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jueves 21 de noviembre de 2024

¿Quién ‘agarraba la pata’ del pueblo judío mientras Hitler lo mataba? Roosevelt

Enlace Judío México.- Si la historia la escriben los vencedores, los perdedores no recuerdan su historia, y entonces, como dijo Santayana, están condenados a repetirla. El primer campo de batalla de la autodefensa judía—de Occidente entero—, por ende, es la historiografía. Pero no hace falta recitar otra vez la letanía de marchas y masacres de Shoá (‘el Holocausto’). Eso es lo que hay que evitar; no lo que toca entender. Menester es armar el rompecabezas político.

FRANCISCO GIL-WHITE

Una pieza importante—que urge acomodar en la cultura general—concierne al régimen migratorio estadounidense. Pero educar al público es cuesta arriba, como ha descubierto el historiador Rafael Medoff, pues mucho se ha invertido en representar al presidente Franklin Delano Roosevelt (FDR) como una especie de santo. Para dicho espejismo, aquí un correctivo centrado en los casos emblemáticos del MS San Luis y de la familia Frank.

En el verano de 1939, a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial, el M.S. San Luis, capitaneado por el alemán Gustav Schröder—un ‘justo entre las naciones’—arribó a las costas de Florida y pidió permiso para desembarcar su cargamento humano de casi mil refugiados judíos. De estos, relata Medoff, 734 habían solicitado visa estadounidense, tenían ya número de cuota, y figuraban en la lista de espera.

Llegó hasta la Casa Blanca un telegrama en súplica de los pasajeros dirigido a Roosevelt, quien debía revisar el asunto con su Secretario de Estado, Cordell Hull. Los refugiados “no recibieron respuesta.” ¿Por qué no? “ ‘Nuestro Departamento de Estado,” explicaría después una aliada de aquellos desdichados, “no simpatizaba y Franklin Delano estaba apático.’ ”[1] Quizá fuera demasiado generosa. Pues la ‘apatía’ difícilmente explica los hechos.

A saber. En las Islas Vírgenes estadounidenses, a tan solo horas de Florida, las cuotas de inmigración—por ser territorio y no Estado—no aplicaban. Y “luego de Kristallnacht”— orgía violenta de 1938 organizada por los nazis contra la judería alemana—“el gobernador y la asamblea legislativa de las islas habían ofrecido públicamente abrir sus puertas a refugiados judíos alemanes,” quienes podían ser recibidos en calidad de ‘turistas.’ Pero cuando Henry Morgenthau, Secretario del Tesoro, propuso esta solución para los judíos sin patria del San Luis, Hull interpuso que sin domicilio de retorno válido—requisito innegociable—no podía emitirse la visa turista.[2]

¿Esto fue apatía? ¿Pues qué no debió Cordell Hull, para expulsar aquello de su boca, superar primero la vergüenza? ¿Y no precisa eso de energía? ¿De qué poderosa fuente se habría nutrido? ¿Sería imprudente sugerir: ‘de su antisemitismo’?

Al grueso de los historiadores—incluyendo a varios historiadores judíos—les ha parecido imprudente, en efecto, y han ofrecido cuantiosas contorsiones para disculpar a Roosevelt, a Hull, y a otros altos funcionarios estadounidenses, rechazando que subscribieran dicha ideología.

En FDR y los Judíos, por ejemplo, Richard Breitman y Allan Lichtman niegan—y categóricamente—lo afirmado por el propio Capitán Schröder en sus memorias: que la Guardia Costera fuera enviada a impedir medidas desesperadas como el atasco deliberado del San Luis en el litoral floridano, o el escape—a nado o remando—de sus pasajeros.[3]

Pero ¿qué presentan Breitman & Lichtman para impugnar el testimonio de Schröder? Nada. El pie de página nos refiere nada más al presunto “origen del mito,” el libro While Six Million Died, publicado en 1968 (siendo que Schröder, testigo ocular, había publicado sus memorias en 1949).

En respuesta a Breitman & Lichtman, cuatro sobrevivientes del San Luis emitieron un comunicado público: la Guardia Costera sí hizo lo afirmado por Schröder y ordenó al barco alejarse de la costa. La respuesta del propio Medoff fue su libro FDR y el Holocausto: Una Traición, y un artículo dedicado al San Luis, donde señala que las transcripciones de las conversaciones entre Morgenthau y Hull confirman que la Guardia Costera había sido enviada.[4]

El final de esta historia es muy duro. Luego de recibir rechazos latinoamericanos y otro más en Canadá, Schröder debió regresar a Europa y desembarcar a sus pasajeros. Muchos de ellos, alcanzados por Hitler, fallecieron en los campos de muerte.

