Tiro al aire / Mi diablo, el perro que no muerde

De noche, los colonos, bajan de la montaña con perros y nos atemorizan”.
David Grossman, El viento amarillo.

Enlace Judío México.- Cansada de cometas con fuego, nuevas leyes, misiles, etc., resolví concentrarme por un rato en otros temas, y decidí hacerlo sobre los perros en Israel. Descubrí que el mayor porcentaje se concentra en zonas como Tel Aviv.

SHULAMIT BEIGEL PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Caminando la ciudad, aplanándola, como decía mi amigo Mario Nudelstejer, he observado que los dueños de perros en Israel son generalmente gente no religiosa, y el porcentaje de mascotas es altísimo, mientras que en Bnei Brak, muy cerca de Tel Aviv, y que es una municipalidad netamente religiosa, no hay casi perros. He notado que los religiosos, especialmente los niños, se aterran cuando pasa un perro junto a ellos. Ya sé que el perro no es un animal Kasher, pero no es que lo vayan a comer… y entonces me entró la curiosidad y me pregunté: ¿Por qué tanto pánico frente a este inofensivo animal?

Después de haber leído al respecto, debo confesarlo: en esto del miedo a los perros, me identifico con los religiosos (por lo menos en esto). Y es que estoy segura que hay personas que tienen propensión a ser mordidas por los perros y por lo tanto les temen. Tal vez sea un miedo adquirido desde nuestros ancestros. O tal vez, los judíos fuimos perseguidos y buscados con perros, y ese miedo se ha trasmitido de generación en generación, ya a nivel subconsciente. No lo sé. Hay muchas cosas para las cuales no tengo respuestas.

Mi amigo Moishe de Tel Aviv tiene un lugar destacado en esa lista de personas que tienen terror a los perros. A mi amigo lo han mordido hasta los perros que ladran, a pesar de que se dice que perro que ladra no muerde. Eso es un dicho popular creído por muchos, pero es mentira. Se los aseguro, y no para asustarlos. A mi amigo lo han mordido perros grandes y pequeños, cachorros y viejitos sin dientes, que estaban ya muriéndose de viejos.

Perros de familias adineradas de Tel Aviv, y perros callejeros de algún poblado árabe como Tira donde iba a comprar knafeh. Hasta perros guías de ciegos lo han mordido. Con decirles que cerca de uno de los asentamientos, (hay 140 asentamientos israelíes, colonias construidas por Israel a partir de 1967 en territorios que fueron conquistados durante la Guerra de Seis Días), casi lo muerde un perro de los colonos, sin ser él árabe. Es argentino. No el perro, mi amigo.

Desde que me lo contó voy por la calle con los ojos bien abiertos y tan pronto veo a un perro, me paso rápidamente a la acera de enfrente. Esto también lo hacía cuando vivía en Venezuela. Lamentablemente, los perros, que son más inteligentes que yo en la mayoría de los casos, se daban cuenta de mi treta y entonces también se cruzaban, con la única intención de morderme. No sé porque.

No me estoy riendo. En el fondo, sé muy bien cómo se siente un perro y me identifico con ellos. Y es que hay algo en común entre los perros y ciertas personas sensibles. A ciertos políticos por ejemplo, los odian.

Investigando someramente el tema de los canes en Israel, descubrí que en la mayoría de las casas religiosas no hay mascotas. Quizá porque las familias con muchos hijos no necesitan buscar compañía “no humana”, o quizás sea algo cultural. Pero es obvio que aquellos que no están acostumbrados a la compañía canina les teman. Tanto los perros como la gente, son queridos por quienes los conocen e inspiran temor a quienes no.

Pero hasta aquí llega la similitud. Las causas más profundas de estos temores son diferentes, casi contrarias. El temor a los perros, que se llama cinofobia, es obviamente el temor a ser mordido. Y esa es la razón principal del miedo.

¿Por qué?, me he preguntado mil veces, ¿por qué muerden los perros a ciertas personas, como a mi amigo Moishe, que ni los provoca, no les tira piedras, ni siquiera los mira? Un amigo venezolano que recién llegó a Israel, me contó que iba distraído por la calle en Sderot, y sin darse cuenta pisó el rabo a un perro. Por otro lado, tenía yo un familiar en México que le propinaba patadas a un cachorro en una posada donde nos alojamos por un mes, porque le caía mal. En estos casos es muy natural que los perros hayan respondido con un ¡grrrrrr! o una mordida. Pero Moishe parece una momia cuando ve a un perro. Y sin embargo lo muerden.

Alguien me dijo que los canes, como tienen un sentido del olfato muy desarrollado, perciben al minuto las vibraciones de quienes les tienen miedo, lo cual los enfurece y los hace atacar sin pensarlo siquiera. Tal vez sea cierto. Yo tengo amigas, Berna por ejemplo, que no le tiene miedo a los perros y éstos por lo tanto, nunca le hacen nada. Mi amiga es capaz de cruzar tranquila frente a un Doberman o un Stafford Shire Bull Terrier digamos, de ojos inyectados, de aterradores colmillos, sin que las fieras se lancen sobre ella y hasta le mueven la cola como diciendo: Hola Berna. La última vez que Moishele trató de pasar junto a un gran danés, fingiendo que la presencia del can le era totalmente indiferente, tuvieron que darle veinte puntos en el hospital de Ijilov.

