Enlace Judío México.- Por estas horas, en los círculos políticos de Teherán la pregunta es: ¿Resistir o no Resistir? La perspectiva de nuevas sanciones impuestas por EEUU y sus aliados ha ayudado a intensificar el debate que marca la política iraní desde que los khomeinistas tomaron el poder en 1979.
A primera vista, cualquiera que sea la forma que el régimen adopte, la respuesta común parece ser a favor de “resistir”. Sin embargo, en las últimas cuatro décadas, la élite gobernante iraní se ha dividido entre los llamados “moderados”, que se han mostrado dispuestos a buscar un acuerdo con EEUU y aquellos que se niegan a hablar con el “Gran Satán”.
El primer gabinete de los mulás, encabezado por el primer ministro Mehdi Bazargan, incluía a cinco ciudadanos estadounidenses de origen iraní, por lo tanto, estaba dominado por los “moderados”. Estos incluso contemplaban una estrategia de asociación con EEUU para enfrentar la amenaza soviética en el contexto de la Guerra Fría. Esa estrategia voló por el aire cuando Bazargan y su grupo “pro-estadounidense” fueron barridos por el tsunami político desencadenado por la “toma y ocupación” de la embajada estadounidense en Teherán.
Lo que siguió fue el comienzo de casi una década de guerra y tensión en la que los revolucionarios “puros” dirigieron la política iraní y marginaron a los “moderados”. Luego, con el retiro de Khomeini y su posterior muerte, cerraron ese paréntesis ya que la política de “resistencia” resultó ser inútil. A ello le siguió casi otra década de predominio de los “moderados” que hicieron todo lo posible para hacerse amigos -a escondidas- del “Gran Satanás”. Sin embargo, una década de “diálogo” secreto y luego abierto con Washington resultó igualmente infructuosa, lo que llevó a una “reacción de resistencia” simbolizada por el surgimiento de Mahmoud Ahmadinejad como presidente. Como sabemos, ese intento de “resistencia” también falló, causando posiblemente daños irreparables a largo plazo a la economía iraní y al tejido social de la nación.
El desastroso final de la presidencia de Ahmadinejad dio a los “moderados” una nueva oportunidad de probar sus viejas y variadas estrategias fallidas. No obstante, el esfuerzo conjunto del ex-presidente Barack Obama y su homólogo islámico Hasan Rohani engañando a sus respectivas naciones y a la opinión pública en general con el llamado “acuerdo nuclear” fue aclamado por muchos como el final del círculo vicioso de la resistencia.
Ahora, sin embargo, sabemos que ese capítulo también se ha cerrado. Incluso el Ministro de Asuntos Exteriores islámico Muhammad-Javad Zarif acaba de admitir eso en una charla en Teherán el domingo pasado, Zarif afirmó que incluso Obama, un “hombre cortés y amistoso”, no había sido sincero con sus socios khomeinistas, y lo cierto es que ambos, Obama y Khamenei engañaron al mundo mostrando un acuerdo que nació falsificado y acordado para no ser cumplido por ninguno de los firmantes.
Al día de hoy, la República Islámica parece un mago fracasado cuyos trucos han sido expuestos como una farsa ineficaz.
Por supuesto que no está en el trabajo de un periodista predecir el futuro. No obstante, a mi juicio, el régimen khomeinista ya no debería confiar en ninguno de sus supuestos socios en el contexto en que se maneja, es decir dentro de sus estrategias habituales de hacer trampas para liberarse de sus compromisos, aunque lo haga nada más que para ganar un poco de tiempo.
La razón del fracaso del régimen ha sido la incapacidad de la dirigencia en explicar claramente su caso al interior de su sociedad civil y decirle a los iraníes y al mundo que la situación los sobrepasó, y ello ocurre por qué es adicto a gobernar con políticas que no han producido más que dolor para todos sus ciudadanos.
