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jueves 21 de noviembre de 2024

Un judío sin lugar de entierro

Enlace Judío México.- Me habría gustado encontrarme con mi padre en el único lugar donde los vivos pueden encontrarse con los muertos, pero él insistió en la cremación

JUDITH COLP RUBIN

Han pasado casi diez años desde la muerte de mi padre y quiero un lugar para llorarlo. Solo que no hay tal lugar.

Mi padre, que vivió y murió en la ciudad de Nueva York, eligió ser incinerado y que se deshicieran de sus cenizas sin un sitio de entierro. La decisión de poner fin a su vida desafiando a otra ley judía fue el acto final de un hombre que desdeñó la religión. Comenzó con su nombre que recibió por su padre aún vivo y su propia insistencia en que siempre lo llamaran Ralph Colp Jr., incluso mucho después de que su padre muriera. Continuó con la ausencia de un bar mitzvá, el amor por la carne de cerdo, y una preferencia por celebrar la Navidad en lugar de cualquier fiesta judía. Era, como el colega psiquiatra, Sigmund Freud, famoso por describirse a sí mismo: un “judío sin Dios“.

Pero al negarse a tener una tumba, creo que mi padre finalmente fue demasiado lejos. Incluso los restos de Freud están marcados por una lápida en el Golders Green Crematorium de Londres que pueden visitar sus admiradores.

En este aniversario hito, me habría gustado encontrarme con mi padre en el único lugar donde los vivos pueden encontrarse con los muertos. Llámalo primitivo o pagano. Discute que podemos conmemorar a los muertos en ceremonias, en monólogo interno y en la escritura. Pero hay consuelo y significado en tener un lugar tangible.

He descubierto que esto es cierto con la otra persona más importante que he perdido en mi vida: mi esposo. Ir cada año con mis hijos a su tumba, limpiar la suciedad acumulada, colocar flores y piedras pequeñas, y simplemente sentarme allí y hablar, nos hace sentir conectados con él. También nos gusta saber que no está lejos de nosotros.

Si hubiera una tumba para mi padre, viajaría allí para una conversación seria. Le diría que, aunque era un hombre complejo y, a menudo, difícil para quien la paternidad no siempre resultaba fácil, me dio dos grandes regalos que han moldeado mi vida.

El primer regalo fue su adoración a la palabra escrita y el amor a las ideas. Vio pacientes psiquiátricos en su octava década y estaba muy contento con su trabajo. Pero tenía la misma pasión, si no más, por su afición, que era la investigación y la escritura. Escribió dos libros sobre Charles Darwin e innumerables artículos académicos sobre temas tan variados como el cirujano William Halsted, Sacco y Vanzetti, Trotsky, Stalin y la historia clínica. El sonido de su máquina de escribir golpeando fue el suave sonido de fondo con el que me quedaba dormida por la noche; más que nada, significaba hogar.

Y luego estaba su colección de libros que se contaban por miles. Esos libros, en su mayoría sobre la historia del fascinante período de su juventud, incluyendo la Guerra Civil Española, el estalinismo y la Segunda Guerra Mundial, fueron sus textos sagrados. Trajo varios tomos de su luna de miel en México, para disgusto de mi madre. Nunca dejaba que nadie leyera o incluso los toque. Su presencia en cada habitación significaba que el apartamento nunca podría ser pintado o limpiado adecuadamente. Alternativamente, les rendí culto y odio, pero me influyeron mucho.

Todos los sábados, comenzando cuando tenía unos diez años, arrastré una máquina de escribir portátil hasta la larga mesa de comedor de caoba donde teníamos cenas familiares. Allí, rodeada de trabajos tan pesados como The Rise and Fall of the Roman Empire (Surgimiento y caída del Imperio Romano), luché por escribir algo apropiado para el telón de fondo que lo enorgulleciera. Y así, comenzó mi propia vida de escritura.

El otro regalo que heredé de mi padre fue una curiosidad y la capacidad de hablarle a la gente. A pesar de ser un hombre muy introvertido y privado con pocos amigos, entablaba conversaciones con taxistas, porteros, camareras y mis amigos usando los trucos de su negocio psiquiátrico. Espantó a mi primer novio serio que dijo que hablar con él era como revivir su entrevista para la Universidad de Harvard. Pero otros valoraron su interés.

A todos, invariablemente, les formuló la misma pregunta: “¿Dónde está tu libido?”. Su uso de esa palabra, sacada de un manual psiquiátrico, me hizo encogerme de vergüenza porque implicaba deseo sexual. Pero más tarde comprendí que solo estaba tratando de llegar a la esencia de alguien, una habilidad que me ayudó cuando me convertí en periodista.

La forma en que terminó su vida me llenó de remordimientos. Después de estar postrado en cama por el cáncer, se fue a vivir a un asilo de ancianos donde lo vi de forma intermitente durante los viajes de regreso a Nueva York. En esa institución, que siempre olía a desinfectante y vejez, le leí, la última biografía de Joseph Stalin, mientras iba y venía entre el sueño. Por primera vez en mi vida, él estaba desesperado por compañía pero demasiado lejos para una conversación significativa.

Cuando murió, mi familia y yo estábamos en Bielorrusia para el viaje familiar en busca de raíces de mi esposo. Estábamos limpiando el cementerio judío en la pequeña ciudad donde vivió su bisabuelo. No era necesario apresurarse. No hubo ‘shiva’ ni funeral.

Se celebró un servicio conmemorativo por mi padre un mes después de su muerte. Después de ese servicio, estaba en el aeropuerto, regresando con mis hijos a Israel cuando me encontré con un compañero de viaje, un judío americano que también acababa de perder a su padre. Él estaba acompañando el cuerpo de su padre a Israel para el entierro, por su último deseo. Su vuelo, como sucedió, se retrasó de la noche a la mañana y de acuerdo con la ley judía, el difunto siempre debe ser vigilado, explicó. Jabad lo ayudó a hacer todos los arreglos y se aseguró de que el cuerpo no quedara solo.

Pensé en este judío atendido toda la noche y luego transportado por su hijo a su lugar de descanso final. Estaría lejos de sus hijos, pero ellos harían el viaje para verlo y estaría en la Tierra Prometida. Este contraste con el final de mi padre me hizo sentir que su muerte debería haber sido diferente; que la forma en que terminamos nuestra vida hace una gran diferencia para los que quedan.

Fuente: blogs.The Times of Israel – Traducción: Silvia Schnessel – Reproducción autorizada con la mención: ©EnlaceJudíoMéxico

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