Enlace Judío México.- AMLO ha ganado la presidencia y es hora de pensar algunos aspectos concretos del gobierno que él dirigirá. A quienes nos dedicamos a analizar cuestiones internacionales nos toca, entre otras cosas, imaginar el papel de México en el mundo, algo que no siempre está en nuestras prioridades. Nuestro futuro presidente ha afirmado que la mejor política exterior es la política interna, y en cierto sentido no le falta razón, puesto que trabajar sólida y eficazmente en los muy amplios retos que tenemos al interior de nuestro país, fortalece nuestra imagen, nuestra posición y nuestra capacidad de influencia hacia afuera.
MAURICIO MESCHOULAM
Sin embargo, en este tipo de asuntos es necesario pensar al mismo tiempo en diversos niveles y direcciones, ya que precisamente varios de los temas que serán centrales en la agenda de AMLO—como la corrupción o el crimen organizado—operan de manera simultánea en esos múltiples niveles y direcciones, no solo adentro del país, sino también afuera. La política exterior representa el vínculo entre esas esferas, y cuando se diseña de manera adecuada, consigue fortalecer los intereses de cierto país a partir de estrategias de acción que se proyectan hacia afuera del mismo. Pero para entender que actuar adentro no basta, lo primero es comprender cómo se conforma ese sistema de interacciones complejas a nivel global, efectuar un diagnóstico de cómo estamos en relación con ese sistema global y luego entonces, plantear acciones concretas para incidir favorablemente en ese sistema en beneficio de nuestro país. Este diagnóstico y planteamiento, por supuesto, incluye, pero no se limita a las relaciones México-EU o nuestras ideas acerca de Trump, incluye, pero no se limita a nuestra región inmediata, incluye, pero no se limita al comercio y la migración. Permítame poner tres ejemplos.
El primero, la Primavera Árabe y Trump. Aquella serie de protestas masivas y revueltas en 18 países de la región de Medio Oriente durante 2011, provocada en parte por factores internos, pero también en parte por cuestiones económicas a raíz de la crisis global del 2008, derivó en guerras civiles en tres sitios específicos. Uno de ellos fue Siria, una guerra que además de causar cientos de miles de muertos, ha generado olas de refugiados. Además, la guerra siria es el factor determinante que favorece el resurgimiento y crecimiento de aquella organización terrorista que hoy conocemos como ISIS, la cual a su vez fue crucial en el aumento de ataques terroristas en Occidente durante el 2015 y el 2016, ataques que también golpearon a Estados Unidos como el de San Bernardino o el de Orlando, entre otros. Esta combinación de circunstancias permitió que Trump usara el miedo como uno de los temas centrales durante su campaña. En 2016, ocho de cada diez potenciales electores estadounidenses consideraba algo o muy probable que ocurriese un atentado terrorista en su cercanía en fechas próximas (Quinnipiac, 2016). Esto representaba los niveles más elevados de ansiedad por terrorismo desde el 2001. Y no es casual que, de todas esas personas, quienes más se sentían vulnerables eran quienes indicaban que votarían por Donald Trump; 96% de esos electores temían poder ser afectados por un atentado terrorista, comparado con un 64% de quienes indicaban que votarían por Clinton.
Es decir, la crisis económica global del 2008 se conecta directamente con la Primavera Árabe. Sin esa ola de protestas masivas, es difícil pensar en las guerras civiles que de ellas resultaron, sin las cuales no se puede entender el ascenso de ISIS y, consecuentemente, el brutal incremento del terrorismo en Occidente entre 2015 y 2016, sin lo que tampoco se puede entender el aumento del miedo que contribuyó considerablemente a la victoria de Trump. La cuestión es que Trump no aborda el terrorismo de manera aislada, sino que, en su discurso, lo vincula con la migración que procede del sur de su país. Para él, todo eso se relaciona con fronteras desprotegidas y con políticas migratorias débiles. De manera que cada vez que habla de su iniciativa para prohibir la entrada a EU de ciudadanos de ciertos países de mayoría musulmana, habla al mismo tiempo de la necesidad de construir el muro, y de impedir que “criminales” y “violadores” crucen la frontera sur. Por lo tanto, pensar que la relación México-EU está desvinculada de lo que ocurre en Siria, lo que ocurre con la migración internacional o con el terrorismo global, es dejar de mirar el panorama amplio.
