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domingo 22 de diciembre de 2024

Jeremías y la promesa de un Nuevo Pacto (Parte II)

Enlace Judío México.- ¿Qué es lo más importante en el mensaje del profeta Jeremías? Que no nada más vio la inminente tragedia que se venía sobre el Reino de Judá, sino que supo que el pueblo judío podría sobrevivir y reconstruirse, y que además la experiencia de la derrota y el exilio le harían entender su propia religión en otro nivel.

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Más allá de todos los oráculos en los que Jeremías anunció los eventos por venir, hay un punto medular en el libro que recopila su labor como profeta, y son los capítulos 31 al 33. Contiene algunos de los párrafos más hermosos de la Biblia Hebrea:

“He aquí, vienen días –dice el Señor– en los cuales haré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días –dice el Señor–: daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón, y yo seré a ellos por D-os y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: conoce al Señor, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice el Señor. Porque perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31:31-34).

Mucho se ha especulado sobre el significado de este pasaje, especialmente a partir de que la secta esenia de Qumrán proyectara su “cumplimiento definitivo” a un momento que ellos creían era inminente, que se saldaría con la expulsión de los enemigos de Israel del territorio de Judea, y con el inicio de una nueva era para el Judaísmo. Por eso, ellos mismos se identificaban como “la Nueva Alianza”, claramente inspirados en este pasaje.

Pero su significado es más sencillo, enfocado a su entorno inmediato. Para comprenderlo, repasemos algunos datos básicos sobre Jeremías.

De familia sacerdotal, Jeremías evidentemente creció como parte del sistema religioso que tenía el control de la religión en el antiguo Israel. Tal y como muchas de sus quejas reflejan, en esa época se tenía una confianza que podríamos definir como ciega en que los babilonios no eran una amenaza contra “el pueblo elegido”. Israel tenía un pacto con D-os, los rituales se cumplían cabalmente, así que la protección del reino estaba garantizada por D-os mismo. Justo como había sucedido casi siglo y medio antes cuando los sanguinarios asirios arrasaron con el Reino de Samaria, pero no tocaron al Reino de Judá.

Jeremías se rebeló contra esta noción y comenzó a criticar a su propia institución. Apeló a que el ritual no era suficiente, y que lo importante y relevante era la cualidad moral del ser humano, tanto en el nivel individual como en el colectivo. Acusó que una sociedad corrupta podía ser lo ritualista que quisiera, pero de todos modos vivía en desobediencia a la Torá.

Eso no le generó ningún tipo de simpatía en los medios religiosos. Y al advertir que la amenaza babilónica era más grave de lo aparente, y que realmente existía el peligro de ser invadidos y destruidos, también se ganó la antipatía del poder político.

Pese a ser parte de la casta sacerdotal y, por lo tanto, heredero y garante de la continuidad institucional, Jeremías tuvo el valor para cuestionar los criterios oficiales y, además, la lucidez para entender que esa forma de comprender la Torá estaba equivocada –o, más bien, limitada– y que la tragedia inminente iba a provocar una revolución ideológica al interior de su religión.

La primera pregunta es en qué momento se habría de dar ese “segundo pacto”. Y la respuesta no es un enigma: después de que el pueblo judío regresara del exilio en Babilonia. Tal y como lo registran los libros de Esdras y Nehemías, hubo un episodio en el que Esdras se sentó a leerle la ley a todo el pueblo, y el pueblo se comprometió a vivir en obediencia (se puede leer en Nehemías capítulos 9 y 10).

Es lógico que ese sea el momento del “nuevo pacto”, porque fue el momento en que Israel renació como nación. Lo había hecho al salir de Egipto –y entonces se hizo el pacto original en Sinai, ampliamente descrito en Nehemías 9–, por lo que tras la destrucción sufrida a manos de Babilonia, en el momento de la restauración nacional había también que restaurar el pacto.

Lo interesante es esto: restaurar el pacto con D-os por medio de la Torá implicaba superar la idea de que el pueblo “elegido” gozaba de cierta impunidad, justo por ser algo así como “los favoritos de D-os”.