Pienso que las reacciones de los canes carecen del más elemental sentido ético. Hay quienes los patean, los pisan, o les dan con un palo, y todo lo que hacen los muy cobardes es salir chillando con la cola entre las piernas. En cambio, una (yo por ejemplo), los mira sonriente o les habla bonito en plan amistoso y los malditos arman un escándalo de ladridos y terminan por quedarse con un pedazo de vestido en el hocico. Eso le pasó a un muchachito del Páramo de Mariño, en Venezuela, donde viví muchos años. Pulgas, mi Cocker Spaniel, (el origen y los antecesores de cada raza determinan parte de su carácter), un perro excelente para la caza, incansable y resistente a cualquier clima y zona geográfica, dulcísimo, le mordió las nalgas. Los padres protestaron por supuesto. Le pregunté a Pulgas la razón. Me confesó lamiéndome, que hacía varios años ese niño le había pegado. Los perros recuerdan y no perdonan.

Se dice que los perros reconocen las diferencias económico-sociales entre las personas. Así, los de casas ricas, les ladran, y si pueden, muerden a los pobres, en tanto que los perros de los pobres muestran hospitalidad hacia las personas bien vestidas, recién bañadas, y con aspecto de tener un buen carro y cuenta corriente en algún banco norteamericano. Contradicciones del sistema capitalista.

En mi caso particular, desde el punto de vista canino, debo pertenecer a una sociedad desclasada, ya que lo mismo me ha mordido el perro de un limosnero yendo yo vestida en andrajos como una hippie y sin peinarme, que el perro de un familiar ricachón a quien fui a ver en el Porsche de una amiga italiana, para que me prestara algún dinerillo. En ambas circunstancias los canes no se dejaron engañar por las apariencias. Intuían la verdad. Y por lo que respecta a los perros de clase media, a la cual pertenezco, es decir que pertenezco a la clase media de personas, no de perros, tampoco muestran solidaridad social conmigo, ya que en cuanto pueden, me sueltan un ¡grrrrr! aterrador, vaya como vaya yo vestida.

Los perros que más miedo me dan son aquellos cuyos propietarios te aseguran que no muerden. Va una de visita a la casa de alguien, y te quedas engarrotada ya en la puerta de la entrada, (como cuando jugábamos de niños “engarróteseme ahí”), ante la presencia de un Pastor Belga, que nos mira fijamente y después nos muestra los colmillos, de una manera que no admite duda respecto a cuáles son sus intenciones. La dueña de la casa, amiga de mi amiga, sonríe desde la puerta: “Pasen, pasen ustedes, con confianza, que Diablo solo quiere jugar. No muerde”.

Y una, que confía en las amigas de las amigas, entra armándose de valor, y Diablo, el juguetón que no muerde, te asalta, pero no importa, la amiga de la amiga nos limpia la sangre dizque muy avergonzada y le pide a la sirvienta colombiana que nos dé una copa de tequila. “Qué raro”, -dice la amiga de la amiga- “Mi Diablo nunca había mordido a nadie. Ni siquiera a los árabes que vienen a limpiar la calle muy temprano”.

¿Cómo va ese dicho? “Cuídate de los amigos que de los enemigos me cuido yo”.

A veces.

 

 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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Shulamit Beigel: Llegué de Israel a México a la edad de siete años. La primaria y la secundaria las hice en el Colegio Hebreo “Tarbut”. Mis recuerdos de aquella época son excelentes. Mi primer trabajo como periodista, lo hice recortando periódicos en la Embajada de Israel, en el departamento de prensa, a cargo en aquel entonces, de Sergio Nudelstejer. La prepa, fue en la Escuela de la Ciudad de México, en Campos Elíseos, que me permitió conocer otra gente y otros aspectos de la vida mexicana. Estudié y me gradué en antropología y en letras, en la universidad de las Américas, en Cholula. La maestría, en Antropología, fue en la UNAM. Antes de incursionar a la universidad viví en Teloloapan, Guerrero, haciendo trabajo de comunidad y siendo jefa de organización campesina para varias instituciones gubernamentales. Viví varios años en Israel. En esa época, los ochentas, fui productora de Ariel Roffe y Erika Vexler para Televisa desde Medio Oriente. Tuve una columna que se llamaba “Burbujas” en el periódico israelí en español Aurora, otra, “Al Margen” en la revista Semana, que ya no existe. Viví cuatro años en Caracas, cuando mi ex esposo fue sheliaj del KKL. Actualmente vivo entre Londres y Venezuela, he dejado de creer en la política y mi pasión es la literatura, el cine y la música. Confieso que ya no tengo grandes respuestas ante la vida, pero que soy muy feliz.