En ese mismo sentido va un segundo ejemplo. El centro de pensamiento especializado en seguridad de Europa Central GLOBSEC lleva algún tiempo dedicado al estudio de los lazos entre crimen organizado y organizaciones terroristas. Recientemente emitió un reporte denominado: “¿De criminales a terroristas y de regreso?” En ese reporte, la casa de análisis detalla un proyecto colaborativo de investigación en el que participan equipos de 11 países europeos para comprender los nexos crimen-terrorismo y diseñar estrategias de colaboración para atender ese creciente problema. Temas como el lavado de dinero, la corrupción transnacional, el tráfico global de drogas, de personas, de combustibles y de otros productos ilícitos, son solo algunos de los componentes de estas redes que atraviesan las fronteras y que conectan todos los días a grupos terroristas con grupos criminales. En otras palabras, si pensamos que las organizaciones criminales de nuestro país—muchas de las cuales tienen operaciones transnacionales—se encuentran aisladas de estos mismos factores que están estudiando 11 países europeos, y que, por tanto, basta con combatirlas a nivel interno, entonces estamos dejando de observar aspectos cruciales de la compleja problemática que enfrentamos. Por lo tanto, México necesita involucrarse activamente en estos proyectos de colaboración internacional y conseguir incidir de manera eficaz en estos temas.
Un ejemplo más: el acuerdo nuclear de Irán y el petróleo. Hace unas semanas Trump anunció que Washington abandonaba el pacto nuclear firmado entre seis potencias e Irán. Sin embargo, las otras cinco potencias se han mantenido dentro del convenio por lo que la Casa Blanca ha estado trabajando arduamente para asegurar que su oposición al mismo tenga la eficacia que Trump desea. Con ese fin, EU ha querido asegurarse de que países terceros que importan petróleo de Irán, dejen de hacerlo, amenazando a esos terceros con sanciones de Washington. Esta serie de factores ha contribuido a las recientes alzas de precios del petróleo. No se trata, por supuesto, de lo único que impacta a dichos precios, pero contemplando los efectos negativos que el incremento del crudo podría tener en la economía estadounidense, la Casa Blanca ha tenido que relajar sus exigencias contra esos terceros países, y está buscando acuerdos con naciones como Arabia Saudita para asegurar la oferta petrolera, intentando provocar con ello que los precios del crudo no suban más o que bajen. Con todo, Irán parece estar amenazando con cerrar el estrecho de Ormuz, sitio por donde transita una quinta parte del petróleo que se consume en el planeta. Aún si eso no se concreta, las solas tensiones ocasionadas podrían elevar aún más el costo del crudo. Ahora bien, dado el significado que tiene el precio del petróleo para nuestra economía en temas como las gasolinas, o en nuestro presupuesto, podemos observar que un evento geopolítico internacional como el acuerdo nuclear iraní, sí nos importa y mucho. Nos importa, además, porque nuestro país ha sido tradicionalmente uno de los promotores de la proscripción al uso de las armas nucleares y de la fuerza en general para resolver los conflictos. Pero también porque la falta de solución a estos conflictos internacionales termina por impactar nuestra economía pues a pesar de que somos productores de petróleo, el incremento en el crudo afecta otros productos que importamos, como una gran parte de nuestras gasolinas. Así que, si AMLO plantea implementar una política distinta en materia de gasolinas que la de la administración actual, el tema iraní podría resultar determinante en su capacidad de lograrlo.
En suma, quizás se puede entender que, dado el tamaño de nuestros problemas internos, tendamos a pensar que primero necesitamos atender esos problemas, y que ya en otra fase podremos ocuparnos de los temas globales. Sin embargo, un análisis más detallado de nuestras propias problemáticas, revela que varias de ellas tienen importantes conexiones con lo que ocurre fuera de nuestras fronteras, por lo que trabajar en ambas direcciones, hacia adentro y hacia afuera, no solo es posible, sino indispensable.
Fuente: El Universal
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