La historia del tango que se tocaba en los campos de concentración y de cómo inspiró un estremecedor poema sobre las matanzas nazis

Enlace Judío México.- Un cuarteto. Al aire libre, lo único libre que hay allí. Violín, clarinete, saxo y acordeón (para que remede el sonido original que el hombre a cargo había escuchado en un lujoso salón). Músicos escuálidos que apenas pueden hacer sonar sus instrumentos. El frío. El hedor. La muerte.

MATÍAS BAUSO

La melodía fluye incómoda con esa letra pueril que alguien canta a viva voz. El sonido seco del alemán le da un toque marcial. El ritmo se sigue con facilidad. Dos por cuatro. Hay pocos interesados en seguir el ritmo. Son los que están abrigados, los únicos que sonríen, los que saben que van a sobrevivir. Los asesinos.

El campo de concentración, los prisioneros muertos o a punto de morir. Todavía necesitan que algunos vivan para que lleven a cabo las tareas desagradables. Cavar tumbas. Tirar los cadáveres dentro de las fosas, por ejemplo. Sin embargo, ellos –los SS- ejecutan lo atroz. Eso no lo delegan. Ellos matan a quemarropa, a sangre fría, con un tiro en la nuca. Mientras tararean un tango: el tango de la muerte.

En sus comienzos, Eduardo Bianco había sido violinista clásico. Luego se marchó a Europa. Allí formó una orquesta típica. El éxito le llegó rápido. Con Bachicha Deambroggio lideró la formación tanguera que mayor éxito obtuvo en Europa en los años 20 y 30.

Bianco y su orquesta recorrieron todo el continente, tocando para la aristocracia europea. Bianco llegó también a Alemania. Tocó en la Scala de Berlín y en otros salones alemanes para un público más reducido: reyes, príncipes, presidentes y ministros. Unos de sus tangos se convirtió en un éxito instantáneo. Plegaria, letra y música de Eduardo Bianco.

La letra habla de una mujer que muere, una bella penitente que se fue sin quejas. Está cargada de lugares comunes (El órgano de la capilla embarga a todos de la emoción), pero eso no importaba demasiado: los franceses y los alemanes no entendían lo que decía el cantor. Plegaria se independizó y, con otra letra escrita en alemán, se convirtió en un gran éxito.

El que no se independizó fue Bianco. Goebbels, quien repudiaba el jazz por ser música degenerada de negros (o de negros degenerados), gustaba del tango. Bianco tocó para él. Y para Hitler, Himmler y Speer, entre otros.

Cuando la guerra comenzó a cambiar de rumbo, cuando ya no quedaba espacio para la diversión, Bianco volvió a Buenos Aires. Fracasó. Troilo, Pugliese y D’Arienzo gobernaban. Y la orquesta de Bianco, al lado de la de ellos, sonaba a lata. Bianco, en los lugares en que triunfó, era el sonido de lo exótico, de lo lejano. En Buenos Aires, era otra historia. No bailaban los príncipes. El tango era la respiración de la ciudad, no admitía más que autenticidad. Los trucos, el sonido neutro, enmudecían.

Con el pasaporte siempre actualizado, conoció de nuevo el éxito en Medio Oriente. Luego, regresó nuevamente a la Argentina, donde murió en 1959 disfrutando de lo que había ganado con su orquesta en el exterior.

“¡A bailar, judíos!”, gritaban los oficiales de las SS entre risotadas. La música seguía sonando al tiempo que ellos mataban. Música de fondo para un genocidio. Los músicos, judíos y prisioneros del lager, vivían hasta que llegara otro que tocara mejor su instrumento, hasta que los alemanes se cansaran de ellos. A los músicos también los mataron. Tocaban un tango. Plegaria. El favorito de los nazis.

“Lo llevo dentro de mí como un injerto”, dijo el italiano Primo Levi de este poema:

“… Silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra/ ordena tocad para la danza”.

Es Fuga de muerte de Paul Celan, un rumano hijo de un judío ortodoxo y sionista y de una amante de la lengua alemana (lengua que impuso en su hogar). En 1942, los deportaron a los dos a un campo de concentración mientras Paul estudiaba en Francia. El padre murió de tifus, la madre con un tiro en la nuca.

“…Grita cavad unos la tierra más profunda y los otros cantad soñad/ empuña el hierro en la cintura lo blande sus ojos azules/ Cavad unos más hondo con las palas y los otros tocad para la danza”.

En los primeros borradores el poema tenía otro título: Tango de la muerte. Tal vez la escena se la describió algún sobreviviente, tal vez lo encontró en algún escrito clandestino o le contaron de la orquesta y el tango fúnebre e inverosímil mientras averiguaba sobre el final de sus padres. Lo que no encontró, lo que no buscó fue el dolor, la escritura desgarradora. Otra vez, Adorno y la poesía después de Auschwitz. Celan supera esa discusión. Refuta cualquier argumentación con su poesía.

“Grita sonad más dulcemente la muerte/ la muerte es un maestro venido de Alemania/ grita sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como humo en el aire/ y tendréis una tumba en las nubes no se yace estrechamente allí”.

“La presencia de Celan era, como todo su ser y todos sus gestos, de una extrema discreción, elíptica, borrosa”, dijo Jacques Derrida quien lo conoció en la Ecole Normale Supèrieure. En su silencio expresa su pasión por la precisión. Por el lenguaje exacto. Él contó el horror en alemán. La lengua materna, la tierna lengua de su infancia, es la de los asesinos.

George Steiner sostuvo que “la escritura de Celan es a la literatura lo que el Guernica de Picasso es a la plástica” y también agregó que no se puede penetrar el enigma de Auschwitz más que en alemán, escribiendo desde dentro de la lengua de la muerte misma.

Y eso hizo Celan. Él, un poeta complejo, que exige al lector, por momentos ilegible, aclaró alguna vez: “En este poema las tumbas en el aire no son una metáfora”.

Cómo escribió él mismo: sólo manos verdaderas escriben verdaderos poemas; vivimos bajo cielos sombríos y hay pocos seres humanos. Por eso probablemente haya tan pocos poemas.

En 1956, Alain Resnais estrenó Noche y Niebla, su gran documental sobre el holocausto con textos de Jean Cayrol. Para su estreno en Alemania, Resnais le pidió a Celan que tradujera los textos. El poeta lo hizo. Además, grabó con su voz el texto final, el que se escucha sobre las imágenes finales, en colores, del estado de Auschwitz al momento de la filmación de la película:

“Al contemplar estas ruinas, nosotros creemos sinceramente que en ellas yace enterrada para siempre la locura racial, nosotros que vemos desvanecerse esta imagen y hacemos como si alentáramos nuevas esperanzas, como si de verdad creyéramos que todo eso perteneciese sólo a una época y a un país, nosotros que pasamos por alto las cosas que nos rodean y que no oímos que el grito no calla”.

Paul Celan se suicidó en abril de 1970. Tenía 50 años y muchas pérdidas sobre sus espaldas. Se arrojó al río Sena desde el puente Mirabeau, la parte más ancha del Sena.

En el río tampoco se yace estrechamente.

 

 

 

 

Fuente:cciu.org.uy

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