Enlace Judío México.- El 15 de julio de 1982, el diario El País de España, con motivo de la guerra entre Irak y la República Islámica de Irán, se acusaba que el líder iraní de la época, el ayatola Ruhollah Jomeini, hizo un llamamiento a la población chiita de Irak para que “aproveche esta ocasión” y se subleve contra el presidente Saddam Hussein y el régimen baasista.
Cualquier parecido con la actualidad 36 años después no es coincidencia. La República Islámica de Irán, desde su revolución, en 1979, ha procurado ampliar su zona de influencia en la región, en la época previa al levantamiento islamista contra el Shah Reza Pahlavi, los grupos chiitas de Irak tenían fuertes enfrentamientos contra el Gobierno de Saddam Hussein, los cuales eran fuertemente reprimidos por el régimen sunita.
Con la llegada al poder por parte de los ayatolas, quisieron aprovechar la oportunidad para ampliar su zona de influencia, usando como herramienta la mayoría de la población del país que coincidía ideológicamente con la iraní, tal y como fue mencionado en un artículo anterior en Infobae el pasado mes de febrero, el régimen iraní desde el inicio quiso a toda costa tirar abajo el movimiento panarabista de Hussein, lo que no se dio pese a la guerra que enfrentaron ambos países durante casi ocho años y cientos de miles de vidas perdidas.
Quizás el elemento que no permitió durante todo ese tiempo que el gobierno de Teherán lograra su objetivo de poner sus manos por completo en Irak se debió al control absoluto que el baasismo de Sadam aplicaba, dominando todas las esferas del poder en el país y respondiendo con dureza ante cualquier intención de cambiar el statu quo. Y otro aspecto que se deja de lado es que, pese a que la mayoría iraquí pertenece a la doctrina islámica del chiismo, un factor que pesa políticamente en este apartado ideológico es que la mayoría de la población de Irak es árabe, lo cual no hace ligue por completo con el otro bando que pertenece a los persas, quienes se convierten en competidores directos por el dominio de las regiones del Golfo Pérsico y ni se diga de las esferas del poder del nacionalismo de la zona.
Esto obviamente cambia radicalmente cuando se asesta el golpe militar y el derrocamiento posterior del gobierno de Saddam Hussein por parte de las fuerzas occidentales, se convirtió en el punto de quiebre del “equilibrio desequilibrado” que significaba mantener en el poder a un dictador volátil como él. Pero se entendía también que su gobierno reflejaba el contrapeso que se requería para mantener a raya las intenciones de Teherán, aun así, invadieron, destruyeron el sistema, “reconstruyeron” e impusieron uno nuevo con presencia militar, complementada con la invasión a Afganistán del año 2001, para intentar usar ambos territorios como una “zona tapón” contra el régimen iraní.
El resultado inmediato transformó Irak y Afganistán en el cementerio de cientos de soldados occidentales, y obligó a replegar las fuerzas de seguridad en el terreno, permitiendo abiertamente que lo que iniciaba como una influencia ideológica indirecta, pudiera tener un poco más de fuerza al menos en Irak.
Por otro lado, cuando se habla de la influencia de la República Islámica de Irán en Medio Oriente, hay dos lugares donde forzadamente se habla de una fuerte presencia ideológica y soporte financiero-militar: Siria y Líbano. En el primer país, a diferencia de lo que ocurre en Irak, los ayatolas no han mostrado mucho problema con el movimiento baasista de Siria, porque evidentemente la relación que tiene con este país del Creciente Fértil le es funcional. Entonces, a pesar de que el movimiento panarabista sirio es laico, le ha servido como plataforma para estar cerca de otras posiciones principalmente cercanas al Estado de Israel, con quienes el régimen iraní ha tenido problemas desde las revoluciones islámicas.
A lo anterior se debe añadir un factor de interés, y es que, pese a que Siria es un país de mayoría árabe musulmana y sunita, el gobierno dinástico de los Assad pertenecen a una rama derivada del chiismo, como lo es el alauismo, por lo que hay una fuerte afinidad ideológico-religiosa, lo que no quiere decir que haga enlace por completo por la diferencia marcada relacionada con el origen étnico de ambos países, al menos en lo que se refiere la población, pero en el grueso importante de la influencia, se involucran para lograr ampliar su radio de poder.
