Juntos venceremos
domingo 24 de noviembre de 2024

Tiro al aire / Cosas de Luna-ticos

“Yo no le canto a la luna
Porque alumbra nada más
Le canto porque ella sabe
De mi largo caminar…”
(Luna tucumana)

 

Enlace Judío México.- Me entero hace unos días que Israel lanzará una nave espacial a la Luna el próximo diciembre y que cuando llegue a su destino, dos meses después, se convertirá en el cuarto país en realizar un alunizaje controlado. Se trata además del primer aparato no tripulado que se financia de manera privada para este tipo de misión. Solo hay que recorrer 384.000 kilómetros, que son los que separan a la Tierra de su romántico satélite. Me anoto. !Por fin encontré un lugar hacia donde ir!

SHULAMIT BEIGEL PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Cuarenta y cuántos años de la Misión AS-506, conocida como Misión Apolo 11. ¿Cómo olvidarlo? Fue el 20 de Julio de 1969; el lugar, Cabo Kennedy, en la Florida. Los astronautas Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins, comenzaron un viaje de 400.000 km hacia la luna. Ocho días de travesía para llegar hacia donde nunca un hombre había llegado antes. Y muchos dijimos: Yo también quiero. En aquella época no podía. Estaba estudiando.

Ahora Israel me brinda la oportunidad.

Recuerdo los nervios viendo las imágenes por la televisión cuando el Apolo 11 alunizaba, y seis horas y media después Armstrong descendía por la escalinata de la nave, pronunciando la frase que ha pasado a la historia: “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la Humanidad”. Al día siguiente, la prensa mundial se dedicó a cubrir la importante hazaña que consolidó la ventaja de los Estados Unidos frente a Rusia en la Guerra Fría.

Esa guerra, que comenzó como una carrera armamentística, se trasladó a los confines del universo. El espacio pasó a ser una demostración pública de poder, de capacidad tecnológica y militar. Una vez que Apolo 11 aterrizó con éxito, las cartas estaban echadas, y el interés por explorar la Luna se disipó poco a poco. En aquella época Richard Nixon, presidente de los Estados Unidos, se negó a financiar los enormes costos del programa y lo canceló cuando aún faltaban tres misiones por desarrollar. A su vez, suspendió el proyecto para establecer una base lunar para fines de los 70 y mató el sueño de colonizar Marte en los 80. El resultado fue que ya no se volvería a la Luna. De hecho, la capacidad tecnológica para hacerlo se perdió y las misiones lunares desaparecieron.

Desde entonces, desde 1972, nadie pisó la Luna. El gobierno norteamericano ya no tenía razones estratégicas de peso para hacerlo. La razón, lamentablemente, fue, una vez más, política y no científica ni económica: una cuestión de prestigio nacional y mostrar que “podemos”.

Muchos dudaron que el hombre en realidad llegó a la luna, aduciendo que en los años sesenta, la tecnología de la que disponía la NASA no era lo suficientemente avanzada como para realizar un alunizaje, pero que la ambición por ganar la carrera espacial a cualquier precio hizo que se montara el programa Apolo en unos estudios de cine de Hollywood. Y es que en verdad había cosas extrañas. Por ejemplo, ¿cómo era posible que la bandera ondeara en la luna, si ahí no existe aire? Un alto porcentaje de los estadounidenses no cree hasta hoy en día que el hombre pisó la luna.

Israel nos brinda ahora un nuevo sueño. O tal vez una realidad.

Cosas de lunáticos dos: guerra

“Promoveré una ley fundamental que definirá a Israel como Estado nación del pueblo judío”, declaró este jueves Netanyahu.

El Comité Ministerial de Legislación de Israel aprobó la denominada “Ley de Nacionalidad”, cuyo objetivo es definir oficialmente a Israel como el Estado-Nación del pueblo judío.

El proyecto de ley (que aún debe pasar al Parlamento para su aprobación), consagra como una Ley Básica el concepto de que Israel es el Estado-nación del pueblo judío, y determina que toda la ley israelí debe ser interpretada de acuerdo con este principio.

Antes que nada, y para que entendamos las cosas, debemos comprender los conceptos.

“Un Estado nación es una forma de organización política que se caracteriza por tener un territorio claramente delimitado, una población relativamente constante, y un gobierno”. Hasta aquí mi biblia Wikipedia.

El Estado-nación apareció al final de la guerra de los Treinta Años (1648). Desde entonces se acabó el antiguo orden feudal y se dio paso a organizaciones territoriales definidas en torno a un gobierno que reconoce sus límites espaciales y de poder. Todo esto fue un proceso y no de un día a otro; una evolución y una transformación lenta de las monarquías feudales. Y así, fue conformándose la idea del “ciudadano”, el individuo que reconoce al Estado como su ámbito legal.

Las distintas escuelas de ciencia política definen de diversas maneras el concepto del Estado-nación. Sin embargo, en la mayoría de los casos se reconoce que las naciones son grupos humanos identificados por características culturales, y tienden a formar Estados con base en esas similitudes. Un Estado puede acoger a varias naciones en su espacio territorial (en Israel hay judíos, hay árabes, cherkeses, etc.) y una nación (los judíos por ejemplo), puede estar dispersa a través de varios Estados, o países.

