Enlace Judío México.- Descendientes de las comunidades expulsadas de España en el siglo XV han mantenido el ladino durante generaciones, a pesar de que su número continua menguando.
ANA GARRALDA
A Sabiha Akça se le enciende el gesto cuando escucha hablar en castellano, para ella ladino o judeoespañol, la lengua que hablaban los judíos sefardíes en la España de finales del siglo XV. “Mi madre nos lo enseñó, lo hablábamos en casa, pero no tengo con quién practicar y se me está olvidando”, explica esta turca de 63 años desde la animada terraza de un restaurante en el barrio de Karşıyaka, a unos 6 kilómetros al norte de Esmirna (Izmir, en turco), la ciudad más griega de la actual Turquía y segundo puerto más importante después de Estambul.
Liberal y rebelde frente la pausada pero creciente islamización de país tras las casi dos décadas en el poder del líder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), Recep Tayyip Erdogan, Esmirna se echó en masa a la calle antes de la doble jornada electoral (presidenciales y legislativas celebradas el pasado 24 de junio) para brindar su apoyo al mayor rival político de Erdogan, el socialdemócrata Muharrem Ince, candidato a la presidencia por el Partido Republicano del Pueblo (CHP).
“Aquí mucha gente ya no quiere a Erdogan”, explica Sabiha mientras sorbe un té (çay, como es conocido en Turquía). “Ha hecho cosas buenas por el país, pero dieciséis años en el poder son demasiados y ya era hora de un cambio”, añade la sexagenaria, quien apunta al carácter siempre abierto y mayoritariamente laico de Esmirna, el mismo que enarbolaban los cientos de miles de partidarios del opositor Ince que el jueves previo a los comicios abarrotaron las calles de la ciudad, bastión del CHP.
En la provincia –del mismo nombre– Muharrem Ince se hizo con el 54% de los votos, dos puntos porcentuales más que los obtenidos por Erdogan en el conjunto del país, lo que instó a sus seguidores más optimistas a esperar hasta el último momento a que Ince pudiera disputar la presidencia a Erdogan en una segunda vuelta, lo que finalmente no sucedió.
El candidato del CHP solo consiguió el 30% del escrutinio, insuficiente para arrancar la victoria al “Sultán”, que tras estos comicios tendrá un poder completo después de que en 2017 la ciudadanía turca aprobase por referéndum la reforma constitucional que transformó el sistema parlamentario del país en otro presidencialista. Erdogan es hoy más presidente que nunca y ostenta un poder sin precedentes desde los tiempos del fundador de la República, Mustafá Kemal Atatürk.
“Tiene más poder, sí, pero los jóvenes –afectados por un 20% de paro (30% en el caso de los titulados universitarios), según datos oficiales– no le quieren, al menos los que yo conozco aquí en Esmirna”, afirma Sabiha Akca. “Muchos piensan en emigrar, como tuvimos que hacer mi marido y yo, que nos fuimos a Holanda en los años 60, siendo nuestra primera hija muy pequeña, porque aquí no había trabajo”, señala.
Durante veinte años esta turca trabajó como intérprete de turco-neerlandés en los Países Bajos, donde eventualmente ayudaba con la lengua local a los españoles que por aquellos años también llegaron al país en busca de nuevas oportunidades. “¡Yo hablaba el español del siglo XV! Pero al final conseguíamos entendernos y les echaba una mano cuando necesitaban una traducción”, cuenta orgullosa. “¡Por eso entiendo el castellano que usted habla!”, exclama risueña.
Menos libertades para laicos y minorías.
La turca menciona cómo a su vuelta a Turquía, con la familia ampliada ya a cinco miembros, los sucesivos gobiernos islamistas de los últimos años han ido mermando la razonablemente satisfactoria convivencia que desde hace un siglo ha identificado a este país euroasiático formado por una Turquía oriental y otra occidental.
“Siento que cada vez hay menos libertad y la economía no va bien”, explica Sabiha. “De todas formas, mi marido y yo no podemos quejarnos porque tenemos la pensión de Holanda, incluso podemos disfrutar de una pequeña casita en Çesme” (en la costa del Mar Egeo), apunta.
