Enlace Judío México.- El 1 de septiembre de 1939 las tropas alemanas invadieron Polonia, país que conquistaron en apenas un mes gracias a una estrategia llamada «blitzkrieg» o «guerra relámpago». Esta revolucionaria forma de combatir se basaba en el avance masivo de los carros de combate germanos. Con todo, para su éxito era necesario que las tripulaciones de los tanques no durmieran durante días y acosaran constantemente al enemigo. Sabedores de que necesitaban mantener despiertos a sus hombres, los jerarcas nazis repartieron más de 35 millones de pastillas de Pervitín (un derivado de la metanfetamina) entre las diferentes ramas del ejército.
MANUEL P.VILLATORO
Poco más de un mes. Concretamente, del 1 de septiembre al 6 de octubre de 1939. Ese fue el tiempo que llevó a la Alemania de Adolf Hitler conquistar Polonia. Y eso en el mejor de los casos, pues algunos historiadores como el popular Jesús Hernández afirman que la resistencia real del país se esfumó en apenas 28 jornadas, cuando la ciudad de Thorn (la última de importancia) cayó presa del Tercer Reich. Independientemente de estas discusiones, la realidad es que los hombres del «Führer» lograron una proeza que parecía imposible en Europa.
Y todo, gracias a dos factores. El primero de ellos fue una revolucionaria forma de combatir llamada «blitzkrieg» o «guerra relámpago» (el avance masivo de vehículos sobre las líneas más débiles del enemigo seguido del ataque de la infantería). El segundo, no menos importante para autores como el periodista Norman Ohler, consistió en el uso de la revolucionaria droga germana llamada Pervitín. Una pastilla derivada de la metanfetamina (y similar al «speed», según la mayoría de fuentes) que permitió a las tripulaciones de los carros de combate no dormir durante días y acosar constantemente al contrario.
En 1939 el médico alemán Otto Ranke habló así de sus bondades: «En la mayoría de las personas, la sustancia aumenta la confianza en sí mismo, la concentración y la voluntad de asumir riesgos».
La importancia de los estupefacientes durante la Segunda Guerra Mundial era ya conocida hace décadas. De hecho, se sabe que el propio Hitler fue un drogadicto que tomó 74 sustancias diferentes durante la contienda (la mayoría, sin saberlo y de manos de su médico personal, Theo Morrel). Sin embargo, el pasado 2016 Ohler logró demostrar definitivamente el uso del Pervitín de forma masiva entre las tripulaciones de los temibles Panzer (la punta de lanza de la «Wehrmacht» durante los ataques a Polonia -septiembre de 1939-, Francia -mayo de 1940- y la URSS -junio de 1941-). El resultado quedó plasmado en su obra «El gran delirio. Hitler, drogas y el Tercer Reich» (editada por «Crítica» en España).
«Durante la invasión a Polonia se distribuyeron 35 millones de pastillas. Los “tanquistas” que lideraron el ataque consumieron gran parte de ellas. Algo normal porque también fueron los soldados más decisivos durante la campaña. Se podría decir que iban “puestos” de droga», explica a ABC Ohler. Con todo, el autor también es partidario de que muchos soldados desconocían las sustancias por las que estaba formado el Pervitín. «Simplemente se tomaban una pastilla reglamentaria que les habían dado. Cuando la probaron y vieron sus efectos (entre ellos, que les quitaba el miedo al combate) ya no hubo forma de detener su expansión entre los militares», añade.
La base de la «Blitzkrieg»
El resurgir de la teoría de la «blitzkrieg» (un concepto ideado a principios de siglo en Gran Bretaña) arribó hasta Alemania gracias a Heinz Guderian, posteriormente al mando del XIX Cuerpo de Ejército en Polonia y Francia. Mientras que la mayoría de mandamases militares apostaban entonces por las líneas defensivas y las trincheras como forma básica de combatir, este germano ideó una estrategia basada en el ataque relámpago.
Concretamente, era partidario de romper el frente enemigo por su zona más débil lanzando contra él cientos de vehículos blindados. Todos ellos apoyados, a su vez, por aviación capaz de bombardear y debilitar al contrario.
Su idea se basaba en que, una vez que los carros de combate y los vehículos rompieran la línea defensiva por un punto, la infantería podría introducirse a través de ese hueco y arrasar las defensas contrarias. Algo más que revolucionario para la época.