Nuestra historia, la del Estado de Israel, no ha sido el resultado de fuerzas lunáticas, sino fue el resultado de actos de líderes serios, en circunstancias decisivas y en medio de todas las encrucijadas terribles de la historia en esos momentos. Pero aun en esas condiciones, eligieron entre lo que era bueno, y lo que era malo. Y lo hicieron con sentido común.

Y de repente, en estos días, se nos aparece un comité que debate el contenido de la normativa conocida como Estado-Nación y que “pretende proteger” la identidad judía del país, con una controvertida cláusula que establece que “el Estado puede permitir a una comunidad, incluyendo miembros de una religión o de una sola nacionalidad, mantener un asentamiento comunal separado”.

La consideración de Israel como “Estado-Nación judía” se había precisamente evitado mencionar en la Declaración de Independencia de Israel en 1948, por la oposición de algunos y por la existencia de minorías como la árabe-israelí, formada por los palestinos que quedaron dentro de las fronteras del país.

Esta medida de la denominada ley del Estado Nación, es abiertamente discriminatoria. Pues permitirá la creación de ciudades segregadas para judíos. “¿Estamos dispuestos, en nombre de una visión sionista, a tolerar la discriminación y la exclusión en función del origen?”. No lo digo yo. Son palabras del presidente israelí Rivlin.

No sé si captamos la gravedad del asunto. Y es que el polémico precepto anuncia que “el Estado pueda autorizar que una comunidad de personas que tengan la misma religión o identidad nacional mantenga su carácter de asentamiento separado”. ¿Será posible que nosotros, israelíes que creímos en un proyecto (Israel), humanitario, nos hayamos olvidado que los árabes israelíes constituyen cerca de una quinta parte de los 8,5 millones de habitantes del país?

Personalmente me opongo a la creación de ciudades exclusivas para judíos y a la segregación de población en un precepto que realmente me parece inadmisible. Por muchas razones.

Ya son varias las incongruencias que distinguen a los escenarios de este gobierno, con un primer ministro que se la ha pasado esta semana interrogado horas por la policía, que no se amedrenta ante nada ni nadie, ni siquiera ante la ley, en su “heroica” y “desinteresada” aventura como representante de nuestro pueblo. Nosotros los israelíes ya nos hemos acostumbrado, a pesar de que es impredecible, al incesante vodevil de todos los delirios inimaginables.

La realidad de Medio Oriente y concretamente de Israel nunca es “aburrida”: Se ha hecho costumbre ver cometas incendiarios en el cielo, tragedias terroríficas de campos de cultivo, quemados, masacres sangrientos en Siria, y todo comentado a través de la sonrisa imperturbable de una bella locutora perfectamente maquillada, o tragedias terroríficas entonadas sin pasión por los informadores de los distintos canales de televisión. Con cada amanecer nos enfrentamos los israelíes a decisiones no hechas por nosotros, que muchas veces rebasan el sentido común, y que no calculan las consecuencias para el país.

La vida aquí no sigue pautas determinadas a priori como en otros lugares. Quizá nuestra historia, la de esta parte del mundo, sea un sueño sin soñador, como alguna vez dijera el escritor argentino José Luis Borges.

A veces pienso que en medio del intrincado laberinto que es Israel, tal vez simplemente tanta noticia nos aturde los sentidos y que no sea más que una pesadilla, la de una cruda realidad y el desencanto de aquellos que en el pasado creímos en otra Israel.
Pero no es un sueño y sé que algún día nuestros buenos propósitos podrán transformarse nuevamente de pesadillas devastadoras en bellas y sencillas realidades.

De nuevo ¿la realidad supera a la ficción?

La verdad es que los últimos días han sido especialmente convulsos en Israel. Las 180 personas de la comunidad beduina de Khan al Ahmar, a escasos kilómetros de Jerusalén Este, estuvieron a punto de ser despojados de su tierra para siempre.

Pero este es un mensaje esperanzador: quiero contarles cómo la presión de la población local, unida a la solidaridad de muchos israelíes y judíos en todo el mundo, ayudaron a revertir la situación.

El miércoles 4 de julio, el gobierno enviaba un arsenal de máquinas excavadoras para proceder al desalojo de Khan al Ahmar. La noticia comenzó a circular por internet y en cuestión de horas, decenas de personas, israelíes, palestinos y de distintas nacionalidades, se acercaron al lugar para apoyar a la población beduina y evitar el desalojo forzado.

A nivel internacional, las reacciones ante la noticia también fueron importantes: además de las consecuencias para las 180 personas que perderían su hogar, el derribo de la aldea supondría la división de Cisjordania, separando aún más a la población local, algo que va en contra del derecho y la justicia internacional.

Pues bien, la presión internacional ha funcionado una vez más. El viernes, el Tribunal Supremo de Israel suspendía, al menos temporalmente, la demolición de Khan Al Ahmar.

Sabemos que es solo una pequeña victoria. Pero también es una prueba de que la unión hace la fuerza y que la convivencia entre árabes y judíos, es posible.

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