Cuando Gregory Peck fingió ser judío y dejó un mensaje conmovedor para la posteridad

Enlace Judío México.- “La luz es para todos”, película de 1947 dirigida por Elia Kazan, alude con valentía a una tragedia todavía sin fin: el antisemitismo. Un film multipremiado, que continúa siendo actual.

ALFREDO SERRA

Film Made in USA de 1947 –dato no menor– se llamó en inglés Acuerdo de Caballeros (Genteleman´s Agreement), en España La Barrera Invisible, y en hispanoamérica, La luz es para todos. Duración: 118 minutos.

Su tema: el racismo. Pero no sucede en los estados del sur, entre grotescos y trágicos asesinos del Ku Klux Klan y sus disfraces de carnaval.

No hay cruces llameantes, chozas incendiadas ni negros ahorcados según la Ley de Lynch: en el primer árbol a mano, ni judíos también odiados por esos monstruos de la Supremacía Blanca, pero sólo baleados y muertos cuando defendieron los derechos civiles (Ver más de una vez Mississippi en Llamas, dirigida por Alan Parker: un himno basado en un atroz hecho real…)

Muy otro es el escenario de La Luz es para todos. Nueva York después de la guerra. Opulencia. Lujo. Y con personajes, presuntos caballeros, unidos por un cínico antijudaísmo muy extendido pero simulado: los buenos modales, el dinero y las finas ropas ante todo…

Pero un periodista, Philip Schuyler Grenn (impecable y convincente Gregory Peck), debe escribir un artículo sobre antijudaísmo para una revista, y elige el camino más riesgoso: hacerse pasar por judío y vivir como tal durante seis meses para sufrir en carne y sangre ese rechazo disimulado entre lujosos ambientes: clubes privados, restaurantes Cordon Blue, hoteles cinco estrellas.

Primero le confiesa su plan a la madre (encarnada por Anne Revere), a su hijo Tommy, de 9 años, y a Kathy, la mujer con la que empieza un romance destinado a final feliz (la bella Dorothy McGuire).

 

Lanzado el plan para quitarle la careta a esa mayoría silenciosa (la barrera invisible) que finge rechazar el antijudaísmo en sus reuniones sociales… pero actúa en sentido contrario, pronto empieza a desatarse un descarado racismo bañado en sonrisas y baño de chocolate…

A Philip Green le impiden concretar una operación inmobiliaria –eco de la atávica prohibición a vender tierras a los judíos–, un borracho lo insulta en un restaurant en el que todos parecen respetables ciudadanos, y entre sonrisas falsarias el dueño de un hotel High Society le niega alojamiento:

Lo siento, estamos a full –le dice, ante un panel que muestra decenas de vacantes…

Una tarde, Tommy llega, llorando, de la escuela:

–¡Un chico me llamó sucio judío!

Grave error de Kathy:

No llores, no sos judío.

Pésimo consuelo. En lugar de condenar al agresor y defender a Tommy, le recuerda que por suerte no es judío… porque serlo es malo.

Se descubre así la clave de su conflicto. Está enamorada de Philip, pero “harta de sentirme culpable. No puedo evitar mi alegría por ser cristiana y no judía, del mismo modo en que es mejor lindo y no feo. Trae menos problemas…”

La relación tambalea a lo largo del film. Kathy llega a la cobardía organizando una gran fiesta a la que asisten todos sus copetudos amigos –ellas, de largo, ellos black tie… para anunciarles que su futuro marido… ¡no es judío!
De todos modos –reglas de Hollywood–, hay final feliz.

Dirigida por el más que talentoso judío Elia Kazan (Nido de Ratas, Un Tranvía llamado Deseo, Un Rostro en la Multitud…) y producida por el no judío Darryl Zanuck para la 20th Century Fox, recibió ocho nominaciones y ganó tres Globos de Oro, tres Oscars 1947: mejor película, mejor director y mejor actriz secundaria (Celeste Holm), y los mismos rubros fueron premiados por el Círculo de Críticos de Nueva York.

Dato que confirma la fuerza ciega del antijudaísmo entre esa mayoría silenciosa neoyorkina: el film es de 1947. Dos años después de terminada la guerra. Y cuando ya eran públicos los horrores de los campos de concentración nazis en los que murieron seis millones de judíos. El Holocausto.

El valor agregado –mejor, el máximo– del film es el primero o uno de los primeros (recordar Crossfire) en denunciar el antijudaísmo latente en Nueva York.

¿Su mejor momento?: cuando la madre de Philip elogia, emocionada, un párrafo del artículo escrito por su hijo: el que se refiere a la igualdad sin distinción de razas y credos en la Constitución del país redactada en 1787 por los padres de la patria.

Han pasado 71 años desde su estreno.

Pero, con cambios de tiempo, escenarios y circunstancias, el antijudaísmo sigue siendo un cáncer incurable en muchos puntos del planeta.

En definitiva y tristemente, una película actual.

 

 

 

 

Fuente:infobae.com

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