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martes 05 de noviembre de 2024

Tiro al aire / La larga y triste historia de Miriam la solterona

Enlace Judío México.- Todo comenzó cuando hace muchos años encontré en internet que alguien le preguntaba a la Dra. Corazón lo siguiente: “Doctora, siempre he soñado con encontrar a un príncipe azul que me lleve al altar. Ya tengo 40 años y ese príncipe azul no llega. ¿Qué hago?” Y la respuesta fue: “Hola querida soñadora: Seguro que esperando a ese príncipe azul has ignorado a varios morenos que te han tirado el ojo; es preferible un negro eterno a un príncipe azul por un día. Si persistes en buscar a un príncipe azul, te recomiendo investigues adónde viven los pitufos”.

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Fue en esos momentos que decidí investigar el tema y abrir mi propia agencia de shidujim, convertirme en una casamentera.

Hoy en día, chatear y buscar pareja en Israel es muy fácil. A través de Internet y teléfonos móviles. Me metí a varios sitios para ver cómo funcionan y constaté que todos te aseguran que sólo debes registrarte y encontrarás muchos solteros. En unos minutos yo misma podría hacerme de nuevos amigos, conocer gente y encontrar el amor. ¿Qué más puede pedirle a la vida una mujer?

Shadjanit, casamentera, celestina, chaperona, khattaba musulmana, son los nombres que se dan a mujeres que tratan de lograr que dos personas se conozcan con el fin de producir la unión de una pareja con fines matrimoniales. Yo sería una.

En la antigüedad era muy difícil que una mujer manifestara su deseo de casarse, su exposición podía desmerecerla como mujer ante la sociedad, por lo que las casamenteras eran las encargadas de encontrarle pareja. Cuánto no se ha escrito sobre el tema. Recordemos solamente a “La Celestina”, personaje literario creado por Fernando de Rojas en el siglo XV, la que además de casamentera era partera y curandera.

En Israel se han creado infinidad de agencias matrimoniales de todo tipo, con la finalidad de hacer negocios con la unión de parejas. Estas agencias registran datos estadísticos y se encargan de contactar a personas solteras, de acuerdo a su edad y a los estereotipos que determinan los interesados.

En Internet existen miles de páginas web que conllevan a los usuarios a buscar la pareja soñada.

Así que comencé. La primera que me llamó fue una tal Miriam, que por supuesto por seriedad profesional no puedo mencionar su apellido. Será nuestra heroína venezolana. Miriam exigía algo un poco difícil: un príncipe azul. Y aunque sabía que en Israel no existe desde las épocas bíblicas la monarquía, buscaba un hombre rico que tuviese una casa en Hertzlía Pituaj, mirando el mar, para pasear ahí sus ilusiones; también quería un camello para cabalgar en la playa a través de sus sueños de niña bien. Como muchas jóvenes israelíes, además quería que este príncipe o duque o conde aunque sea, tuviese una casa en algún otro país por si comenzaba la guerra. Ustedes saben las cosas con las que sueñan las adolescentes de hoy, sobre todo si llegaron a Israel desde un país subdesarrollado.

Miriam me contó que había conocido a un diplomático muy adinerado, que además estaba muy guapo, pero que en una noche se le había escapado decirle que le encantaría que el hombre que la amara le regalara joyas, diamonds are for ever. Lo había conocido en Nueva York hacía años, era de Ghana, con limousine y chofer mexicano, y aunque no pudo decidirse a casarse con él por eso del color, desde entonces soñaba verse en recepciones suntuosas, donde se bebería whisky y estaría rodeada de gente famosa, príncipes tal vez, políticos importantes, y estar en todos los protocolos del ministerio de relaciones exteriores israelí. No logré encontrarle a alguien así. Pasaron algunos años y volví a encontrarme con Miriam en el Dizengoff Center de Tel Aviv y nos fuimos a tomar un café.

Me contó que se le habían pasado ya las fiebres nocturnas de antes, y que cuando cumplió los 33 años, cuando se calmó un poco y ya no lloraba desconsoladamente ni le gritaba en las noches a su almohada, pensó que no le vendría mal un doctor judío de reconocida reputación profesional y por lo tanto de considerables ingresos, que tuviera una clínica propia en Hertzlía. Empezó a buscarlo asistiendo en Jerusalén, Nueva York y Berlín, a conferencias y simposios sobre temas tan raros como el síndrome de Bjornstad, la enfermedad de Lyme, etc. Y aunque no entendía nada, haciéndose pasar por alguien interesado en el tema, se vio a sí misma tratada con respeto por los aburridos médicos. Pero ninguno le propuso matrimonio.

Transcurrieron otros años. Volví a verla y volvimos a tomarnos un café, esta vez en la cinemateca de Jerusalén. Me contó que como el famoso médico cirujano con mucho dinero que buscaba no apareció, decidió que se conformaría con un funcionario de gobierno de raquítico sueldo oficial, pero con mucho dinero por concepto de jalturot trabajos de lado, y evasión de impuestos; hasta pensó ser solamente su amante si el hombre no quisiera separarse de su esposa polaca y sus cinco hijos.

Pero el funcionario no llegó y los que sí se aparecieron estaban muuuy casados.

Ese mismo año, con resignación esperó a que se presentara un abogado o ayudante de abogado, aunque fuera viudo y con hijos, y aunque fuera calvo, feo y con mal aliento y fama de mujeriego, con doctorado en el arte de jugar al shesh besh en la playa quince horas seguidas con los javerim, es decir, los cuates.

Pero el funcionario con tendencias mujeriegas y jugador empedernido no llegó.

Me contó que ansió después con aspiraciones ya mal disimuladas un comerciante, aunque fuera marroquí y a su madre no le gustara, no importaba ya que fuera medio viejo y barrigón y la tratara mal poniéndola a trabajar en el mostrador. Después buscó un músico en las bodas de Yaffo, aunque tuviese nariz alargada y cantara mal, prometiéndose a sí misma que no se quejaría si el músico llevara el pelo largo, que fuera mujeriego y hasta árabe.

Luego soñó con un maestro de Dimona, lejos, lleno de deudas y problemas económicos; con un camionero que hacía mudanzas, amante del hogar y de guisos caseros iraquíes. Con un político de quinta, de barriga enorme y con los dedos amarillos por la nicotina. Con un comerciante iraní en granos, y hasta con un policía de tránsito de Rishon Le Tzion, un ruso de Ucrania, a quien tuviera que soportarle la tomadura de vodka y las peleas.

En estas angustiosas esperas se le fueron otros diez años.

Me enteré que cuando quiso retirarse de las búsquedas e ir hacia la sublime exploración de lajzor bitshuva, volver a la religión, encontrarse en Dios, se encontró que ya casi no había religiosos verdaderamente místicos, y que muchos habían dejado ese camino porque no era puro como ella había creído.

Esta historia me dio mucha pena. Porque Miriam no era fea, ni antipática, ni deforme siquiera.

Lo que sucedió es que era medio tontita y siempre creyó en príncipes azules y otros imposibles. Tendría que haberle hecho caso a Moishe, un hombre que yo le presenté, aunque era chaparrito y medio bizco. Ese hombre, que estuvo enamorado de ella cuando tenía dieciocho abriles y al que despreció por pobre y por no ser polaco. Hoy en día Moishe es el brazo derecho de Benjamín Netanyahu.

Y yo sigo siendo una casamentera frustrada.

 

 

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