Enlace Judío México.- Una de las pujas más ardientes de la historia judía fue entre jasidim y mitnagdim, aquellos que bregaban por un judaísmo más “afectivo” o “espiritual”, y aquellos que colocaban el estudio de las fuentes, en especial la Torá y el Talmud, por encima de toda otra prioridad. El ardor con el que se desarrollaron en sí, y con el que se enfrentaron entre sí, nos dejó una herencia riquísima en sabiduría. Una crónica de los “litaim”.
GUSTAVO D. PEREDNIK
Durante los inicios de la Perestroika en Rusia, corría un chiste en ídish que preguntaba qué tenían en común los comunistas y los jasídicos. La respuesta era que ambos grupos tenían problemas lituanos. Cabe explicarlo. En cuanto a los primeros, se aludía al dolor de cabeza que al gobierno soviético estaba dándole el liderazgo de Lituania, la primera república en rebeldía que bregaba por separarse de la hoy difunta URSS.
Con respecto al jasidismo, la humorada se refería a la hostilidad sostenida y militante, que a partir de 1772 se desató desde la llamada “Jerusalem de Lituania”, su capital Vilna, contra los rabíes jasídicos. “Deben partir de nuestras comunidades, no debemos darles hospedaje ni casarnos con ellos, ni siquiera ayudarlos en sus sepelios”, decía la excomunión impuesta contra los seguidores del Baal Shem Tov.
A la cabeza de la reacción antijasídica se plantó el máximo talmudista de ese siglo, y uno de los gigantes de la sabiduría judía de todas las épocas, Eliahu Ben Zalman Kremer (1720-1797), el “Gaón de Vilna”. Entre las notables personalidades que por su parte exhibían los líderes jasídicos, mencionamos al rabí Shneur Zalman de Liadí (fundador de Jabad) y Menajem Mendel de Vitebsk (protagonista de la aliá a Eretz Israel de 1777, de la que “solamente un barco naufragó”). Estos dos prohombres intentaron infructuosamente reconciliar al Gaón con el jasidismo.
El Gaón ni siquiera se dignó a recibirlos y exacerbó el conflicto, alentando que el Tzevaat Haribash (el Testamento del Baal Shem Tov, fundador del jasidismo) fuera públicamente quemado en Lituania. Cuando apareció el libro fundamental de Lubavitch, el Tania del rabí Shneur Zalman, la reacción de los opositores (mitnagdim) fue feroz: denunciaron a su autor ante las autoridades zaristas por actividades filoturcas y antirrusas. Así fue cómo el padre del jasidismo de Lubavitch sufrió en prisión por varios meses. Hasta hoy en día los jasidim de Jabad celebran anualmente el día de su liberación en 1798, el 19 de Kislev, como “Fiesta de la liberación”. (También el Gaón había sufrido la cárcel del zar).
El Mundo de las Yeshivot
La férrea postura de los mitnaguedim no supo de transacciones ni compromisos de ninguna índole (veremos que tampoco en materia educativa). Uno de los efectos positivos de esa intransigencia fue la revitalización del estudio tradicional al proliferar yeshivot o academias talmúdicas, con el objeto de contrarrestar la influencia del jasidismo.
Entre los siglos VI y XI se denominaba “Gaón” (sabio) a quien regía en las academias de Babilonia, máximo maestro y la suprema autoridad en ley religiosa para las colectividades judías por doquier. Las precursoras de aquellas academias habían consolidado la Tradición Oral y en ellas se habían redactado nada menos que las dos versiones del Talmud. En Israel, las principales yeshivot habían funcionado en Jerusalem, Tiberíades, Beror Jail, Iavne. En Babilonia, fueron Sura, Pumbedita, Nehardea y Mejoza, y llegaron a tener mentores de la talla del padre del racionalismo judío, Saadia Gaón.
El título de honor “Gaón” dejó de utilizarse durante siete siglos hasta que le fue atribuido al rabí Eliahu, quien sobresalió por su ciclópea sabiduría, que abarcaba tanto las fuentes judaicas como las ciencias. Las decenas de obras del Gaón fueron publicadas póstumamente, incluido un tratado sobre trigonometría, geometría y álgebra. También su obra educativa fue eminentemente póstuma.
En efecto, en 1802, un lustro después del deceso del Gaón, su gran discípulo el rabí Jaim Ben Itsjak fundó la más renombrada de todas las ieshivot, en una zona equidistante entre las dos capitales (Vilna de Lituania y Minsk de Bielorrusia). La ieshivá Etz Jaim de Volozhin nacía para rescatar la posición ideológica del Gaón: sería una fortaleza de estudio contra la expansión del jasidismo, y enfatizaría la lógica talmúdica evitando los excesos del “pilpul” casuístico que desarraigaba los contenidos del Talmud de sus fundamentos legales.
