Los Judíos Conversos en México II

Enlace Judío México.- Las actuales comunidades judías de México fueron conformadas, en su momento, por inmigrantes que comenzaron a llegar al país de manera esporádica durante las últimas dos décadas del siglo XIX y las dos primeras del siglo XX, y en mayor número durante los años 20, 30 y 40.

IRVING GATELL

Se integraron cuatro grupos bien definidos: la Comunidad Ashkenazí (que integraba judíos provenientes de Polonia, Alemania y Rusia, principalmente), la Comunidad Sefaradí (judíos de Turquía, Grecia y otros países balcánicos), la Comunidad Monte Sinaí (judíos sirios de Damasco), y la Comunidad Magen David (judíos sirios de Alepo). Hasta la fecha, dicha organización es bastante evidente.

Con el paso de los años pudieron ir estableciendo las instituciones propias para sobrevivir, tales como una logia de B’nei B’rith, pero también oficinas del Keren Kayemet Leisrael, el Keren Hayesod, un Centro Deportivo, y varios cementerios (por sólo citar algunas). El ambiente tolerante que México les ha ofrecido ha permitido que el desarrollo de la comunidad sea ininterrumpido, y se calcula que actualmente hay entre 40 y 60 mil judíos en el país.

Hacia mediados del siglo XX, surgió una extraña controversia en el seno de la comunidad, al darse la aparición pública de algo que no se esperaban encontrar en la población mexicana promedio: judíos. Específicamente, criptojudíos.

Las dos comunidades que más llamaron la atención en este caso fueron las de Vallejo (al norte de la Ciudad de México), dirigida por Benjamín Laureano Ramírez, y eventualmente por su hijo Benjamín Laureano Luna, y la de Venta Prieta (actualmente integrada a la ciudad de Pachuca, Hidalgo), dirigida por la familia Téllez.

Hubo reacciones muy diferenciadas en todas partes, especialmente porque mucha gente de las comunidades judías formalmente establecidas negaron la identidad judía desde el punto de vista de la Halajá para las comunidades criptojudías. Sin embargo, éstas reclamaban que la única identidad que poseían era la judía, y el hecho de que a un grupo de rabinos europeos no les pareciera les venía resultando intrascendente. Eran judíos y punto.

Hay un par de cosas que mencionar respecto a estas comunidades, y hasta cierto punto cada una de ellas le da la razón a cada bando.

En primer lugar, es un hecho que tanto la comunidad judía de Vallejo como la de Venta Prieta, no son exactamente descendientes directos de criptojudíos, sino descendientes de gente nativa convertida al judaísmo por criptojudíos españoles. Esta práctica fue, aparentemente, común en los siglos XVII y XVIII, porque una forma en la que familias criptojudías se garantizaban cierta seguridad en el Nuevo Mundo, era judaizando a los indígenas locales y, por lo tanto, volviéndolos cómplices.

Desde un punto de vista halájico, puede cuestionarse el valor de estas conversiones porque no fueron avaladas por un tribunal rabínico competente, y no se puede comprobar que hayan sido logradas ofreciéndole a los indígenas que abrazaban el judaísmo un conocimiento pleno del mismo. Pero también es cierto que si no se hizo fue porque era, materialmente, imposible.

Y la otra cara de la moneda es el segundo punto, que me parece que pesa a favor de estas comunidades de nativos mexicanos criptojudíos: desde hace un par de siglos, según los cálculos, son gente que, con aval halájico o no, la única identidad que han tenido es el judaísmo, y supieron conservar dicha identidad pese a todos los riesgos que implicaba.

A mi muy personal modo de ver, si no son judíos desde un punto de vista halájico convencional, lo son por derecho y convicción propios, y estoy seguro de que la Halajá judía es algo lo suficientemente amplio y completo como para resolver dicho asunto.

La sorprendente historia de estas comunidades llamó la atención de la prensa judía, y se han escrito multitud de artículos, así como filmado varios documentales, sobre estos casos que siguen siendo objeto de controversia y admiración.

Sin embargo, debe decirse que aparte de dichas comunidades, existen otros grupos de criptojudíos que nada tienen que ver con esta controversia.

