Sociedad Thule: la increíble y criminal organización secreta que fue la cuna del nazismo y del poder de Hitler

Enlace Judío México.-Además del exterminio del pueblo judío, también planeaba la destrucción del cristianismo.

ALFREDO SERRA

El delirio de fundar un Tercer Reich que durara mil años fue más allá de la conquista del mundo y del exterminio del pueblo judío, su cultura y hasta la memoria de su existencia. En su último paso hacia el abismo, intentó crear una nueva religión de oscuras raíces esotéricas… solo para arios puros.

¿Cómo? Rastreando en el pasado remoto de la raza germánica, llevándolo al presente recuperando sus símbolos y leyendas, y profesando una fe ciega en las ciencias ocultas…

El plan –tan imposible como desordenado e inorgánico–, fue urdido por la mente febril del barón Brudolf von Sebottendorf (1875–1945) en la Alemania de 1917 bajo la forma de una secta mística, ocultista y secreta llamada Sociedad Thule: la rama Munich de otra mayor, de 1912: la Orden de los Teutones…, ya entonces identificada con la cruz esvástica, a la que Sebottendorf le agregó una espada detrás, rodeada por hojas de roble e iluminada por una corona de rayos solares.

¿Por qué el nombre Thule? Lo inspiró un supuesto reino que Virgilio nombra en La Eneida, que habría estado primero en el desierto de Gobi, y al que un terremoto desplazó a lo que hoy es Escandinavia.

Según el maremágnum mental de los Caballeros Teutones, ese pueblo fue “la raza primigenia de la humanidad, y los primeros arios puros“.

¡Vaya paradoja! Según los más serios estudios sobre fósiles humanos, es posible que el primer hombre más aproximado al actual naciera en lo que hoy es Kenia…, ¡y fuera negro!

En cuanto a la teoría de la raza superior (blanca), el negrito norteamericano Jesse Owens, veloz como un relámpago, la hizo pedazos en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936: cuatro medallas de oro… y la furia de Hitler: según testigos, estrellando contra la pared todo lo que tenía a mano…

Todavía un cabo austríaco de destino errante y más ambición que talento, herr Adolf conoció a Sebottendorff cuando éste, al frente de un grupo paramilitar, se lanzó contra las huestes marxistas de la Liga Espartaquista.

Él y el ideólogo antisemita de extrema derecha Dietrich Eckhart fundaron en 1920 la segunda y definitiva versión del pequeño Partido Obrero Alemán: el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán.

El nazismo.

Hitler, para horror del mundo, había encontrado su camino…

En 1925 y en la primera edición de Mein Kampf (Mi Lucha), la biblia nazi, podía leerse, en apenas tres líneas, la semilla de que había sembrado la Sociedad Thule: “Las antiguas creencias volverán a resurgir para ser respetadas de nuevo. El total conocimiento de la naturaleza secreta del bien y del mal eliminará el barniz cristiano y traerá una religión propia de nuestra raza”.

Sebottendorff, en su libro Bevor Hitler Kam (Antes de que Hitler viniera), nombra los veinte miembros de elite de la Thule. Entre ellos, ¡oh casualidad!, figuran Adolf Hitler, Rudolf Hess, Herman Göring, Heinrich Himmler, y Alfred Rosenberg. El seleccionado de la svástica con la calavera: ominoso diseño del socio Karl María Wiligut, al que llamaban “El Rasputín de Himmler”.

Heinrich Himmler, sí. El mismo que alcanzó el rango de sombra de Hitler: jefe de las atroces SS, el mayor antijudío del Círculo del Diablo (el entorno del führer), y el más fervoroso impulsor de los campos de exterminio.

Pero la Sociedad Thule, sus ideólogos y sus asesinos necesitaban –o creían necesitar– una organización tentacular: edificio, secciones, filiales… y planes tan macabros como su ideología.

Y la tuvo. Nació el primer día de julio de 1935. Se llamó La Ahnenerbe: una secta secreta cuyo fin cumbre era crear la Nueva Religión Nazi y destruir el cristianismo.

Su constructor fue Himmler, por entonces comandante en jefe de las SS. Un ex fracasado en varios campos que encontró en Hitler y el nazismo los botones para llegar al poder y desatar hasta la locura –en su caso, una helada locura: su carácter era un témpano– sus dos obsesiones: el fin del pueblo judío y la fe ciega en “las fuerzas desconocidas que nos rodean”, como decía en sus invocaciones a las ciencias ocultas…, que nada tienen de ciencia.

