Enlace Judío México.- El revolucionario soviético murió el 21 de agosto de 1940 luego de que le clavaran un piolet en la cabeza mientras leía en su exilio en la Ciudad de México. El hogar donde todo sucedió conserva su historia en tierras aztecas.
JULIANA FREGOSO
El nombre original de Trotsky fue Lev Davidovitch Bronshteyn. Nació en 1879 en el sur de Rusia, una parte del imperio ruso donde más judíos emprendedores se habían estado estableciendo durante más de medio siglo. Sus padres eran terratenientes ricos, y aunque hablaban yiddish entre ellos, Lev creció en un medio ruso-judío.
Después de completar la escuela judía tradicional, llamada heder, fue enviado a la gran capital sureña de Odessa.
Como exiliado soviético, León Trotsky recorrió distintos países en busca de refugio, pero en su radar nunca había aparecido México. Fue recién en 1936 cuando estando en Noruega y ante un aviso de que debía abandonar el país cuando su destino se enfiló hacía América.
Trotsky, uno de los hombres clave de la Revolución Rusa, fue desterrado de la Unión Soviética en 1929, ante el poder que ganaba su rivales dentro de la jerarquía del PC soviético, Joseph Stalin.
A pesar del exilio, siguió gozando de gran poder e influencia dentro y fuera de su país natal, por lo que para Stalin y, posteriormente, para el régimen nazi de Adolfo Hitler en Alemania, era considerado un enemigo muy poderoso.
En México, se encontraba en el poder el Presidente Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940), quien simpatizaba con las ideas comunistas y que según han relatado algunos historiadores, tenía dentro de su gabinete a ministros con fuertes lazos soviéticos.
Como exiliado, Trotsky estaba en Constantinopla y sin saber a dónde ir, porque su solicitud de asilo ya había sido rechazada en Francia, Alemania e Inglaterra. Pero en México, dentro del Sindicato Único de la Construcción se organizó una manifestación para que el país asilara y diera al revolucionario las garantías necesarias para vivir con tranquilidad.
El ícono del comunismo contaba con muchas simpatías en tierras aztecas, como el Partido Obrero Revolucionario Trotskista. Sus seguidores designaron al muralista Diego Rivera y a Octavio Nicolás Fernández Vilchis, el fundador del trotskismo en México, para que establecieran contacto con el presidente Cárdenas y le otorgara una visa a Trotsky y su esposa, Natalia Sedova.
Las gestiones fueron exitosas y Trotsky, su esposa y su nieto Esteban, arribaron por barco al puerto de Tampico, en el estado de Tamaulipas, el 9 de enero de 1937, donde fue recibo por Rivera y su esposa, la emblemática pintora Frida Kahlo.
“Lo que más lo sorprende cuando llega a México es que México lo acoge, porque para él era un país exótico y estaba fuera de su radar, se sorprende mucho por la vegetación y el vestir folklórico de Frida, se siente muy agradecido por eso”, cuenta a Infobae Juan Cedillo, autor del libro “Eitingon, las operaciones secretas de Stalin en México”, sobre los planes de Stalin para matar al principal opositor a su régimen, rescatar de la cárcel al homicida y espiar los trabajos científicos de construcción de la bomba atómica.
La llegada del revolucionario causó tal revuelo que le prestaron el tren presidencial para que lo trasladara a Ciudad de México, donde se instalaría, primero junto a la pareja de artistas mexicanos (Frida y Diego) y luego en una emblemática casa en la que fue víctima de un atentado fallido y posteriormente del que le quitó la vida.
Las historias de la caza azul
El hogar de los Rivera en el artístico y tradicional barrio de Coyoacán, en la capital mexicana, es conocido como “La Casa Azul”, por estar pintada de esta color. Sus paredes esconden un romance entre Kahlo y Trotsky que duró unos meses y que marcó el final de su amistad con Diego Rivera.
Este episodio quedó retratado en el libro “Los amantes de Coyoacán”, del escritor francés Gerard de Cortanze.
Rivera se enteró de la relación un año después que había terminado y en las fechas que en México se celebra a los muertos le dio a su amigo ucraniano como presente una tradicional calavera de azúcar que en la frente decía “Stalin”.
El autor relata que el gesto desafiante de Rivera provocó la ruptura entre los dos amigos, por los que los Trotsky tuvieron que abandonar la Casa Azul.
El 5 de mayo de 1939, el matrimonio alquiló una propiedad a unas cuadras de la casa de los Rivera, también en la zona de Coyoacán.
La casa estaba rodeada por un lado por un lago y por el otro era campo abierto. Ante el temor que sentían sus seguidores por la seguridad de la pareja y su nieto, siempre estuvieron resguardados por al menos 10 personas.
Cuenta Cedillo que unos 20 metros antes de llegar a la propiedad había una especie de garita con hombres armados, todas las puertas eran resistentes y adentro de la propiedad también había vigilantes.