En este momento específico, los judíos tenían bien claro que había un pacto con el Único y Verdadero, pero que eso no era un cheque en blanco para comportarse como quisieran. Y menos aún que bastaba con el cumplimiento ritual de la Torá para garantizar la complacencia de D-os. Había una dimensión moral que era, en realidad, lo más importante; lo que le daba sustento al ritual.

Y eso lo previó Jeremías. Por eso habló de un pacto donde la Torá ahora estaría escrita en el corazón de los seres humanos, no en tablas de piedra.

Es decir, anticipó acertadamente que el Judaísmo lograría entender la dimensión espiritual que le da sentido a la práctica religiosa, y que a partir de ello el pueblo entero poco a poco comprendería ese, el sentido completo de la Torá. Lo dice en la frase “nadie le preguntará a su compañero”. Es decir, en la nueva comprensión de la Torá, los judíos tendrán la capacidad de entenderla por sí mismos.

Ahora bien: eso no es ajeno a la Torá de Moisés. En realidad, todos los elementos para entender que lo importante es la calidad moral de vida y no el rito como tal, allí están.

Pero durante la etapa del antiguo Israel eso sólo fue comprendido por muy pocas personas. A juzgar por las continuas quejas de los profetas, la mayoría de la población –líderes y pueblo en general– siempre se mantuvieron al margen de una comprensión profunda del verdadero sentido –espiritual y moral– de la Torá.

Eso es lo más hermoso en el anuncio de Jeremías. Que esto habría de cambiar después del exilio.

En términos modernos, de lo que Jeremías estaba hablando era de la secularización de la religión judía. Al afirmar que “nadie le preguntaría a su compañero” porque “todos conocerían”, estaba anticipando que la Casta Sacerdotal –de donde él mismo provenía– eventualmente perdería ese estatus primitivo y arcaico de ser los únicos poseedores de conocimiento. Los únicos letrados. Los únicos con acceso al estudio.

Y tuvo razón: muchos judíos no regresaron después del exilio en Babilonia. Se quedaron a vivir en los lugares donde ya llevaban medio siglo establecidos. La mayoría, en la propia capital del Imperio. Allí fundaron una comunidad que durante los siguientes 1,500 años fue próspera y cultérrima. Debido a las catastróficas guerras contra los sirios (167-158 AEC) y contra los romanos (66-73 y 132-135), la comunidad judía de Babilonia –estable y siempre ilesa en relación a esos conflictos– se convirtió en el garante de la sobrevivencia del Judaísmo y de la conservación de sus libros sagrados.

Allí es donde muy seguramente surgió la sinagoga, una nueva institución que permitió la conexión del pueblo judío con su identidad espiritual, pese a la distancia de Jerusalén y su Templo. Y junto con la sinagoga, surgieron los sabios. Gente que se definía como tal simplemente por su propio mérito y conocimiento, no por su pertenencia a un linaje en específico.

Ello, poco a poco, significó la aparición y consolidación de ese Judaísmo laico en el sentido de que ya no era indispensable la figura del Cohen o del Levi para garantizar el conocimiento de la Torá. Cualquiera podía estudiar, cualquiera podía aprender, cualquiera podía enseñar.

Esa es la manifestación operativa del Nuevo Pacto: la religión judía como una vivencia y patrimonio de todos los judíos, no sólo de la Casta Sacerdotal.

Y el primero que lo comprendió fue un Cohen, y lo entendió justo cuando el pueblo de Israel estaba por enfrentarse a la peor desgracia que hubieran sufrido hasta ese momento.

Jeremías, el más importante profeta del antiguo Israel.

En nuestra próxima y última nota sobre Jeremías, comentaremos el capítulo 30 de su libro. Acaso el texto con el podríamos decir que se fundó el Judaísmo tal y como lo conocemos desde hace 26 siglos: la continuidad directa de la religión del antiguo Israel, pero en un nivel de comprensión revolucionario.

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