Como sea, sería bueno que el “Guía Supremo”, Ali Khamenei, apareciera en la televisión nacional y les dijera a los iraníes por qué a Irán le conviene ayudar a Bashar al-Assad a matar a los sirios o qué ganará Irán prolongando la guerra en Yemen mediante el apoyo a un grupo rebelde que, independientemente de la justicia o injusticia de su causa, no tiene ninguna posibilidad de ganar, y aunque ganase, de ninguna manera contribuiría a la seguridad y la prosperidad de Irán.
Hasta hace poco, el argumento presentado por los khomeinistas era que, aunque las políticas actuales, incluida una enemistad real o fingida con EEUU, pueden dañar los intereses de Irán como nación, a pesar que aún sirven a los intereses del funcionamiento de la Revolución islámica, pero en su rigidez, los mulas no dudaron en sacrificar los intereses nacionales de Irán a los intereses de la ideología dominante.
Sin embargo, incluso ese argumento podría no ser válido ya. Miles de muertes y miles de millones gastados en Siria no solo ha perjudicado el interés nacional de Irán, sino que tampoco han logrado ningún avance en la ideología khomeinista. Después de haber encontrado un nuevo y más fuerte protector en la Rusia de Vladimir Putin, Assad y sus secuaces ahora ven a la República Islámica como algo secundario, y hasta vergonzoso. Por lo que no debe extrañar que Assad haya vetado un plan iraní para establecer “centros culturales” en las llamadas “áreas liberadas” de Siria. Los mulás iraníes y sus cuerpos militares ya no son tratados con la deferencia que disfrutaron hace cinco años en Siria y la cúpula ideológica en Teherán lo sabe. Lo mismo sucede incluso en los pedazos de Yemen retenidos por los houthis donde Irán está siendo empujado a un segundo plano.
De hecho, la mayor parte del personal diplomático y militar iraní que aviva la guerra en Yemen se encuentra ahora en el vecino Omán. Incluso en el Líbano, como destacó recientemente un conocido periódico libanés: “la República Islámica corre el riesgo de perder su influencia debido a la creciente dificultad que enfrenta para pagar a sus aliados y mercenarios”.
Sin embargo, el diario Kayhan, que se cree refleja los puntos de vista de Khamenei, todavía se jacta del éxito de la República Islámica al hacer que el general Michel Aoun haya sido elegido presidente del Líbano y que aún se mantenga en el poder, a pesar que cada vez está más claro que Aoun no es más que una mera marioneta de Teherán y del general Qassem Soleimani.
Como sea, la profundización inminente de la crisis en Irán puede ser una oportunidad para los iraníes, tanto para quienes integran el régimen como en aquellos que se oponen a él para decidir si desean que Irán se comporte como un vehículo para una ideología en bancarrota o como un estado-nación con intereses legítimos de un estado-nación.
No me identifico con la historia contrafáctica ni con las comparaciones históricas, todo hecho histórico tiene consigo un marco que lo caracteriza y le da su propia singularidad. Sin embargo, el dilema al que hoy se enfrenta Irán anteriormente ha sido enfrentado por otras naciones que experimentaron una revolución. Hay que recordar que el presidente Richard Nixon ayudó a la República Popular de China a enfrentar ese dilema, y China eligió traducirse a un estado-nación. El presidente Ronald Reagan desempeñó un papel similar en el caso de la ex Unión Soviética, y así, Reagan ayudo al renacimiento de Rusia y otras 14 repúblicas como naciones-estado. Hoy, el presidente Donald Trump tiene una oportunidad similar con Irán, al alentar la transformación de una ideología enferma en estado terminal a un Estado normal miembro de la comunidad de las naciones.
En consecuencia, no se trata de una estrategia de sanciones o guerra como un fin en sí mismo. Tampoco se trata de jugar una nueva versión de las argucias diplomáticas de Obama y Rohani. El presidente Trump debe mostrarles a los líderes en Teherán que ya no pueden jugar los viejos trucos, sean ellos de trampas y retrocesos o de resistencia sustitutiva. El objetivo debe ser el de ayudar a la sociedad iraní -y al propio Irán- a curarse de la enfermedad del khomeinismo y recuperar su salud como Estado-Nación.
Fuente: Infobae
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