Encolumnó a sus esbirros SS (“mis monjes guerreros”, los llamaba) en el antiguo paganismo germano y en el nazismo como una religión.
Créase o no, La Ahnennerbe llegó a tener… ¡43 departamentos! De Historia Antigua del Espíritu, Alfabeto Rúnico, Símbolos, Tradiciones Populares, Arqueología Germánica, Esoterismo…, y la veneración a la Thule, cuyo líder (Sebotendorff) se proclamaba como “precursor del Anticristo”.

Hitler se afilió a esa secta, “oficialmente”, en 1922, y luego de que sus rasgos faciales fueran examinados en busca de algún signo de impureza racial: sólo se aceptaban aquellos que podían demostrar pureza de sangre aria… hasta la tercera generación.

Pero entretanto, mataban… Entre 1918 y 1922 cometieron 354 asesinatos. Su justicia paralela…

Además, desaparecían personas: judíos y comunistas. Algunos, víctimas de los sacrificios humanos que exigía uno de los rituales de la nueva religión.

Pronto y a la vera de Himmler fue creciendo Friedrich Hielscher, jefe del Departamento de Esoterismo y, según su jefe, “un sabio maestro de todo lo paranormal: la figura más importante después de Hitler. Si Alemania gana la guerra, será el sacerdote supremo de la nueva religión, y Hitler su divinidad encarnada”.

Un papa, digamos. O un dios…

Para esfumar poco a poco al cristianismo, la Orden Negra (súper elite dentro de la elite SS) creó El Día del Nacimiento del Sol Invencible. ¿Cuándo? Cada 25 de diciembre… creyendo opacar la Navidad.

La Pascua intentó ser borrada por la fiesta de Ostara: comienzo de la primavera y homenaje a la diosa de la fertilidad.

Los matrimonios se celebraban ante un altar inequívoco: una enorme bandera negra con una S rúnica grabada en plata, y Himmler o algún súbditos dando a los novios pan y sal: los símbolos germánicos de la tierra y la fertilidad.

Los bautismos: una medalla con signos rúnicos para el bebé, y su inmediato ingreso a las SS. Los funerales: cremación, y cenizas en urnas ocultas en una cripta circular.

Hitler volvió a afirmar claramente las intenciones de La Ahnenerbe ante Herman Rauschning, un político que se separó del nazismo:

–Si usted cree que nuestro partido se reduce a la acción política, es que no ha entendido nada…

No mentía.

Una fracción de la Sociedad Thule llamada Sociedad Vril, amante de los textos sumerios y de los códigos secretos de la Orden de los Templarios, se dedicó a fabricar… ¡platos voladores!

Según su líder, un tal Otto Schumann, y la médium María Ostich, especialistas en Energías Alternativas, esos textos y códigos eran mensajes de dioses o de una civilización extraterrestre que le abriría al nazismo las puertas hacia otros mundos. El dominio de las estrellas, nada menos…

¡Y se lanzaron a la empresa! En 1934 terminaron de construir la primera nave “propulsada por energía antigravitatoria”, explicó Schumann.
Era circular. Medía cinco metros de diámetro. Y en vuelo variaba de color: naranja, amarillo, verde, azul…, etcétera.

Y no pararon. En 1939 ya tenían una mayor: 25 metros de diámetro y un extraño nombre: Haunebu–I. En julio de 1942 nació el Giroscopio Volador Schrieber–Habermold, especie de trompo a reacción. Y en 1944 trazaron los planos de una enorme estación espacial inspirada en los dirigibles: la Máquina Andrómeda. Peso: ¡cien toneladas! Misión: rumbo al vasto y desconocido universo.

Los ovnis de Hitler jamás pasaron la etapa experimental: los dioses extraterrestres que los inspiraron… estaban de vacaciones.

Por fortuna, el delirio de los Mil Años del Tercer Reich y la Religión Nazi terminó el 30 de abril de 1945, en un bunker de Berlín, con dos balazos y dos pastillas de cianuro.

Y salvo una noticia en contrario, el pueblo judío y el cristianismo siguen vivos.

 

 

Fuente:infobae.com

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