Aun así, es evidente que la guerra siria conlleva factores en los que las diferencias étnicas no logran involucrar al 100% a los iraníes, pero sí se identifica directamente la influencia iraní como factor agravante y detonante de las divisiones actuales en Siria, porque, a diferencia de los enfrentamientos en Egipto, donde se determina que los choques en una población relativamente homogénea en su composición demográfica y sociológica mayoritaria (árabes, musulmanes y sunitas) se enfrascaron en luchas entre grupos radicales religiosos y laicos nacionalistas, imponiéndose los segundos. Mientras que en Siria, la heterogeneidad poblacional ha fracturado un país que ya de todos modos en su composición colonial no estaba bien ensamblada, quedando partida entre sunitas (radicales religiosos y laicos), chiitas (y alauitas), kurdos, más otras minorías.
En ese fraccionamiento entra la República Islámica de Irán como un factor que distancia cualquier posibilidad de solución, porque, además, el territorio de la República Siria se ha transformado en el escenario perfecto para llevar a cabo a través de luchas irregulares contra el Reino de Arabia Saudita, con quien tiene una abierta competencia en la actualidad por el dominio de la influencia regional. Se ha convertido Siria, además, en el paso perfecto de armamento hacia otras regiones importantes del Medio Oriente donde los iraníes buscan tener presencia frente a otros enemigos, como sería el caso directo de Israel con luchas de desgaste por medio del financiamiento a grupos paramilitares (terroristas) en el Líbano (Hezbolá) y la Franja de Gaza (Hamás).
La influencia en Líbano a través del Hezbolá, con quien los iraníes han acertado una victoria es evidente, desde los 80 que apareció este grupo como una fuerza paramilitar que formó parte inicialmente de los enfrentamientos en la guerra civil de ese país y posteriormente se formalizó como un grupo obediente a Teherán dirigido en la lucha contra el Estado de Israel, con acciones terroristas tanto en la región como en otros países del mundo; incluyendo países occidentales como Argentina, Alemania, Francia, entre otros, lo que les ha transformado en una de las organizaciones terroristas más poderosas en la actualidad (por logros en sus objetivos), con un posicionamiento tanto al interno del Líbano a nivel militar, teniendo una fuerza superior que el propio ejército formal del país y con presencia en bancadas parlamentarias dentro de la coalición más fuerte de ese país.
También han logrado un aparato que amplía el alcance de sus tentáculos hasta las fronteras latinoamericanas como ha sido mencionado en reiterados artículos, en varias oportunidades, pudiendo nombrar entre estos el realizado en Infobae por el profesor Agustín Romero en febrero pasado, donde se advierte del posicionamiento de este grupo en la región, sumando además un enlace de crimen organizado con agrupaciones narcocriminales en África y otras zonas asiáticas.
Podría quizás ser el caso de “mayor éxito” de los tentáculos iraníes en la región del Medio Oriente con alcances globales, aprovechando el debilitamiento del sistema libanés por años, y una alianza desde hace tiempo entre partidos cristianos y partidos chiitas, lo que les suma poder en los ámbitos políticos y, además, al recibir recursos de la República Islámica, pueden trabajar muy a sus anchas.
Quizás el problema más grande que deben afrontar los iraníes en su influencia dentro del Líbano sea las críticas a lo interno de su propio país, donde grupos opositores critican la presencia y el financiamiento exagerado en el posicionamiento exterior, más que en resolver crisis como la financiera que aqueja al país, tal y como reclamaban el pasado mes de junio.
Finalmente, la influencia que pueden tener con grupos palestinos, principalmente en la Franja de Gaza, puede entrar en la contradicción que al menos el Hamás; pese a recibir financiamiento iraní, es ideológicamente sunita, y la aceptación del financiamiento o la recepción de material bélico proveniente de Teherán podría verse eventualmente dejado a un lado si apareciera un mejor postor a los intereses de la causa “revolucionaria” de esa agrupación palestina. Por lo que nada le asegura a Irán que se mantenga tal y como está hasta este momento, salvo que continúe habiendo una política árabe desentendida de la situación interna de ese enclave que se encuentra además en fuerte oposición con la otra agrupación palestina con mayor aceptación política presente en la zona de la margen occidental, por lo que ciertamente la diferencia ideológica (religiosa) del Hamás con Irán (y Hezbolá) podría estar sostenida de un delgado y frágil hilo si apareciera un oferente con mayor atractivo, así sea económico, ante lo altamente corruptos que se comportan los dirigentes del Hamás, que se han transformado en “mercaderes” de su propia revolución contra Israel, en detrimento por supuesto de la vida de cientos de miles de palestinos.
*El autor es licenciado en Relaciones Internacionales de la Universidad Internacional de las Américas, especializado en la temática de Oriente Medio.
Fuente: infobae.com
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