Volozhin fue pionera del renacer de las antiguas academias, y la primera perla de un amplio florecimiento del estudio judío tradicional. Se estudiaba en ella durante seis días por semana, casi veinte horas diarias, interrumpidas sólo para plegarias, comidas, y algunas horas de sueño.
Jaim Volozhiner, tal fue su nombre desde entonces, inició de este modo un movimiento de aprendizaje judaico que pretende remontarse no solamente a las antiguas academias babilónicas sino a los mismísimos patriarcas de hace cuatro milenios. En efecto, el Génesis nos relata que “Jacob era hombre sencillo que moraba en tiendas” (25:27), y la exégesis alegórica explica que esas tiendas eran casas de estudio conocidas como “ieshivot de Shem y de Ever”. Aun cuando la evidencia histórica no fundamenta la existencia de ieshivot en la época patriarcal, el mundo ortodoxo judío, por tradición oral, considera que los fundadores de nuestra religión se educaron en escuelas de esa naturaleza.
Hoy en día, decenas de miles de alumnos estudian en ieshivot, principalmente en Israel y en los Estados Unidos. Siguen el modelo de las que nacieron en Europa Oriental (bajo la mentada inspiración del Gaón de Vilna y a partir del Volozhiner), que fueron aniquiladas en el Holocausto y ulteriormente recreadas en el moderno Estado de Israel.
Entre coherencia y flexibilidad
Un dilema permanente en la historia judía, y también en la historia universal, es hasta dónde corresponde sostener nuestros principios cuando se corre el riesgo de perderlo todo en esa defensa. A veces, cediendo un poco podemos rescatar más que con una intransigencia maximalista. Vayan un par de ejemplos elocuentes.
Iojanán Ben Zakái se escapa de la Jerusalem sitiada por los romanos. O bien fue un traidor que abandonó al pueblo judío en el fragor de la lucha y dejó a sus compatriotas resistir solos al invasor, o bien fue un visionario que supo reconocer la derrota a tiempo y, con su huida, logró juntar a algunos alumnos en Iavne y así transmitir la Torá a a las generaciones venideras.
Para la misma época, Eleazar Ben Iaír resistía en Masada hasta el final, y los mil defensores de la fortaleza prefirieron la muerte antes que entregarse al romano. Masada nos da un ejemplo de heroicos ideales, pero fue gracias a la academia de Iavne que el judaísmo clásico sobrevivió en esa época.
Un ejemplo más moderno es la actitud de Jaim Rumkowski, presidente del Judenrat (Consejo Judío en el gueto) de Lodz, dispuesto a cumplir con las órdenes nazis, en la sincera convicción de que así conseguiría que algunos judíos pudieran sobrevivir hasta el fin de la guerra. La alternativa según ellos, era rebelarse y ser destruidos (como en Varsovia) o someterse y confiar en que algunos verían “el día ansiado”. Aun cuando las figuras de Mordejai Anielewicz y León Rodal son mucho más queridas para el pueblo judío, siempre podría retrucarse que los Rumkowski, muertos en Auschwitz, no fueron moralmente malos. Si más judíos hubieran sido liberados a tiempo, acaso el método del sometimiento habría resultado en retrospectiva muy realista.
La academia talmúdica de Volozhin es un ejemplo notable, en el campo de la educación judía, de principios sostenidos sin transacciones de ninguna índole, aun a costa de perderlo todo. Después de varias amenazas de clausura que no se cumplieron, el 22 de diciembre de 1891, el ministerio de educación del zar publicó las “Regulaciones acerca de la ieshivá de Volozhin”, que obligaba a sus alumnos a estudiar materias seculares bajo supervisión de las autoridades.
Los rectores de la ieshivá se opusieron una vez más a acatar la disposición y un mes después, todos los maestros y alumnos fueron expulsados de Volozhin. (Después de muchas polémicas, a los pocos años la academia se reabrió, aunque sin su previa influencia, y fue finalmente destruida durante el Holocausto, junto con sus rabinos y los últimos sesenta y cuatro alumnos).
Tres Ilustres Sabios
Los grandes líderes de la ieshivá de Volozhin incluyeron a los rabíes Hilel de Grodno, Abraham Simja de Mietchislav, Rafael Shapira y otros. Pero por sobre todos brilló una tríada que llevó la escuela a la gloria: los rabíes Jaim, Itzele y el Netziv, que la lideraron por dos, tres y cuatro décadas respectivamente.
Durante la época del fundador Jaim, el alumnado llegó al primer centenar. Su fama se difundió a tal punto que el gobernador militar de Lituania durante las guerras napoleónicas instruyó a sus subalternos “salvaguardar al gran rabino de Volozhin, Jaim Ben Itzjak, sus escuelas e instituciones educacionales, y extenderle toda protección y asistencia…” (1813).
Lo sucedió su hijo Isaac (Itzele) y en este período comenzaron las restricciones zaristas. Pese a ello, el alumnado se duplicó, y se obtuvo reconocimiento oficial.