Así defendía el propio Guderian esta estrategia en su libro «Achtung-Panzer!»: «El atacante [debe llevar a cabo] penetraciones más o menos rápidas y profundas. […] El atacante actuará básicamente empleando sus tanques pesados, a los que seguirán fuerzas blindadas ligeras y fuerzas motorizadas de refuerzo y de todo tipo. La fuerza terrestre y las fuerzas aéreas actuarán simultáneamente; de esta manera se paralizará la potencia aérea del defensor, se retardará el avance de las fuerzas de defensa terrestre […] El efecto de la fuerza blindada y la aérea del atacante será más sensible cuanto más tarde en poner en movimiento el defensor sus fuerzas».
De esta forma, Guderian se atrevió a romper uno de los grandes dogmas establecidos por los militares de la época: el que establecía que la forma idónea de usar los carros de combate era sin moverlos. Es decir, dejándolos quietos en una posición como si fueran una mera torreta artillada. Así criticó esta idea en «Achtung-Panzer!»: «Sería un gran error -sobre todo disponiendo sólo de medios escasos de combate- emplear tanques allí donde no se quiere atacar con una finalidad concreta, o donde no es posible por las dificultades que presenta el terreno, o donde en consecuencia podríamos conformarnos con unidades débiles de bloqueo para realizar la defensa».
La «guerra relámpago»
Las teorías de Guderian podrían haber terminado en un verdadero desastre para Alemania. Sin embargo, el oficial las fue perfeccionando hasta dar forma a una estrategia letal: la «blitzkrieg». Según explica el profesor Ignacio González-Posada Gómez en su obra «Cómo ganar una guerra», esta forma de combatir terminó basándose en varios pilares. El primero eran los tanques. Vehículos que se agrupaban «en cuerpos autónomos, avanzaban en masa y libraban sus combates sin preocuparse de las divisiones de infantería». Su misión era destruir la línea enemiga por su punto más débil y rodear las posiciones mejor preparadas por el contrario.
Era entonces cuando los carros de combate se sincronizaban con la infantería y asaltaban, de forma simultánea y desde multitud de puntos diferentes, la posición enemiga. «Los ataques se coordinaban mediante comunicaciones por radio, cuyos aparatos podían instalarse en cualquier avión o vehículo, y que podían cifrarse y descifrarse a gran velocidad», añade González-Posada.
Civil y militar
Aunque a la postre este sistema se demostró sumamente efectivo, lo cierto es que dependía de dos factores determinantes: la velocidad y la sorpresa. Si alguno de ellos fallaba, o si el enemigo disponía del tiempo necesario para reaccionar y reorganizar sus defensas allí dónde los carros de combate germanos pensaban atacar, la «blitzkrieg» podía tornarse en un auténtico desastre.
Por ello, cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial el alto mando hizo hincapié en que el ataque no debía frenarse por nada. Ejemplo de ello fue que el mismo Guderian solicitó a sus hombres (durante la posterior invasión de Francia, eso sí) que se mantuviesen despiertos durante 48 horas para que el enemigo no tuviese tiempo de organizar una defensa efectiva.
¿Cómo lograr que los «tanquistas» alemanes no durmieran durante casi dos días? Según Ohler, mediante un nuevo medicamento llamado comercialmente Pervitín, una variante de la metanfetamina desarrollada en 1937 por el laboratorio germano Temmler. Así define el autor los efectos de esta sustancia sobre el cuerpo humano: «El consumidor se siente bruscamente despabilado y más fuerte, con los sentidos agudizados al máximo. Cree estar más vivo, lleno de energía […]. Con la autoestima en alza, se produce una aceleración subjetiva de los procesos mentales, una generación de euforia, de sensación de ligereza y frescura».
En sus orígenes, el Pervitín había sido una sustancia creada para uso civil. Y vaya si funcionó. De hecho, desde que comenzó a ser comercializada en 1938 se generalizó en el mercado hasta el punto de que se crearon cajas de bombones que incluían esta sustancia. Hubo que esperar hasta 1939 para que iniciara su relación con el mundo militar. El encargado de llevar hasta las diferentes ramas del ejército de Hitler esta droga fue Otto F. Ranke, director del Instituto de Fisiología General y de Defensa. Un oficial cuyo objetivo era combatir contra un enemigo más letal que los judíos: el cansancio de sus hombres.
El mayor defensor del Pervitín.
Ranke era partidario, como él mismo decía, de que «el relajamiento en un día de lucha puede decidir la batalla» y de que «resistir el último cuarto de hora de combate puede ser determinante». Bajo esa premisa no tardó en prendarse del Pervitín cuando conoció su existencia.