El San Luis ha sido emblemático porque no fue un caso aislado sino expresivo de la política estadounidense. Dice el historiador James Carroll:

“Los mismos líderes, notablemente Neville Chamberlain y Franklin D. Roosevelt, que tanto habían denunciado la violencia antijudía de los nazis, se rehusaron a recibir judíos como refugiados. …Para que [la política nazi] llegara a un punto sin retorno fue crucial que Hitler descubriera (algo tarde) la indiferencia política de las democracias ante la situación de los judíos…”[5]

—Momento—. ¿No se ha escurrido cual polizón, en la condena de Carroll, otra apología? ¿Aquel portazo para refugiados ya en puerto que escapan condena de muerte es “indiferencia”? ¿Y qué hay de tantos otros portazos, igual de fatídicos, que recibieron los judíos en los consulados europeos?

De aquellos, el portazo más emblemático (por la celebridad de sus víctimas) fue la denegación de visas para la joven diarista Ana Frank y su familia. Pero un artículo de la Agencia Telegráfica Judía (JTA por sus siglas en inglés), publicado la semana pasada, afirma sobre los méritos de un nuevo estudio que, “contrariamente a las creencias ampliamente aceptadas, a Ana Frank y a su familia nunca se les negaron las visas de entrada a los EE.UU.”[6]

El bombo y platillo de un artículo para anunciar este dato sugiere que importa; es decir, que nos exige una reevaluación de la política estadounidense. Escribe la JTA:

“ ‘Aunque EE.UU. tenía una política que distaba de ser generosa con respecto a los refugiados judíos, está claro que a Otto, Edith, Margot y Ana Frank no se les negó la entrada a EE.UU.,’ afirma el nuevo estudio. Debido a las rápidamente cambiantes circunstancias relacionadas con la Segunda Guerra Mundial, la ‘solicitud de visa de inmigración de la familia al consulado estadounidense en Rotterdam nunca fue procesada.’ ”

Nuevas apologías. Hago notar, primero, los guantes de seda—“distaba de ser generosa”—para una sentencia de muerte camuflada de política migratoria. Y como la solicitud de los Frank no fue denegada, como se creía, sino jamás procesada, se intima que dicha política quizá fuera ‘menos peor’ de lo pensado. La mentada solicitud, cierto, se marchitó en un limbo burocrático, pero no por mala fe, insiste la JTA: hemos de culpar a las “circunstancias relacionadas con la Segunda Guerra Mundial,” mismas que, como todos entienden, eran “rápidamente cambiantes.”

Esto merece dos comentarios.

Primero, cualquiera que haya sido la experiencia anecdótica de los Frank, no puede ‘corregir’ una apreciación de la política migratoria estadounidense apoyada en las estadísticas. Como apunta el historiador Kenneth Levin:

“El Departamento de Estado adoptó políticas de emisión de visas mucho más restrictivas, inclusive, que las estrictas leyes de inmigración ya vigentes en aquella época. Así, el número de visas emitidas a judíos durante la guerra, incluyendo los años durante los cuales el programa nazi de genocidio se conocía por completo, era apenas el 10 por ciento de los disponibles…”[7] (énfasis mío)

Segundo, aunque eligiéramos privilegiar la anécdota Frank, nada en ella asiste una apología, por lo menos no para quien conoce las gestiones de FDR, Cordell Hull, y Breckenridge Long. El dato clave, aquí, es un memorando secreto de Long.

A principios de 1940, Hull puso al subsecretario Breckenridge Long—un notorio y virulento antisemita—a cargo de la política migratoria, dándole “control directo del destino de los refugiados.” Con esto Long pudo, según explica la historiadora Deborah Lipstadt, “frenar, y a veces obstruir por completo, el flujo de refugiados” a Estados Unidos.[8]

(¿Quién entrega el control de la política migratoria, en el contexto de la persecución nazi, a un obvio antisemita? ¿No tendría que ser otro antisemita?)

