística e histeria ideológica colectiva, será dolorosamente extrañado.

En años recientes han partido muchos de mis héroes de no ficción: Oriana Fallaci, Elie Wiesel, Bernard Lewis, William Buckley Jr., por nombrar algunos. La muerte de Krauthammer se agrega a mi orfandad intelectual. Hallo consuelo en esta frase de otra heroína, la partisana caída en acción durante la Segunda Guerra Mundial, Hannah Szenes: “Hay estrellas cuya luminosidad es visible en la Tierra aunque hace largo tiempo que se han extinguido. Hay personas cuyo resplandor continúa iluminando al mundo aunque no están más entre los vivos. Estas luces son particularmente brillantes cuando la noche es oscura. Ellas alumbran el camino para la humanidad”.

Descansa en paz, Charles Krauthammer.

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