Enlace Judío México.- Según la versión oficial, el lugarteniente de Hitler se ahorcó en 1987 en la cárcel de Spandau, pero la tesis ha sido puesto en duda en no pocas ocasiones.
Según la versión oficial, Rudolf Hess se quitaba la vida el 17 de agosto de 1987 en la prisión de Spandau. «El hombre que soportó impasible millones de muertes, no pudo resistir su soledad», podía leerse en ABC. El lugarteniente y hombre de confianza de Adolf Hitler llevaba casi medio siglo encarcelado. A sus 93 años, era el prisionero más antiguo de la Segunda Guerra Mundial y, decían, quiso seguir los pasos del resto de mandatarios nazis, que se habían suicidado entre 1945 y 1946: el «Führer» y su esposa, Eva Braun; el ministro de propaganda, Joseph Goebbels, junto a su mujer y sus cinco hijos, y el hombre de mayor confianza del dictador alemán, Hermann Göring.
Hess fue condenado en los juicios de Núremberg por su responsabilidad en algunas de las decisiones tomadas como ministro de Hitler y enviado a esta cárcel situada al oeste de Berlín. «La mejor protegida del mundo», según la calificaron entonces. Desde 1966 hasta 1987 fue el único inquilino de aquella fortaleza controlada por las cuatro potencias vencedoras y proyectada para albergar a 500 prisioneros. En ella estuvieron recluidos muchos de los líderes nazis condenados también en Núremberg, pero fueron muriendo o siendo liberados por cumplir sus sentencia o por problemas de salud. Los dos últimos salieron en 1966: Albert Speer y Baldur von Schirach, ministro de guerra y líder de las Juventudes Hitlerianas, respectivamente.
La condena de Rudolf Hess, sin embargo, era a cadena perpetua, así que continuó encarcelado hasta el día de su supuesto suicidio, vigilado por nada menos que 600 soldados rusos, estadounidenses, británicos, franceses y Alemania Occidental. De 696 celdas, cuyo mantenimiento costaba unas 100 millones de pesetas al año, solo la del exlugartenientes de Hitler estaba ocupada. El recinto contaba con unas medidas de seguridad impensables para un hombre que ya se había convertido en un anciano. El centro estaba rodeado por una primera valla eléctrica, luego un muro de seis metros de altura con numerosas cabinas acristaladas de vigilancia y, por último, un contramuro de cinco metros de alto que, durante la noche, lo iluminaban potentes focos.
Desde el 10 de mayo de 1941, el día en que se lanzó en paracaídas sobre la campiña británica para una misión supuestamente pacificadora, Hess no volvió a ser un hombre libre. En Nüremberg, la Unión Soviética pidió para él la pena de muerte, pero Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos optaron por la cadena perpetua debido precisamente a esta misión que emprendió en solitario. Desde entonces, las autoridades de la República Federal de Alemania (RFA) han pedido su liberación en varias ocasiones, durante los últimos años, como signo de magnanimidad por parte de las potencias vencedoras. En 1985, el presidente de la RFA, Richard von Weizsäcker, pidió en su mensaje navideño la libertad para Nelson Mandela y Andrei Sajarov y nuestro protagonista. Hess también la había pedido meses antes, pero nunca le fue concedida.
Según la versión oficial de la primera autopsia, Hess había muerto estrangulado con un cable eléctrico, alegando que se trataba de un suicidio. Los primeros en dudar de la tesis oficial fue la familia del lugarteniente nazi, que encargó una segunda autopsia. Esta determinó que su muerte fue por asfixia y no por suspensión. Desde entonces, el misterio rodeó siempre a la causa oficial de su fallecimiento, apuntando desde entonces a la posibilidad del asesinato.
Minutos antes de hacerse pública la noticia su muerte, el cuerpo del anciano nazi había sido trasladado a un hospital de la capital alemana. El traslado, que fue realizado sin escolta ni preparativos previos, así como el hecho de que los jefes de las comandancias aliadas se reunieron urgentemente, hacían prever lo peor. El gobierno militar británico en Berlín, sin embargo, aseguró más tarde que Hess había fallecido antes de ser sacado de la prisión. De ahí que no llevara escolta.
Si los suicidios de Hitler y los demás mandatarios del Tercer Reich se habían producido inmediatamente después del desenlace de la Segunda Guerra Mundial y el fracaso de la aventura imperial nazi, la que se hacían muchos expertos era obvia: «¿Por qué Rudolf Hess esperó hasta 1987 para quitarse la vida? ¿Por qué los guardias que habían cuidado de él durante 46 años años le dejaron entrar solo en una cabaña del jardín, donde apareció ahorcado?»
Su hijo, Wolf Rüdiger Hess, mostró su desacuerdo con el dictamen, asegurando que su padre se encontraba en buenas condiciones psicológicas y que el tipo de suicidio que se le imputaba era físicamente imposible para él.
Dos años después de aquello, el gobierno de Margaret Thatcher se negó a facilitar a la Policía británica los informes relativos a las sospechosas circunstancias de su muerte, tales como los que recogía la investigación oficial realizada por los servicios de información de las Fuerzas Armadas.
La sombra del misterio sobre el suicidio del que fuera la mano derecha del «Fuhrer» creció con el tiempo. Según la BBC, una enfermera que cuidó del dirigente alemán durante sus últimos cinco años de vida aseguró que el prisionero había sido asesinado. Y según el funcionario que halló el cuerpo 40 minutos después de que falleciera, el reo mostraba huellas de un forcejeo para defenderse, además de asegurar que sus manos se hallaban completamente inutilizadas por la artritis y «no podía hacer ni el nudo de los zapatos».
«No trato de juzgarle, pero como hijo existen algunas preguntas que me gustaría que me respondiera», comentaba Wolf a ABC en 1970. Aquellas dudas no fueron saciadas nunca, pues tenía prohibido hablar de los años comprendidos entre 1933 y 1945 durante la media hora de visita al mes a la que tenía derecho.
Fuente:abc.es
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