Interesado por sus efectos, el militar organizó dos ensayos en los que probó los efectos de la droga. Las conclusiones fueron dispares. Por un lado, estableció que aquellos que tomaban la sustancia podían pasar mucho tiempo «despabilados» y «física y mentalmente ágiles» tras diez horas de concentración permanente. Sin embargo, también pudo determinar que aquellos que ingerían la sustancia no realizaban bien las tareas más complejas.
A pesar de los fallos hallados, Ranke (posteriormente un adicto al Pervitín) se convirtió en un auténtico defensor de esta droga. De hecho, la definió como «un medicamento excelente para animar de golpe a una tropa fatigada» y una sustancia «militarmente valiosa». Para el director del Instituto de Fisiología General y de Defensa la posibilidad de mantener despiertos a sus hombres era más que idónea: «Cabe suponer lo extraordinariamente importante importante que sería, desde el punto de vista militar, conseguir eliminar temporalmente el cansancio por vías médicas el día de entrada de acción de una tropa», afirmó en un informe.
Poco después, y tras llevar a cabo algunas pruebas más, Ranke tomó conciencia de que el Pervitín era realmente una droga que provocaba una severa adicción. Pero para entonces ya era tarde, pues se había generalizado en el ejército. De hecho, llegaron a encargarse más de 35 millones de pastillas.
Esta cifra es corroborada por el historiador Jesús Hernández (autor del blog «¡Es la guerra!») en una de sus múltiples obras sobre la contienda, «Historias asombrosas de la Segunda Guerra Mundial»:«Durante el corto período entre abril y julio de 1940, más de 35 millones de tabletas de Pervitín e Isophan (una versión ligeramente modificada producida por la empresa farmaceútica Knoll) fueron enviadas a la “Wehrmacht” y a la “Luftwaffe”. Cada uno de estos comprimidos, en cuyo envoltorio tan solo indicaba “Estimulante”, contenía tres miligramos de sustancia adictiva».
Con todo, el director médico reconoció que la sustancia podía ser peligrosa en una carta enviada una semana antes del 1 de septiembre de 1939 a un general médico del Estado Mayor: «Entregar a la tropa un medicamento diferente cuyo uso no esté limitado a casos de urgencia constituye, naturalmente, un arma de doble filo».
«Tanquistas» drogados.
El 1 de septiembre de 1939, tras la invasión de Polonia, comenzaron a llegar los primeros informes de los «tanquistas» alemanes haciendo referencia al Pervitín.
La mayoría, como señala Ohler en su obra, fueron positivos. Ejemplo de ello una la carta enviada desde la 3ª División blindada: «Euforia, aumento de la capacidad de atención, evidente mejora de rendimiento. Trabajo realizado sin problemas, manifiesto efecto estimulante y sensación de frescura. Todo el día de servicio sin descansar, ausencia de depresión y retorno al estado de ánimo normal». La misma fuente señaló posteriormente:«Todos frescos y despabilados, máxima disciplina. Leve euforia y gran dinamismo».
Por si fuera poco, el Pervitín también redujo severamente la sensación de hambre entre los soldados y les otorgó un gran impulso trabajador. Ohler recoge en su obra el testimonio de un teniente coronel tras haber probado el Pervitín: «Ningún efecto secundario, ningún dolor de cabeza, mente totalmente despierta». El mismo oficial, según afirmó en su texto, pudo estar despierto durante tres noches seguidas gracias a este medicamento e, incluso, combatir contra los polacos sin haber dormido.
Con la lectura de estas cartas Ranke se tranquilizó. Y no debería haberlo hecho ya que, tras ver los efectos positivos de la droga, los «tanquistas» germanos comenzaron a ingerirla de forma sistematizada antes de cada marcha nocturna.
No obstante, cuando mejor funcionó el Pervitín fue durante las primeras jornadas de la campaña. Concretamente, del 1 al 4 de septiembre. Y es que, por entonces, el organismo de los «tanquistas» todavía no se había adaptado a la mencionada sustancia. Durante este período hasta los oficiales de las diferentes unidades señalaron sus bondades e hicieron hincapié en que la droga les permitía aumentar el rendimiento en situaciones de estrés.