Por dentro era una especie de laberinto con distintas entradas y salidas y sin puertas entre los cuartos.
La seguridad tenía una razón: en 1938 recibió una carta de un alto líder del espionaje soviético en Barcelona, que desertó y se asiló en Canadá. “Le dice que están preparando una operación para matarlo y es por eso que le construyen una caseta con 10 guardias para que vigilen toda la casa”, cuenta Cedillo.
“El abuelo estaba señalado por el dedo implacable de Stalin”, señaló en 2012 a el diario español El País, su nieto, Esteban Volkov, quien ahora ronda los 92 años.
Trotsky recibió el primer aviso en mayo de 1940, cuando un grupo armado en el que se encontraba el pintor mexicano David Alfaro Siqueiros logró entrar hasta la casa gracias a que uno de los guardaespaldas llamado Robert Sheldon Hart era un doble agente.
El comando disparó más de 400 tiros, pero Trotsky y su esposa resultaron ilesos, sólo su nieto resultó levemente herido en el pie.
A pesar de tener un mapa de la propiedad, recuerda Cedillo, no pudieron avanzar en el interior de la casa porque en una de las puertas había un arma que se activaba de manera automática.
Tragedia en la casa roja
La orden de Stalin tenía que cumplirse. El 20 de agosto de 1940, Trotsky sufrió un segundo atentado en esa misma casa de parte de uno de sus presuntos seguidores.
El comunista español Ramón Mercader había llegado a México con un pasaporte que no era suyo. Inició un romance con una colaboradora del revolucionario, lo que le permitió colarse a su círculo más cercano y tener completo acceso a la casa.
La tarde del asesinato, Trotsky se encontraba trabajando en su despacho cuando Mercader solicitó verlo. Mientras el líder revolucionario se hallaba sentado, se acercó a él por la espalda y le clavó un piolet (herramienta de montaña) en la cabeza.
Trotsky logró salir de la habitación y decirle a su esposa el nombre de su agresor, luego cayó en coma y murió al día siguiente.
El lugar donde sucedió todo aún se conserva y en 1990 fue abierto al público como la Casa Museo León Trotsky, donde además descansan las cenizas del revolucionario y su esposa en un memorial instalado en la parte del jardín en la que practicaban su afición a la cría de conejos.
La casa sobre la avenida Churubusco, resalta por su color rojo y sus banderas comunistas en el exterior.
A pesar de la importancia que su figura representaba para importantes círculos de poder, en la casa se aprecia la sencillez con la que vivía el matrimonio.
Su estudio, su recámara y la de su nieto siguen interconectadas y sin puertas, en el vestidor aún se aprecian algunas prendas que pertenecieron al matrimonio.
El despacho, donde sufrió el ataque mortal, también está ahí.
“Trotsky fue una figura enorme, independientemente si uno simpatiza con él o no. Fue una figura importante en el Siglo XX, pero digamos que México es él único lugar en el mundo entero que le hace un espacio físico, que lo resguarda y que trata un poco de mostrar en esa casa de Coyoacán, por lo menos un poquito de quién era él”, señaló en entrevista Olivia Gall, investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México y autora del libro “Trotsky en México y la vida política en tiempos de Lázaro Cárdenas (1937-1940)”.
Considera que a pesar de la caída del comunismo y del Muro de Berlín, ni en Rusia ni en Ucrania (país donde nació) han “rehabilitado” la figura del revolucionario, lo que hace aún más importante este espacio que en su honor se conserva en México.
Por esa razón, destacó la necesidad de que la casa museo sea apoyada incluso por gobiernos como el de Ucrania, para que no sólo sea un espacio donde se recuerde la muerte de Trotsky sino también todo lo que sucedió en el lugar, los personajes que lo visitaron y las ideas que ahí se debatieron.
Pero la admiración de los mexicanos por Trotsky no terminó con su muerte. Su asesino fue detenido y recluido en la cárcel de Lecumberri, en la capital, conocida como “El Palacio Negro”, donde contaba con una serie de privilegios como despertarse a las 10 de la mañana, tal como documentó Cedillo, recibir visitas de mujeres y comida especial.
Un oficial de la época escribió una carta a Natalia Sedova en la que se ofrecía a matar al asesino de Trotsky, como una forma de hacer justicia. Sólo pedía el pago de 50.000 pesos para garantizar un futuro a su familia.
Ante el temor de que se tratara de una trampa, Sedova le envío una carta al entonces presidente Manuel Ávila Camacho, pero Mercader no fue asesinado y cumplió su condena de 20 años. Luego viajó a la Unión Soviética donde fue condecorado como héroe nacional. Pasó sus últimos años entre Moscú y La Habana, donde murió en 1978.
Fuente:infobae.com
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