Si bien las cuotas de inmigración eran bajísimas, y encima de eso se aplicaban al 10%, Long encontró la forma de recortar casi a cero la entrada de judíos con un memorando secreto (fechado junio de 1940) que reza:

“ ‘díganle a nuestros cónsules que interpongan todo obstáculo posible y que requieran siempre más evidencia, recurriendo a varios métodos administrativos para posponer y posponer y posponer el otorgamiento de visas.’ ”[9]

Eso de “posponer y posponer y posponer” la diligencia era peor que negar francamente la visa. Pues lo segundo produce certeza: la de no poder emigrar a Estados Unidos; y con dicha certeza uno toma providencias y ve cómo escapar a otro lado. Pero si la visa ‘se está tramitando’ uno espera. Luego entonces, las instrucciones de Long eran como diseñadas para atrapar a los judíos donde Hitler pudiera encontrarlos.

Ésa fue justamente la queja del diputado Emmanuel Celler, presentada a la mitad de la guerra en el Congreso estadounidense. “ ‘Toma meses y meses para que se otorgue una visa y cuando sucede por lo general aplica a un cadáver,’ ” arengó muy provocado. Su queja fue incluida después en un documento furioso que dirigieron funcionarios del Departamento del Tesoro a su jefe Morgenthau e intituladoReporte al Secretario Sobre la Complicidad de este Gobierno en el Asesinato de Judíos.[10]

El título de aquel reporte no exageraba, pues hubo un apego consular estricto a las instrucciones secretas de Long, lo cual puede inferirse, de hecho, de la experiencia de los Frank. Pues cabildeando a favor de sus visas estaba Nathan Strauss Jr., amigo de Otto Frank e hijo de un empresario estadounidense importante que había sido socio y copropietario de Macy’s (la famosa tienda departamental de Nueva York) y nombrado por el presidente William Taft, nada menos, para representar a EEUU en un par de congresos internacionales. Strauss Jr. movió viento y marea, pero imperaba el memorando de Long y las relaciones de Strauss no sirvieron de nada: “la solicitud de visa… nunca fue procesada.”

Ahora bien, siendo que Cordell Hull y Breckenridge Long eran empleados contratados por Roosevelt para implementar su voluntad, ¿puede el presidente esquivar su saldo? Más de un historiador le ha extendido crédito. Lipstadt, por ejemplo, escribe que,

“FDR, al no ejercer un liderazgo decisivo para persuadir a un Congreso aislacionista y a un público timorato de ayudar a las víctimas de los nazis, creó un vacío en el cual [Breckenridge] Long operaba con tanta facilidad.”[11]

En esta apología, muy usada, Roosevelt se escurre a bambalinas y cede a otros el escenario. Pero no cabe en la lógica. Aunque FDR realmente se hubiese ausentado de un “liderazgo decisivo” en materia migratoria, eso no puede disculparlo. Había un genocidio.

En todo caso, las cosas no fueron como las describe Lipstadt.

Primero, aquel Congreso, como lo demostró después el Grupo Bergson (los sionistas revisionistas en Estados Unidos), no era tan “aislacionista,” y cuando el asunto fue cabildeado (ya muy tarde) votó a favor de un rescate enérgico.[12]

Segundo, el público estadounidense no era tan “timorato”—de hecho, un 70% de la población, según sondeos de la época, favorecía permitir que los judíos europeos se refugiaran en Estados Unidos—.[13]

Y tercero, la política migratoria era de Roosevelt. Basta con repetir lo obvio: Breckenridge Long era su empleado, haciendo su voluntad. Pero si hiciere falta, ahí está la anotación en el diario de Long fechada 3 de octubre de 1940. Después de reunirse con el presidente para discutir la política de “inmigración, visas, la seguridad de Estados Unidos, los procedimientos a seguir, y ese tipo de cosas,” escribió, Roosevelt se había mostrado “100% de acuerdo con mis ideas.”[14]

¿Cuál es, para nosotros, la lección?

Si el ‘Nunca Jamás’ ha de ser algo más que un eslogan vacío, un aliciente mental coreado sin sentido; si ha de ser el acicate que anima nuestra montura y nos fuerza a tomar las riendas de nuestro destino, debemos entonces comprender la Shoá en todo su contexto político.

Y no se trata—ojo—de proteger nada más al pueblo judío, sino a la civilización occidental—al mundo entero—. Pues Shoá fue un crimen contra la humanidad. En lo moral, porque el genocidio atenta contra la más íntima dignidad humana; en lo legal, porque así lo tipifica la ley internacional; y en lo funcional, porque los organizadores de Shoá causaron también, en la Segunda Guerra Mundial, la muerte de más de 54 millones de gentiles (= goyim no judíos) y la esclavitud de cientos de millones más. Los antisemitas son un peligro para todos.