Y al hablar de ellos, me refiero a familias que son descendientes directos de judíos españoles y portugueses, y que lograron conservar su sentido de identidad por medio de las tradiciones que se fueron heredando de generación en generación, además del rigor de sólo casarse entre ellos mismos.

Parece mentira, pero existen, y me consta personalmente. Lo mismo he conocido a familias cuyo caso es el mencionado, que lugares donde se sigue sintiendo el peso de estos hábitos.

Voy a empezar por hablar de dos lugares que me resultan sumamente interesantes: Cotija, en el estado de Michoacán, y el circuito de poblaciones que van desde Quecholac, Puebla, hasta Córdoba, Veracruz.

El caso de Cotija está sobradamente documentado. Se sabe que la población fue fundada por un grupo de 18 familias judías, y aún en la actualidad es perfectamente clara la división entre el grupo de origen ibérico y el grupo indígena nativo. Es decir, los descendientes de aquellas familias llegadas de Europa no incorporaron el mestizaje que sí se dio en el resto del país. Además, tal y como lo señala el historiador judío mexicano Enrique Krauze, siguen utilizando nombre hebreos para bautizar a sus hijos.

Sin embargo, la gente que desciende de estas familias no parece tener mucho interés en el tema. A veces, incluso parecieran rehuir todo lo que suene a judío. Y sin embargo, los de Cotija tienden a conservar su sentido de identidad casándose entre ellos mismos.

Varios apellidos célebres en México han salido de allí. Baste mencionar a los insignes músicos Tito Guízar y Pepe Guízar, al también célebre Cardenal Darío Miranda, y al ínfame Padre Maciel, sobre quien pesan serias acusaciones de pederastia.

Me llama la atención un hábito de mucha gente de ese lugar: se siguen comportando como criptojudíos. Su frecuente insistencia en vivir como si el judaísmo no tuviera nada que ver con ellos es delatora. Y digo delatora, porque en la actualidad ese ya no es un tema que pudiera resultar preocupante. De hecho, la mayoría de los hispanos que estudian un poco el tema terminan por admitir, sin empacho ni jactancia, que seguramente algún ancestro judío deben tener.

Pero estos descendientes de criptojudíos no. Ellos siguen comportándose como sus ancestros, como si intuyeran que delatarse como judíos es algo peligroso. Y en consecuencia, se intentar disociar de dicha identidad.

Caso completamente diferente fue el del circuito que va desde Quecholac, Puebla, hasta Córdoba, Veracruz.

Al igual que las familias blancas de Cotija, las familias blancas de esta zona fueron, originalmente, de un claro origen judío. Incluso, en una de las poblaciones intermedias circula una curiosa historia, más legendaria que verídica, pero sumamente significativa.

Según dicha historia, la iglesia parroquial de Río Blanco (población colindante con Orizaba, Veracruz), fue construida por la comunidad judía local para que fuera su sinagoga. Sin embargo, cuando el templo fue concluido, la Iglesia Católica local se lo apropió y lo convirtió en Iglesia. Como muestra de su origen, el rosetón de la fachada del templo es una Estrella de David (dato perfectamente verificable).

A favor de esta historia, aparte del rosetón, está el hecho de que el diseño del templo es bastante atípico para ser un templo católico. Llegado el caso, tiene más aspecto de templo protestante.

Sin embargo, no hay ningún sustento histórico para este relato. Nunca hubo una comunidad judía organizada allí, y menos una que requiriera una sinagoga con cupo para unas seiscientas personas.

Hacia los años veintes y treintas, varias familias judías provenientes de Siria se establecieron temporalmente en Orizaba, pero para ese entonces el templo de Río Blanco ya estaba bastante avanzado en su construcción. Además, dichas familias tenían el objetivo de trasladarse a la Ciudad de México — cosa que eventualmente hicieron –, y era obvio que no iban a invertir dinero en algo tan caro como un templo en ese lugar. Además, eran grupos pequeños, y celebraban sus rezos en casas particulares.

¿De dónde surge, entonces, esta historia? Y hago la pregunta porque aún las leyendas tienen como punto de partida un hecho histórico.

Ya está comprobado que ese circuito de poblaciones, de amplia importancia comercial por ser el paso obligado entre la Ciudad de México y el puerto de Veracruz, fue la sede de una amplia comunidad criptojudía.