La tercera etapa insigne tuvo como Rosh (cabeza, guía) al rabí Naftalí Zví Iehuda Berlin (el célebre Netsiv) quien insufló en la ieshivá el amor a Sión y a los “Jovevei Sión” (de los primeros movimientos sionistas realizadores), logró adquirir un amplio edificio, y expandió el alumnado hasta llegar a cuatrocientos. En plena época de pogroms, a fines de los años ochenta, los estudiantes de la ieshivá provenían de afuera de Rusia, Inglaterra, Alemania, Austria e incluso América. Asimismo, el Netziv supo timonear la ieshivá en el mar de ideas que ebullían en el pueblo judío a partir del iluminismo y el sionismo.
Uno de los formados en Volozhin creó un sistema original de estudio talmúdico que caracterizó al mundo “lituano” en su conjunto. Se trata de Jaim Soloveitchik (1853-1918). Su padre, el apasionado Josef Soloveitchik también llegó a liderar Etz Jaim; durante su época de maestro allí, nació su hijo Jaim. En 1892, el año en que la ieshivá fue clausurada, Josef falleció y Jaim lo sucedió como rabino de la sinagoga de Brest-Litovsk. Del mismo modo en que al fundador de la ieshivá se lo denomina “el Volozhiner”, Jaim Soloveitchik tuvo como apelativo “el Brisker”, y la nueva corriente de estudio por él iniciada se llamó “método Brisker”, debido a su ciudad de origen. En forma incisiva e independiente, analiza un asunto por medio de enmarcar con precisión sus partes componentes. Como su mentor, el nuevo método conquistó a miles de alumnos a lo largo y a lo ancho de las ieshivot de Europa y América. Consistía en abordar el Talmud por medio de enfatizar sus estructuras lógicas y conceptuales, mostrando cómo la mayor parte de las disputas talmúdicas derivan de esas estructuras.
Jaim Brisker basó su abordaje en una distinción que hace el Talmud (Nedarim 2b) entre el concepto de “votos” (nedarim) por los que uno impone la prohibición al uso de un objeto (heftza) y “juramentos” (shvuot) que se imponen sobre el sujeto usuario (gavra). El Brisker sostenía que cada decisión de la ley judía debe comenzar por determinar si es el resultado de la naturaleza del mismo objeto (es decir la heftza de la disposición) o el resultado del involucramiento de la persona (gavra) con el objeto.
El método se exageró en ieshivot europeas que florecieron después de la clausura de la de Volozhin, y que cayeron en los excesos del “pilpul” que aquélla había venido a frenar, y extremaron la lógica externa de un asunto haciendo caso omiso de los contenidos.
Jaim Brisker fue el nieto (político) del Netsiv; en cuanto al nieto de Jaim, fue nada menos que el máximo exponente de la ortodoxia moderna esclarecida, Josef Dov Soloveitchik (1903-1993). El Rav, así se lo llama, fue heredero de aquella tradición, a la que, mejor que nadie, supo combinar con el mundo de la filosofía.
En la ieshivá de Volozhin se formaron no solamente eruditos talmúdicos y rabinos, sino también espíritus seculares de Israel tales como el poeta Jaim Najman Bialik y el filósofo Mija Iosef Berdyczewski. Varios de los poemas de Bialik, como “El Matmid”, se refieren directamente a su experiencia en Volozhin. En el poema “El rollo de fuego”, el Netziv es descripto como “El anciano de Judea”. Berdyczewski, por su parte, escribió acerca de la historia de la ieshivá y de la nobleza de espíritu que en ella reinaba, en varios artículos que se publicaron en Hamelitz y otros pioneros de la publicística hebrea.
Pero sin duda los más representantivos graduados de Volozhin fueron centenares de maestros de judaísmo que enseñaron en muchas otras ieshivot que se levantaron a lo largo y ancho de Europa, y que luego se trasladaron a Israel y las Américas. La inspiración de Volozhin, por ende, perdura con solidez en la intelectualidad judaica tradicional, y no es aventurado decir que en cada maestro de Talmud hay un heredero de aquella academia pionera.
El Talmud en sus innumerables citas, tiende a fortalecer la conciencia de la Tradición Oral del judaísmo, y la fe en que nuestros judaicos conocimientos de hoy se remontan por vía de la relación maestro-alumno a la mismísima revelación en el Sinaí. Así, en un ejemplo extremo de tal concatenación, nos dice el Tratado de Bendiciones: “Dijo el rabí Bizná hijo de Zavdá, citando al rabí Akiva, que citaba al rabí Pandá, que citaba al rabí Najum, que citaba al rabí Biraim, que citaba a un sabio que era el rabí Benaá: veinticuatro intérpretes de sueños había en Jerusalem…” (55b). Parafraseando este estilo, podemos decir que quien procura un raigal maestro judío, busca a un alumno de un alumno de un alumno de un alumno de Volozhin.
Fuente: Jinuj.net
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