Varias playas de esta pequeña localidad costera, en la punta más occidental de Turquía, se convirtieron hace dos años –antes de la firma del acuerdo entre Turquía y la Unión Europea– en un punto de tránsito fundamental para refugiados sirios, iraquíes, afganos y migrantes de distintas nacionalidades que desde la costa turca emprendieron un peligroso viaje para alcanzar el sueño europeo. Cientos de ellos se dejaron la vida en el Mar Egeo. Dos años después más de 10.000 siguen atrapados en las islas griegas, a la espera de una solución que no llega, obligándoles a continuar en el limbo apátrida en el que viven.
“Ellos son los refugiados de hoy como también lo fueron los antepasados judíos de mi madre cuando hace cinco siglos llegaron a las costas de Turquía cuando fueron expulsados de España”. Akça relata que su progenitora nunca mencionaba la religión que profesaba de puertas afuera y que los cinco hermanos de su madre emigraron a Israel –al igual que las dos terceras partes de los judíos de Esmirna poco antes de la creación del Estado en 1948.
“Mi madre se quedó sola en Turquía, nunca quiso marcharse y ¡encima se casó con un musulmán turco!”, remarca entre risas. “Cuando era pequeña yo ya sentía que había discriminación”, prosigue con distinto semblante. “En el colegio tampoco decía que era judía, ¡y ahora menos!”, susurra Sabiha mientras sus ojos escrutan a los clientes de las mesas contiguas.
Para ella los sucesivos gobiernos islamistas han ido arrinconando poco a poco a las minorías y a los sectores laicos del país, que desconfían de las políticas más conservadoras de Erdogan, aun cuando el líder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) suele prometer, tras cada victoria electoral, nuevas reformas democráticas que los residentes de esta ciudad –conocida como la Perla del Egeo–, no terminan de ver materializadas. Especialmente mientras Erdogan ocupe la Jefatura del Estado gracias al apoyo de sus aliados, los ultranacionalistas del Partido del Movimiento Nacionalista (MHP), que como el AKP, han sabido aglutinar el voto conservador.
La menguante comunidad judía de Esmirna
A los 1.500 judíos que quedan hoy en Esmirna les preocupa la creciente presencia de organizaciones islamistas en el mismo país que en el siglo XV abrió las puertas a sus antepasados. Tradicionalmente protegidos por las autoridades del imperio –salvo esporádicos episodios de confrontación con la población local– los sefardíes que llegaron a Esmirna encajaron bien en el puzle de la antigua comunidad judía local, engrosando su número y revitalizando la actividad comercial, que creció en paralelo al desarrollo del puerto.
Bajo la administración otomana adquirieron derechos para gestionar sus propias escuelas, tribunales, hospitales o centros de culto, como las siete sinagogas que proliferaron en la calle Havra (Havra Sokağı), en el mismo distrito del vibrante bazar de Kemeralti, uno de los más importantes de Turquía. “La calle Havra era el corazón de la comunidad judía de la ciudad”, cuenta Sabiha Akça. “La mayoría de los sefardíes que llegaron de España se instalaron allí. Mi madre también se educó en una de sus escuelas, aunque creo que hoy ya no queda ninguna”.
En la actualidad identificar los lugares donde una vez prosperaron las distintas comunidades judías o se erigieron las sinagogas de la calle Havra –frecuentadas por los 40.000 judíos que en el siglo XIX llegaron a residir en Esmirna–, puede resultar una laboriosa empresa. Algunas de ellas están cerradas, como la de Portugal-Neve Shalom, construida en el siglo XVII por conversos portugueses que abandonaron la Península (1497) y retornaron al judaísmo una vez se instalaron en la ciudad.
Otras sinagogas como la de Bikur Holim, levantada en el siglo XVIII –y cuyo nombre hace referencia a los tiempos en los que igualmente funcionó como hospital– sigue activa durante las principales celebraciones judías, como también lo está la histórica Senyora, que también fue restaurada en varias ocasiones. Lugares de culto que hoy a duras penas mantienen en su interior el esplendor que un día ostentaron, mientras el resto de sinagogas ha quedado a merced de los vaivenes climáticos y la carcoma.
Hoy el millar de judíos que queda en Esmirna se ha trasladado a barrios más prósperos donde mantienen una buena relación con el resto de la comunidad turca, si bien recelan de la creciente islamización del país y de la represión ejercida por el Gobierno contra las fuerzas de la oposición, así como contra la principal minoría del país, los kurdos.
Fuente:eldiario.es
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