Apellidos como Tavarez, Maldonado, Chávez, Miranda, Machorro y Cano son frecuentes en esa zona, y además están vinculados con las familias blancas del lugar. Además, las conbinaciones entre estos apellidos son frecuentes también.

Sin embargo, la mayoría de los que hoy llevan esos apellidos se han asimilado a su cultura circundante, básicamente católica. Hasta cierto punto, era inevitable, porque el criptojudaísmo ofreció su más feroz resistencia cuando hubo una persecución constante. Al relajarse el ambiente y desaparecer el peligro real, muchos criptojudíos fueron acoplándose a su entorno, y curiosamente, eso logró lo que la inquisición no: integrar a los descendientes de judíos conversos al cristianismo común y corriente de la zona.

Sin embargo, hubo familias que optaron por conservar su identidad a costa de todo, y para ello desarrollaron diversas estrategias.

La más frecuente fue la de sólo emparentar con familias similares, y se ha podido constatar que ese fenómeno se sigue practicando entre grupos bien definidos de Michoacán (como en el caso de Cotija), Nuevo León, Yucatán y el circuito de Puebla – Veracruz.

Pero otro que ha sido poco estudiado, y que me parece que ofrece mucho material de estudio, es el protestantismo.

Las misiones presbiteriana y metodista arribaron al país entre 1872 y 1873, y hacia principios del siglo XX ya estaban sólidamente asentadas en el país, pese a la oposición del catolicismo circundante.

Un apoyo fundamental para el éxito de esas misiones fueron las logias masónicas. De hecho, la introducción del protestantismo en México fue parte de un proyecto en el que estaban involucrados muchos masones, y que en su momento había causado una opinión favorable de líderes del tamaño de Benito Juárez (masón él mismo), porque el protestantismo representaba la posibilidad de crear un contrapeso religioso a la influencia que el catolicismo tenía en la población mexicana, especialmente en los medios rurales.

De ese modo, la masonería — que para entonces tenía establecidas en el país varias logias — fue el punto de partida para que las dos nuevas iglesias empezaran sus actividades. En muchos lugares, el centro de la logia masónica sirvió como primera sede para las incipientes congregaciones protestantes. En repetidos casos, la gente afiliada a la masonería fue la primera en volverse protestante. De hecho, los primeros misioneros protestantes eran, frecuentemente, masones de alto rango.

Pero la pregunta que falta contestar ampliamente es de dónde salieron los primeros mexicanos dispuestos a ser masones. Y es que adoptar esa ideología no era algo fácil. En primer lugar, se requería de preparación cultural y académica, porque la masonería nunca ha sido algo sencillo. No hubiera sido extraño que dichas logias aparecieran en las ciudades, pero lo cierto es que para cuando el protestantismo empezó a extenderse en provincia, muchos lugares tenían logias masónicas.

En segundo lugar, para ser masón uno tenía que estar dispuesto a llevarle la contra al populacho católico. De hecho, implicaba ir en contra de las creencias más recalcitrantes de la iglesia que tenía el control práctico de la mayoría de las dinámicas de la provincia mexicana.

¿Quiénes estuvieron dispuestos y capacitados para engrosar las filas de la masonería, y eventualmente, las del protestantismo?

Ante todo, gente que estuviera dispuesta a manifestar su desacuerdo con el catolicismo mexicano. Y los criptojudíos eran un grupo bastante dispuesto a ello.

Todavía hoy, si uno frecuenta las congregaciones más viejas y tradicionalistas de las iglesias presbiteriana y metodista en México, descubrirá ese rancio (en buen sentido) y riguroso grupo de familias blancas que se jactan de ser protestantes desde hace cinco o seis generaciones, y que no suelen mezclarse con el resto de la congregación. Son los protestantes de abolengo, y basta hurgar un poco para empezar a encontrar a los tíos, abuelos o bisabuelos masones. Y basta comparar sus apellidos con la lista ofrecida por la página www.sephardim.com en su base de datos para corroborar que son, efectivamente, sefaraditas.

