El eterno exilio de Mengele

Enlace Judío México e Israel.- El escritor francés Olivier Guez reproduce el largo peregrinaje del ‘Ángel de la Muerte’ nazi en Argentina, Paraguay y Brasil durante sus últimos treinta años de vida. La novela quiebra el mito del asesino ultrapotente y desinhibido, mostrando a un hombre emocionalmente paranoico y vulnerable, perseguido por los fantasmas del pasado. Estadía impune en la Buenos Aires peronista, refugio idílico para nazis y fascistas derrotados.

NICOLÁS MUNILLA

Josef Mengele es uno de los nazis más famosos debido a los horribles crímenes que cometió durante la Segunda Guerra Mundial, al practicar espeluznantes experimentos con deportados, especialmente gemelos y discapacitados, en el campo de exterminio de Auschwitz. Como todo médico nazi, tuvo un papel protagónico en el Holocausto, al decidir quienes vivían o morían inmediatamente en las cámaras de gas. Su popularidad como “El Ángel de la Muerte” aumentó con el paso de los años, alimentada por su evasión a la Justicia y el hecho que nunca pudo ser detenido ni juzgado.

“La desaparición de Josef Mengele” (Tusquets), del escritor y periodista francés Olivier Guez y ganadora del premio Renaudot 2017, recrea el exilio del médico bávaro en Argentina, Paraguay y Brasil, que duró desde 1949 hasta su trágica muerte treinta años después en una playa de São Paulo. Mengele vivió ese largo periodo en la clandestinidad bajo la protección de su familia y amigos, otros expatriados nazis y compatriotas codiciosos, con épocas de mayores y menores éxitos, rodeado de fantasmas y paranoias a causa de un pasado del que nunca renegó.

El principal logro de esta novela de no ficción, sustentada con años de intensa investigación, es el quiebre del mito del “superpoderoso” Mengele, un asesino ultrapotente y desinhibido que era capaz de burlar los más sofisticados mecanismos de espionaje; un fugitivo rico, poderoso e influyente en Sudamérica. Pero la realidad muestra todo lo contrario: padeció miedos, traumas y debilidades que en varias ocasiones no supo controlar, y se volvió extremadamente dependiente de los aportes económicos que realizaba su familia desde Alemania y de la ayuda de personajes que él consideraba de ‘medio pelo’ en los círculos nazis.

Egocéntrico, mezquino y mediocre, Mengele se encerraba en su estrechez mental y sus modestas ambiciones personales. En Auschwitz era extremadamente frío y despiadado con sus víctimas, a las que no dudaba torturar y aniquilar si era necesario, en aras de consolidar sus aspiraciones “científicas” apuntando a “curar” y “mejorar” la “raza nórdica” (germana), sumándole una tibia adhesión a las ideologías propiciadas por el nazismo aunque no estaba demasiado lejos de lo que pensaban los alemanes de los años ’30.

Mengele no se mostraba arrepentido, e incluso esbozaba cierto orgullo compartido por el resto de la “comunidad nazi” refugiada en el Cono Sur. Pero era astuto, o al menos prudente. A diferencia del teniente coronel de las SS Adolf Eichmann, capturado en Argentina en 1960 por un escuadrón del Mosad israelí, el doctor hablaba poco sobre sus labores en Auschwitz y tenía escasos confidentes; además, su vanidad burguesa y el miedo a ser atrapado lo hacían reticente al protagonismo entre sus camaradas. Quizás así se explique también en parte el odio recíproco que existía entre Mengele y Eichmann: el primero consideraba al segundo “un pobre tipo, un fracasado de tomo y lomo, […] y un hombre resentido”, mientras que el viejo militar pensaba que el médico era “un hijo de papá miedica: un mierdecilla de piel morena”.

La “Tierra Prometida”

La Argentina de Juan Domingo Perón descrita en La desaparición… es el paraíso de los vencidos. Refugio de dirigentes nazis y fascistas europeos, la Buenos Aires peronista figura como “la capital de la hez del Orden Negro derrotado” y, más descaradamente, como el “Cuarto Reich fantasma”.

Perón es el propiciador de ese escenario. Aprovechando los resabios de la crisis de 1929 que devastó al país más la corrupción política institucionalizada en la ‘década infame’, el General y su esposa Evita (“más fanática y apasionada” que su pareja) “quieren emancipar Argentina y anuncian una revolución estética e industrial, un régimen plebeyo”, que “consolida el orden nuevo, nacionalista y autoritario”. Para el ‘Líder de los pobres’, tanto “capitalismo y comunismo convierten al individuo en un insecto, el primero lo explota, el segundo lo esclaviza”, y propone al peronismo como una superación de esa dicotomía histórica.