El Pervitín, por si fuera poco, causó furor también entre las tropas motorizadas del ejército alemán. Soldados que, habitualmente, debían recorrer cientos de kilómetros a marchas forzadas y que apenas podían dar una cabezada de cuando en cuando. En palabras de Ohler, a estos hombres no se les explicó para qué diantres servía aquella pastilla, sino que los mandos se limitaron a señalarles que era un potente (y mucho más barato) sustituto de la cafeína. No les faltaba razón, pues una píldora de esta droga podía mantener despierto (según Ranke) a un combatiente un mínimo de entre 36 y 40 horas «sin cansancio alguno» por un coste muy inferior al de una taza de café.
Hernández, por su parte, es partidario de que las unidades motorizadas fueran las primeras entre las que se distribuyó este curioso medicamento: «Los motoristas germanos que participaron en la campaña de Polonia fueron los primeros a los que se distribuyeron tabletas de Pervitín. Poco después tuvieron acceso a ellas el resto de las tropas alemanas».
Con todo, la desinformación sobre esta pastilla era, para los escalafones más bajos del ejército, casi total. Ejemplo de ello es que la entrega que se hizo del Pervitín antes del comienzo de la campaña hizo a muchos combatientes considerar que su ingesta era obligada y a discreción.
Efectos negativos
La mayoría de autores coinciden en que el Pervitín era una ayuda útil para los combatientes. Sin embargo, el abuso por parte de los soldados provocó que fuese necesario aumentar la dosis día a día para que siguiese afectando a su organismo de la misma forma.
Esta práctica aumentó los ya de por sí peligrosos efectos secundarios entre los combatientes. Pronto comenzó a generalizarse entre aquellos que tomaban más pastillas la visión doble o, como completa Ohler, la «cromática». Esta última, tras haber ingerido una dosis más alta de la recomendable.
Y no eran los únicos efectos secundarios que se podían sufrir. Además, y como explicaba a ABC en 2014 Emiliano Corrales -director de la clínica Cazorla (especializada en salud mental y en todo tipo de adicciones) desde hace 30 años y responsable de la unidad de conductas adictivas del hospital Vega Baja-, podía causar todo tipo de dolencias más: «Para empezar la metanfetamina provoca alteraciones nerviosas. Es decir, que la persona esté constantemente alerta, en tensión. También existe el riesgo de que una persona sufra un brote psicótico tras tomarla, aunque estos se producen normalmente a largo plazo y cuando el consumo es constante»
También terminó causando preocupación el hecho de que pudiera generar alucinaciones. «En personas jóvenes, de 18 años, pueden provocar trastornos severos que se pueden materializar de diferentes maneras. La primera es con alucinaciones visuales (en el caso de los soldados en la Segunda Guerra Mundial, ver por ejemplo a un enemigo que no estaba allí). Por otro lado, también están las alucinaciones auditivas internas (oír, por ejemplo, una voz en tu cabeza que te dice que mates a tu teniente) o externas (escuchar a alguien a tu alrededor, pero mirar y no ver nada», añade el experto español.
Los soldados, a su vez, podían sufrir delirios, como bien explicaba el director de la clínica a este diario: «Son más frecuentes. Se producen cuando alguien hace una interpretación errónea a algún estimulo externo. Si, por ejemplo, alguien te mira en medio de la calle, tú puedes pensar que puede que te conozca de algo. Alguien con delirios puede considerar que está planeando hacerle algo malo y actuará, por ello en consecuencia. En ese caso, no sería raro que un soldado disparara contra sus propios compañeros».
Por si fuera poco, el peligro de estas pastillas quedó todavía más patente unos meses después de la conquista de Polonia cuando, en plena invasión de Francia, varios oficiales perdieron la vida por usar de forma excesiva el Pervitín.
Al final, y según determina Hernández en su obra, el Pervitín se terminó declarando «sustancia de uso restringido» en julio de 1941. Aunque eso no impidió que millones de pastillas fuesen enviadas al frente. «Los soldados que sufrían dependencia de esta sustancia vivían como una pesadilla el hecho de que se cortase el suministro de estas píldoras a su unidad por lo que, en ocasiones, rogaban en sus cartas a sus familiares que consiguiesen tabletas y se las enviasen», añade Hernández.
Ejemplo de esta afirmación fueron las cartas escritas por el Premio Nóbel de Literatura Heinrich Theodor Böll, quien no tenía reparos en pedir más y más Pervitín a sus familiares: «Queridos padres y hermanos: esto es muy difícil, espero que lo entendáis si solo soy capaz de enviaros una carta cada dos o cuatro días. […] Hoy os escribo principalmente para pediros un poco de Pervitín».
Fuente:abc.es
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