El protestantismo le ofreció a muchas familias criptojudías un espacio para justificar su círculo cerrado, porque los protestantes en México, en tanto minoría perseguida brutalmente durante muchas décadas, siempre procuraron casarse entre ellos mismos nada más, y en muchas congregaciones sigue siendo un escándalo cuando alguien decide casarse con un no protestante.

¿Ideología de criptojudíos heredada? Algunos dirán que sí, otros lo negarán, pero el caso es que no es difícil encontrar que muchas de las familias protestantes de abolengo conservan varias de las características de los criptojudíos.

A fin de cuentas, el problema de estas familias judías obligadas a aceptar el bautismo, era sobrevivir.

Algunas lo lograron asimilándose al catolicismo circundante. Otras lo lograron vinculadas hasta la fecha con el judaísmo. Otras, se quedaron en un punto intermedio, perdiendo el judaísmo, pero abjurando del catolicismo.

Sin embargo, es sorprendente la cantidad de grupos que llegaron a su cita con el siglo XXI con una evidente identidad judía. Algunos sin saberlo, otros indiferentes, otros convencidos. Pero allí están.

Porcentualmente hablando, son muy pocas familias, por supuesto. Pero acaso sean sus miembros los que pudieran reclamar con mayor facilidad — incluso desde el punto de vista halájico — el derecho de ser considerados judíos, a diferencia de todos aquellos que, por extraña moda, por el hecho de llevar un apellido enlistado como sefaradí, repentinamente han intentado construirse una “identidad” judía, ya sea por iniciativa propia o no.

Resumiendo, digamos que apellidarse Machorro, Maldonado, Cano, Tinoco, Fonseca o Chávez (apellidos que hace dos o tres siglos eran descarademente judíos en la Nueva España) no implica que la persona que los lleva SEA judía. Significa, acaso, que tal vez un ancestro lo fue, pero nada más.

En cambio, pertenecer a la comunidad de Vallejo o a la de Venta Prieta, implica que aunque en su momento no se hayan cubierto ciertos requisitos halájicos, la realidad es que la única identidad que se porta es la judía, aunque se sea mestizo o indígena mexicano promedio.

Y en el otro extremo, existe un grupo de familias (reducido, porcentualmente, pero notablemente amplio si tomamos en cuenta que estamos hablando de un fenómeno que inició hace cinco siglos) en quienes es muy evidente el peso de la herencia judía. Incluso, varias de esas familias podrían, sin mucha dificultad, demostrar que son JUDÍOS, porque siempre rechazaron la mezcla con otro tipo de familias. Dentro de ese grupo, hay quienes ya han optado por regresar a la fe de sus ancestros, y hoy en día practican el judaísmo de manera plena. Otros, simplemente se asimilaron al catolicismo u optaron por otras alternativas como el protestantismo, e incluso el ateísmo. Algunos, incluso, niegan cualquier vínculo con el judaísmo, como si la sola mención de dicho dato fuera ofensiva o molesta. O más bien, desde una perspectiva más atenta a la sicología, peligroso.

Pero allí están. Los B’nei Anusim. Los Hijos de los Forzados.

Para serlo no basta llevar el apellido. El que lo es, sabe, o por lo menos intuye, que lo es. Está acostumbrado a que su familia, católica o protestante, no es como las demás familias. Y el día que busque pareja con quien reproducirse, tendrá que cargar con la pesada carga de la tradicional opinión familiar, que sabrá ser contundente a la hora de identificar si el candidato a pariente es parte de ese clandestino grupo perseguido, estigmatizado, que tuvo que desarrollar sutiles pero eficientes códigos de conducta para que, a la hora de perpetuar al grupo, se pudieran identificar.

Y sigue funcionando, porque son estrategias de sobrevivencia desarrolladas y perfeccionadas durante tres o cuatro siglos, y por lo tanto, hábitos demasiado difíciles de desterrar.

A veces pasa, y me consta por casos que he conocido personalmente, que alguien de estas familias decide casarse con quien menos se imaginaban sus familiares: con un judío.

Pero, sorprendentemente, el acoplamiento es sencillo. Como si, pese a todo, esa familia oficialmente católica o protestante estuviera hecha para congeniar con judíos.

Y es que lo dice un dicho popular mexicano: un loco identifica a otro loco.

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