No es casualidad que bajo esa protección de poder argentino Mengele haya gozado de sus mejores años de exilio. Su patrimonio personal aumentó gracias a su trabajo como representante comercial de la empresa dirigida por su padre y a sus inversiones en negocios; además logró comprarse una casa en el elegante barrio de Olivos y se casó con su cuñada Martha, quien junto al sobrino de Josef (hijo de la mujer con su difunto hermano) se mudaron a Buenos Aires para acompañarlo. Incluso el ex médico de Auschwitz se animó a solicitar la residencia argentina bajo su verdadero nombre, y entre 1956 y 1960 gozó de una impunidad insólita.

Pero la difusión mediática de sus atroces actividades en la guerra y la detención de Eichmann y su posterior deportación a Israel, como también el tenso cruce que tuvo con autoridades argentinas por sus prácticas como médico abortero en los primeros años de su residencia en el país, lo llevaron a exiliarse en 1960 a una roñosa granja en Paraguay, dejando tras sí una vida que prometía abundancia y tranquilidad.

Del cenit al abismo

Inseguro en el cobijo paraguayo, Mengele huyó a Brasil y se estableció, luego de algunos periplos, en la chacra del matrimonio húngaro Stammer, que lo acogió sin demasiados pruritos durante trece años, menos interesado en los antecedentes sanguinarios de su huésped que en las ventajas monetarias de darle cama y comida. Cada vez más temeroso, obsesivo y decadente, el otrora doctor exitoso fue cayendo en la soledad y el sufrimiento, con un egocentrismo en constante aumento, a raíz del prolongado aislamiento en la selva brasileña, el desdén de los magiares y el deterioro de su salud. Amarga ironía frente al mundo que especulaba sobre su destino.

La no captura del “Ángel de la Muerte”, señala Guez en su obra, obedeció más a razones geopolíticas que a las aptitudes del fugitivo y sus cómplices para evadir a los ‘cazadores’. Luego de Eichmann, los israelíes querían la cabeza de Mengele y el Mosad estuvo involucrado en la operación de búsqueda: agentes rastrearon sus pasos en Buenos Aires y Asunción, y anduvieron cerca de él en Brasil. Amparándose en archivos recientemente desclasificados, el francés especifica en su novela que las tensiones entre Israel y sus vecinos árabes antes de las guerras de los Seis Días (1967) y Yom Kipur (1973), llevaron a la cancelación del operativo por no ser considerado de ‘importancia estratégica’ a los intereses del Estado hebreo.

Días antes de su muerte, cuando ya vivía en una favela suburbana de São Paulo apenas asistido por una familia alemana y una joven vecina, Mengele recibió la visita de Rolf, hijo de su primer matrimonio, un treintañero torturado por el pasado oscuro de su padre e inquieto en dilucidar lo sucedido en Auschwitz. Guez consigue aquí una de las escenas más sublimes de La desaparición…: sometido a una suerte de juicio que nunca tuvo en algún tribunal, Mengele “se ve enfrentado a sus inconcebibles crímenes” por imposición de su único descendiente, pero la arrogancia le impide ser sincero y asumir los hechos: “Nosotros los alemanes, raza superior, debíamos actuar. Debíamos inocular una vitalidad nueva con el fin de defender la comunidad natural y garantizar la eternidad de la raza nórdica”.

Una historia de este calibre no puede terminar sin un irónico final: tras su muerte por ahogamiento en una playa en 1979, Mengele fue enterrado bajo su última identidad falsa en un pequeño cementerio brasileño. Los rumores sobre su paradero continuaron circulando en los siguientes años, hasta que a mediados de 1985 una investigación en Alemania Occidental reveló que la familia Mengele sabía que Josef había muerto, por lo que ese mismo año su cuerpo fue exhumado y su identidad terminó siendo corroborada.

Los restos del atroz médico nazi nunca fueron reclamados por sus allegados y permanecen hasta hoy en el Instituto Médico Legal de São Paulo, donde son utilizados por los estudiantes en nombre de la ciencia forense. Exiliado y usado como material científico, una gran paradoja.

Frente a los misterios sobre las figuras protagonistas del nazismo que aún resuenan en el presente y la incansable lucha para alcanzar la verdad, La desaparición de Josef Mengele se convierte en una narrativa que se interna en las entrañas de un personaje que despertó un interés inusitado que forjó una mirada especial sobre el exilio nazi.

 

 

 

 

Fuente: cciu.org.uy

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