Pero ¿cómo defendernos de los antisemitas, y cómo impedir un nuevo colapso de Occidente, si las organizaciones judías no se ocupan, como mínimo, de señalar al enemigo? Esta primera responsabilidad histórica, sagrada, es la que abdica la Jewish Telegraphic Agency. En lugar de aprovechar la historia de los Frank para educar sobre la depravación límite de la política de Roosevelt, la JTA ha torcido un dato para promover apologías a favor de aquel presidente y sus empleados.

Seamos claros: había una orden—antisemita—del presidente Franklin Delano Roosevelt, expresada a través de su empleado Breckenridge Long, de no concluir las solicitudes de visas de judíos. Por eso no procedió la solicitud de los Frank. Mucho peor que denegar las visas, esto aseguró, para los Frank y para muchísimos otros judíos, que Hitler los alcanzara.

No hay disculpa que valga: “Tanto peca el que mata a la vaca, como el que le agarra la pata…”

Francisco Gil-White, antropólogo político e historiador, es catedrático del ITAM y autor del libro: El Colapso de Occidente: El Siguiente Holocausto y sus Consecuencias (de venta en Amazon).

NOTAS

[1] Medoff, R. (2014). Revisiting the Voyage of the Damned. Prism: An Interdisciplinary Journal for Holocaust Educators, 6(Spring), 63-69. (pp.64-65)

[2] Medoff, R. (2014), p.66

[3] Breitman, R., & Lichtman, A. J. (2013). FDR and the Jews (Kindle ed.). Cambridge, MA: Harvard University Press. (pos.2645)

[4] Medoff, R. (2014:67) reproduce el comunicado de los sobrevivientes del San Luis.

El libro de Medoff es: Medoff, R. (2013). FDR and the Holocaust: A Breach of Faith. Washington DC: The David S. Wyman Institute for Holocaust Studies.

Existe un artículo de la Oficina del Historiador de la Guardia Costera que refiere Wikipedia. Si bien este artículo ha sido removido de la página de la Guardia Costera, fue republicado en otros lados. Por ejemplo:
https://www.cruiselinehistory.com/ss-st-louis-the-voyage-of-the-damned/

Este artículo reconoce que uno de los barcos de la Guardia Costera había estado siguiendo al San Luis, pues cuando Morgenthau quiso saber dónde estaba el San Luis la Guardia Costera contestó que su propia embarcación ya había perdido el contacto con élLuego entonces, había tenido contacto.

El artículo también reconoce que Hull no quería hacer públicos los movimientos de la Guardia Costera en relación con el San Luis. Luego entonces, que no haya registro oficial estadounidense de las intenciones hostiles de la Guardia Costera con el San Luis no refuta, como quisiera este artículo, el testimonio de Schröder.

[5] Carroll, J. (2001). Constantine’s Sword: The Church and the Jews. Boston: Houghton Mifflin. (p.522)

[6] “Anne Frank’s family tried to leave for US but their requests were never processed”; Jewish Telegraphic Agency; 6 July 2018.
https://www.jta.org/2018/07/06/news-opinion/anne-franks-family-never-denied-us-visas-study-states

[7] Levin, K. (2005). The Oslo syndrome: Delusions of a people under siege. Hanover, NH: Smith and Kraus. (p.120)

[8] Lipstadt, D. E. (1983). Witness to the Persecution: The Allies and the Holocaust: A Review Essay. Modern Judaism, 3(3), 319-338. (p.322)

[9] Wyman, D. S., & Medoff, R. (2002). A race against death: Peter Bergson, America, and the Holocaust. New York: The New Press. (p.6)

[10] “Report to the Secretary on the Acquiescence of this Government in the Murder of the Jews,” initialed by Randolph Paul for the Foreign Funds Control Unit of the Treasury Department, January 13, 1944; Franklin D. Roosevelt Library; Morgenthau Diaries; Book 693; pp.212-29. [Una reproducción de este documento puede leerse en Wyman & Medoff (2002:187-201).]

[11] Lipstadt (1983:322)

[12] Wyman & Medoff (2002)

[13] Levin (2005:137)

[14] Israel, F. L. (1966). The war diary of Breckenridge Long: Selections from the years 1939-1944. Lincoln: University of Nebraska Press.

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